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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Marcos»
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Mensaje 60

UNA VIDA QUE CONCUERDA CON LA ECONOMIA NEOTESTAMENTARIA DE DIOS Y QUE LA CUMPLE

(9)

  Lectura bíblica: Mr. 8:27-31; 9:30-31; 10:32-34; Jn. 20:31; 2 Co. 1:21-22; Gá. 2:20

  En Mr. 8:27-38; 9:1 el Señor Jesús es reconocido como el Cristo, y posteriormente revela Su muerte y Su resurrección por primera vez. Es muy significativo que esta revelación se diera inmediatamente después de la sanidad del ciego en Betsaida (Mr. 8:22-26). Antes de revelarse, el Señor sanó a un ciego, lo cual indica que para poder ver la revelación de Cristo, Su muerte y Su resurrección es necesario que seamos sanados de nuestra ceguera.

  A pesar de que el Señor Jesús sanó la ceguera de los discípulos, ellos siguieron sin comprender quién era El y qué significaban Su muerte y Su resurrección.

  Si comparamos 8:27—9:1 con la sección correspondiente en Mateo 16 veremos una diferencia que consta de tres puntos. En primer lugar, en Marcos 8:29 Pedro dice: “¡Tú eres el Cristo!” Sin embargo, en Mateo 16:16 él dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Marcos no incluye el hecho de que Jesús sea el Hijo del Dios viviente. En segundo lugar, en Mateo 16:18 el Señor Jesús dice: “Y Yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré Mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. Marcos, por su parte, no hace ninguna mención de la edificación de la iglesia. En tercer lugar, Mateo 16:19 dice: “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra habrá sido atado en los cielos; y lo que desates en la tierra habrá sido desatado en los cielos”. Marcos no incluyó nada de esto en su relato. Estas diferencias se deben a que Marcos sencillamente nos presenta una biografía completa del Señor, y no se preocupó por incluir muchos de los puntos doctrinales.

UNGIDO PARA IMPARTIR AL DIOS TRIUNO EN SU PUEBLO

  Ya vimos que en Marcos 8:29 a Pedro le fue revelado que Jesús es el Cristo. ¿Cuál es el significado del título el Cristo? ¿Qué significa el vocablo griego? Sabemos que cristos quiere decir el ungido. Según la tipología del Antiguo Testamento, siempre que se ungía a una persona era con un propósito específico. ¿Qué objetivo tiene que el Señor sea el Cristo, el Ungido? ¿Con qué propósito se le ungió?

  Quizás algunos digan que el Señor fue ungido para cumplir el propósito de Dios, ser un Rey y un Sacerdote. Cuando yo era joven, los maestros de las asambleas de los Hermanos me enseñaron que el título Cristo significaba que Dios había ungido al Señor Jesús para que realizara Su comisión, es decir, para que llevara a cabo el propósito de Dios y cumpliera Su meta. Esto es verdad, y lo creo firmemente. No obstante, esta manera de entender el significado del título Cristo carece de algo.

  El Señor Jesús fue ungido por Dios para que cumpliera Su comisión, parte de la cual era impartir al Dios Triuno en Sus escogidos. Así que, como Ungido, ésta era Su comisión.

  Marcos no subraya que el Señor Jesús fuera ungido para ser el Rey, el Sacerdote y el Profeta. Más bien, en este evangelio vemos que se le ungió para que cumpliera la comisión que consistía en sembrar a Dios en Sus escogidos. Así que, el Señor es el Cristo, el Ungido, con el fin de llevar a cabo dicha siembra.

  Pablo, refiriéndose a Cristo, el Ungido, escribe: “Y el que nos adhiere firmemente con vosotros a Cristo, y el que nos ungió, es Dios, el cual también nos ha sellado, y nos ha dado en arras el Espíritu en nuestros corazones” (2 Co. 1:21-22). Estos versículos hablan de que Dios nos ha adherido a Cristo, el Ungido, y no dan ningún indicio que muestre que la comisión de éste consistiera en ser un rey o un profeta. A El se le encomendó sembrar al Dios Triuno en nuestro ser e impartirnos así la vida divina. ¿Se había dado cuenta usted que esto es lo que se le comisionó al Señor al dársele el título el Cristo?

