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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Romanos»
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Mensaje 13

LA ESCLAVITUD DE LA LEY EN NUESTRA CARNE

(2)

  Lectura bíblica: Ro. 7:7-25

II. LAS TRES LEYES

  En el mensaje anterior vimos los dos maridos revelados en Ro. 7:1-6. En este mensaje examinaremos las tres leyes presentadas en Romanos 7:7-25. Quisiera leer cada versículo y, cuando sea necesario, hacer comentarios adicionales.

  “¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? ¡De ninguna manera! Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás” (v. 7). Este versículo explica claramente que la ley nos trae el conocimiento del pecado, porque la misma pone al descubierto el pecado y lo identifica como tal.

  “Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto” (v. 8). El pecado utiliza la ley, y ésta ayuda al pecado a obrar en nosotros. Por lo tanto, la ley no fue dada para ayudarnos, sino para ayudar al pecado. Sin la ley, o aparte de ella, el pecado estaría muerto.

  “Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí” (v. 9). Ciertamente la ley no nos ayuda a nosotros, sino al pecado. La ley vino para revivir el pecado, para hacer que el pecado viva. Antes de que la ley viniera, el pecado estaba inactivo. Sin embargo, cuando la ley apareció, el pecado fue avivado y revivido.

  “Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte” (v. 10). Aunque se suponía que la ley era para vida, finalmente, por lo que a nosotros se refiere, resultó para muerte.

  “Porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató” (v. 11). El pecado es un homicida y la ley es el instrumento con el cual el pecado nos mata. Sin un instrumento asesino, sería difícil matar al hombre. El pecado, al usar la ley, primero nos engaña y luego nos mata. Puesto que sólo las personas pueden engañar y matar, debemos considerar el pecado como la personificación misma de Satanás.

  “De manera que la ley es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (v. 12). No hay ningún problema con respecto a la naturaleza de la ley. La naturaleza, la esencia, de la ley es santa, justa y buena.

  “¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? De ninguna manera; sino que el pecado lo fue para mostrarse pecado produciendo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso” (v. 13). Este versículo ofrece evidencia adicional de que la ley no nos beneficia para nada. Por el contrario, la ley causa que el pecado se vuelva extremadamente pecaminoso. ¿Todavía se siente usted atraído por la ley? Lo que debemos hacer es mantenernos alejados de ella.

  “Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy de carne, vendido al pecado” (v. 14). La expresión vendido al pecado significa que el pecado es el comprador, el amo que nos ha comprado, y que nosotros hemos sido vendidos a él.

  “Porque lo que hago, no lo admito; pues no practico lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago” (v. 15). La expresión no lo admito en este pasaje no significa que no tenemos conocimiento de lo que hacemos, pues ¿cómo podríamos decir que no sabemos lo que hacemos? Ciertamente lo sabemos. Este versículo quiere decir que Pablo no admitía lo que hacía. En otras palabras, aunque podemos actuar incorrectamente, no admitimos ni aprobamos lo que hacemos.

  “Y si lo que no quiero, esto hago, estoy de acuerdo con que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien obra aquello, sino el pecado que mora en mí” (vs. 16-17). Pablo afirma que ya no es él quien hace lo que no desea hacer, sino que es el pecado mismo que mora en él quien obra aquello. La palabra mora no es la misma palabra griega que comúnmente se traduce “permanece”, sino otra palabra griega que significa “hace hogar”, pues la raíz del verbo significa “hogar o casa”. Por lo tanto, este versículo no quiere decir que el pecado simplemente permanece en nosotros por algún tiempo, sino que hace su hogar en nosotros. De manera que ya no somos nosotros los que hacemos el mal que no deseamos hacer, sino que el pecado que hace su hogar en nosotros es el que actúa de esta manera.

  “Pues yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (v. 18). Pablo no dice que no hay nada bueno en él; lo que dice es que no hay nada bueno en su carne. Debemos poner mucha atención al calificativo usado por Pablo, a saber: “en mi carne”. Nunca diga que no hay nada bueno en usted, pues ciertamente el bien está en usted. No obstante, en su carne, es decir, en su cuerpo caído, no mora el bien. En nuestro cuerpo caído, al cual la Biblia llama “carne”, mora el pecado con todas sus concupiscencias. Así que, en nuestra carne no se halla nada bueno.

  “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso practico” (v. 19). Este versículo demuestra que sí hay algo bueno en nosotros, porque el deseo de hacer lo bueno está en nuestro ser. No obstante, somos incapaces de cumplir lo que nos proponemos.

  “Mas si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que yo, queriendo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está conmigo” (vs. 20-21). El versículo 21 menciona la ley que opera siempre que deseamos hacer el bien. Esta ley es maligna, pues siempre que intentamos hacer el bien, el mal está presente en nosotros. En este versículo la palabra griega traducida “el mal” denota aquello que es maligno en carácter.

