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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Romanos»
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Mensaje 19

HEREDEROS DE LA GLORIA

(2)

  Lectura bíblica: Ro. 8:17-27

D. Las primicias del Espíritu

  Romanos 8:17 dice: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con Él, para que juntamente con Él seamos glorificados”. En este versículo vemos que hemos avanzado de hijos inmaduros a herederos. Somos herederos de Dios y coherederos con Cristo. Aquí el pensamiento de Pablo es muy definido. Notemos la palabra si en la última parte de este versículo, pues indica que existe una condición para ser herederos. No podemos decir que por el simple hecho de haber nacido de Dios, ya somos herederos. Esto es demasiado prematuro. No existe ningún requisito que debamos cumplir para ser hechos hijos de Dios. En tanto que el Espíritu dé testimonio juntamente con nuestro espíritu, somos Suyos. Sin embargo, para avanzar y ser herederos, hay un requisito que debemos cumplir, el cual se menciona en la última parte del versículo.

  La única manera de ser herederos de Dios y coherederos con Cristo es padecer “juntamente con Él, para que juntamente con Él seamos glorificados”. Tal vez no nos agrade sufrir, pero es necesario. Recordemos que el sufrimiento es la encarnación de la gracia. No debemos angustiarnos debido al sufrimiento; si sufrimos juntamente con Él, seremos glorificados juntamente con Él. Aunque no puedo afirmar que si no sufrimos no seremos glorificados, es muy cierto que el grado de sufrimiento determina el grado de gloria. Cuanto más suframos, más se intensificará nuestra gloria, porque los sufrimientos intensifican nuestra gloria. Aunque nos gusta mucho ser glorificados, no queremos sufrir. Sin embargo, los sufrimientos aumentan la gloria. En 1 Corintios 15:41, Pablo dice que “una estrella es diferente de otra en gloria”, indicando que algunas estrellas brillan más que otras. Todos nosotros brillaremos y todos seremos glorificados, pero la intensidad de la gloria dependerá de la cantidad de sufrimiento que estemos dispuestos a aceptar y experimentar. Ciertamente en aquel día el apóstol Pablo brillará con más fulgor que todos nosotros. ¿Cree que usted brillará tanto como el apóstol Pablo? Ciertamente todos seremos glorificados, pero la intensidad de la gloria diferirá conforme a la intensidad de los sufrimientos de cada cual. Por lo tanto, Pablo dice en Romanos 8:18: “Pues tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son dignos de compararse con la gloria venidera que en nosotros ha de revelarse”. Los padecimientos que experimentamos en la actualidad no significan nada en comparación con la gloria venidera.

  Leamos el versículo 19: “Porque la creación observa ansiosamente, aguardando con anhelo la manifestación de los hijos de Dios”. Aquí se puede decir también “la revelación, o apariencia, de los hijos de Dios”. Todos nosotros somos hijos de Dios. Ya mencioné que si nosotros dijéramos a la gente en la calle que nosotros somos hijos de Dios, ellos pensarían que estamos locos. Dirían: “Mírate a ti y a mí. ¿Cuál es la diferencia entre nosotros? Ambos somos seres humanos; tú no eres nada diferente de mí; simplemente eres otra persona. ¿Por qué entonces dices que eres un hijo de Dios?”. Sin embargo, el día se acerca cuando los hijos de Dios serán manifestados. En ese día no será necesario proclamar: “Desde ahora en adelante somos hijos de Dios”, porque en ese entonces todos seremos glorificados; estaremos en la gloria y seremos designados como hijos de Dios por Su gloria. Entonces todos tendrán que reconocer que somos hijos de Dios. Ellos dirán: “Mira a estas personas tan llenas de gloria. ¿Quiénes serán? Deben ser los hijos de Dios”. No será necesario decir nada, pues seremos designados por nuestra glorificación. Toda la creación está en espera de esto atentamente, porque la creación aguarda con anhelo la manifestación de los hijos de Dios.

  El versículo 20 añade: “Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó”. Debemos notar la palabra vanidad. Toda la creación está sujeta a vanidad. Todo lo que se encuentra debajo del sol es vanidad. El sabio rey Salomón dijo: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Ec. 1:2). La creación está sujeta a vanidad.

