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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Romanos»
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Mensaje 16

LA LIBERTAD DEL ESPÍRITU EN NUESTRO ESPÍRITU

(3)

  Lectura bíblica: Ro. 8:7-13

III. CRISTO EL ESPÍRITU MORA EN EL CREYENTE

  Aunque en Ro. 8:1-6 vemos claramente la libertad del Espíritu de vida, es difícil descubrir el pensamiento central de los siguientes siete versículos. Sin embargo, si profundizamos en lo que se trata en este pasaje, veremos que aquí Pablo trata de advertirnos que otro elemento aparte del pecado está alojado en nosotros. En 7:20 Pablo dijo: “Mas si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí”. Por lo tanto, Romanos 7 pone de manifiesto el pecado que mora en el hombre. Como hemos visto, Romanos 8 presenta un agudo contraste a lo que se halla en Romanos 7. En Romanos 7 se halla la esclavitud, pero en Romanos 8, la libertad. En Romanos 7 tenemos la ley, y en Romanos 8 tenemos al Espíritu. Romanos 7 habla de nuestra carne, mientras que Romanos 8 habla de nuestro espíritu. Además, en Romanos 7 se ve el pecado que mora en nosotros, pero ¿qué es lo que mora en nosotros en Romanos 8? Cristo es el que mora en nuestro ser. En Romanos 7 el pecado que mora en nuestra carne es el factor principal de nuestra miseria humana. Pero en Romanos 8 el Cristo que mora en nuestro interior es el factor de toda bendición.

  Si Cristo no fuera el Espíritu, nunca podría morar en nosotros. Él tiene que ser el Espíritu para poder vivir en nosotros. En los versículos 9 y 10 encontramos tres títulos que son sinónimos y que se usan intercambiablemente: “el Espíritu de Dios”, “el Espíritu de Cristo” y “Cristo”. Además, el versículo 11 se refiere al Espíritu que mora en el creyente. Estos sinónimos demuestran que Cristo es este Espíritu. Indudablemente, “el Espíritu de Dios” mencionado en el versículo 9 es “el Espíritu de vida” del versículo 2. Después que Pablo menciona “el Espíritu de Dios”, él habla acerca del “Espíritu de Cristo” y de “Cristo” mismo. Luego, en el versículo 11, se refiere al Espíritu que mora en el creyente. Esto quiere decir que “el Espíritu de Dios” es “el Espíritu de Cristo”, y que “el Espíritu de Cristo” es “Cristo” mismo. Por lo tanto, el Espíritu que mora en el creyente es Cristo mismo. Él es “el Espíritu de vida”, “el Espíritu de Dios”, y también “el Espíritu de Cristo”, quien mora dentro de nosotros para impartirse a Sí mismo como vida en nuestro ser. Cristo no sólo imparte vida a nuestro espíritu (v. 10), sino también a nuestra mente (v. 6) y a nuestro cuerpo mortal (v. 11). Por lo tanto, Cristo ahora es vida en el Espíritu Santo (v. 2), en nuestro espíritu (v. 10), en nuestra mente (v. 6) y aun en nuestro cuerpo mortal (v. 11). Cristo es vida en Su riqueza cuádruple.

  Aunque el libro de Romanos ha estado en mis manos por años, sólo recientemente he visto que Cristo es la vida cuádruple. Cristo es vida para nosotros con Sus riquezas intensificadas cuatro veces. Él no es solamente vida en el Espíritu Divino y en nuestro espíritu humano, sino también en nuestra mente. Además, Cristo también puede ser vida en nuestro cuerpo mortal. En otras palabras, Él es la vida en Dios como también la vida en el pueblo de Dios. Ésta es la idea principal de Romanos 8:7-13. El punto central aquí consiste en que Cristo como Espíritu que mora en nosotros, es vida para nuestro ser en una riqueza cuádruple. Él es sumamente rico. Cristo sustenta nuestro espíritu, suministra a nuestra mente e incluso vivifica nuestro cuerpo mortal. Esta vida, que es Cristo mismo, es la vida que disfrutamos hoy. Que el Señor nos revele plenamente este hecho, no sólo de una manera doctrinal, sino en nuestra propia experiencia. Todos debemos ver que nuestro Cristo es el Espíritu que mora en nosotros como la vida que tiene esta riqueza cuádruple.