  “Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que está en guerra contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros” (vs. 22-23). El versículo 22 menciona la ley de Dios en la cual Pablo se deleitaba según el hombre interior. Podemos nombrar a ésta como la ley número uno. En el versículo 23 Pablo se refiere a la ley de la mente, la ley que podemos llamar la ley número dos. Puesto que esta ley es la ley de la mente, y siendo la mente una parte del alma, entendemos que hay una ley en nuestra alma. El versículo 23 también menciona lo que Pablo llama “otra ley en mis miembros”. Ya que esta ley está en nuestros miembros, los cuales son parte de nuestra carne o cuerpo caído, podemos ver que en nuestra carne hay otra ley. Esta ley, la ley número tres, está en guerra contra la ley de nuestra mente. En 7:23 encontramos dos leyes combatiendo una contra la otra. Pablo dice que esta “otra ley en mis miembros” nos lleva cautivos a la ley del pecado. Esta “ley del pecado que está en mis miembros” equivale a la “otra ley en mis miembros” que se menciona al principio de este versículo. Ésta es la tercera ley. Así que en este versículo hallamos dos leyes: una buena ley que está en nuestra mente, y otra, una ley maligna, que reside en nuestros miembros.

  “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?” (v. 24). ¿Por qué nuestro cuerpo es denominado el cuerpo de esta muerte? Porque en nuestro cuerpo se halla la ley del mal que combate contra la ley del bien, en nuestra alma. La ley maligna hace de nuestro cuerpo “el cuerpo de esta muerte”. ¿Qué es esta muerte? Esta muerte consiste en ser derrotados y en ser llevados cautivos por la ley del pecado en nuestro cuerpo.

  “Gracias sean dadas a Dios, por medio de Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado” (v. 25). Este versículo nos da la respuesta a la pregunta planteada en el versículo anterior. Según el versículo 25 el ser liberado del cuerpo de muerte se logra por medio de Jesucristo nuestro Señor. En este versículo Pablo nos dice que él se esforzaba para servir a la ley de Dios como esclavo, no en su espíritu por medio del Señor Jesús, sino con su mente y por sí mismo. Y también nos dice que con su carne servía a la ley del pecado.

  En resumen, en 7:7-25 se habla de tres leyes, y podemos ver en dónde se localizan.

A. La ley de Dios

  La ley de Dios es justa, buena, santa y espiritual (vs. 12, 14, 16). Esta ley se encuentra fuera de nosotros; podemos decir que está sobre nosotros. Esta ley impone muchas exigencias y requisitos sobre el hombre caído con el fin de ponerlo de manifiesto (vs. 7-11).

B. La ley del bien

  Mientras que la ley de Dios se encuentra sobre y fuera de nosotros, exigiéndonos mucho, la ley del bien se halla en nuestra mente, esto es, en nuestra alma (vs. 23, 22). Podemos decir que la ley del bien que está en nuestra mente corresponde con la ley de Dios y reacciona a sus exigencias, tratando de cumplirlas (vs. 18, 21, 22). Siempre que la ley de Dios nos impone algo, la ley del bien en nuestra alma trata de responder. Si la ley de Dios dice: “Honra a tus padres”, la ley del bien en nuestra mente inmediatamente responde: “¡Amén! ¡Sí! ¡Lo haré; honraré a mis padres!” Ésta ha sido nuestra experiencia durante toda nuestra vida. Cada vez que la ley de Dios nos reclama algo, la ley del bien en nuestra alma responde y promete cumplir.

C. La ley del pecado (y de la muerte)

  Sin embargo, en nuestros miembros se halla una tercera ley, la ley del pecado, la cual contiende contra la ley del bien. Como hemos visto, la ley del pecado se encuentra en los miembros de nuestro cuerpo caído, es decir, en la carne (vs. 17, 18, 20, 23). Esta ley constantemente lucha contra la ley del bien y lleva al hombre cautivo (v. 23). Siempre que la ley del bien responde a la ley de Dios y trata de cumplir sus requisitos, la ley del mal en nuestra carne protesta. Si la ley del bien falla y no responde, la ley del mal tal vez permanezca inactiva, como si estuviese adormecida. Sin embargo, cuando la ley maligna nota que la ley del bien intenta responder, la ley maligna parece decir: “¿Acaso intentas practicar el bien de acuerdo con la ley de Dios? Yo no lo permitiré”. La ley del mal contiende contra la ley del bien y constantemente nos arrastra al mal. De tal manera que somos llevados cautivos por la ley del pecado que está en nuestros miembros. Ésta no es una doctrina; más bien es la historia de nuestra vida.

