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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Romanos»
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Mensaje 28

LA TRANSFORMACIÓN QUE SE REQUIERE PARA RECIBIR A LOS CREYENTES

(1)

  Lectura bíblica: Ro. 12:1-2; 14:1-12; 2 Co. 5:10; 1 Co. 4:5; Mt. 16:27; 25:19; Lc. 19:15; 1 Co. 3:12-15; Jn. 10:28-29; 2 Ti. 4:8; Ap. 22:12

  El evangelio de Romanos es maravilloso. En los primeros once capítulos Pablo trata de manera exhaustiva la justificación, la santificación, la glorificación y la elección. Si leemos estas cuatro secciones principales, veremos que Dios realizó casi todo lo que se propuso hacer. Del capítulo 1 de Romanos al capítulo 11 vemos la obra creadora de Dios, la caída del hombre, la redención efectuada por Cristo, la justificación de parte de Dios y la reconciliación con Dios. Además, Pablo nos revela la identificación con Dios, el proceso vital de santificación y la glorificación. También nos guía a la fuente de todas las actividades de Dios, la cual es Su corazón de amor. Pablo también nos introduce en la cámara secreta de la elección de Dios, donde podemos ver Su economía. ¡Qué panorama tan vasto hemos visto! Consideremos todos los elementos que están incluidos en este recorrido: la creación, la caída del hombre, la redención, la justificación, la reconciliación, la identificación, la santificación, la glorificación, el amor y la elección. Aunque todos estos puntos son maravillosos, ninguno de ellos constituye la máxima consumación de la obra de Dios.

  La máxima consumación de la obra de Dios es la vida de iglesia. Satanás es muy sutil y ha ocasionado que muchos de los queridos cristianos diligentes lleguen aun a odiar la palabra iglesia. Muchos cristianos tienen gran estima por la santificación y la vida, pero aparentemente desechan la iglesia, descuidándola e incluso oponiéndose a ella. La mayoría de ellos se aferra al concepto erróneo de que la iglesia no es para el tiempo presente, sino para el futuro. Por eso, cuando hablamos de la iglesia nos encontramos en dificultades, lo cual se debe a la sutileza del enemigo. Hace cerca de dos mil años el Señor Jesús prometió que regresaría pronto, pero aún no ha venido debido a que la iglesia no está lista. ¿Dónde está la iglesia perfectamente edificada según lo menciona el Señor en Mateo 16:18? Mientras la iglesia no se prepare adecuadamente, no hay forma para que el Señor Jesús regrese. Su regreso requiere el cumplimiento de dos cosas: la restauración de la nación de Israel y el recobro de la vida de iglesia. Si usted conoce la profecía, se dará cuenta de que estos dos asuntos son las señales principales para la venida del Señor. La restauración de Israel y el recobro de la iglesia son necesarios para que el Señor regrese. Sin su cumplimiento, es imposible que el Señor vuelva. En el recobro del Señor estamos preparando el camino para Su regreso. Cada día leemos en los periódicos los últimos acontecimientos en el Medio Oriente. Todo lo que ocurre allí es la preparación para la restauración de la nación de Israel. Aunque estoy seguro de que el Señor está obrando en el Medio Oriente, estoy muy preocupado por Su obra entre nosotros. Él debe igualar Su obra en la iglesia con Su obra en Israel. Así que, debemos prestar toda nuestra atención a la vida de iglesia.