A. La carne

  Romanos 8:7 dice: “Por cuanto la mente puesta en la carne es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede”. Este versículo subraya que nuestra carne es un caso perdido y que si la mente está puesta en la carne, también es un caso perdido. Todo aquello que es uno con la carne no tiene ninguna esperanza. No piense que su carne puede ser santificada. Esto es imposible. La carne es carne, y toda carne está completamente desahuciada. No ponga ninguna esperanza en su carne, pues ésta jamás podrá ser mejorada. Dios tomó una firme decisión de que la carne fuera terminada porque es completamente corrupta. Dios juzgó a la generación de Noé con el diluvio porque toda esa generación se convirtió en carne (Gn. 6:3). Cuando aquella generación se convirtió en carne, Dios la dio por desahuciada. Él consideró que era imposible rescatarla, recobrarla o mejorarla. Es como si Dios dijera: “Esta generación no tiene remedio; debo ponerla completamente bajo Mi juicio”. El juicio del diluvio fue un juicio ejecutado sobre la carne. Fue sólo cuando el hombre se convirtió en carne que Dios ejerció Su juicio sobre este hombre que fue carne. Por lo tanto, nunca diga que su carne puede ser mejorada, ni tampoco debe creer que su carne hoy es mejor que antes de que usted fuese salvo. Sea salvo o no el hombre, la carne sigue siendo carne; ésta no tiene remedio, y todo lo que se relaciona con ella tampoco tiene remedio.

  Pablo dijo que “la mente puesta en la carne es enemistad contra Dios”. La carne está en enemistad contra Dios, y la mente que se ocupa de ella también lo está. La mente puesta en la carne no se sujeta a la ley de Dios. Es imposible para dicha mente sujetarse a la ley de Dios, aun si quisiera hacerlo. De manera que, el veredicto sobre la carne es definitivo. Se ha dado fin a la carne y a todo lo relacionado con ella.

  Pablo continúa este pensamiento en Romanos 8:8: “Y los que están en la carne no pueden agradar a Dios”. En tanto estemos en la carne, no podremos agradar a Dios. Jamás debemos decir que nuestra carne es buena. En los versículos 7 y 8 vemos cuatro puntos, a saber: la carne está en enemistad contra Dios; no se sujeta a la ley de Dios; no puede sujetarse a ella; y es incapaz de agradar a Dios. Ésta es la verdadera condición de la carne.

B. Cristo el Espíritu mora en el creyente

  “Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él” (v. 9). Muchos versículos de las Epístolas comienzan con la maravillosa palabra pero. ¡Aleluya por el “pero”! En nuestra historia necesitamos muchos “peros” como éste. Nuestra experiencia debe ser tal que podamos decir: “Oh, yo me encontraba muy decaído esta mañana..., ‘pero’. Yo soy muy débil..., ‘pero’. Yo no tengo ninguna posibilidad de vencer..., ‘pero’”. Pablo dice: “Pero vosotros no estáis en la carne...” Nunca debemos decir que nuestra carne es buena y que por eso permanecemos en ella. No debemos permanecer en la carne, porque ésta ya ha sido condenada. Si una casa ha sido vedada por el gobierno, es ilegal seguir viviendo en ella. De igual forma, la carne ha sido completamente condenada por Dios, y no debemos permanecer en ella, argumentando que ha mejorado. No debemos estar en la carne, sino en el espíritu, el cual es el espíritu humano mezclado con el Espíritu divino.