  El mandamiento: “Maridos, amad a vuestras mujeres”, es muy agradable y parece fácil de cumplir. Cuando se da este mandamiento, la ley del bien en la mente del hombre inmediatamente responde: “Sí, lo haré”. No obstante, la ley del mal en su carne se da cuenta de su buena intención y contesta: “¿Acaso piensas cumplir esa ley? No te olvides que yo estoy aquí”. El resultado final es una derrota. En lugar de amar a su esposa, termina peleando con ella o le arroja el cuchillo y el tenedor en su enojo. Las esposas tienen una experiencia similar siempre que se esfuerzan en obedecer la ley que les manda someterse a sus esposos. La ley del bien en la mente de la esposa se entusiasma con este mandato y dice: “Obedeceré. Como buena esposa que soy, ciertamente debo someterme a mi esposo. ¡Claro que lo haré!” Cuando ella dice esto, descubre que hay otra ley esperando la oportunidad para atacarla. Entonces la ley del mal dirá: “¿Acaso te crees capaz de hacer esto? Yo estoy aquí para demostrarte que no puedes hacerlo”. Una vez más el resultado es el fracaso. Finalmente, en lugar de someterse a su esposo, se llena de ira contra él. Unos minutos más tarde, ella llorará por su triste condición. Ésta es la experiencia a que se refiere el capítulo 7 de Romanos.

  En Romanos 7 vemos tres leyes: la primera es la ley de Dios que exige y requiere mucho; la segunda es la ley del bien en nuestra mente que siempre responde con rapidez; la tercera es la ley del pecado en nuestros miembros, la cual siempre está lista para pelear contra la ley del bien en nuestra mente y para vencernos, llevarnos cautivos y hacernos prisioneros. Cada una de estas leyes tiene su propio aspecto. Romanos 7 describe la experiencia de cada uno de nosotros. Tal vez hasta el día de hoy sigamos repitiendo la historia de Romanos 7. No debemos pensar que con nosotros no es el mismo caso. No obstante, conforme a la economía de Dios, no es necesario Romanos 7. Como hicimos notar en un mensaje anterior, Romanos 8 continúa el tema abordado en Romanos 6. No obstante, debido a nuestra pobre situación, necesitamos el capítulo 7 para poner de manifiesto nuestra condición y ayudarnos.

  Algunos cristianos insisten en que Romanos 7 es necesario, y que, en cuanto a nuestra experiencia, debe quedarse donde está, entre el capítulo 6 y 8. Algunos buenos cristianos sostienen este concepto. ¿Usted también se afierra a la idea de que es necesario que Romanos 7 permanezca donde está, entre el capítulo 6 y el 8? No hay duda de que el capítulo 7 describe la experiencia personal del apóstol Pablo. Sin embargo, para los maestros de la Biblia, la pregunta es si Pablo tuvo esta experiencia antes o después de ser salvo. Algunos creen que Romanos 7 es una continuación de la experiencia descrita en Romanos 6, pero si leemos Romanos 6 y Romanos 8 con esmero, descubriremos que Romanos 7 está relacionado con la experiencia que Pablo tuvo antes de ser salvo. En Romanos 7:24 Pablo dijo: “¡Miserable de mí!” Y en 8:1 añadió: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. Romanos 8:1 demuestra que la experiencia narrada en el capítulo 7 de Romanos ocurrió antes de que Pablo fuera salvo. Ya en el capítulo 8 ésta había dejado de ser su experiencia, pues aquí él dice que no hay ninguna condenación para aquellos que están en Cristo Jesús. Por lo tanto, la experiencia de Romanos 7 ocurrió antes de que Pablo creyera y estuviera en Cristo. Ésta fue su experiencia antes de ser salvo.

  ¿Cuál fue entonces la razón por la cual Pablo, después de Romanos 6, consideró necesario narrar la experiencia que tenía antes de ser salvo. Él la incluyó para comprobar que ya no estamos bajo la ley. Ya mencioné que Romanos 7 se escribió para explicar una corta cláusula del capítulo 6, el versículo 14, donde dice: “No estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”. Romanos 7 nos dice que cuando estábamos bajo la ley aún permanecíamos en el viejo hombre. Cuando nuestro viejo hombre todavía estaba vivo, nos hallábamos bajo la ley. Sin embargo, al convertirnos en hombres regenerados, ya no estamos bajo la ley, porque nuestro viejo marido, el viejo hombre que estaba bajo la ley, ha sido crucificado. Entonces Pablo continuó relatando cuán penoso y miserable es para cualquiera permanecer bajo la ley. Es como si Pablo estuviera diciendo: “Queridos santos, todavía queréis estar bajo la ley? Si éste es el caso, permitidme contaros la penosa experiencia por la cual yo pasé. La ley no nos ayuda; por el contrario, nos engaña y le da la ocasión al pecado para que éste gobierne sobre nosotros. La ley incluso nos mata. No debéis desear estar más tiempo bajo la ley. Pero aun si queréis permanecer bajo esta ley, ciertamente jamás podréis guardarla”. Pablo entonces describe la historia completa de su experiencia anterior a su salvación. Él dice que la ley de Dios exigía de él una gran cantidad de requisitos, y que la ley del bien en su mente intentaba cumplirlos, pero que la ley del pecado en los miembros de su cuerpo caído combatía contra la ley de su mente, derrotándola y llevándole a él en cautividad. La conclusión a la que Pablo llegó fue: “¡Miserable de mí. Mi cuerpo es el cuerpo de esta muerte. Es imposible escapar de ella!” Por esto, Romanos 7 es un relato de la experiencia que Pablo tuvo antes de que fuera salvo, el cual demuestra que es imposible cumplir la ley y que, además, nos advierte a no intentarlo. Siempre que intentemos guardar la ley de Dios, la tercera ley, la ley del pecado, nos hará cautivos. Cumplir la ley es algo imposible para el hombre caído.

