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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Romanos»
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Mensaje 18

HEREDEROS DE LA GLORIA

(1)

  Lectura bíblica: Ro. 8:14-16

  En este mensaje llegamos al tema de la glorificación. ¿Cuál es la meta de la glorificación? La meta es la plena filiación de los hijos de Dios. La condenación requiere la justificación, la meta de la justificación es la santificación, y la de la santificación es la glorificación, cuya meta a su vez es la plena filiación de los hijos de Dios.

I. LAS BENDICIONES DE LA FILIACIÓN

  En el libro de Romanos no hallamos el término hijos de Dios sino hasta que llegamos al versículo 14 del capítulo 8, lo cual demuestra que Pablo escribió el libro de Romanos teniendo en mente un propósito profundo. A partir de 8:14 Pablo empieza a hablar acerca de los hijos de Dios y de los hijos maduros de Dios. Sin embargo, el concepto final de la sección sobre la glorificación (8:14-39) no trata de los que nacen de Dios ni de Sus hijos crecidos, sino de los herederos. Es posible que hayamos sido engendrados por Dios pero que no tengamos el crecimiento de un hijo maduro, o que seamos hijos maduros sin haber satisfecho los requisitos para ser herederos. Así que, el último concepto que Pablo trata en esta sección de Romanos es el que tiene que ver con los herederos de la gloria.

  Romanos 8:14 dice: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”. Este versículo es una continuación de la sección anterior en la cual Pablo nos dice que debemos andar conforme al espíritu (v. 4). En cierto sentido, andar conforme al espíritu equivale a ser guiado por el Espíritu Santo. Así que, el versículo 14 continúa lo que Pablo dice en el versículo 4 al afirmar que los que son guiados por el Espíritu Santo, o por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios. Por medio de esta corta declaración Pablo hace un giro: de los santificados pasa a los hijos de Dios. Al final del versículo 13 el tema se centraba en los santificados, aquellos que estaban condenados y que habían sido justificados, reconciliados, identificados con Dios, y finalmente santificados. Con el versículo 14 Pablo introduce el concepto de hijos de Dios. ¿Cómo somos santificados? Al andar conforme al espíritu. En cierto sentido, andar conforme al espíritu significa ser guiado por el Espíritu de Dios, y “todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”. De esta manera Pablo nos vuelve de la santificación a la filiación. Ahora llegamos al tema de los hijos de Dios.

  Al abordar el tema de la filiación, debemos estar en el espíritu, y no en la letra. Si estamos en la letra, encontraremos dificultad. ¿Por qué decimos esto? Porque de acuerdo con la letra, todas las hermanas quedan excluidas. ¿Cómo pueden las hermanas ser hijos? Pablo no dijo: “Todos los que son guiados por el Espíritu, éstos son hijos e hijas de Dios”. No obstante, todos nosotros, los hermanos así como las hermanas, somos igualmente hijos de Dios. No debemos leer la Biblia meramente conforme a la letra, sino conforme al espíritu. Aunque entre nosotros hay hombres y mujeres, hermanos y hermanas, en el espíritu todos somos hijos de Dios. En la eternidad no habrá hijas, sino solamente hijos.

