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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Lucas»
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Mensaje 4

LA PREPARACION DEL SALVADOR-HOMBRE SE LLEVA A CABO EN SU HUMANIDAD Y CON SU DIVINIDAD

(2)

  Lectura bíblica: Lc. 1:39-56

  En el mensaje anterior empezamos a examinar la concepción de Juan el Bautista, el precursor del Señor, y la concepción del Salvador-Hombre. Lucas 1:5-25 describe la concepción del precursor, y 1:26-56, la concepción del Salvador-Hombre. En este mensaje examinaremos la bendición de la madre del precursor del Salvador-Hombre (vs. 39-45) y la alabanza de la madre del Salvador-Hombre (vs. 46-56).

LA BENDICION DE LA MADRE DEL PRECURSOR

Llena del Espíritu

  Lucas 1:41 dice: “Y aconteció que cuando oyó Elisabet la salutación de María, la criatura saltó en su vientre; y Elisabet fue llena del Espíritu Santo”. Elisabet era la madre de Juan el Bautista. Este versículo nos dice que ella fue llena del Espíritu. No hay indicación de que ella oró o ayunó para ser llena del Espíritu. Este versículo simplemente dice que Elisabet fue llena del Espíritu Santo. Al ser llena del Espíritu, ella bendijo a María, la madre del Salvador-Hombre.

Bendice a la madre del Salvador-Hombre y al fruto de su vientre

  El versículo 42 dice: “Y alzó la voz en una gran exclamación, y dijo: ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!” La bendición de Elisabet dada por el Espíritu Santo (v. 41) revela la humanidad del Salvador al usar la palabra fruto, y Su deidad al llamarle Señor (v. 43). Su bendición también confirma la fe que María tiene en la palabra del Señor (v. 45). Tal bendición indica que Elisabet era también una mujer piadosa, apta para que Dios la usara para llevar a cabo Su propósito.

  La palabra griega traducida fruto en el versículo 42, karpós, se usa solamente aquí y en Hechos 2:30 con relación a Cristo en el sentido de descendencia. Esta palabra se usa con referencia al fruto del árbol de la vida en Apocalipsis 22:2. Cristo es el renuevo de Jehová (Is. 4:2) y de David (Jer. 23:5), el fruto de María y el de David, para que nosotros comamos de El, quien es el árbol de la vida (Ap. 2:7).

  Es significativo que Elisabet bendijo el fruto del vientre de María. En vez de usar la palabra niño, Elisabet usó la palabra fruto. Es correcto decir que el fruto aquí se refiere a un niño. Pero dicha palabra también indica que el Señor Jesús es el fruto para nosotros, el fruto para que lo recibamos como nuestro suministro de vida.

  Elisabet también bendijo a María en el versículo 45: “Y bienaventurada la que creyó, porque tendrá cumplimiento lo que fue dicho de parte del Señor”. En contraste con el incrédulo Zacarías (v. 20), María creyó lo que el ángel le dijo. Elisabet dijo a María que se cumplirá lo que el Señor le dijo. Esto era una profecía dada por el Espíritu Santo para confirmar lo que el Señor dijo a María por medio del ángel Gabriel en los versículos del 30 al 37.

Reconoce al fruto del vientre de la madre del Salvador-Hombre como su Señor

  En el versículo 43 Elisabet dice: “¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?” Elisabet, llena del Espíritu Santo, reconoció al fruto del vientre de María como su Señor. Esto indica que ella afirmaba la deidad del niño que nacería de María (Sal. 110:1; Mt. 22:43-45).

  Cuando se usa la palabra fruto en las Escrituras para denotar a un niño, se refiere a la humanidad. Por lo tanto, en 1:42 la palabra fruto se refiere al Señor Jesús en Su humanidad. Vemos ahora en el versículo 43 que Elisabet prosiguió y reconoció este ser humano como su Señor.

  Elisabet y María eran primas. Sin duda, Elisabet era mucho mayor que María. No obstante, esta mujer anciana reconoció que el niño de su prima menor era su Señor. Incluso antes de que el Señor Jesús, el Salvador-Hombre, naciera, Elisabet reconoció que El era tanto hombre como Dios. Por lo tanto, en su bendición tenemos la revelación de la persona divina-humana del Salvador-Hombre.

La criatura salta en el vientre de Elisabet con exaltación

  El versículo 41 dice que cuando Elisabet oyó la salutación de María, la criatura saltó en su vientre. El precursor del Salvador-Hombre incluso exultó al encontrarse con el Salvador, mientras ambos estaban todavía en los vientres de sus madres. Con respecto a esto, Elisabet dice en el versículo 44: “Porque, he aquí, cuando llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura dio saltos de júbilo en mi vientre”. Esto es maravilloso y está fuera de nuestro entendimiento.