  Usted probablemente ha escuchado las enseñanzas que realzan el hecho de que, como Ungido de Dios, a Cristo se le ungió para que llevara a cabo la comisión de Dios, estableciera el reino de Dios y fuera un Rey, un Sacerdote y un Profeta. Sin embargo, es posible que nunca haya oído que Dios ungió a Cristo para que cumpliera la comisión específica de impartirnos la vida divina al sembrarse en nuestro ser. Cristo fue ungido para que sembrara al Dios Triuno como semilla de vida en nosotros. Según la revelación neotestamentaria, éste es el primer aspecto de Su comisión, el cual todos debemos captar. Este aspecto no consistía en que El fuera un rey o un profeta, sino un Sembrador, uno que siembra al Dios Triuno en nosotros.

LA PERSONA Y LA COMISION DEL SEÑOR

  Juan 20:31 dice: “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en Su nombre”. Durante muchos años me inquietó este versículo. No podía entender por qué hablaba no sólo del Hijo de Dios sino también del Cristo. Se me había enseñado que Cristo era el Ungido de Dios con el propósito de llevar a cabo la comisión divina, a saber, establecer el reino. ¿Por qué entonces se necesitaba creer que Jesús es el Cristo para tener vida eterna? Pensaba que entre tanto que uno creyera en el Hijo de Dios era suficiente para obtenerla. Juan 20:31 es un versículo que nos dice claramente que tenemos que creer en Cristo para tener vida eterna. El Nuevo Testamento afirma que se tiene vida eterna creyendo en el Hijo de Dios (Jn. 3:16). Con el tiempo entendí que el Hijo de Dios se refiere a la persona del Señor, mientras que Cristo, a Su comisión. Necesitamos creer que Jesús es el Hijo de Dios porque Su persona está ligada a la vida eterna. Pero para que el Hijo de Dios lleve a cabo la comisión de impartirse en nosotros como vida, El tiene que ser el Ungido de Dios. Puesto que el Señor Jesús es el Cristo, El se imparte a nosotros como Hijo de Dios para que tengamos vida eterna.

EL ENTENDIMIENTO DE LOS DISCIPULOS EN CUANTO A LOS EVENTOS NARRADOS EN MARCOS

  En el Evangelio de Marcos la principal obra que el Señor Jesús realizó en Sus discípulos no fue adiestrarlos, sino llevarlos consigo por dondequiera que iba para que observaran cómo vivía. Ellos oyeron las palabras del Señor y fueron testigos de Sus acciones. Observaron cómo se condujo en los diversos casos. Por supuesto, la interpretación de estos no estaba disponible cuando ocurrieron. En una ocasión, los discípulos se asombraron cuando Jesús iba delante de ellos a Jerusalén: “Iban por el camino subiendo a Jerusalén, y Jesús iba delante de ellos; y ellos estaban asombrados, y los que iban atrás tenían miedo” (10:32).

  Según el Evangelio de Marcos, el Señor Jesús llevó consigo a los discípulos a dondequiera que fue. Ellos estuvieron con El cuando entró en Jerusalén, cuando purificó el templo, cuando posó en Betania, cuando comió la fiesta de la Pascua y estableció Su mesa, y cuando fue traicionado y arrestado.

  Después de la muerte, resurrección y ascensión del Señor, los discípulos entendieron el significado de todo lo que había acontecido. Pedro, en su primera epístola, dice: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según Su grande misericordia nos ha regenerado para una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos” (1 P. 1:3). Este versículo indica que los ojos de Pedro fueron abiertos y que él estaba lleno del conocimiento de lo que el Señor había hecho en él.

  Después del día de Pentecostés, Pedro entendió lo que había experimentado con el Salvador. Tal vez se dijo: “Ahora comprendo por qué el Señor fue a Jerusalén tan audazmente. Ahora veo que al ser juzgado y crucificado El, yo fui incluido. Cuando El fue crucificado y sepultado, yo experimenté lo mismo junto con El. Cuando resucitó, yo resucité con El. El me llevaba consigo; ahora yo le llevo conmigo, ya que El está en mí y Yo en El. Desde que el Señor me llamó, empezó a introducirme en Sí mismo y también a sembrarse en mí. ¡Alabado sea el Señor que ahora está en mí y yo estoy en El! ¡El Señor y yo somos uno!”

  Quizás algunos se pregunten cómo sabemos que más tarde Pedro y los otros discípulos llegaron a tener este entendimiento de los acontecimientos narrados en Marcos. Nuestra base para decir esto es lo que está escrito en las epístolas. Las epístolas del Nuevo Testamento son la interpretación de la biografía del Señor Jesús contenida en el Evangelio de Marcos.