  Un día los saduceos se le acercaron al Señor Jesús argumentando con Él acerca de la resurrección (Mt. 22:23-33). Ellos pensaban que eran muy sabios. Así que, le presentaron el caso de una mujer quien sucesivamente se había casado con siete hermanos, todos hijos del mismo padre. Después de que todos hubieron muerto, murió también la mujer. Entonces los saduceos le preguntaron de quién sería esposa la mujer en la resurrección, ya que los siete se habían casado con ella. El Señor les amonestó diciéndoles que ellos erraban por no conocer las Escrituras ni el poder de Dios. El Señor les dijo además que en la resurrección, ni nos casaríamos ni seríamos dados en casamiento, sino que seríamos como los ángeles de Dios. Nosotros seremos personas maravillosas, y no habrá diferencia alguna entre hombre y mujer. No sólo seremos justificados y santificados, sino también glorificados. Todos seremos personas glorificadas, los hijos eternos de Dios. Si andamos conforme al espíritu, no hay diferencia entre hombre y mujer, porque todos somos hijos de Dios. Sin embargo, no debemos olvidar que aún estamos en la carne, y en la carne todavía existe diferencia entre hombre y mujer, esposo y esposa. No debemos aplicar a nuestra situación presente algo que sólo se hará realidad en el día de la resurrección. Si lo hacemos, tendremos problemas. No obstante, todos nosotros, tanto hermanos como hermanas, somos hijos de Dios.

A. El espíritu de filiación

  “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido espíritu filial, con el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Ro. 8:15). ¿Cómo recibimos este espíritu de filiación? Lo recibimos por el Espíritu del Hijo de Dios que viene a nuestro espíritu. Gálatas 4:6, un versículo afín a Romanos 8:15, dice: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de Su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” Romanos 8:15 dice que hemos “recibido un espíritu de filiación”, y Gálatas 4:6 dice que “Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de Su Hijo”. Debido a que el Espíritu del Hijo de Dios entra a nuestro espíritu, éste llega a ser un espíritu de filiación. Así que, el versículo 15 dice que hemos “recibido espíritu filial”. Además, se menciona que éste es un “espíritu filial, con el cual clamamos: ¡Abba, Padre!”. En cambio, Gálatas 4:6 dice que “el Espíritu de Su Hijo” clama: “Abba Padre”. Encontramos una diferencia aquí. No obstante, ya sea que nosotros clamemos o que Él clame, ambos clamamos juntamente. Cuando clamamos, Él clama en nuestro clamar, y cuando Él clama, nosotros clamamos con Él. Según la gramática, el sujeto del versículo 15 es “nosotros”, pero en Gálatas 4:6, el sujeto es “el Espíritu”. Estos dos versículos demuestran que nosotros y Él, es decir, nuestro espíritu y Su Espíritu, somos uno. Cuando nosotros clamamos: “Abba, Padre”, Él se nos une en nuestro clamar. El Espíritu clama en nuestro clamar porque el Espíritu del Hijo de Dios mora en nuestro espíritu. Por lo tanto, no tenemos ningún temor, sino sólo un dulce clamor: “Abba, Padre”.

  Abba es una palabra aramea que significa “padre”. Cuando se conjugan los dos términos Abba y Padre, el resultado es una sensación profunda y tierna, la cual es muy íntima. “Abba, Padre” expresa una dulzura intensificada. Los niños de todas las razas humanas se dirigen a sus padres de esta forma dulce. En Estados Unidos dicen: “Daddy”; en China dicen: “Baba”; y en las Filipinas dicen: “Papa”. No usamos una sílaba aislada como Da, Ba o Pa, pues no sería tan dulce usar una sola sílaba. Necesitamos decir: “Daddy”, “Baba” o “Papa”. Necesitamos clamar: “Abba, Padre”. Si hacemos esto, comprobaremos cuán dulce es.

  ¿Por qué clamamos: “Abba, Padre”? Porque tenemos un espíritu de filiación. Me sería difícil llamar “Papá” a un hombre que no sea mi padre. Sería más fácil llamarlo “Señor”, pero no podría llamarlo “Papá”. Y sería mucho más difícil dirigirme a él clamando: “Abba, Padre”. De hecho, sería imposible. Si mi querido padre aún viviera, me gustaría llamarlo “Papi”. Sería tan dulce llamarlo así porque él me engendró. Jóvenes, no hay necesidad de que duden si son hijos de Dios. Cuando ustedes claman: “Abba, Padre”, ¿no experimentan una sensación muy dulce e íntima en su interior? Esto comprueba que son hijos de Dios y que tienen un espíritu de filiación. Si sólo pueden clamar: “Dios”, pero no pueden clamar: “Abba, Padre”, esto indica que no son hijos de Dios. Sin embargo, mientras puedan clamar con dulzura: “Abba, Padre”, pueden estar seguros de que son hijos de Dios.