  Luego en el versículo 21 leemos: “Con la esperanza de que también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad de la gloria de los hijos de Dios”. Debemos notar las palabras esclavitud y corrupción. En todo el universo no hay nada excepto vanidad y corrupción. Esta corrupción es un tipo de cautiverio o esclavitud que ata a toda la creación, la cual fue sujetada a vanidad, con la esperanza de que sería libertada de la esclavitud de corrupción a la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Un día los hijos de Dios serán glorificados, o sea, introducidos en la gloria. Con esa gloria habrá libertad, la cual constituirá un reino, una esfera, un dominio. Toda esa gloria será un reino, una esfera, en el cual seremos introducidos. Cuando nosotros seamos introducidos en aquella libertad o reino de gloria, la creación será librada de la vanidad, de la corrupción y de la esclavitud. Ésta es la razón por la cual toda la creación espera ese tiempo. Lo que nos concierne a nosotros, concierne a la creación, porque el destino futuro de ella descansa sobre nosotros. Si somos lentos en madurar, la creación nos culpará y murmurará contra nosotros, diciendo: “Queridos hijos de Dios, vosotros estáis creciendo muy lentamente. Nosotros estamos aguardando el tiempo de vuestra madurez, cuando vosotros entréis en la gloria y nosotros seamos librados de la vanidad, de la corrupción y de la esclavitud”. Debemos ser fieles a la creación y de no decepcionarla.

  El versículo 22 dice: “Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora”. Pareciera que una estrella gime a otra y que la luna gime a los planetas. Todos ellos gimen a una. No sólo toda la creación gime a una, sino que también sufre dolores de parto. Toda la creación gime y sufre dolores de parto hasta ahora.

  El versículo 23 añade: “Y no sólo esto, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, aguardando con anhelo la plena filiación, la redención de nuestro cuerpo”. Aunque nacimos como hijos de Dios mediante la regeneración y tenemos al Espíritu como las primicias, nosotros también gemimos porque aún estamos en el cuerpo, el cual está relacionado con la vieja creación. Debemos admitir que nuestro cuerpo todavía pertenece a la vieja creación y no ha sido redimido; por eso, nosotros gemimos en este cuerpo al igual que la creación lo hace. Sin embargo, mientras gemimos, tenemos las primicias del Espíritu, las cuales se nos dan para que las disfrutemos como un anticipo de la cosecha venidera. Estas primicias son el Espíritu Santo a quien disfrutamos como muestra del disfrute que tendremos de Dios en plenitud, es decir, de todo lo que Dios quiere ser para nosotros. Dios lo es todo para nosotros. El pleno disfrute vendrá en el día de la gloria. No obstante, desde ahora, antes de que tengamos el pleno disfrute, Dios nos ha dado un anticipo. Éste es Su divino Espíritu como las primicias de la cosecha, la cual será el pleno disfrute de todo lo que Él es para nosotros.

  Si hablamos con los incrédulos, ellos admitirán que, en cierto sentido sí disfrutan de sus entretenimientos, como por ejemplo el baile o el juego de apuestas. No obstante, también nos dirán que no son felices. Podemos preguntar a cualquiera de ellos: “¿Por qué va a bailar o a jugar al casino?, y nos contestará: “Porque estoy muy triste y deprimido, y necesito entretenerme con algo”. Ellos también están gimiendo, pero sólo eso, pues no cuentan con nada más. Nosotros, por el contrario, mientras gemimos, tenemos en nuestro ser interior al Espíritu como las primicias, como un anticipo de Dios mismo. Incluso mientras estamos sufriendo, tenemos el disfrute, o sea, el sabor de la presencia del Señor, la cual es simplemente el Espíritu dado a nosotros como las primicias que hoy disfrutamos. Por esto, somos diferentes de las personas mundanas, quienes gimen sin disfrutar nada en su ser interior. Aunque nosotros gemimos externamente, nos regocijamos internamente. ¿Por qué nos regocijamos? Porque tenemos las primicias del Espíritu. El Espíritu Divino dentro de nosotros es el anticipo de Dios, que nos conduce a saborear plenamente el disfrute divino. Entre las bendiciones de la filiación, ésta es una de las más grandes.

  Mientras nos encontramos gimiendo y disfrutando las primicias del Espíritu, estamos esperando la filiación, o sea, la plena filiación. Aunque dentro de nosotros tenemos la filiación, ésta todavía no está completa. En aquel día conoceremos la plena filiación, o sea, la redención de nuestro cuerpo. Tenemos la filiación en nuestro espíritu mediante la regeneración, y también podemos experimentar la filiación en nuestra alma mediante la transformación, pero aún no hemos experimentado la filiación en nuestro cuerpo, la cual se realiza mediante la transfiguración. En el día venidero también experimentaremos la filiación en nuestro cuerpo. Ésta es la plena filiación, la cual aguardamos con gran anhelo.