1. El Espíritu de Dios mora en el creyente

  Existe una condición que debemos cumplir para poder estar en el espíritu, a saber, que el Espíritu de Dios more en nosotros (v. 9). La palabra morar en realidad significa “hacer hogar”. Estamos en el espíritu si el Espíritu de Dios mora, o hace Su hogar, en nosotros. Aunque usted sea salvo, tal vez el Espíritu de Dios todavía no haya hecho Su hogar en usted. Esto explica la razón por la cual usted aún no está en el espíritu. Aunque el Espíritu de Dios esté en usted, tal vez usted no le haya dado completa libertad para que haga Su hogar ampliamente en su ser. Si éste es el caso, Él aún no mora en usted. Por ejemplo, si usted me invita a su casa, esto no quiere decir que tengo la libertad de hacer hogar en ella. Yo me encuentro en su casa como un invitado, y por eso no tengo permiso para establecerme allí. De igual manera, el Espíritu de Dios está en nosotros, pero es posible que no le demos la libertad de hacer Su hogar en todo nuestro ser. Él es un invitado, pero no el dueño. Si el Espíritu de Dios tiene la libertad de hacer Su hogar en nosotros, estableciéndose ampliamente, entonces cumpliremos el requisito para estar en el espíritu y no en la carne. Sin embargo, si el Espíritu de Dios no tiene el suficiente espacio para alojarse libremente en nosotros, permaneceremos en la carne y no en el espíritu.

2. El Espíritu de Cristo mora en el creyente

  El versículo 9 dice: “Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él”. Inmediatamente “el Espíritu de Dios” es cambiado a “el Espíritu de Cristo”. Nadie puede negar que esto indica que “el Espíritu de Dios” es “el Espíritu de Cristo”, y que “el Espíritu de Cristo” es “el Espíritu de Dios”. Pablo dice: “Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él”. Si usted se da cuenta de que el Espíritu de Dios aún no ha hecho Su hogar en usted, no se desanime por esto. No debe decir: “En vista de que el Espíritu de Dios no ha hecho Su hogar en mí, renuncio a todo”. Aunque el Espíritu de Dios no more libremente en usted, aun así usted tiene el Espíritu de Dios, el cual es el Espíritu de Cristo. Si usted tiene al Espíritu de Cristo, usted es de Cristo. ¿No es usted de Cristo? Todos debemos declarar: “¡Aleluya, yo soy de Cristo!” El Espíritu de Cristo sí está en nosotros, y nosotros somos de Cristo. Sin embargo, el hecho de que el Espíritu de Dios, quien es el Espíritu de Cristo, more en nosotros y nosotros en el espíritu, depende de que el Espíritu de Cristo haga Su hogar en nuestro ser, o sea, que tome posesión de todo nuestro ser interior.

3. Cristo mora en el creyente

  El versículo 10 dice: “Pero si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo está muerto a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia”. Aquí dice que Cristo está en nosotros. En el versículo 9 tenemos “el Espíritu de Dios” y “el Espíritu de Cristo”. Pero ahora, en el versículo 10 tenemos a “Cristo” mismo. Esto ciertamente demuestra que “Cristo” es “el Espíritu de Dios” y el “Espíritu de Cristo”. Todos debemos reconocer esto. Cristo como Espíritu está en nosotros. Ésta es una verdad maravillosa. ¿Dónde estaba Cristo en Romanos 3? Él estaba en la cruz, derramando Su sangre para nuestra redención. ¿Dónde estaba en el capítulo 4? Él estaba en resurrección. Pero ya en el capítulo 8 Cristo está en nosotros. En el capítulo 6 nosotros estamos en Cristo, pero en el capítulo 8 Cristo está en nosotros. Estar en Cristo es un aspecto, pero el hecho de que Cristo esté en nosotros, es otro. Primero permanecemos en Cristo, y luego Él permanece en nosotros (Jn. 15:4). Como resultado de que nosotros permanezcamos en Cristo, Él permanece en nosotros, pues permanecer en Cristo es el requisito. ¡Alabado sea el Señor porque Cristo está en nosotros! Cristo se ha forjado en nuestro ser. Él ha pasado por un proceso de tal modo que ahora está en nosotros. Este Cristo tiene que permanecer en nosotros y allí hacer Su hogar.