  En Romanos 12 Pablo, después de dar un discurso de once capítulos, llega al punto final, la vida de iglesia. Ya vimos que Pablo usa cinco capítulos para presentar la vida de iglesia. He indicado previamente que la sección acerca de la vida de iglesia empieza de manera específica cuando Pablo dice: “Así que, hermanos, os exhorto...” (12:1). Pablo nos exhorta a presentar nuestros cuerpos, física y prácticamente, para la vida de iglesia. Después de exhortarnos a presentar nuestro cuerpo para la vida de iglesia, Pablo habla de la segunda parte de nuestro ser, nuestra alma, y de que necesitamos ser transformados por medio de la renovación de nuestra mente (12:2). Nuestra alma requiere un cambio radical, esencial y metabólico, tanto en naturaleza como en forma. Todo nuestro ser necesita un cambio por causa de la vida de iglesia, porque nada natural, común, mundano ni moderno es apropiado para la vida del Cuerpo. Necesitamos una transformación metabólica por el obrar interior del elemento vital y divino. Necesitamos un cambio radical en nuestra mentalidad, en nuestra parte emotiva y en nuestra voluntad. Una vez que experimentemos esta clase de transformación metabólica en todo nuestro ser, seremos aptos para la vida de iglesia. Además, una vez que nuestro cuerpo haya sido presentado, y nuestra alma haya sido transformada por la renovación de nuestra mente, nuestro espíritu necesitará ser ferviente. Si poseemos todas estas cualidades, veremos la manifestación de los dones de la gracia mediante el crecimiento en vida. Los diferentes dones y funciones empezarán a surgir. No debemos ser como los “calientabancos” que van a las llamadas iglesias y se sientan ahí como miembros muertos sin ninguna función. Tales personas nunca podrán participar en la vida de iglesia. Los miembros de la vida de iglesia deben presentar su cuerpo, deben dejar que su alma sea transformada por la renovación de la mente, y deben ser fervientes en el espíritu. Sólo entonces, al ejercitar los dones necesarios, tendremos la vida de iglesia.

  Para tener la vida apropiada de iglesia, necesitamos la debida vida cristiana. Por lo tanto, a partir de Romanos 12:9 y continuando hasta 13:14, Pablo habla de la vida cristiana normal. Ya vimos que en este pasaje de Romanos Pablo aborda varios asuntos: nuestra actitud y conducta para con Dios, así como para con nuestros comiembros, nosotros mismos, nuestros perseguidores, el gobierno y las autoridades establecidas; también habla de poner en práctica el principio del amor y de la guerra en contra de nuestra carne. Para practicar la vida de iglesia, necesitamos llevar una vida diaria cristiana normal, la cual corresponda a la vida de iglesia. También nuestros cuerpos deben ser presentados, nuestras almas transformadas, nuestras mentes renovadas, nuestros espíritus hechos fervientes y nuestros dones ejercitados. Así que, al final de Romanos 13, la vida de iglesia ha sido plenamente descrita y la vida cristiana adecuadamente definida.

  Sin embargo, aún existe una gran necesidad. Debemos atender el asunto de recibir a los santos. Al respecto, necesitamos ejercitar el discernimiento que se deriva de la práctica de la vida de iglesia y de llevar una vida cristiana normal. Si no entendemos claramente la base sobre la cual se recibe a los santos, perjudicaremos la vida de iglesia y la reduciremos a pedazos. Seremos como una persona que cuida de todos los detalles relacionados con su cuerpo físico, pero que descuida un asunto específico y principal que le puede ocasionar la muerte. Si manejamos este asunto de recibir a los santos sin una visión clara de ello, la iglesia será gravemente perjudicada. Durante más de cuarenta años que he estado en la vida de iglesia, he conocido un buen número de santos queridos que han declarado haber visto el Cuerpo, pero que, después de un corto tiempo, se han dividido por causa de las doctrinas, perjudicando así la iglesia y excluyéndose a sí mismos de la comunión de ella. Cuando tuvieron contacto con la iglesia por primera vez, ellos decían: “Aleluya, he visto la iglesia”, pero algunos meses después empezaron a disentir. Por lo tanto, quiero advertirles que debemos ser muy cuidadosos en cuanto a recibir a los creyentes apropiadamente.