  Mientras esperamos, necesitamos crecer. No es necesario gemir tanto como crecer. Aunque necesitamos regocijarnos continuamente, al hacerlo, es imprescindible que crezcamos. Muchos entre nosotros son muy jóvenes e inmaduros. Todos debemos crecer y madurar. El tiempo en que aquel glorioso día venga dependerá de nuestro crecimiento en vida. Cuanto más rápido crezcamos, más rápido vendrá ese día.

  En el versículo 24 Pablo dice: “Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque ¿quién espera lo que ya ve?”. ¿Cuál es la esperanza que aquí se menciona? Es la esperanza de gloria. Fuimos salvos en la esperanza de que algún día entraremos en la gloria. Pablo está diciendo que “la esperanza que se ve, no es esperanza, porque lo que se ve, ¿para qué esperarlo?”. ¿Qué significa esto? Significa que aquello que esperamos es maravilloso porque nunca lo hemos visto. Ésta es la razón por la cual es una esperanza real. Si viéramos un poquito de ello, no sería una esperanza tan excelente. Si alguien me preguntara acerca de la gloria del futuro, yo le diría que no sé nada de ella porque nunca la he visto. No puedo hablar de esa gloria porque no la he visto. Por lo tanto, es una esperanza maravillosa.

  El versículo 25 dice a continuación: “Pero si esperamos lo que no vemos, con perseverancia y anhelo lo aguardamos”. Muchos santos que están esperando han preguntado: “Señor, ¿hasta cuando esperaremos? ¿Otros diez años? ¿Otra generación? ¿Hasta cuando, Señor?”. Esto pone a prueba nuestra perseverancia.

E. La ayuda del Espíritu

  “Además, de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (v. 26). ¿Qué significa la expresión de igual manera ? ¿Por qué Pablo dijo esto? Es difícil entenderlo, pero yo creo que tiene un significado muy extenso. De igual manera incluye todos los puntos de los versículos anteriores: la expectativa, el anhelo, el gemir, la perseverancia, la esperanza, etc. La expresión de igual manera se relaciona con todos estos asuntos. Mientras gemimos, el Espíritu Santo también gime. Mientras aguardamos la filiación, Él también la aguarda. Mientras nosotros procedemos con esperanza y perseverancia, Él hace lo mismo juntamente con nosotros. En cualquier condición que nos hallemos, Él está allí. “De igual manera” el Espíritu nos ayuda. ¡Qué gran consuelo es esto! Mientras gemimos, anhelamos y aguardamos, Él también gime, anhela y aguarda juntamente con nosotros. Él es exactamente lo mismo que nosotros. Si nosotros somos débiles, aparentemente Él también es débil, aunque en realidad no lo es. Él se compadece de nuestra debilidad. Él aparenta ser débil por causa de nuestra debilidad para poder participar con nosotros en todo. Cuando oramos en voz alta: “Oh, Padre”, Él también lo hace en voz alta, y cuando oramos en voz baja, Él hace lo mismo. Tal vez digamos: “Oh, Padre, ¡qué miserable soy! Ten misericordia de mí”. Si oramos de esta forma, Él también ora por nosotros “de igual manera”. Todo lo que oremos, Él también orará. Él se conformará a nuestro modo de ser. Si oramos rápido, con regocijo o con gritos, Él también orará de la misma manera. Nuestra manera de actuar es Suya. No debemos pensar que el Espíritu Santo es tan diferente a nosotros, y que cuando lo recibimos, nos convertimos en personas extraordinarias. Ésta no es la idea contenida en Romanos 8. Este capítulo revela que el Espíritu Santo se identifica con nosotros. Hermanas, ¿están desanimadas? Algunas hermanas dicen: “Nosotras no podemos gritar ni orar en voz alta como los hermanos. Debido a esto, parece que no nos hacen caso”. Anímense hermanas, pues el Espíritu ora según la manera en que ustedes oran. No importa cómo lo hagan, el Espíritu hará lo mismo. ¡Alabado sea el Señor!