B. El testimonio del Espíritu

  “El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”. En el versículo 14 se mencionan “los hijos de Dios” [juiós en el griego] y en el versículo 15, “el espíritu filial”. ¿Por qué en el versículo 16 Pablo habla inesperadamente de los hijos de Dios [usando la palabra griega téknos, o sea, los que recién nacieron de Dios]? Porque el Espíritu da testimonio de algo básico, es decir, de nuestra relación inicial con Dios. Como ya mencioné, podemos ser hijos infantiles sin tener el crecimiento propio de hijos maduros, y podemos ser hijos maduros sin haber cumplido con los requisitos para ser herederos. Sería prematuro si el Espíritu Santo diera testimonio de que todos somos herederos de Dios. La mayoría de nosotros no somos lo suficientemente maduros como para obtener tal testimonio. Así que, el Espíritu da testimonio de la relación más básica y elemental, a saber, que somos los que han nacido de Dios. Él da testimonio, juntamente con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios [los que han nacido de Dios]. Por lo tanto, el testimonio del Espíritu Santo empieza en la etapa inicial, o sea, desde nuestro nacimiento espiritual. Por muy jóvenes o nuevos que seamos en el Señor, si somos hijos de Dios, el Espíritu de Dios da testimonio juntamente con nuestro espíritu de este hecho. Debemos notar que no dice “en nuestro espíritu”. Si lo dijera, significaría que sólo el Espíritu de Dios da testimonio, y que nuestro espíritu no lo hace. Pero en efecto dice que el Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu, lo cual quiere decir que ambos dan testimonio juntamente. El Espíritu de Dios da testimonio, y simultáneamente nuestro espíritu lo hace juntamente con Él. Esto es maravilloso.

  Algunos tal vez digan: “No siento que el Espíritu de Dios dé testimonio. ¿Dónde está el Espíritu de Dios? No lo siento. No tengo ninguna sensación de que el Espíritu de Dios esté dentro de mí. Nunca lo he visto, ni puedo sentirlo. Simplemente no puedo percibirlo”. Sin embargo, ¿no siente usted que su espíritu da testimonio? Debe comprender que por cuanto su espíritu da testimonio, esto significa que el Espíritu Santo también lo hace. No puede negar que su espíritu da testimonio dentro de usted. El apóstol Pablo era muy sabio. Él dijo que el Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu. Cuando nuestro espíritu da testimonio, el Espíritu también lo hace, porque los dos espíritus fueron mezclados. Es muy difícil hacer una distinción entre el uno y el otro.

C. El guiar del Espíritu

  Muchos cristianos tienen un concepto natural y equivocado con respecto a la guía o la dirección que nos presta el Espíritu. Invariablemente piensan que la dirección del Espíritu viene repentinamente del tercer cielo o de alguna otra parte. Algunos piden al Señor una señal, diciendo: “Oh, Señor, dame alguna señal, algo que me indique si debo o no comprar esto. Señor, si hallo transporte, esto significará que Tú quieres que compre esta cosa, pero si no encuentro transporte, esto querrá decir que no es Tu voluntad que la compre. Señor, mantén las tiendas abiertas, porque si las encuentro cerradas, será una señal de que Tú no deseas que compre nada”. Éste es un ejemplo de un concepto equivocado respecto a la dirección que el Señor nos da.