  Para recibir a nuestros hermanos creyentes en el Señor, necesitamos la transformación. Si permanecemos naturales, seremos incapaces de estar de acuerdo con los demás. De hecho, conforme a nuestro modo de ser natural, no somos capaces ni siquiera de estar de acuerdo con nosotros mismos de manera consistente. Por lo general, uno pelea consigo mismo. Así que, es muy difícil que cualquier cristiano que permanece en su modo de ser natural, camine en armonía con otros. El recibir a los santos requiere transformación. Yo creo que lo dicho por Pablo en Romanos 12:2 con respecto a la transformación que se efectúa por medio de la renovación de la mente, no sólo gobierna la sección sobre la práctica de la vida del Cuerpo, sino también todos los otros capítulos relacionados con la vida de iglesia. La transformación gobierna los asuntos que se hallan en el capítulo 13, así como algunos de los aspectos hallados en los capítulos 14 y 15. Si no somos transformados al menos en cierto grado, seremos incapaces de ser uno con los demás creyentes. Aunque podamos reunirnos con ellos, seremos incapaces de tener comunión con ellos ni abrirles nuestro ser. Si nos abriéramos a ellos, terminaríamos peleando debido a que aún no estamos transformados y a que somos muy naturales en nuestros conceptos, conducta, y en todo lo que somos y hacemos. Así que, para recibir a los demás creyentes, necesitamos ser transformados. Todo el capítulo 14 de Romanos y parte del capítulo 15 se ocupan de este asunto. Al respecto, Pablo tiene cinco puntos principales.

I. RECIBIR A LOS CREYENTES COMO DIOS LOS RECIBE Y NO CONFORME A NUESTROS CONCEPTOS DOCTRINALES

  Debemos recibir a los santos como Dios los recibe. Tenemos que recibir a todo aquel a quien Dios recibe. No tenemos alternativa. Tomemos el ejemplo de una familia con muchos hijos. Algunos de los hijos son buenos y otros malos; unos agradables y otros necios. Tal vez en esa familia tan grande, algunos de los hijos no estén contentos con algunos de sus hermanos; sin embargo, ellos deben entender que no depende de ellos determinar quiénes deben ser sus hermanos y hermanas. Eso depende de los padres. Si alguno de los hijos de esa familia piensa que su hermano es muy feo y se queja de él, no debe dirigir su queja al hermano, sino a sus padres que lo engendraron. Nuestro Padre celestial engendró muchos hijos, muchos cristianos, y Él los recibió a todos. Por lo tanto nosotros también debemos recibirlos, no conforme a nuestros gustos y preferencias, sino conforme a Dios.

  Sin embargo, en el cristianismo la mayoría de los cristianos no recibe a los demás como Dios los recibe, sino conforme a sus conceptos doctrinales. Tomemos el ejemplo del bautismo. Existen muchos conceptos acerca del bautismo: algunos insisten en el bautismo por aspersión, otros en la inmersión; algunos otros argumentan sobre el nombre en el que se debe bautizar, y aún otros más se oponen al bautismo físico, argumentando que el bautismo es solamente espiritual. ¡Cuántas diferentes escuelas de opinión existen acerca de este único asunto del bautismo! ¡Esto es terrible! Nos tomaría meses examinar todos los diferentes conceptos doctrinales, tales como la eterna seguridad de la salvación, la predestinación, el libre albedrío, el arrebatamiento, etc. Incluso la enseñanza acerca de cubrirse la cabeza ha causado algunas divisiones. Ciertos grupos cristianos le dan una gran importancia al asunto de que las hermanas deben cubrirse la cabeza. Hay demasiadas opiniones acerca de este asunto; incluso se discute sobre el tamaño, el color, la textura y el material que debe usarse en el velo. Sé de un grupo que insiste en que el velo sea blanco y no permite que sea de ningún otro color. Aun esta cosa insignificante ha causado división.

  Nadie puede decir que las iglesias del recobro del Señor son heréticas. Creemos que la Biblia es la Palabra de Dios, y que fue inspirada divinamente palabra por palabra. Creemos que el Señor Jesús es el Hijo de Dios, que fue encarnado como un hombre y vivió sobre esta tierra, que murió en la cruz por nuestros pecados, que resucitó física y espiritualmente, que ascendió a los cielos, que como Señor de todo está sentado a la diestra de Dios, y que a la vez mora en nosotros. Creemos en el único Dios, el Dios Triuno, el Padre, el Hijo y el Espíritu. Creemos que el Señor Jesús regresará y que establecerá Su reino en la tierra. No hay nada herético en todo esto. No obstante, algunos nos critican y encuentran faltas en nosotros porque no estamos de acuerdo con todas sus opiniones doctrinales. Algunos insisten en bautizar a los creyentes tres veces y exigen que la iglesia practique esto; pero si adoptáramos tal práctica, nos pondríamos el nombre “la iglesia que bautiza tres veces”. Otros insisten en el hablar en lenguas. Indudablemente, la Biblia incluye el hablar en lenguas, pero no podemos hacer que la iglesia se caracterice por el don de hablar en lenguas. La iglesia debe practicar la generalidad. En el recobro del Señor muchos queridos santos han intentado convertir la iglesia en una clase particular de iglesia de acuerdo con su concepto doctrinal, pero nosotros simplemente no podemos concordar con eso. Por lo tanto, algunos se han separado de nosotros debido a que eran divisivos con respecto a sus doctrinas o prácticas particulares.