  Pablo también dice que el Espíritu se une a nosotros para ayudarnos. Él mismo participa de nuestra debilidad a fin de ayudarnos. El Espíritu no nos pide que nos unamos con Él; más bien, Él se une a nosotros. Él no dice: “Sube al nivel más alto para unirte a Mí”. Ninguno de nosotros podría hacerlo; así que, el Espíritu se une a nuestro modo de ser. Si usted es rápido, Él también será rápido. Pero si usted es lento, Él también lo será. Trate de orar; no importa si su oración es fuerte o débil, en voz alta o en voz baja, a Él le da igual. Si usted ora, “de igual manera” Él orará en usted; “de igual manera” Él se unirá a usted para ayudarle.

  Si un hombre es inválido y yo quiero ayudarlo a caminar, tengo que acoplarme al paso de él. De igual forma, si quiero acercarme a un niño, tengo que identificarme con él. No debo decir: “Oye niñito, yo soy un gran gigante y he venido para ayudarte”. Si hago esto, el niño me mirará y dirá: “No te quiero, tú eres muy diferente a mí”. Si quiero ayudar a un niño pequeño, tendré que descender a su nivel, a su estatura, para decirle: “¿Puedo jugar contigo?”. Si hago esto, el niño se pondrá feliz y contestará: “¡Buena idea! Juguemos juntos!”. Esto significa que yo me uno a él y me acomodo a su modo de ser para poder ayudarle.

  A veces los hermanos de más edad en la iglesia son muy elevados y demasiado espirituales. Aunque tratan de ayudar a los creyentes, no lo hacen igualándose a ellos. En el día de la resurrección, el Señor vino a dos discípulos que iban camino a Emaús (Lc. 24:13-33). Él se unió a ellos conformándose al modo de ser de los discípulos. Mientras ellos iban conversando, Él se les unió fingiendo no saber nada. En esencia les preguntó: “¿De qué está hablando?”. Los dos discípulos le reprendieron, diciendo: “¿No has sabido las cosas que han sucedido en estos días?”. El Señor les dijo: “¿Qué cosas?”. Ellos dijeron: “Lo de Jesús nazareno, que fue Profeta, poderoso en obra y en palabra ... Le entregaron ... a sentencia de muerte, y le crucificaron”. El Señor Jesús no les hizo ningún reproche por no haberle reconocido ni tampoco se les reveló. Él se mantuvo al paso de ellos, andando junto a ellos hasta que llegaron cerca de la aldea. Al llegar, le pidieron que permaneciera con ellos, y Él lo hizo. Cuando se sentaron en la posada, el Señor tomó pan y lo partió. No fue hasta entonces que los ojos de ellos fueron abiertos y se dieron cuenta de que era el Señor. Inmediatamente después Él desapareció.

  En la vida de iglesia los hermanos y las hermanas de más edad deben ayudar a los más jóvenes de esta misma forma. Necesitan unirse a ellos y ayudarles en su debilidad. Ninguno de nosotros es muy fuerte. Todos estamos gimiendo, aguardando y diciendo: “Oh, Señor, ¿hasta cuando?”. Día tras día tenemos sufrimientos; no obstante, el Espíritu está presente, uniéndose a nosotros, identificándose con nosotros y ayudándonos.

F. La intercesión del Espíritu

  Pablo añade: “Pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”. El Espíritu intercede por nosotros con gemidos que se conforman a los nuestros. Este gemido parece nuestro, pero en realidad es el Espíritu el que gime en nuestros gemidos. Él gime igual que nosotros; Él está en nosotros, y Su gemido está en el nuestro. Él gime con nosotros “de igual manera”. Ésta es la mejor oración que podemos hacer con respecto al crecimiento en vida. La mayoría de nuestras oraciones son muy elocuentes y tienen una terminología muy elaborada, aunque tal vez no procedan de nuestro espíritu. Pero cuando sentimos una fuerte inclinación a orar, aun cuando no sepamos cómo expresarla, espontáneamente gemimos soltando esa carga, incluso sin articular palabra. Ésta será la mejor oración, en la cual el Espíritu intercede por nosotros gimiendo junto con nosotros.