  ¿Ha notado usted la primera palabra del versículo 14 respecto a la dirección del Señor? La primera palabra es porque. Esta palabra hace referencia a lo que Pablo ya mencionó antes e indica que el versículo 14 es una continuación del mismo. Así que, la dirección mencionada en el versículo 14 tiene relación con los asuntos tratados en los versículos anteriores. Ahora, el punto principal de los versículos anteriores es que andemos conforme al espíritu para poder cumplir los justos requisitos de la ley de Dios. ¿Cómo conseguimos la dirección o el guiar del Espíritu? No lo hacemos al orar, ni al buscar señales ni indicios, sino al andar conforme al espíritu.

  El guiar del Espíritu no proviene de algo externo ni depende de ello. Por el contrario, es el producto de la vida interior. Yo diría que proviene del sentir de la vida, de tomar conciencia de la vida divina que está dentro de nosotros. La palabra vida se menciona al menos cinco veces en Romanos 8. Por lo tanto, el guiar del Espíritu está relacionado con la vida, y con el sentir y la capacidad de percibir la vida. La mente puesta en el espíritu es vida (v. 6). ¿Cómo podemos conocer esta vida? No por las circunstancias externas, sino por el sentir interior de esta vida por el hecho de poder percibirla al tomar conciencia de ella. Hay un sentir o sentido interior que se produce al poner nosotros la mente en el espíritu. Si ponemos la mente en el espíritu, inmediatamente seremos fortalecidos y satisfechos en nuestro interior. También el agua de vida nos riega y nos da refrigerio. Por tal sentir y conciencia podemos conocer la vida dentro de nosotros, y por ese sentir de vida podemos saber si nos conducimos de una manera recta. En otras palabras, de esta forma podemos saber si el Espíritu nos está guiando. Por consiguiente, el guiar del Espíritu mencionado en el versículo 14 no depende de nada externo, sino totalmente del sentir de vida que se origina en nuestro espíritu.

  Hermanas, cuando se disponen a ir de compras, no deben orar: “Señor, ¿debo ir de compras o no? Si no quieres que vaya, dame una señal”. No es necesario orar de esta forma. Las hermanas no deben decir: “Oh, Señor, si Tú no quieres que vaya de compras, impídemelo”. Nunca ore ni piense de esta manera. No debe imaginar que si el Señor no le impide ir al supermercado, esto quiere decir que Él está guiándola a ir. Todo puede estar bien externamente, pero ¿qué tal internamente? Tal vez después de estacionar su automóvil y mientras va caminando hacia la puerta de esa gran tienda, usted no tenga paz por dentro. En lugar de sentirse fortalecida internamente, se siente frustrada. Sin embargo, como todo está bien externamente, usted sigue adelante. No obstante, internamente, cuanto más se acerca a la tienda, más vacía se siente. Tal vez busque justificarse por medio de factores externos: por el hecho de que cuenta con dinero suficiente; porque su esposo, quien tiene miedo de usted, le ha dado permiso; porque el tiempo es excelente ese día; o porque no hay mucho tráfico en las calles. Tal vez usted piense: “¿Acaso no es Dios soberano? De hecho, todas las cosas cooperan para bien”. No se base en las cosas externas. Yo le pregunto por su sentir interno. Aunque por fuera todo parezca estar bien, por dentro se siente vacía y débil: carece de la unción, del riego interno y de la paz interna.

  ¿Qué significa esto? Significa que el Espíritu nos guía en lo profundo de nuestro ser, en nuestra vida interna. Los incrédulos no tienen la vida divina que está dentro de nosotros. La vida divina dentro de nuestro ser nos guía constantemente, y no mediante señales ni indicios, sino al darnos un sentir interno, una sensibilidad o percepción. Así que Pablo dice: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”. Si las cosas externas le guían a uno, esto no constituye una prueba de que es hijo de Dios, pero si el sentir interno de la vida divina lo guía, ya tiene el indicio de que es un hijo de Dios. Somos hijos de Dios porque tenemos Su vida. ¿Por qué razón las personas mundanas no son hijos de Dios? No lo son porque carecen de la vida de Dios.