a. El pecado que reside en el hombre trae muerte a su cuerpo

  Aunque Cristo está en nosotros, nuestro cuerpo aún permanece en muerte por causa del pecado. Algunos, después de leer el mensaje anterior donde hicimos notar que Dios condenó al pecado en la carne, podrían decir: “Ya que Dios condenó al pecado, éste ya no puede obrar más. Nuestro cuerpo no está más en muerte, sino que ahora está vivo”. Éste no es el entendimiento correcto de lo que Pablo dijo en estos versículos. Aunque es verdad que Dios condenó al pecado en la carne, éste sigue morando en nuestro cuerpo, así que nuestro cuerpo continúa en muerte. Existen muchos argumentos sobre este asunto. Algunos dicen que ya que Dios condenó al pecado en la cruz, éste ya fue anulado, y los creyentes no pueden pecar más. Otros incluso dicen que después que somos salvos, el pecado es erradicado o desarraigado de nuestro ser. La escuela que se ciñe a la erradicación del pecado, enseña que cuando somos salvos, la raíz del pecado dentro de nosotros es desarraigada. Todos aquellos que siguen esta enseñanza creen que el pecado fue erradicado de toda persona salva.

  Hace aproximadamente cuarenta años, en Shanghái, había un predicador que enseñaba enfáticamente la erradicación del pecado. Les aseguraba a las personas que después de ser salvas, de ninguna manera podían pecar. Un día este predicador y otros jóvenes que seguían sus enseñanzas fueron al parque municipal de Shanghái. Para entrar a ese parque era necesario pagar la entrada. Este hombre compró tres o cuatro entradas, y con éstas entraron todos los que iban con él, que eran cinco. ¿Cómo fue que entraron todos? Primero algunos de ellos entraron al parque usando los boletos. Luego uno de ellos salió del parque y le dio los mismos boletos a los que no habían comprado. Así, finalmente todos entraron. De esta forma pecaminosa el predicador introdujo con él a todos sus discípulos a aquel parque. Como resultado de esto, uno de los jóvenes empezó a dudar de la enseñanza de la erradicación del pecado. Él se preguntó: “¿Qué estamos haciendo? Decimos que el pecado ha sido erradicado por completo de nosotros, ¿pero qué es esto?” Finalmente este joven se acercó al predicador y le hizo esta pregunta: “¿No fue esto un pecado?” El predicador le contestó: “No, esto no fue pecado, sólo fue una pequeña debilidad”. No importa qué término usemos, el pecado es pecado. Aunque usted pueda llamarlo de otra forma, de todos modos sigue siendo pecado. Nunca acepte una enseñanza que le diga que hemos llegado a ser tan espirituales y santos que es imposible que pequemos. Si aceptamos tal doctrina, seremos engañados, y el resultado será nuestra ruina.

  El Señor Jesús lo cumplió todo en la cruz, pero nosotros experimentamos el efecto de este hecho sólo al estar en el espíritu. De hecho, estamos incluidos en todo lo que Cristo realizó en la cruz, o sea, somos partícipes de ello. Éste es un hecho glorioso. Sin embargo, aún nos falta hacerlo nuestra experiencia. El pecado que reside en nuestro cuerpo fue plenamente resuelto por la cruz de Cristo, pero ¿cómo podemos experimentar este hecho? Solamente al estar en el espíritu. El Espíritu de Cristo es inclusivo. Todo lo que Cristo es, hizo, logró y obtuvo, está en el Espíritu todo-inclusivo. Así que, si hemos de experimentar todo lo que es nuestro en Cristo, necesitamos tener la experiencia personal de estar en el Espíritu. El Espíritu todo-inclusivo es el que nos transmite todo lo que tenemos en Cristo.

  No nos conviene apartarnos del Espíritu por ningún motivo. Día tras día, a todas horas, y aun en todo momento, necesitamos estar en el Espíritu. Uno no debe decir: “Anoche pasé un tiempo maravilloso con el Señor, así que ahora soy más santo que los ángeles y todos mis problemas se han resuelto”. Aunque puede haber tenido tal experiencia por un breve momento la noche anterior, si no permanece en el Espíritu todo-inclusivo, puede descender tan bajo como al mismo infierno. Nunca debemos decir que por haber recibido cierta visión o revelación, o por haber tenido una experiencia en particular, ahora somos tan santos que no podemos tener ningún problema. Al declarar esto, es posible que tarde o temprano nos hallemos en una situación miserable.