LA ALABANZA DE LA MADRE DEL SALVADOR-HOMBRE

  En 1:46-56 tenemos la alabanza de la madre del Salvador-Hombre. María vino a visitar a Elisabet. Cuando ésta vio a María, la bendijo. María respondió a esta bendición no dando una bendición, sino ofreciendo una alabanza a Dios.

Llena de citas del Antiguo Testamento

  La alabanza poética de María está compuesta de muchas citas del Antiguo Testamento. Esto indica que ella era una mujer piadosa, apta para ser un canal para la encarnación del Señor. Esto también indica que el Señor Jesús crecería en una familia que estaba llena del conocimiento y del amor de la santa Palabra de Dios.

  Aunque María era una mujer joven, conocía muy bien el Antiguo Testamento y podía citar versículos de allí al alabar a Dios. En realidad, su alabanza estaba compuesta de las citas de las Escrituras. Sin duda, ella era la persona adecuada para que Dios la usara en la concepción del Salvador, quien iba a nacer.

  Antes de que María fuese visitada por el ángel para recibir las noticias acerca de la concepción del Salvador-Hombre, ya estaba llena del conocimiento de la Palabra de Dios. Muchos versículos de las Escrituras habían sido absorbidos en su ser. Por lo tanto, en el momento adecuado ella podía difundir lo que había en ella mientras ofrecía su alabanza a Dios.

  La alabanza de María indica que si queremos ser usados por Dios, necesitamos satisfacer ciertos requisitos. Un requisito consiste en conocer adecuadamente la Palabra de Dios. Yo espero que los jóvenes, en particular, aprendan de María al respecto. ¿Tienen la intención de ser usados por el Señor para producir algo del Señor, incluso, en un sentido espiritual, “concebir” al Señor Jesús y darle a luz? Si es así, entonces necesitan ser competentes al estar llenos de las Escrituras, llenos de la Palabra de Dios.

Su espíritu había exultado en Dios su Salvador

  En los versículos 46 y 47 María dijo: “Mi alma magnifica al Señor; y mi espíritu ha exultado en Dios mi Salvador”. Primero el espíritu de María exultó en Dios; luego su alma magnificó al Señor. La alabanza que ofreció a Dios se inició en su espíritu y luego se expresó por medio de su alma. Su espíritu fue lleno de gozo en Dios su Salvador, de manera que su alma lo manifestó magnificando al Señor. Ella vivía y obraba en su espíritu, el cual dirigía su alma. Ella exultó en Dios en su espíritu, porque disfrutaba a Dios su Salvador, y magnificó al Señor en su alma, porque exultó al Señor, quien es Jehová, el gran Yo Soy.

  El espíritu de María exultó en Dios. Exultar es más elevado que regocijar. Es significativo que María dijo que su espíritu exultó en Dios su Salvador, en vez de en Dios su Creador. Ella consideró que Dios era más que su Creador; le consideró su Salvador. Se dio cuenta de que ella era una persona creada que llegó a ser una persona caída. Por lo tanto, necesitaba que su Creador fuese su Salvador.

Su alma magnifica al Señor

  Hemos visto que en el versículo 46 María dijo: “Mi alma magnifica al Señor”. María al alabar magnificaba al Señor basándose en su experiencia de Dios como su Salvador, por medio de la misericordia eterna de El (vs. 47-50), y en su observación de la experiencia que otros habían tenido de las acciones misericordiosas y fieles de Dios (vs. 51-55). Su alabanza, en contenido y nivel, es como algunos de los salmos del Antiguo Testamento. Sin embargo, ella no dice nada con respecto a Cristo, tal como lo hacen Elisabet en su bendición (vs. 41-43) y Zacarías en su profecía, ambas dadas por el Espíritu Santo (vs. 67-71, 76-79).

  Primero el espíritu de María exultó en Dios su Salvador. Luego su alma magnificó al Señor. En estos versículos vemos que María consideró a Dios como su Salvador y su Señor. Todos nosotros necesitamos experimentar lo mismo que María en cuanto a conocer a Dios como nuestro Salvador y Señor. Cuando disfrutemos a Dios como nuestro Salvador, exultando en El, le magnificaremos como nuestro Señor.

  Cuando magnificamos a Dios nuestro Señor, servimos a Dios. En realidad, magnificar al Señor es servirle como Señor. Nos debe impresionar el hecho de que servir al Señor no consiste principalmente en obrar para El. Al contrario, el aspecto más importante de servir al Señor es magnificarle. Necesitamos ser aquellos que lleven una vida en la cual no meramente obremos para Dios, sino que lo magnifiquemos.