LA CEGUERA DE LOS DISCIPULOS

  En el Evangelio de Marcos vemos que los discípulos del Señor estaban ciegos y sin entendimiento. En 8:31 el Señor les habló claramente con respecto a Su muerte y resurrección: “Y comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre padecer muchas cosas, y ser rechazado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días”. Aunque les habló claramente, los discípulos no le entendieron.

  Los discípulos no recibieron la revelación de la muerte y la resurrección del Señor la primera vez, por lo cual El les volvió a hablar de ella en 9:31: “Porque enseñaba a Sus discípulos. Y les decía: El Hijo del Hombre es entregado en manos de hombres, y le matarán; y después de muerto, resucitará al tercer día”. El versículo 32 dice que “ellos no entendían esta palabra, y tenían miedo de preguntarle”.

  En 9:33-34 se da un indicio adicional que muestra cuán ciegos estaban los discípulos y lo incapaces que eran para entender la palabra del Señor acerca de Su muerte y Su resurrección. Después de que llegaron a Capernaum, el Señor les preguntó: “¿Qué discutías en el camino?” (v. 33). Mas ellos callaron; “porque en el camino habían disputado entre sí, quién era mayor”. ¡Cuán ciegos estaban! El Señor les había dicho claramente que había de ser muerto y que después de tres días resucitaría, pero ellos no entendieron ni siquiera una palabra. De hecho, inmediatamente después de que les reveló Su muerte y Su resurrección por segunda vez, ellos discutieron entre sí quién era el mayor entre ellos.

  En 10:32 el Señor Jesús subió a Jerusalén con Sus discípulos, y en 10:33-34 se narra la tercera revelación que el Señor hizo acerca de Su muerte y Su resurrección: “He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles; y le escarnecerán, le escupirán, y le azotarán, y le matarán; y después de tres días resucitará”. Inmediatamente después de que el Señor les dijera estas palabras, Jacobo y Juan le dijeron: “Maestro, queremos que hagas por nosotros lo que te pidamos” (10:35). Al preguntarles qué querían que hiciera por ellos, dijeron: “Concédenos que en Tu gloria nos sentemos el uno a Tu derecha, y el otro a Tu izquierda” (vs. 36-37). Cuando los otros discípulos oyeron esto, “comenzaron a indignarse con respecto a Jacobo y a Juan” (v. 41). Todo esto indica que los discípulos no entendían la revelación que el Señor hacía de Su muerte y Su resurrección.

NECESITAMOS SER LLEVADOS A LA CRUZ

  A pesar de que los discípulos estaban ciegos y carecían de entendimiento, el Señor Jesús no se desviaba de Su meta. Su intención era llevarlos consigo a la cruz. Sabía que cuando fuera crucificado, ellos serían crucificados con El.

  La petición que hicieron Jacobo y Juan de sentarse el uno a la derecha y el otro a la izquierda del Señor en Su gloria, más la indignación de los diez, muestra que todos estaban ciegos y necesitados de sanidad. Es muy significativo, por tanto, que la próxima sección de Marcos trate de la sanidad del ciego Bartimeo (10:46-52). El ciego Bartimeo representa a todos los discípulos, incluyéndonos a nosotros, pues también estamos ciegos y necesitamos que el Señor nos sane. Prueba de ello es el hecho de que tal vez escuchamos muchos mensajes y no vemos nada. En lugar de recibir la revelación del Señor, tal vez continuemos aferrados a nuestros conceptos. Es posible que ni siquiera sepamos lo que significa morir con Cristo ni participar en Su resurrección. Sin duda, necesitamos ser llevados a la cruz.

  Cuando crucificaron al Señor Jesús, al parecer fue crucificado solo. Pero en realidad, a los ojos de Dios, los discípulos y nosotros fuimos crucificados juntamente con Cristo. Esto lo revelan las epístolas.

  Cuando analizamos la conducta de los discípulos nos damos cuenta que cada uno de ellos era peculiar, y si nos examinamos a nosotros mismos con seriedad descubriremos que también nosotros somos raros y hasta anormales. Pero ¿qué haremos al respecto? No debemos hacer nada porque el Señor ya hizo lo que se necesitaba: nos introdujo en Su muerte, nos crucificó a todos juntamente con El.

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