  Dios no nos dio la ley con la intención de ayudarnos. Su propósito era incitar a Satanás a perturbarnos. La intención de Dios al darnos la ley fue poner al descubierto la ley pecaminosa que reside en nosotros. Si nos creemos obligados a guardar la ley, estamos muy equivocados. No somos lo suficientemente fuertes como para cumplir los requisitos de la ley. ¿No cree que la ley maligna que se encuentra dentro de nosotros es en realidad la poderosa persona de Satanás? Siendo usted un hombre caído, ¿podrá derrotar a Satanás? Ciertamente es imposible. Él es un gigante, y comparado con él, usted es muy débil. De hecho, usted es débil, y la ley del bien que se halla en usted se ve impotente. Ciertamente usted posee una buena voluntad y un deseo positivo, pero aun así no puede cumplir la ley. Usted, como el viejo hombre que es, sólo sirve para ser crucificado y sepultado con Cristo, como lo fue ya en Romanos 6:6. No debe desenterrar de la tumba el viejo hombre que ha sido sepultado y esperar que éste sea capaz de guardar los mandamientos de Dios. La ley del bien que se ubica en su mente representa su fuerza, y la ley del mal que está en su carne representa el poder de Satanás. Ya que Satanás es más poderoso que usted, jamás podrá vencerlo, por lo que siempre que intenta cumplir la ley de Dios, él lo hace cautivo suyo. Éste es el significado correcto y el entendimiento adecuado del capítulo 7 de Romanos.

  Aunque Romanos 7 describe la experiencia de Pablo antes de su conversión, relata también la experiencia de la mayoría de los cristianos después de que son salvos. Dudo mucho que exista una sola excepción a esto. Después de ser salvos, todos, sin excepción alguna, nos esforzamos por cumplir la ley de Dios. Consideremos el ejemplo de un joven que recientemente ha sido salvo. Él se ha arrepentido y ha hecho una confesión minuciosa de sus pecados ante el Señor. La noche en que fue salvo, tomó una decisión, diciéndose a sí mismo: “Debo cambiar mi manera de comportarme. No debo repetir ninguno de los hechos malos del pasado. Esta noche me resuelvo no volver a hacerlos jamás”. Luego, este creyente nuevo pide al Señor: “Señor, me arrepiento de la manera en que he vivido. De hoy en adelante quiero ser un buen cristiano. No quiero volver a cometer las mismas faltas del pasado”. Este joven es un representante típico de la mayoría de los cristianos auténticos. Cuando yo era un cristiano joven, hice esto muchas veces. Todos hemos hecho lo mismo ante el Señor. Pero todos podemos testificar que nunca pudimos cumplir lo que nos propusimos. Pues simplemente somos lo que somos, personas débiles en quienes reside la ley del bien. Al ser salvos, esta ley del bien en nuestra mente respondió a la ley de Dios que se encontraba fuera de nosotros, y así nos resolvimos a esforzarnos por mejorar.

  Algunos cristianos han declarado equivocadamente que no existe absolutamente nada bueno en el hombre. Cuando algunos predicadores dijeron esto a los creyentes, unos profesores universitarios argumentaron con ellos diciendo: “Yo no pienso así. Puedo testificar que sí hay algo bueno dentro de mi ser. Honro a mi madre y tengo amor para ella en mi corazón. ¿No es esto algo bueno dentro de mí? Y además he resuelto no tratar a mis alumnos injustamente. ¿Esto no significa que dentro de mí sí hay algo bueno? ¿Cómo pueden ustedes decir que no hay nada bueno dentro de la gente? Debemos ser cuidadosos al hablar acerca de este asunto, tal como Pablo lo fue al escribir Romanos 7. Él dijo: “Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien”. Si él no hubiera sido específico en esta observación, se habría contradicho a sí mismo, porque en el siguiente versículo él mencionó su deseo por hacer el bien. El hombre tiene tres partes: un espíritu, un alma con una mente, y un cuerpo formado por muchos miembros. En los miembros de nuestro cuerpo caído no mora nada bueno. Sin embargo, debemos recordar que según la obra creadora de Dios el hombre fue bueno, y que queda cierta bondad en todo hombre. Por ejemplo, si usted toma un pedazo de metal y lo arroja a la basura, tal vez éste se ensucie, pero eso no cambiará su naturaleza. Usted no puede decir que el metal ha dejado de ser metal. El hombre fue creado por Dios, y Dios jamás crea algo malo. Todo lo que Dios creó fue bueno, incluyendo a este hombre que fue la criatura de Dios. No importa cuán caído el hombre se encuentre, lo bueno de la creación permanece en él. Aun los que asaltan los bancos tienen, hasta cierto punto, lo bueno en ellos, el cual fue creado por Dios.