  Una figura adecuada para tipificar al Espíritu es el aire. Necesitamos el aire constantemente para respirar. No podemos decir: “En la mañana respiré profundamente, tomé una gran porción de aire fresco. Ahora me encuentro lleno de ese aire y no necesito respirar más”. Nunca debemos dejar de respirar ni podemos prescindir del aire. Jamás pensemos que como ya respiramos profundamente una vez, no necesitamos respirar más. Si dejamos de respirar, ciertamente moriremos en unos cuantos minutos. Experimentar al Espíritu de vida es semejante a respirar. Necesitamos respirar en todo momento. De la misma manera, necesitamos permanecer en el Espíritu vivificante, pues una vez que nos apartemos de Él, ciertamente moriremos. No digamos que ya somos muy aptos y que tenemos mucha experiencia, pues siempre debemos ser refrescados y renovados. No me importa cuánto tiempo tenga de ser salvo, o por cuánto tiempo haya experimentado las riquezas del Señor, lo único que me importa es permanecer en el Espíritu. Tengo que estar en el Espíritu de una manera fresca e instantánea. El Espíritu vivificante es como el aliento, y debemos inhalarlo incesantemente.

b. El Cristo que mora en nosotros imparte vida a nuestro espíritu

  Aunque Cristo está en nosotros, nuestro cuerpo aún está muerto por causa del pecado. El pecado que reside en nosotros ha traído muerte a nuestro cuerpo. Sin embargo, no debemos preocuparnos por el cuerpo de muerte, porque nuestro espíritu regenerado es vida a causa de la justicia. El Cristo que mora en nosotros imparte vida a nuestro espíritu mediante la justicia. Esta justicia es la justicia de Dios, la cual es Cristo mismo. Cristo es primeramente nuestra justicia, y luego, por causa de esto, viene a ser nuestra vida. Cuando el hijo pródigo regresó a casa, a su padre, él no era apto para sentarse a la mesa con su padre y participar del becerro gordo. Él todavía no estaba vestido apropiadamente con la mejor túnica, la cual tipifica a Cristo como la justicia de Dios, la que nos cubre y nos capacita para sentarnos con el Padre y disfrutar a Cristo como vida. Primero debemos tener a Cristo como nuestra justicia. Luego, bajo esta justicia, cubiertos por esta “túnica justa”, ya tenemos cumplidos todos los requisitos necesarios para poder disfrutar a Cristo como nuestra vida. Si Cristo está en nuestro espíritu, nuestro espíritu es vida debido a que Cristo es nuestra justicia. Ahora no sólo el Espíritu de Dios es vida; aun nuestro espíritu regenerado es vida. El Espíritu, que es Cristo mismo, es ahora vida en nuestro espíritu. Por lo tanto, nuestro espíritu llega a ser vida. El Cristo que mora en nosotros ha impartido vida a nuestro espíritu.

C. La vida se imparte al creyente

  Romanos 8:11 dice: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. El Espíritu en este versículo es el Espíritu de resurrección. Hemos visto que nuestro espíritu es vida (v. 10), y que nuestra mente también es vida (v. 6). Ahora llegamos a la última parte de nuestro ser, nuestro cuerpo mortal. Nuestro cuerpo está moribundo. Sin embargo, la vida es impartida aun a este cuerpo mortal. Nuestro cuerpo también puede participar de esta vida, ser sustentado con ella, y recibir la provisión de dicha vida mediante el Espíritu que mora en nosotros. Indudablemente, este Espíritu es el Cristo resucitado (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17). Cristo, en calidad de Espíritu que mora en nosotros, imparte constantemente esta vida a cada parte de nuestro ser.