  La triste historia del cristianismo es marcada por la división y la confusión. Muchas de estas divisiones han sido causadas por los diferentes conceptos doctrinales. Hemos aprendido esta lección después de un exhaustivo estudio de la historia eclesiástica y no queremos repetir la tragedia del cristianismo. Por lo tanto, nunca discutiremos acerca del cubrirse la cabeza, del bautismo, de la observancia de los días ni del vino que se usa en la mesa del Señor. Jamás argumentaremos sobre asuntos tan superficiales como el pan y la copa que se usan en la mesa del Señor, la clase de agua usada en el bautismo ni la manera en la que se debe bautizar a la gente. El recobro del Señor no se preocupa por eso. El recobro del Señor está en pro de Cristo como vida y de la iglesia como expresión de Cristo en unidad en cada localidad. Algunos santos queridos, después de declarar haber visto la iglesia, han continuado aferrándose a su entendimiento doctrinal particular. Como resultado, han causado muchos problemas, trayendo a sí mismos sufrimientos y separándose del recobro del Señor en su intento por dividir la iglesia. Por lo tanto, debemos ser cuidadosos y no recibir a la gente conforme a los conceptos doctrinales, sino conforme a Dios.

  Pablo sabía cuán importante era el asunto de recibir a los creyentes y, por consecuencia, dedicó todo el capítulo 14 y una parte del capítulo 15 a este tema. En Romanos 12 vemos el Cuerpo; en Romanos 14 se nos da una advertencia. Si no prestamos la debida atención a esta advertencia, corremos el peligro de usar la doctrina como un cuchillo para cortar en pedazos el mismo Cuerpo revelado en el capítulo 12. Muchos cristianos hablan acerca del Cuerpo de Cristo conforme a Romanos 12; no obstante, ellos mismos son culpables de matar al Cuerpo y cortarlo en pedazos al empuñar el afilado cuchillo de las divisiones doctrinales. Ésta es la razón por la cual el Cuerpo revelado conforme a Romanos 12 debe ser vivido conforme a Romanos 14. Sin este capítulo somos incapaces de poner en práctica de manera apropiada el Cuerpo revelado en el capítulo 12. Muchos cristianos prestan atención a Romanos 12, pero descuidan Romanos 14; es decir, hablan acerca del Cuerpo, pero permanecen facciosos y en división debido a que continúan aferrándose a sus conceptos doctrinales. No están dispuestos a abandonar tales conceptos; por esta razón, les es imposible experimentar la vida del Cuerpo. Es por esto que Pablo, después de revelar la vida apropiada de iglesia y la vida cristiana normal, aborda el asunto crucial de recibir a los creyentes. Si no prestamos la debida atención a este asunto, cometeremos suicidio espiritual en cuanto a la vida de iglesia. A fin de experimentar la vida del Cuerpo, debemos recibir a los creyentes como Dios los recibe: de una manera general, y no conforme a nuestros conceptos doctrinales, o sea, de manera particular.