  Este tipo de oración tiene que ver principalmente con el crecimiento en vida, el cual necesitamos mucho más que comprendemos. En cuanto a nuestras necesidades materiales y a los asuntos prácticos de nuestra vida cotidiana, los entendemos claramente y fácilmente hallamos las palabras con las cuales orar al respecto, pero en cuanto a la necesidad de crecer en vida, carecemos tanto de entendimiento como de expresión. Sin embargo, si acudimos al Señor pidiéndole el crecimiento en vida, frecuentemente, en lo más recóndito de nuestro espíritu, sentiremos una gran necesidad de orar acerca de algo que ni siquiera entendemos claramente, ni tenemos las palabras para expresarnos. De manera que, espontáneamente somos forzados a gemir. Mientras estamos gimiendo desde lo más profundo de nuestro espíritu, el Espíritu que mora en nuestro espíritu automáticamente se une a nuestro gemir, intercediendo por nosotros principalmente con la petición de que seamos transformados en vida para crecer hacia la madurez de la filiación.

  El versículo 27 dice: “Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a Dios intercede por los santos”. El Espíritu intercede conforme a Dios. ¿Qué significa esto? Significa que el Espíritu intercesor ora por nosotros para que podamos ser conformados a la imagen de Dios. Hablaremos más sobre este tema en el próximo mensaje.

G. La filiación plena

  Hemos visto que somos hijos de Dios y, como tales, disfrutamos todas las bendiciones de la filiación. Podemos enumerar las bendiciones: el Espíritu de filiación, el testimonio del Espíritu, el guiar del Espíritu, las primicias del Espíritu, la ayuda del Espíritu y la intercesión del Espíritu. Finalmente obtendremos la plena filiación de los hijos de Dios revelada en la libertad de la gloria (vs. 19, 21).

  En este pasaje de la Palabra encontramos tres términos muy significativos —hijos [teknós, gr.], hijos maduros [juiós, gr.] y herederos— los cuales corresponden a las tres etapas de la filiación. La vida de Dios obra en tres etapas para hacernos hijos maduros de Dios: regenera nuestro espíritu, transforma nuestra alma y transfigura nuestro cuerpo. Por lo tanto, tenemos la regeneración, la transformación y la transfiguración, las cuales juntamente nos dan la plena filiación. Como resultado de estas tres etapas los hijos de Dios maduran completamente.

  En este pasaje de Romanos se nos dice que el Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu, afirmando así que somos hijos de Dios [griego, teknós: niños] (v. 16). El versículo 16 no habla de hijos maduros ni de herederos, porque en la primera etapa de la filiación simplemente somos los que han sido regenerados por la vida de Dios. Después de esto creceremos. Entonces el versículo 14 dice que “todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” [griego, juiós: hijos]. En el versículo 14 ya no somos bebés o niños, sino hijos. El hecho de ser capaces de ser guiados por el Espíritu, significa que hemos obtenido cierto crecimiento en vida. Hemos crecido de hijos inmaduros a hijos maduros y, como tales, somos capaces de ser guiados por el Espíritu. Esto significa que estamos en la segunda etapa, la cual es la transformación. Finalmente llegaremos a ser herederos. Según la ley antigua, era imprescindible que los herederos tuvieran cierta edad para ser declarados legalmente herederos y para poder reclamar la herencia. Por lo tanto, en este pasaje de Romanos tenemos los hijos que han sido engendrados por la regeneración, los hijos maduros que han sido producidos por la transformación, y los herederos que han sido formados por la transfiguración o glorificación. Primero nacimos de Dios, después crecemos como Sus hijos, y luego esperamos el tiempo cuando seremos plenamente maduros y seamos declarados legalmente los herederos legítimos de Dios. El procedimiento que nos convierte en herederos legítimos es la transfiguración de nuestro cuerpo, esto es, la redención de nuestro cuerpo, la plena redención (v. 23). La transfiguración de nuestro cuerpo nos hará aptos para ser los herederos de la herencia divina. Esta transfiguración será realizada por la glorificación.

  Hay muchas riquezas en este pasaje de Romanos, y necesitaríamos varios mensajes para abarcarlas. En este mensaje vimos un bosquejo de las tres etapas de la filiación: la regeneración, la transformación y la glorificación. Como resultado de estas tres etapas, obtendremos la plena filiación. Estas tres etapas corresponden a las tres etapas de la obra salvadora de Dios: la primera etapa, la justificación, produce los recién nacidos de Dios; la segunda, la santificación, los capacita a crecer y convertirse en hijos maduros; y la tercera, la glorificación, produce la transfiguración del cuerpo de modo que lleguen a ser los herederos legítimos de la herencia divina.

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