  A pesar de que el hombre fue creado siendo bueno, la naturaleza maligna de Satanás se inyectó en el cuerpo del hombre cuando éste tomó del fruto del árbol del conocimiento, el cual representa a Satanás, el maligno, quien tiene el imperio de la muerte. De manera que, cuando el hombre comió del fruto del árbol del conocimiento, Satanás entró en su cuerpo. El principio de Satanás, el factor de todo lo maligno, es la ley del pecado. En nuestra mente tenemos el principio creado por Dios, la ley del bien. Por lo tanto, si entendemos Romanos 7 adecuadamente, sabremos dónde estamos y lo que hay dentro de nuestra persona. Tenemos la ley del bien en nuestra mente, y la ley del mal en nuestra carne, dos leyes que simplemente son incompatibles. La ley del bien representa el buen principio creado por Dios, y la ley del mal es el principio de Satanás en nuestra carne. Satanás, quien está en nuestra carne, aborrece a Dios, engaña al hombre y hace todo lo posible por dañar y arruinar a la humanidad. Así que, siempre que la mente del hombre, dirigida por la ley del bien, decide hacer el bien, la ley del mal inmediatamente se levanta a guerrear, derrotar y capturar al pobre y miserable ser humano. Ésta fue la experiencia de Pablo antes de que creyera en Cristo, cuando él era un entusiasta judaizante celoso de la ley. Día y noche procuraba cumplir la ley de Dios. Finalmente comprendió que la ley de Dios estaba fuera de él, que la ley del bien, que correspondía a la ley de Dios, estaba en su mente, y que siempre que él deseaba hacer el bien, otra ley en sus miembros se levantaba y peleaba contra la ley del bien en su mente, capturándolo y derrotándolo miserablemente. Pablo descubrió que su cuerpo era el cuerpo de muerte. En cuanto a guardar la ley de Dios y hacer el bien para agradar a Dios, este cuerpo de muerte no es más que un cadáver incapaz de hacer nada. Pablo llegó a comprender que su caso estaba perdido por causa del poderoso elemento del pecado que moraba en su cuerpo caído. Éste es el cuadro claramente presentado en el capítulo 7 de Romanos. Al ver este cuadro, alabaremos al Señor porque Él no tiene la intención de que guardemos Su ley.

  Romanos 7 revela que dentro de nosotros se está librando una feroz batalla. En nuestra mente se halla la ley del bien que responde a la ley de Dios, y en nuestros miembros se encuentra la ley del pecado que contiende contra la ley del bien. La batalla es extremadamente intensa. Algunos maestros de la Biblia dicen que Romanos 7 es comparable al conflicto que se lleva a cabo en Gálatas 5. Sin embargo, estos dos conflictos difieren entre sí. Si analizamos Gálatas 5, descubriremos esta diferencia. Pero antes de ir a Gálatas 5, deseo añadir una palabra adicional respecto a la carne.

  Algunos creyentes mantienen el concepto de que antes de ser salvos ya estaba en ellos la concupiscencia de la carne, pero que después de ser salvos ésta desvaneció. Hay una escuela de enseñanza que instruye a la gente de esta manera. Esta enseñanza afirma que antes de que fuéramos salvos, la concupiscencia se encontraba en nuestra carne, pero que cuando fuimos salvos, ésta fue quitada. Conforme a tal enseñanza, la carne de una persona salva se vuelve buena.

  En contraste con esta escuela de enseñanza hallamos que Gálatas 5:16 dice: “Andad por el espíritu, y así jamás satisfaréis los deseos de la carne”. Ciertamente este versículo se refiere a los cristianos auténticos. Esto da a entender que aún existe la posibilidad de que los creyentes verdaderos satisfagan los deseos de la carne, porque tales deseos aún permanecen en la carne. Sin considerar la autenticidad del creyente, debe mantenerse alerta para no ser engañado por el enemigo, quien puede decirle que no debe preocuparse, porque ya no existe lujuria alguna en su carne. Tal concepto es erróneo y engañoso.