  Los conceptos doctrinales más terribles son principalmente aquellos sostenidos por los creyentes religiosos judíos. Tales conceptos se dividen en dos categorías: el comer y la observancia de los días de fiesta. Aquellos que sostienen estos conceptos insisten en que ciertos alimentos son santos y otros son inmundos, y en ciertos días son santos y otros son comunes. Ellos basan sus reglamentos dietéticos en Levítico 11. Para ellos, los gentiles son como bestias inmundas que comen de todo. Hechos 10 muestra que aun Pedro, el primer apóstol, era muy religioso con respecto al alimento. Su naturaleza religiosa le obligó a Dios a darle la misma revelación tres veces respecto a lo que es santificado y a lo que es común (Hch. 10:9-16). Cuando el Señor dijo a Pedro “mata y come”, Pedro contestó: “Señor, de ninguna manera; porque ninguna cosa profana o inmunda he comido jamás” (Hch. 10:13-14). El Señor respondió a Pedro, diciendo: “Lo que Dios limpió, no lo tengas por común” (Hch. 10:15). Aquí vemos que Pedro, como muchos otros, se adhirió a los conceptos doctrinales porque era religioso. Cuando tales personas argumentan por sus conceptos, piensan que están contendiendo por la verdad de Dios. En realidad, ellos están frustrando el mover de Dios de edificar el Cuerpo de Cristo. Ningún concepto doctrinal debe ser nuestra base para recibir a los creyentes. La única base que tenemos para recibir a los creyentes es la que concuerda con la manera en que Dios los recibe.

A. Debemos recibir al débil en la fe

  En Romanos 14:1 Pablo dice: “Ahora bien, recibid al débil en la fe”. Algunos creyentes son débiles en la fe porque aun no han recibido mucho de la transfusión e infusión del elemento de Dios. Sin embargo, ellos tienen cierta medida de fe, y debemos recibirlos.

  Algunos creyentes, por ser débiles en la fe, no se atreven a comer de todo ni a considerar todos los días iguales. Aun así, ellos tienen cierta medida de fe y son creyentes genuinos en Cristo. Así que, basados en la medida de fe que tienen ellos y en el hecho de que son verdaderos creyentes, debemos recibirlos.

B. No para juzgar sus opiniones

  Necesitamos leer Romanos 14:1-5: “Ahora bien, recibid al débil en la fe, pero no para juzgar sus opiniones. Porque uno cree que puede comer de todo, pero el que es débil, sólo come legumbres. El que come, no menosprecie al que no come, y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido. ¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme. Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente”. En Romanos 14 Pablo es un excelente ejemplo de uno que no juzga los conceptos doctrinales de los demás, porque él no expresó su opinión personal acerca de cuál de esas doctrinas era correcta y cuál incorrecta. Ciertamente él sabía la doctrina correcta acerca de comer y de observar los días. No obstante, él no tomó ningún partido, sino que nos encargó ser flexibles al respecto y no criticar a los demás. Debemos dejar que otros estén libres de comer lo que ellos quieran y de guardar el día que crean que deben guardar. Para ellos, un día es más santo que otro, pero para aquellos que son más fuertes en la fe, todos los días son iguales.

  Nosotros también debemos aprender a no juzgar los conceptos doctrinales de los demás. Cuando nos pregunten acerca de nuestro método para bautizar o de la clase de agua que usamos para ello, no debemos entrar en discusiones doctrinales. En otras palabras, no debemos hacer ningún juicio sobre el asunto. La mejor forma de responder a las preguntas doctrinales es ayudar a otros a volverse de sus conceptos doctrinales a Cristo, quien es nuestra vida. Por naturaleza todos tenemos la tendencia a convencer a los demás y a argumentar con ellos acerca de nuestros conceptos, pero debemos evitar esto.

C. Debemos recibir a todo aquel que Dios ha recibido

  En el versículo 3 Pablo dice: “Porque Dios le ha recibido”. Ésta es la base sobre la cual recibimos a otros. En tanto que nuestro Padre haya recibido a una persona, nosotros también debemos recibirla; no tenemos otra alternativa. A pesar de cuán débil o cuán peculiar pueda ser un creyente, debemos recibirlo.

D. Todos los creyentes son del Señor y todos viven para el Señor

  Leamos Romanos 14:6-9: “El que hace caso del día, lo hace para el Señor; el que come, para el Señor come, porque da gracias a Dios; y el que no come, para el Señor no come, y da gracias a Dios. Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos. Porque Cristo para esto murió y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven”. Todos los creyentes genuinos pertenecen al Señor. Todos han nacido del mismo Señor, sin importar la manera en que hayan sido bautizados, la comida que coman o los días que guarden. Los versículos del 6 al 9 nos muestran lo que es importante y lo que no lo es. Vivir para el Señor y pertenecerle a Él es importante. Si una persona pertenece al Señor y vive para Él, todo está bien. No debemos imponerle ninguna otra carga de acuerdo con nuestros conceptos doctrinales. Por otra parte, si empezamos a argumentar acerca de las doctrinas, pronto seremos divididos siguiendo nuestros diferentes conceptos. Debemos poner atención sólo a lo que es verdaderamente importante. Si Dios el Padre nos ha recibido a todos, y si creemos en el Señor y vivimos para Él, debemos recibirnos unos a otros.