  Pensemos en el caso del asno usado por Balaam el profeta pagano. Indudablemente ese asno fue conducido a hablar un lenguaje humano. No obstante, esa guía no provino de la vida, sino de un don milagroso. La dirección que viene de tal don no implicaría que seamos hijos de Dios. Sí, verdaderamente el asno fue conducido a hablar en un idioma humano, pero eso no indicó que el asno poseía la vida humana y mucho menos que era hijo de Dios.

  Cuando ustedes las hermanas están pensando en ir de compras, necesitan obedecer el sentir interno de la vida, aunque todas las circunstancias externas parezcan favorables. Mientras se acercan a la puerta de la tienda, es posible que algo en su ser les diga: “Regresa”. Tal vez no oyen una voz audible, pero cuando están a punto de entrar en la tienda, les sobreviene una sensación de tinieblas, debilidad y aridez. Debido a que ustedes son hijos de Dios, tienen este indicador de la vida interna; tienen algo que la gente del mundo no tiene. Debido a que tienen la vida de Dios, también tienen la dirección que resulta de esa vida. Esta dirección les indica que son hijos de Dios. Ésta es la razón por la cual en el versículo 14 Pablo dice que todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios.

  ¿Dónde está el guiar que Pablo menciona en el versículo 14? Se encuentra en los versículos 4 y 6. El Espíritu nos guía a nosotros cuando andamos conforme al espíritu y ponemos nuestra mente en el espíritu. Si usted anda conforme al espíritu y pone su mente en el espíritu, descubrirá que el Espíritu lo dirige. Estará consciente de que está andando, actuando y viviendo en conformidad con el espíritu. No debe pasar por alto el sentir interno ni desobedecer lo que se percibe internamente, porque es verdaderamente la dirección del Espíritu. Cuando usted tiene este sentir en su ser, esto es un indicio de que el Espíritu lo está guiando. Por lo tanto, poner la mente en el espíritu es ponerse bajo la dirección del Espíritu. La vida interna le dará cierto sentir, incluso en detalles pequeños, con lo cual le indicará si usted está bajo la dirección del Señor. Así que, somos guiados por el Espíritu al andar conforme al espíritu y al poner nuestra mente en el espíritu. Por lo tanto, la dirección del Espíritu mencionada en el versículo 14 no se deriva del ambiente externo, sino del sentir de la vida divina de lo que se percibe internamente. Esta dirección comprueba que somos hijos de Dios, porque “todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”.

  Me gustaría dirigir una palabra especialmente a los adolescentes que leen este mensaje. Cuando sus compañeros de escuela están hablando de una forma mundana, puede ser que ustedes se den cuenta de que no pueden participar en la conversación. Aunque externamente nada los detiene, internamente perciben que algo los está prohibiendo. Este control interno proviene de la vida de Dios que está en ustedes, la cual los constituye hijos de Dios. Puede ser que sus compañeros estén hablando acerca de cosas pecaminosas de una manera muy contenta y animada, pero la vida divina dentro de ustedes no les permite decir una sola palabra. En lugar de eso, hace que se alejen de ellos. Éste es el guiar del Espíritu, el cual los marca o señala como hijos de Dios. Debido a esta marca que resulta de la dirección del Espíritu, los compañeros de clase suyos no entenderán lo que pasa con ustedes. Ellos se preguntarán por qué no hablan como ellos y por qué son diferentes a ellos. Se preguntarán esto porque ellos son hijos del diablo y ustedes son hijos de Dios y, como tales, ustedes tienen el guiar interno del Espíritu.

  También quisiera decir algo acerca de las modas y estilos de vestir. Hoy los hijos del diablo tienen sus propias modas y estilos. Ciertamente todas las modas son guiadas por el diablo. Las modas son una marca que señala a los hijos del maligno; ningún cristiano debería vestirse como ellos. A pesar de que las iglesias en el recobro del Señor no publican ninguna lista de reglas externas acerca del vestido, dentro de ustedes se encuentra la vida divina que los hace hijos de Dios. Cuando sus amigos, parientes y compañeros se visten de una manera diabólica, dentro de ustedes existe un sentir que no les permite vestirse de esa manera. Esto es el guiar del Espíritu, la marca que los distingue como hijos de Dios.