  Quisiera relatar un incidente que sucedió en el norte de China hace muchos años. Cierto movimiento pentecostal era muy prevaleciente en aquella región, habiéndose extendido a lo largo del norte de China. Ellos decían que ya que habían recibido el bautismo del Espíritu Santo, no tenían más concupiscencia en su carne. Como resultado de esta enseñanza, hombres y mujeres permanecían juntos, declarando que eran completamente espirituales y que no tenían más el problema de lujuria de la carne. Pero no pasó mucho tiempo sin que cayeran en varias situaciones de fornicación, y, por causa de eso, dicho movimiento casi fue exterminado. De hecho, por algún tiempo fue difícil predicar el evangelio, porque los chinos, debido a las enseñanzas éticas de Confucio, aborrecían todo tipo de fornicación. De manera que dicho movimiento pentecostal provocó que el cristianismo adquiriera mala fama en todo el norte de China. Jamás debemos aceptar la enseñanza engañosa de que por ser hijos de Dios y por tener al Espíritu Santo, no tenemos más problemas con la lujuria de la carne.

  Pablo dice: “Andad por el Espíritu, y así jamás satisfaréis los deseos de la carne”. Él añade que el deseo de la carne son contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne (Gá. 5:17). Ésta no es una batalla entre la ley del bien y la ley del mal, sino una guerra entre la carne y el Espíritu. La carne y el Espíritu son contrarios, es decir, se oponen el uno al otro. Esto demuestra que, aunque andemos en el Espíritu, seguimos teniendo los deseos de la carne, y que nuestra carne sigue siendo enemiga del Espíritu. El Señor Jesús dijo: “Lo que es nacido de la carne, carne es” (Jn. 3:6). La carne es carne y nada puede cambiar su naturaleza. Nunca acepte el pensamiento de que después de llegar a ser espiritual, su carne llega a mejorar. Esta enseñanza, además de ser un gran error, es muy peligrosa.

  Gálatas 5:24 dice: “Pero los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias”. A diferencia de Romanos 6:6, donde dice que nuestro viejo hombre ha sido crucificado, en Gálatas 5:24 no dice que la carne y sus pasiones hayan sido crucificadas; al contrario, indica que nosotros debemos crucificar la carne con sus pasiones y sus deseos. El pensamiento aquí es el mismo que se encuentra en Romanos 8:13, donde dice que por el Espíritu hacemos morir los hábitos del cuerpo. No podemos crucificar nuestro viejo hombre, porque nuestro viejo hombre es nuestro mismo ser. Nadie puede crucificarse a sí mismo, pues si lo hiciera, cometería suicidio. Sin embargo, sí podemos crucificar nuestra carne por el Espíritu, lo cual quiere decir que continuamente hacemos morir nuestra carne. Nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo de una vez para siempre, pero nosotros tenemos que crucificar nuestra carne día tras día. Luego Gálatas 5:25 dice: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”.

  Así que, Gálatas 5 revela la guerra que se libra entre la carne y el Espíritu. Aunque a la mayoría de los traductores les es difícil decidir si la palabra Espíritu en Gálatas 5:25 se refiere a nuestro espíritu humano o al Espíritu Santo, yo tengo la confianza de afirmar que se refiere al espíritu mezclado, es decir, a la mezcla que se da entre el Espíritu Santo y nuestro espíritu regenerado. Nosotros debemos andar en tal Espíritu. Con todo esto podemos ver que la guerra mencionada en Gálatas 5 es la guerra que se lleva a cabo entre nuestra carne y el Espíritu, la cual es totalmente distinta a la guerra descrita en Romanos 7.

  La guerra mencionada en Romanos 7 se da entre dos leyes: la ley del bien y la ley del mal, sin tener nada que ver con el Espíritu. Se halla mención de esta guerra en algunos antiguos escritos chinos donde se denomina la guerra entre el principio y los deseos. No cabe duda de que el principio a que se refieren estos escritos es la ley del bien. Estos escritos también mencionan que los deseos que batallan contra dicho principio se hallan en el cuerpo del hombre. Cuando yo era joven, comparé la guerra del principio y los deseos con la guerra de Romanos 7, y me sorprendí al descubrir que eran idénticas. Así que cuando escuché que algunos maestros cristianos afirmaban que Romanos 7 describe la experiencia de Pablo después de que éste fuera salvo, me molestó mucho. Ya que aun los antiguos escritos chinos mencionaban la guerra entre el principio y los deseos, y ya que esto es idéntico a la experiencia de Pablo en Romanos 7, ¿cómo podemos decir que Romanos 7 habla de la experiencia del creyente?

  Romanos 7 describe la experiencia que Pablo tuvo antes de su salvación. Antes de que él fuera salvo, era muy celoso de la ley de Dios, procurando cumplirla y hacer el bien para agradar a Dios. Aunque por cientos de años los chinos desconocían la ley de Dios, ellos entendían la naturaleza buena del hombre mencionada en Romanos 2:14-15. Según Romanos 2, el hombre, conforme a la manera en que fue creado, posee tres elementos positivos. El primero es la naturaleza buena del hombre, porque los gentiles por naturaleza hacen lo que es de la ley (2:14), lo cual muestra que la función de la ley está escrita en sus corazones (2:15). En segundo lugar, el hombre tiene una conciencia (2:15). Y en tercer lugar, tiene los razonamientos que lo acusan, lo defienden, lo condenan y lo justifican (2:15). Estos tres elementos están en todos los seres humanos. No es necesario ser creyente para poseer estos elementos. Todo ser humano tiene la buena naturaleza, una conciencia y los razonamientos. Debido a la existencia de estos tres elementos en el hombre, hay una guerra entre la ley del bien y la ley del mal, o, según los escritos chinos, entre el principio y los deseos.