II. A LA LUZ DEL TRIBUNAL

  Además, debemos también recibir a los santos a la luz del tribunal. Necesitamos leer los versículos del 10 al 12: “Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú, ¿por qué menosprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de Dios. Porque escrito está: ‘Vivo Yo, dice el Señor, que ante Mí se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará públicamente a Dios’. De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí”. El “tribunal de Dios” del versículo 10 es el “tribunal de Cristo” de 2 Corintios 5:10. El juicio ante el tribunal de Dios será llevado a cabo antes del milenio, inmediatamente después del regreso de Cristo (1 Co. 4:5; Mt. 16:27; 25:19; Lc. 19:15), y la vida y las obras de los creyentes serán juzgadas en ese tiempo (Ap. 22:12; Mt. 16:27; 1 Co. 4:5; 3:13-15; Mt. 25:19; Lc. 19:15). Este juicio no tiene nada que ver con la salvación del creyente, porque todo aquel que comparezca ante el tribunal de Dios ya habrá sido salvo. Este juicio juzgará la vida y las obras de los creyentes después de que fueron salvos. Dicho juicio determinará la recompensa que recibirá el creyente en el reino milenario (Mt. 25:21, 23; Lc. 19:17, 19; 1 Co. 3:14-15; Mt. 16:27; Ap. 22:12; Lc. 14:14; 2 Ti. 4:8). Los creyentes comparecerán ante este tribunal para dar cuentas a Dios acerca de su vida y de sus obras. Aquí podemos ver el pensamiento de Pablo: no debemos discutir con otros ni juzgarlos; al contrario, debemos mirar por nosotros mismos, porque un día compareceremos ante el tribunal de Dios y daremos cuentas de nuestra vida y de nuestras obras a partir del tiempo de nuestra salvación. Este juicio se menciona en la sección que trata de la transformación, porque se relaciona con la manera en que el creyente ha vivido ante el Señor y con lo que el creyente ha hecho para el Señor después de ser salvo, y también porque la transformación de los creyentes tiene mucho que ver con este juicio.

  Debido a que la verdad del juicio de los creyentes ha permanecido casi por completo escondida de los santos, necesitamos leer algunos versículos presentados como referencia en el párrafo anterior y hacer comentarios sobre ellos. Podemos empezar con 2 Corintios 5:10: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba por las cosas hechas por medio del cuerpo, según lo que haya practicado, sea bueno o sea malo”. Éste no es el juicio eterno de Dios mencionado en Romanos 2:2, 3, 5, 16 y 3:8, el cual será llevado a cabo en el gran trono blanco revelado en Apocalipsis 20:11-15. El juicio eterno en el gran trono blanco se efectuará después del milenio, donde serán juzgados los incrédulos muertos, y está relacionado con el castigo eterno en el lago de fuego. El juicio que se ejecutará ante el tribunal de Cristo juzgará la vida y las obras de los creyentes, y determinará si éstos recibirán recompensa por lo “bueno” o sufrirán una clase de pérdida por lo “malo”. Luego, 1 Corintios 4:5 dice: “Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual sacará a luz lo oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios”. Este versículo también denota el juicio que se efectuará en el tribunal de Dios o de Cristo. Si hacemos el bien, recibiremos “alabanza de parte de Dios”. Mateo 16:27 también habla del juicio de los creyentes: “Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de Su Padre con Sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno conforme a sus hechos”. Este versículo nos dice que cuando el Señor venga, recompensará a cada uno conforme a sus hechos. Encontramos un pensamiento similar en Mateo 25:19: “Después de mucho tiempo vino el señor de aquellos esclavos, y arregló cuentas con ellos”. ¿Qué quiere decir esto? Significa que el Señor revisará nuestro historial, y que nosotros tendremos que rendirle cuentas a Él de nuestra vida y de nuestras obras desde el momento en que fuimos salvos. Esto ocurrirá en el tribunal de Cristo. Lucas 19:15 está estrechamente relacionado con este pasaje: “Aconteció que vuelto él, después de recibir el reino, mandó llamar ante él a aquellos esclavos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que habían negociado”. Una vez más, esto se refiere a las cuentas que hemos de rendir ante el tribunal de Cristo.

