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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Marcos»
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Mensaje 55

UNA VIDA QUE CONCUERDA CON LA ECONOMIA NEOTESTAMENTARIA DE DIOS Y QUE LA CUMPLE

(4)

  Lectura bíblica: Mr. 1:1, 4, 9-10

  En este mensaje seguiremos examinando la vida que concuerda con la economía neotestamentaria de Dios y que la cumple, según consta en el Evangelio de Marcos.

  No es sencillo estudiar el Evangelio de Marcos, pues es fácil desviarse del tema central. Muchos hemos seguido caminos equivocados en el estudio de dicho libro, como por ejemplo, pensar que se trata de una simple biografía del Señor Jesús, o de una colección de relatos acerca de El. Por supuesto, no es erróneo decir esto. En efecto, consta de una biografía del Señor, y contiene muchas historias acerca de Su vida. Pero si entramos en sus profundidades veremos que este evangelio es más que una biografía y que un libro de historias. El Evangelio de Marcos presenta una vida que concuerda con la economía neotestamentaria de Dios.

EL COMIENZO DEL EVANGELIO DE JESUCRISTO

  En este mensaje prestaremos especial atención a Marcos 1:1 que dice: “Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”. Este versículo no presenta el título de una biografía ni de un libro de historias, sino tres expresiones principales: el principio, el evangelio y Jesucristo.

  En 1:1 la palabra evangelio se emplea en una manera nueva, no utilizada anteriormente. Desde Adán hasta Jesucristo jamás hubo algo en la cultura o civilización humana que corresponda con la connotación que tiene la palabra evangelio en el Nuevo Testamento.

  Juan 1:1 y Marcos 1:1 usan la palabra principio. En Juan 1:1 dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios”. En este versículo la palabra principio denota la eternidad, y la manera en que Juan la emplea es muy misteriosa. Marcos, por su parte, habla del principio del evangelio. De los cuatro evangelios, Marcos es el único que inicia con la clara expresión: Principio del evangelio.

  Las primeras palabras del Evangelio de Marcos deben dejar una profunda impresión en nosotros. La cláusula principio del evangelio indica que Marcos no presenta una mera biografía de un nazareno llamado Jesucristo ni un simple libro de historias; más bien, habla del principio del evangelio. Se puede decir, por lo menos hasta cierto punto o en cierto sentido, que el Evangelio de Marcos trata del comienzo del evangelio.

La continuación del evangelio

  Si en Marcos se halla el comienzo del evangelio, ¿dónde está la continuación? La continuación se ve en el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo se derramó sobre los discípulos que habían sido escogidos y preparados. Pedro, Jacobo, Juan y los otros discípulos habían sido escogidos por Dios y llamados personalmente por Jesucristo. Después de ser llamados, fueron preparados por el Señor. Durante los diez días anteriores al día de Pentecostés, los ciento veinte oraban. ¿Sabe usted dónde estaban ellos en aquellos días? Estaban en los cielos, en la ascensión del Señor. Habían sido introducidos en la muerte, la resurrección y la ascensión de Cristo, y en el día de Pentecostés recibieron el derramamiento del Espíritu Santo. Así que, en aquel día se daba continuación al evangelio. Por tanto, en Marcos está el principio del evangelio, y en Hechos, la continuación, la cual aún sigue hasta hoy, y de la cual somos partícipes.

Las cosas viejas llegan a su fin

  La palabra principio en Marcos 1:1 implica que las cosas viejas llegan a su fin. Piense por un momento en lo que estaba presente en el tiempo de Marcos 1:1: la cultura, las naciones gentiles, el pueblo escogido de Dios, la promesa, la ley, el Antiguo Testamento, el templo, el sistema del servicio sacerdotal, y la manera correcta de adorar a Dios según las ordenanzas. Con esto vemos que había muchas cosas buenas y positivas; algunas incluso habían sido ordenadas por Dios. El Antiguo Testamento fue dado por Dios, y el propio Dios había estipulado todas las leyes, las ordenanzas, los ritos, las prácticas, los reglamentos y los servicios contenidos en él. El templo, el sacerdocio y el sistema de adoración fueron sancionados por El. Pero ahora, en Marcos 1:1, entre todas estas cosas buenas y positivas, se habla del principio de algo más: el principio del evangelio de Jesucristo.

  Este principio implica el fin de muchas cosas que llevaban cuatro mil años de existencia. En efecto, alude al fin de todo lo que no es el propio Dios. Algunas cosas habían existido ya por cientos y aun miles de años. Ahora, se daba un nuevo principio, un principio que le ponía fin a todo que no fuese Dios.

  Entre los expositores de la Biblia han existido opiniones diferentes respecto al principio del evangelio. Algunos aseguran que comenzó cuando Juan el Bautista salió a ministrar, otros dicen que fue cuando Jesús comenzó a predicar; y aun otros afirman que se dio en el día de Pentecostés.