  Un ejemplo excelente de esta realidad es la electricidad. Aunque se haya instalada en un edificio la red eléctrica, la corriente de electricidad puede ser interrumpida. Cristo, el Espíritu vivificante, se instaló en nuestro ser como electricidad celestial. No obstante, sólo una pequeña parte de nuestro ser le permite fluir libremente; la mayor parte no está abierto a Él, sino que lo estorba. Por ejemplo, es posible que nuestras emociones constituyan un gran estorbo para Cristo. Por eso, le es difícil a Cristo impartirse como vida en nuestras emociones. Debemos orar: “Señor, toca mis emociones. Penetra mis emociones para que puedas impartirte como vida en ellas”. Necesitamos esta clase de experiencia. No debemos tomar esto como una simple enseñanza o una mera doctrina; más bien, debemos ponerlo en práctica. Si lo practicamos, descubriremos que Cristo como vida está ahora en nuestro espíritu esperando la oportunidad para extenderse a cada área y rincón de nuestro ser. Él desea penetrar hasta las partes más recónditas de nuestro ser. Si nos abrimos a Cristo, Él se impartirá como vida aun a nuestros cuerpos mortales y hará de nosotros personas llenas de las riquezas de Su vida. Él llegará a ser en nosotros una vida cuádruple, logrando así que nuestro espíritu, nuestra mente y nuestro cuerpo sean vivientes.

D. Nuestra cooperación

  Romanos 8:12 dice: “Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne”. Este versículo también demuestra que después que somos salvos aún existe la posibilidad de seguir viviendo conforme a la carne. Si esto no fuera así, entonces ¿por qué Pablo nos recuerda que ya no somos deudores a la carne? Debemos exclamar: “¡Aleluya! Ya no soy deudor a la carne. Ya no le debo absolutamente nada ni tengo ninguna obligación para con ella. He sido totalmente eximido y liberado de ella. He sido completamente liberado de esta desahuciada carne. No soy más deudor de la carne ni tengo por qué vivir más conforme a ella”.

1. Al no vivir más conforme a la carne

  Pablo continúa: “Porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir, mas si por el Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo, viviréis” (8:13). Aquí Pablo se refiere a las personas salvas. Por lo tanto, este versículo es una prueba adicional de que, aunque una persona sea salva, todavía puede vivir según la carne. Si vivimos conforme a la carne, habremos de morir. Por supuesto, la clase de muerte que se menciona aquí no es física, sino espiritual. Si usted vive según la carne, habrá de morir en su espíritu. Sin embargo, si por el Espíritu hace morir los hábitos del cuerpo, es decir, si los mata o los crucifica, entonces vivirá. Esto significa que usted vivirá en su espíritu. Este versículo se relaciona con el versículo 6, donde vemos que la mente puesta en la carne es muerte, pero que la mente puesta en el espíritu es vida. Vivir conforme a la carne primordialmente significa poner la mente en la carne, y del mismo modo, fijar la mente en la carne significa vivir conforme a la misma. Para hacer morir los hábitos del cuerpo, debemos poner nuestra mente en el espíritu y andar conforme al mismo.

  Veamos el ejemplo de una hermana que va de compras. En la tienda ella ve cierto artículo que cuesta 12.99 dólares. Esta hermana razona de la siguiente manera: “Yo gano 1,200 dólares mensuales. Gastar $12.99 en ropa no significa nada. El Señor no es pobre; Él es muy rico. La semana pasada yo ofrendé 250 dólares para el salón de reunión de la iglesia. ¿Qué tiene de malo gastar $12.99? Ciertamente el Señor es muy benevolente”. Cuanto más ella razona, más muerte experimenta. Mientras ella está pensando de esta manera, su espíritu está cada vez más reprimido. Ella puede tratar de justificarse, diciendo: “No debo ser tan religiosa, lo que estoy haciendo no tiene nada de malo”. Sin embargo, cuanto más trata de sustentar su espíritu, más éste decae. De manera que, cuando viene a la reunión lo único que puede hacer es esforzarse por mantener la imagen de hermana espiritual. Pero aunque ella grite: “Aleluya”, no tiene vida y está vacía, lo cual muestra que está muerta en su espíritu. Aunque experimenta la muerte en su espíritu, no se arrepiente inmediatamente. La siguiente semana ella averigua si aquel artículo de vestir todavía está disponible. Después de todo, lo compra y lo trae a su casa. Para entonces ella no sólo está muerta, sino que aun su espíritu ha sido puesto en un ataúd, y está listo para ser sepultado. Al asistir a la reunión de la iglesia, no tiene fuerza ni siquiera para exclamar un “aleluya” formal. Ella asiste a las reuniones, pero se sienta allí como un cadáver. Uno de los ancianos dice a otro: “¿Qué le pasará a esta hermana? Hace dos meses estaba muy viviente. ¿Tendrá algún problema? Tal vez algo suceda en su matrimonio?” Pero no es necesario un problema de tal dimensión como un problema matrimonial para ponerla en un ataúd. Simplemente comprar un vestido al precio de $12.99 fue suficiente para matar el espíritu de la hermana. Ella permanece en esta condición hasta que un día, por la misericordia del Señor, se arrepiente.