  Debemos prestar mucha atención a 1 Corintios 3:13-15: “La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego es revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego mismo la probará. Si permanece la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno es consumida, él sufrirá pérdida, pero él mismo será salvo, aunque así como pasado por fuego”. Las palabras sufrirá pérdida del versículo 15 no quieren decir “perecer”. Nuestra salvación es eterna y no podemos perecer. Sin embargo, si sufrimos pérdida, seremos salvos, aunque “así como pasados por fuego”. Muchos cristianos pasan por alto este versículo; en su mayor parte afirman que por cuanto son salvos, no tendrán ningún problema en el juicio futuro. Si usted les advierte que pueden sufrir pérdida, ellos insistirán que dicho pensamiento es herético. No obstante, nosotros debemos prestar oído a la palabra que claramente nos da el apóstol Pablo en 1 Corintios 3:15, donde afirma categóricamente que si la obra de alguien es quemada, él sufrirá pérdida. ¿Qué clase de obra será quemada? La madera, el heno y la hojarasca mencionados en el versículo 12. ¿Qué clase de pérdida será ésta? Aunque no podemos especificar esto con certeza, sí podemos asegurar que cierta pérdida ocurrirá. No es la pérdida de nuestra salvación, porque Pablo dice del hombre cuya obra sea quemada que “él mismo será salvo”. No obstante, no debemos estar satisfechos con esto, porque Pablo concluye el versículo diciendo que tal persona será salva “así como por fuego”, una frase que se traduce más exactamente “como pasado por fuego”. Muchos creyentes, al oír esto, tal vez argumenten que no es otra cosa que la enseñanza católica del purgatorio. Estoy familiarizado con esa enseñanza y con el hecho de que en el catolicismo se usa este versículo como base de dicha enseñanza. Enseñan que uno puede acortar el sufrimiento de un familiar que se halla soportando el fuego purificador del purgatorio después de su muerte, haciendo contribuciones monetarias a su favor. Sin embargo, cuando nos referimos a la Palabra pura de la Biblia, no tenemos en mente este concepto del purgatorio. Al igual que Pablo, estamos simplemente diciendo que debemos ser cuidadosos, porque cuando el Señor regrese, nos pedirá cuentas de toda nuestra vida y de nuestras obras. Él nos dirá: “Yo te concedí cierto don. ¿Qué has hecho para Mí? ¿Qué has realizado para Mí desde que fuiste salvo? ¿Qué clase de edificación has hecho? ¿Has edificado con madera, heno, y hojarasca; o con oro, plata y piedras preciosas?”. Esto determinará si el Señor nos dará recompensa o no. En 1 Corintios 3 Pablo nos dice claramente que si nuestra obra permanece, recibiremos una recompensa positiva, pero si nuestra obra es consumida por el fuego, sufriremos pérdida, aunque seamos eternamente salvos. Yo no me atrevo a decir qué será la pérdida, pero sé que no será nada agradable. Simplemente le presento la Palabra pura de Dios. Éste es un aspecto del tribunal de Cristo; es una palabra que la Biblia presenta claramente, y la Biblia nunca está equivocada. Ser salvo es una cosa; recibir una recompensa positiva de parte del Señor, la cual se basa en las obras que uno hace, es otra; y sufrir pérdida por causa de su obra inapropiada, es todavía otra cosa. Éste es un asunto muy serio, y no debemos ser descuidados al respecto.