  A los que leen el Nuevo Testamento se les dificulta entender que el principio del evangelio de Jesucristo incluye la eliminación de todo lo viejo. Al examinar esto debemos recordar que el Evangelio de Marcos revela a Jesucristo como el reemplazo universal que lo es todo.

  Analice por un momento lo que aconteció en el monte de la transfiguración (9:2-13). El Señor Jesús tomó consigo a Pedro, Jacobo y Juan y los llevó a un monte alto. Y “se transfiguró delante de ellos. Y Sus vestidos se volvieron relucientes, muy blancos, como ningún batanero en la tierra los podría emblanquecer” (9:2-3). Luego se les aparecieron Moisés y Elías (v. 4). Pedro, sumamente emocionado, aun fuera de sí, dijo a Jesús: “Rabí, bueno es que nosotros estemos aquí; hagamos tres tiendas, una para Ti, otra para Moisés, y otra para Elías” (v. 5). Lo que dijo Pedro aparentemente era algo razonable, pues el Señor Jesús y los dos personajes más prominentes del Antiguo Testamento estaban presentes en el monte, pero en realidad fue una insensatez. De pronto “apareció una nube que los cubrió, y vino de la nube una voz: Este es Mi Hijo, el Amado; a El oíd” (v. 7). Cuando los discípulos miraron alrededor, “no vieron más a nadie consigo, sino a Jesús solo” (v. 8).

  Podemos decir que tanto Moisés, quien representaba la ley del Antiguo Testamento, como Elías, quien representaba a los profetas, fueron reemplazados por Cristo. Según la costumbre judía, el pueblo de Dios consideraba que el Antiguo Testamento tenía dos secciones principales: la Ley y los Profetas. Por tanto, al reemplazar Cristo a Moisés y a Elías, representantes del Antiguo Testamento, en realidad reemplazaba el Antiguo Testamento en su totalidad.

  Por el lado negativo, el principio del evangelio implica una eliminación, en la cual somos incluidos, una eliminación que lo incluye todo: la cultura, las naciones, a Israel, la ley, los profetas, las prácticas, el modo de adorar según el Antiguo Testamento, el templo, el altar, el sacerdocio y el sistema de ofrendas. Ahora al leer Marcos 1:1 debemos entender que el principio del evangelio representa la eliminación de todo lo viejo.

EL DIOS TRIUNO COMO VIDA SE FORJA EN NOSOTROS

  El capítulo uno del Evangelio de Marcos indica que a la cultura, la religión, la ética y al esfuerzo humano por ser moral, santo, ortodoxo y victorioso se les debe poner fin. Sin embargo, por más de diecinueve siglos, desde que el Señor Jesús estuvo en la tierra, entre los cristianos ha prevalecido esto mismo y muy poco se ha experimentado a Cristo. Lo que sí abundan son los libros que hablan de la santidad, la espiritualidad y la victoria.

  No podemos negar que la epístola de Jacobo tenga algún valor espiritual, pues nos ayuda a ser longánimos y a tener perseverancia. Jacobo hace mención de la longanimidad de los profetas y de la perseverancia de Job. También nos enseña a orar como lo hizo Elías. Sus escritos contienen una sabiduría similar a la que se halla en los proverbios de Salomón. Todo esto es bastante bueno. No obstante, con relación a la economía neotestamentaria de Dios debe ser eliminado y Cristo debe reemplazarlo todo. Como recalcamos en este mensaje, el principio que se menciona en Marcos 1:1 implica justamente esto.

  Si el hermano Jacobo estuviera con nosotros hoy, le preguntaríamos si se daba cuenta de que las cosas del Antiguo Testamento debían llegar a su fin. Jacobo, el anciano principal de la iglesia en Jerusalén, no dirige su epístola a la iglesia ni a los santos del Nuevo Testamento, sino a las doce tribus. Además, nos preguntamos por qué en su epístola no nos enseñó a orar conforme al Nuevo Testamento.

  Jacobo ha sido un ejemplo de piedad, devoción, santidad, ética, espiritualidad y victoria, y muchos creyentes a lo largo de los siglos lo han tomado como ejemplo.

  Quisiera pedirles que verifiquen su experiencia y vean si todavía mantienen el concepto de que como cristianos deben procurar reformarse, amar a Dios más y comportarse de modo que lo glorifique. Al mencionar estas cosas, algunos tal vez digan en sus corazones: “¿Qué tiene de malo tratar de mejorar, amar más a Dios y llevar una vida que lo glorifique? ¿Acaso se opone usted a que se mejore el carácter? ¿No le interesa que los creyentes amen a Dios y lo glorifiquen? ¿Está enseñando usted que no nos preocupemos por ser éticos? ¿Qué clase de enseñanza está promoviendo?” Por supuesto, no negamos la importancia de tener un carácter y un comportamiento correctos; tampoco decimos que no debamos ser éticos ni morales, ni que no debamos amar al Señor ni glorificarle. En lo que se refiere a la vida humana en la sociedad, a todos nos debe importar la moralidad, la ética, el comportamiento y el carácter. Pero la esencia de lo que estamos diciendo es que la economía neotestamentaria de Dios encierra algo mucho más elevado. Dicha economía consiste en que el Dios Triuno como vida se forje en nosotros para que le vivamos y lleguemos a ser miembros del Cuerpo de Cristo con miras a Su expresión.