  Romanos 7 hace referencia a esta guerra. ¿Cuál es entonces la razón por la cual muchos creyentes experimentan este tipo de conflicto después de ser salvos? Porque fueron muy descuidados en su conducta antes de ser salvos. A diferencia de Pablo, nunca tuvieron el deseo de hacer el bien ni de agradar a Dios. Sin embargo, muchas personas morales, no solamente de entre los chinos sino en todo el mundo, quieren vencer sus instintos carnales. Ciertamente personas tales como éstas experimentan Romanos 7. Ellos experimentan en carne propia el antagonismo entre la ley del bien y la ley del mal. Así que, Romanos 7 no describe la guerra entre el Espíritu y la carne, la cual se revela en Gálatas 5 y es la experiencia típica de los creyentes. La guerra que se menciona en Romanos 7 es la experiencia de aquellos que tratan de hacer lo bueno, ya sean creyentes o no. Muchos creyentes tienen la experiencia de Romanos 7 después de ser salvos porque es sólo después de su experiencia de salvación que ellos deciden mejorar su conducta, esforzándose al máximo por ser buenos. Por lo tanto, ellos experimentan, después de ser salvos, lo que Pablo experimentó antes de su salvación. Estos cristianos en realidad están haciendo lo mismo que procuraron hacer los chinos hace cientos de años. Sin embargo, la lucha presentada en Romanos 7, sin importar si es antes o después de la salvación, no es una experiencia típica de un creyente, sino la del hombre natural. Los que tratan de hacer el bien antes de ser salvos tienen esta experiencia antes de su salvación. Pero muchos otros experimentan esto sólo después de ser salvos, porque es entonces cuando deciden hacer el bien y agradar a Dios.

  En todo ser humano, sea salvo o no, existe un buen elemento en su mente y un elemento maligno en su cuerpo, es decir en su carne. Pablo usa por lo menos tres expresiones distintas para describir este elemento negativo: el pecado, el mal y la ley del pecado. Por otro lado, Pablo denomina el buen elemento que está en su mente “la ley de mi mente”, la cual es la ley del bien. Así que, tenemos dos leyes, una que reside en nuestra mente, y otra, en nuestro cuerpo caído. Existen estas dos leyes en nosotros porque tenemos por lo menos dos vidas distintas. Para cada vida hay una ley. ¿Por qué tenemos la ley del bien? Porque tenemos una vida buena. ¿Y por qué tenemos la ley del pecado? Porque tenemos una vida pecaminosa. Toda persona tiene estas dos vidas: la vida creada por Dios, que es buena, y la vida satánica que entró en el cuerpo del hombre como resultado de la caída.

  Algunas personas insisten en que la naturaleza del hombre es maligna, y otros afirman que es buena. Un día mientras leía el capítulo 7 de Romanos encontré la respuesta para esta polémica. Ambas ideas son correctas. Sin embargo, son correctas sólo parcialmente. Digo que ambos puntos de vista son correctos ya que el ser humano no es tan sencillo. En efecto, el hombre es un ser muy complicado. Por ejemplo, es posible que un hombre se comporte amable y caballerosamente en la mañana. Por tener una vida humana, se comporta de acuerdo con la ley de esta vida humana. Sin embargo, es posible que en la noche asista a un casino y actúe como un demonio. ¿Es de verdad hombre o demonio? En realidad es ambos.

  Los hijos de Israel, durante su viaje a través del desierto, hablaron contra Dios y contra Moisés y, como resultado, fueron mordidos por serpientes ardientes, lo cual hizo que muchos de ellos murieran (Nm. 21:4-9). Cuando ellos oraron a Dios, Dios dijo a Moisés que levantara una serpiente de bronce sobre un asta. ¿Eran esos hijos de Israel hombres o serpientes? Ciertamente eran hombres, pues tenían la apariencia y la vida verdadera de los hombres. Pero también eran serpientes, porque el veneno de las serpientes había entrado en ellos y los había saturado. De manera que una serpiente de bronce tuvo que ser levantada como su representación y sustitución. Los hijos de Israel fueron tanto hombres como serpientes. De la misma manera, el Señor Jesús reprendió a los fariseos diciendo: “Generación de víboras”. Por un lado, los fariseos eran una generación de hombres, pero por otro, eran una generación de serpientes venenosas. Todos tenemos dos naturalezas. Una de ellas es buena, porque fue creada por Dios; pero la otra es maligna, porque es la naturaleza misma de Satanás inyectada en nuestro cuerpo en el momento de la caída humana. La naturaleza buena está en nuestra mente, y la naturaleza mala está en nuestra carne, que es nuestro cuerpo caído. Para cada naturaleza existe una ley, y ambas leyes contienden una contra la otra. Si usted trata de hacer el bien, sea salvo o no lo sea, se dará cuenta de la feroz batalla que se libra entre estas dos leyes. No obstante, si usted es una persona descuidada, no se dará cuenta de ello. Siempre que alguien trate de hacer el bien, descubrirá estas dos leyes contendiendo en su interior. Antes de que usted fuera salvo, seguramente hacía lo posible por hacer el bien, pero con el tiempo fue derrotado. Usted descubrió que dentro de usted había dos fuerzas peleando una contra la otra. Ésta es la razón por la cual mucha gente procura desarrollar una fuerte voluntad para controlar y suprimir las concupiscencias de su cuerpo. Pero a pesar de todos sus intentos, finalmente nadie ha podido vencer por completo.