  ¿Cómo podemos saber que somos hijos de Dios? Lo sabemos por el hecho de que el Espíritu nos guía, lo cual pone una marca en nosotros que nos distingue de los demás. La vida interna constantemente nos da una sensación o capacidad de percibir el hecho de que no debemos comportarnos como lo hace la gente mundana. Debemos ser diferentes de nuestros parientes, amigos, compañeros de clase y vecinos. Cuando obedecemos el sentir interno de la vida, espontáneamente se muestra en nosotros una marca que hace saber a la gente que nosotros somos diferentes a los hijos del diablo, que tenemos la vida de Dios dentro de nosotros, la cual nos constituye hijos de Dios. Éste es el guiar del Espíritu. No considere que el guiar del Espíritu mencionado en el versículo 14 es un asunto objetivo y externo. Al contrario, es completamente un sentir interno que proviene de la vida divina que se halla en nuestro espíritu.

  El guiar del Espíritu realizado por el sentir interno de la vida divina no se da por casualidad; más bien es algo relacionado con nuestra vida diaria, tal como la respiración. La respiración normal es continua. Cuando deja de ser continua, es porque hay un problema con nuestra salud. Ya que el guiar del Espíritu está relacionado con la vida, debe manifestarse normalmente en cada aspecto de nuestro diario andar. Éste es el guiar del Espíritu. Es este guiar, manifestado en nuestra vida diaria, lo que constituye una prueba de que somos hijos de Dios.

  Si no vivimos ni andamos guiados por el Espíritu, es posible que seamos hijos inmaduros de Dios, de quienes el Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu al clamar: “Abba, Padre”, pero no tenemos la marca que nos distingue como hijos maduros de Dios. En otras palabras, es posible ser Sus hijos [que permanecen en la niñez] sin tener el crecimiento que se produce cuando vivimos y andamos conforme a la dirección que el Espíritu nos da en la vida divina. El guiar del Espíritu nos distingue como hijos de Dios que están creciendo en la vida divina.

  Debemos entender la diferencia que existe entre los hijos inmaduros [téknos] de Dios del versículo 16 y los hijos maduros [juiós] de Dios del versículo 14. Los hijos inmaduros se hallan en la etapa inicial de la vida divina, que principalmente se relaciona con el nacimiento, mientras que los hijos maduros están en una etapa más avanzada, la cual se relaciona con el crecimiento en vida. Para ser hijos nacidos de Dios, nosotros necesitamos el testimonio que el Espíritu da juntamente con nuestro espíritu, pero para ser hijos de Dios que han llegado a cierta madurez en vida, debemos contar con la guía que el Espíritu nos presta mediante el sentir de la vida divina. Si tenemos el testimonio del Espíritu en nuestro espíritu, tenemos la seguridad de que somos hijos de Dios. Sin embargo, para tener la prueba, la marca, de que somos hijos maduros de Dios, es necesario que el Espíritu nos guíe y que nosotros vivamos y andemos conforme al sentir interno de la vida divina. Todos los verdaderos cristianos son hijos engendrados de Dios, pues tienen el testimonio del Espíritu con su espíritu, pero no todos tienen la marca de que son Sus hijos maduros, quienes están creciendo en la vida divina y viviendo y andando conforme al guiar del Espíritu. Por lo tanto, todos debemos avanzar en el crecimiento en vida y pasar de la etapa inicial de ser recién engendrados por Dios a la etapa avanzada, lo cual mostrará que somos Sus hijos maduros, al llevar la marca distintiva del guiar del Espíritu en vida.

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