  Magnificar al Señor no está relacionado con nuestro espíritu, sino con nuestra alma. Esto quiere decir que magnificar al Señor está relacionado con nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad. Incluye nuestros pensamientos, nuestras preferencias y nuestras decisiones. En todas estas cosas el Señor debe ser magnificado. El debería ser magnificado en nuestros pensamientos, en nuestras preferencias y en nuestras decisiones con relación a cada dirección que tomemos.

  María disfrutó a Dios en su espíritu como su Salvador. Luego su alma, su ser con su mente, parte emotiva y voluntad, magnificó al Señor. Cuando María habló estas palabras, ella aún vivía en la conclusión de los tiempos del Antiguo Testamento. Ella no había sido introducida completamente en la época del Nuevo Testamento. No obstante, ella pudo ser una persona cuyo espíritu exultó en Dios su Salvador y cuya alma magnificó al Señor. Ciertamente necesitamos aprender de ella al exultar en el Señor con nuestro espíritu y al magnificarle con nuestra alma.

Alaba la misericordia de Dios y Sus obras poderosas

  En 1:48-50 María dice: “Porque ha mirado la bajeza de Su esclava; pues he aquí, desde ahora me tendrán por bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; santo es Su nombre, y Su misericordia es de generación en generación a los que le temen”. Tanto María como Zacarías recalcan la misericordia de Dios (vs. 54, 58, 72, 78), dándose cuenta así de la bajeza de su condición (v. 48) y reconociendo humildemente (v. 52) que no eran dignos del favor de Dios. La misericordia de Dios y Su gracia son la expresión de Su amor. Cuando estamos en una condición miserable, primero la misericordia de Dios llega hasta nosotros y nos lleva a una situación en la cual Dios puede favorecernos con Su gracia. Por ejemplo, 15:20-24 nos dice que cuando el padre vio regresar al hijo pródigo, tuvo compasión de él. Esa es la misericordia, la cual expresa el amor del padre. Luego el padre le vistió con la mejor túnica y le alimentó con el becerro gordo. Esa es la gracia, la cual también manifiesta el amor del padre. La misericordia de Dios va más allá y llena el espacio que existe entre nosotros y la gracia de Dios.

  En cierto sentido, María conocía más a Dios que muchos de los creyentes de hoy en día. En su alabanza habla de la misericordia de Dios, pero no menciona Su gracia. Para recibir la gracia de Dios, necesitamos estar en una condición propicia. Sin embargo, María se dio cuenta de que ella y toda la gente de aquella época estaban en una condición lamentable. Ya que estaban en una condición miserable, necesitaban la misericordia de Dios.

  María alababa a Dios por Su misericordia y Sus obras poderosas. En los versículos 51 y 52 ella dice: “Hizo proezas con Su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes”. Dios hizo proezas al cuidar a Su pueblo, que estaba en una condición lamentable. Puesto que la condición de ellos era tan baja, necesitaban que la misericordia de Dios llegara hasta ellos, porque Su misericordia se extiende más allá de Su gracia.

  En 1:53-55 María dice: “A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos despidió vacíos. Socorrió a Israel Su siervo, acordándose de la misericordia, tal como habló a nuestros padres, para con Abraham y su descendencia para siempre”. El versículo 55 hace referencia a la fidelidad de Dios en guardar Su palabra. Tanto María como Zacarías recalcan no solamente la misericordia de Dios sino también Su fidelidad (vs. 70, 72). La misericordia de Dios remedia la condición de ellos, y Su fidelidad mantiene y salvaguarda Su posición para que El les pueda favorecer con Sus hechos de gracia.

  Las promesas de Dios a Abraham, Isaac, y Jacob era Su palabra fiel. Ahora Dios visitaba a Su pueblo conforme a esas promesas.

  Debemos apreciar la alabanza de María. Ella era una mujer joven cuando pronunció esta alabanza, pues probablemente tenía unos veinte años. A pesar de ser tan joven, pudo ofrecer una alabanza que era una composición de las citas del Antiguo Testamento, la cual se relacionaba con lo que experimentó de Dios como su Salvador y Señor. Ella pudo hablar de la misericordia de Dios y de Sus obras poderosas en el cuidado de Su pueblo conforme a las promesas fieles dadas a los padres.

  Al considerar la alabanza de María, podemos ver la razón por la cual ella fue escogida por Dios para concebir al Salvador-Hombre. Sin duda, María también enseñó al Señor Jesús numerosos pasajes de las Escrituras al ir creciendo El.

  La alabanza de María no se relacionaba con la doctrina, sino con la experiencia. Alabó a Dios basándose en su experiencia. María dijo que su espíritu exultó en Dios su Salvador y su alma magnificó al Señor. Esto se basa en la experiencia. Luego alabó a Dios en Su misericordia y en Sus hechos fieles al cuidar a Su pueblo, el cual estaba en una condición lamentable. Las obras de Dios concordaban con Su promesa y Su palabra fiel que El mismo dio a los padres.

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