  Por lo tanto, Romanos 7 no habla de una típica experiencia cristiana. Mientras que usted es una persona que trate de hacer el bien, tendrá la experiencia del conflicto que describe Romanos 7. La experiencia narrada en este capítulo pertenece a esta clase de personas.

D. El cuerpo de esta muerte

  En Romanos 6:6 nuestro cuerpo caído es llamado “el cuerpo de pecado”, pero en 7:24 se le llama “el cuerpo de esta muerte”. La expresión el cuerpo de pecado significa que el pecado reside en este cuerpo ocupándolo, poseyéndolo y usándolo con el fin de cometer actos pecaminosos. Así que, este cuerpo es muy activo, apto y está lleno de fuerza para cometer pecados. La expresión el cuerpo de muerte denota que el cuerpo está envenenado, debilitado, paralizado, y amortecido, y que es incapaz de hacer el bien, guardar la ley, ni agradar a Dios. Así que, en cuanto a guardar la ley de Dios, a hacer el bien, y a agradar a Dios, este cuerpo es débil e impotente; es como un cadáver. Todos hemos tenido la experiencia de que para realizar actos pecaminosos nuestro cuerpo se muestra muy fuerte y capaz, y que nunca siente cansancio. Pero en cuanto a guardar la ley de Dios, a hacer el bien, y a agradar a Dios, este cuerpo se vuelve extremadamente débil, como si estuviera muerto. Por lo tanto, si tratamos de guardar la ley o de agradar a Dios por nuestras propias fuerzas, será como arrastrar un cadáver. Cuanto más intentamos hacer el bien, más moribundo se vuelve nuestro cuerpo. Así que, el apóstol Pablo llama a nuestro cuerpo “el cuerpo de muerte”, es decir, la muerte que opera en nosotros cuando tratamos de guardar la ley y agradar a Dios.

  Respecto al cuerpo de pecado, que siempre es muy activo, potente y deseoso de pecar, no necesitamos tratar de suprimirlo mediante una voluntad fuerte ni por ningún otro medio. Romanos 6:6 nos dice que ya que nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo, nuestro “cuerpo de pecado” fue anulado, es decir, fue invalidado. Ya que la persona pecaminosa, el viejo hombre, ha sido crucificada, su cuerpo no tiene nada más que hacer y queda desempleado.

  Con respecto al cuerpo de muerte, no tenemos necesidad de arrastrarlo más con nosotros. Ya que hemos sido regenerados como un nuevo hombre, y que hemos quedado libres de la ley del viejo hombre, no necesitamos esforzarnos más por guardar la ley, porque tal esfuerzo sólo traerá más muerte por medio del cuerpo caído, que es nuestra carne. Con tal que vivamos por el nuevo hombre, con nuestro nuevo marido, es decir, con el Cristo viviente, estaremos libres de guardar la ley y seremos librados de la carne y de la ley del pecado que está en ella.

E. La miseria que experimenta todo el que trata de cumplir la ley

  El hombre se convirtió en carne, vendido al pecado (v. 14). En la carne del hombre no mora el bien (v. 18), y el hombre es incapaz de vencer el pecado (vs. 15-20). En tal situación, si el hombre trata de cumplir la ley de Dios como lo hizo Pablo, indudablemente no obtendrá nada sino derrotas. Todo aquel que intente esto será vencido por el pecado y llegará a ser un hombre “miserable”. El hombre caído con la ley del pecado en su carne es un caso perdido, completamente desahuciado. Después de ser salvos, no debemos intentar cumplir la ley de Dios ni de hacer el bien para agradar a Dios. Si lo hacemos, ciertamente tendremos la experiencia descrita en Romanos 7 y terminaremos siendo hombres miserables. Debemos entender que nosotros, en nuestro viejo hombre, fuimos crucificados con Cristo, y que ahora, como el nuevo hombre, estamos libres de la ley del viejo hombre y estamos casados con nuestro nuevo marido, el Cristo resucitado, para así poder llevar fruto para Dios y servir al Señor en novedad del espíritu.

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