  Todos debemos revisar nuestra propia experiencia. Si al pensar en cierto asunto, no tenemos paz en nuestro espíritu, debemos dejar de pensar en ello. Quitemos la mente de aquello que le roba paz a nuestro espíritu. Cuando intentamos razonar y nos sentimos vacíos en nuestro espíritu, debemos detenernos y volver la mente al espíritu. En ese momento debemos decir: “Oh Señor Jesús, rescátame. Señor, libra mi mente de este pensamiento que me trae muerte”. Al hacerlo, inmediatamente hallamos reposo, alivio, satisfacción y aun nuestro espíritu es fortalecido. Mientras tengamos paz, alivio y satisfacción interior, tendremos un indicio de que nuestra mente está puesta en la dirección correcta. Pero si no tenemos paz, alivio ni satisfacción y, por el contrario, nos sentimos confusos, vacíos e inquietos, sabremos que nos hemos desviado hacia la muerte espiritual. Si éste es el caso, inmediatamente debemos volver nuestra mente al espíritu.

  En Romanos 8 no encontramos enseñanzas. Simplemente se nos dice que debemos andar conforme al espíritu. ¿Cómo podemos andar según el espíritu? Ocupándonos de la mente y fijándola siempre en la dirección correcta. La mente no debe estar dirigida hacia nada externo, sino hacia nuestro interior; no hacia las compras sino hacia el espíritu. Si fijamos la mente en el espíritu, andaremos conforme al espíritu. De esta forma, disfrutaremos a Cristo y participaremos plenamente del Espíritu todo-inclusivo. Entonces, automática e inconscientemente cumpliremos con los justos requisitos de la ley de Dios (v. 4). Día tras día tendremos el disfrute de Cristo como nuestra vida cuádruple. Lo único que debemos hacer es tener cuidado de lo que preocupa nuestra mente. ¿Dónde está puesta su mente ahora? ¿En qué dirección está? Necesitamos decir: “Señor, ten misericordia de mí, concédeme Tu gracia para que mi mente siempre esté dirigida hacia Ti y puesta en mi espíritu”.

2. Al hacer morir los hábitos del cuerpo

  Si tenemos la mente puesta en nuestro espíritu, haremos morir nuestra carne. Al poner la mente en el espíritu, automáticamente hacemos morir todos los hábitos de nuestro cuerpo. Esto es “crucificar la carne” (Gá. 5:24). Cuando deseamos ir de compras, nuestros pies quieran ir, pero es posible que nuestro espíritu diga: “Quédate en la cruz”. Esto es hacer morir o crucificar los hábitos del cuerpo. Como resultado, experimentamos la muerte de Cristo. La verdadera experiencia genuina de ser crucificados juntamente con Cristo, se obtiene al hacer morir los hábitos del cuerpo por medio del Espíritu. Esta experiencia no se tiene una vez y para siempre, sino que requiere un ejercicio constante y diario. Debemos hacer morir todo hábito del cuerpo volviendo nuestra mente al espíritu y fijándola en él. Ésta es la manera de andar conforme al espíritu (Ro. 8:4).

  La palabra andar incluye todo nuestro vivir: lo que decimos, lo que hacemos y adonde vamos. Cuando fijamos constantemente la mente en el espíritu, todo nuestro andar estará en conformidad con el espíritu. Esta clase de vida puede llamarse la vida santa, la vida victoriosa o la vida gloriosa. No importa cómo la llamemos, esta vida será la expresión del Cristo que mora en nosotros como nuestra vida cuádruple. Ésta es la experiencia que necesitamos en la vida de iglesia.

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