  Debido a que los cristianos no tienen un entendimiento claro de la Palabra pura de Dios, se han formado dos escuelas principales de enseñanza: la calvinista y la arminiana. De acuerdo con la escuela calvinista, una vez que alguien es salvo, será salvo por la eternidad, y no existirá ningún problema en el futuro. Pero según la escuela arminiana, es posible perder la salvación si uno no vive y actúa correctamente después de haber sido salvo. Estas dos escuelas de enseñanza representan dos extremos, y no han podido encontrar en la Biblia el puente que una los dos extremos de esta gran brecha que las separa. El puente es el tribunal de Dios. Una vez que hemos sido salvos, somos eternamente salvos y nunca nos perderemos. Esto contrasta con la enseñanza pentecostal que declara que la gente no es eternamente salva en esta vida, y que es posible ser salvo y perderse muchas veces durante el curso de nuestra existencia. Esta clase de salvación es semejante a un ascensor, el cual sube y baja constantemente. Sin embargo, la Biblia declara que la salvación es eterna. En Juan 10:28-29 se nos dice que una vez que recibimos la vida eterna, no pereceremos jamás. No obstante, hay algunos versículos, como 1 Corintios 3:15, que nos dicen que en el futuro podemos sufrir pérdida. Cuando el Señor regrese, reunirá a todos Sus siervos ante Él, y tendrán que rendirle cuentas de su vida y de sus obras. Aunque somos salvos eternamente, todavía tenemos que rendirle cuentas al Señor de nuestra vida y de nuestras obras ante el tribunal de Cristo. El Señor verá nuestro reporte y decidirá si recibiremos recompensa o sufriremos pérdida. En 2 Timoteo 4:8 Pablo pudo decir: “Y desde ahora me está guardada la corona de justicia, con la cual me recompensará el Señor, Juez justo, en aquel día”. Sin embargo, esto no significa que todo creyente recibirá tal corona. Si recibimos o no la corona de justicia, dependerá del resultado del juicio en aquel tribunal. Finalmente, en Apocalipsis 22:12 el propio Señor Jesús dice: “He aquí Yo vengo pronto, y Mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”. Creo que ahora este asunto del juicio del tribunal de Cristo ha quedado claramente entendido. Debemos tener cuidado de no juzgar a los demás, porque nosotros seremos juzgados por Dios.

  Debemos recibir a los creyentes a la luz del tribunal de Dios. No debemos criticar a los demás, pero sí debemos juzgarnos a nosotros mismos. Si no lo hacemos ahora, tendremos que dar cuentas ante el tribunal de Cristo. Algunos creyentes juzgan a aquellos que buscan librarse de su vejez mediante la sepultura en agua, pero no se juzgan a sí mismos por ir a las salas de cine. Si uno critica a otros y no se juzga por ir al cine, en el día del tribunal el Señor le pedirá cuentas de ello. Algunas hermanas de cierto grupo se cubren la cabeza con largos velos blancos, y acostumbran juzgar y condenar a otras hermanas que oran sin cubrirse la cabeza o a las que, a lo mucho, llevan un pequeño gorro. Aunque estas hermanas se cubren con un largo velo blanco durante las reuniones, algunas de ellas usurpan la autoridad de sus esposos en sus hogares. Ellas necesitan juzgarse a sí mismas en este asunto. No juzguemos a otros, sino a nosotros mismos. Cuando estemos por recibir a otro creyente en el Señor, debemos ejercitar nuestro discernimiento a la luz del tribunal de Dios, y decir: “Oh, Señor, ten misericordia de mí. No soy digno de juzgar a mi hermano. Cúbreme Señor; quiero ser juzgado por Ti. Prefiero juzgarme a mí mismo, como también mi vida y mi manera de vivir”. Ésta debe ser nuestra actitud.

  No debemos criticar a otros, sino juzgarnos a nosotros mismos. Si no lo hacemos ahora, entonces cuando comparezcamos ante el tribunal de Dios, tendremos que hacerlo. Todos debemos ser iluminados por este tribunal. Cuando un nuevo creyente venga a nosotros, debemos ejercitar nuestro discernimiento al recibirle. Sin embargo, a la luz del tribunal de Dios, debemos juzgarnos más a nosotros mismos. Por eso, el pensamiento de Pablo en Romanos 14:10-12 es que no debemos juzgar a los demás, sino dejarlo todo en manos del Señor. Debemos juzgarnos a nosotros mismos. Cuando estemos por juzgar a otros, recordemos que el Señor nos pedirá cuentas a Su regreso. Éste es un asunto muy serio.

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