LAS VIRTUDES CRISTIANAS COMO PRODUCTO DE LA VIDA DIVINA

  Tal vez pueda mostrarles la diferencia entre la ética humana y la vida que concuerda con la economía neotestamentaria, contándoles lo que enseñaban algunos misioneros en la China hace varios años. Ellos afirmaban que la Biblia y Confucio enseñaban lo mismo. Decían que ambos enseñaban que se debía honrar a los padres y que las mujeres debían estar sujetas a su maridos. También decían que tanto la Biblia como Confucio enseñaban la humildad, la honestidad, la integridad, la fidelidad y otras virtudes semejantes a éstas. Escuché eso por primera vez cuando estaba en la escuela primaria. Más tarde, cuando era un adolescente, comencé a decirme a mí mismo: “Si la Biblia y Confucio enseñan lo mismo, ¿cuál era el objetivo de que los misioneros vinieran a la China? Si no hay ninguna diferencia entre lo que enseñan la Biblia y Confucio, entonces no es necesario que los misioneros nos enseñen lo que dice la Biblia”.

  A la edad de diecinueve años fui salvo, gracias a la misericordia del Señor. Pero aún me seguía inquietando el interrogante en cuanto a la diferencia que había, si es que la había, entre las enseñanzas de la Biblia y las de Confucio. Seguía con el deseo de conocer la diferencia entre las virtudes de las que enseñaba Confucio y las virtudes cristianas de las que habla la Biblia. Pasaron algunos años y no lo logré. Después de casi diez años de estudiar la Biblia, mis ojos fueron abiertos y vi que Cristo lo es todo. De ahí en adelante empecé a comprender que El era el centro y la circunferencia de la economía neotestamentaria de Dios, comencé a ver la diferencia entre las virtudes humanas de las que hablaba Confucio y las virtudes cristianas de las que enseña la Biblia. Me di cuenta de que las primeras son producto del esfuerzo humano y no poseen a Dios como su esencia, mientras que las últimas provienen de una fuente diferente. Las virtudes cristianas son producto de la vida divina que se expresa en el vivir de los creyentes. Además, estas virtudes están relacionadas esencialmente con la naturaleza divina. ¡Cuánta diferencia hay entre las virtudes humanas que son el producto del esfuerzo humano y las virtudes cristianas que son producto de la vida y la naturaleza divinas que están dentro de nosotros!

  Se puede mostrar la diferencia entre las virtudes humanas según Confucio y las virtudes cristianas de las que habla la Biblia haciendo una comparación entre el ladrillo y el oro. Al examinar un ladrillo, tal vez no le encontremos ningún defecto. Pero si lo comparamos con el oro, veremos una gran diferencia entre los dos. Asimismo, existe una gran diferencia entre las virtudes humanas y las virtudes cristianas producidas por la vida y la naturaleza divinas.

  Es muy trágico que la mayoría de los cristianos, incluyendo a los maestros, no han tenido una clara visión de la diferencia entre las virtudes humanas y las virtudes cristianas auténticas. Las virtudes de las que enseñan Confucio y otros filósofos son solamente humanas. No poseen nada de la esencia divina ni tienen nada que ver con la vida ni la naturaleza de Dios, mucho menos con El directamente.

  Las virtudes de las que habla la Biblia son muy diferentes a las virtudes meramente humanas. La diferencia yace en que la naturaleza de las virtudes cristianas es la naturaleza de Dios. Acerca de esto, Pedro, en su segunda epístola, dice que hemos llegado a ser partícipes de la naturaleza divina (2 P. 1:4). Así que, las virtudes cristianas son producto, no del esfuerzo externo, sino de la naturaleza interna, la naturaleza divina que recibimos mediante la regeneración. Las virtudes cristianas están relacionadas esencialmente con la vida divina, la naturaleza divina y con el propio Dios.

  Hablando en términos humanos, y por el bien de la sociedad, a todos nos deben interesar la ética, la moralidad, el comportamiento y el carácter. Para llevar una vida social apropiada debemos dar énfasis a estas cosas. Sin embargo, para vivir a Dios y expresarle, las virtudes simplemente humanas no son suficientes y llegan a ser un obstáculo que impide que vivamos al Señor y le expresemos.

  Si queremos vivir a Dios y expresarle es necesario que entendamos que se le debe poner fin inclusive a las virtudes humanas naturales, lo cual es importante para que se introduzca el principio del evangelio de Jesucristo. Este principio del evangelio alude a la eliminación de todo lo que no sea el propio Dios.

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