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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Romanos»
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Mensaje 36

LIBRADOS DE LA MUERTE

(2)

  Lectura bíblica: Ro. 5:12, 17; 6:23; 7:11, 7:17, 24; 8:2, 6, 9, 10, 8:11

  En este mensaje debemos examinar varios versículos de los capítulos del 5 al 8 de Romanos, los cuales abarcan el tema de la muerte.

LA MUERTE ENTRA Y REINA

  Romanos 5:12 dice: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y por medio del pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. El hecho de que el pecado entrara en el mundo quiere decir que entró en la humanidad. El pecado entró en la humanidad por medio de un hombre, Adán. Además, por medio del pecado entró la muerte. El pecado vino primero, y la muerte después le siguió. Donde esté el pecado, allí está la muerte.

  Romanos 5:17 dice: “Por el delito de uno solo, reinó la muerte por aquel uno”. La muerte no sólo entró en el mundo, sino que vino para reinar. Hasta ahora la muerte reina como si fuera un rey.

LA PAGA DEL PECADO ES MUERTE

  Romanos 6:23 dice: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”. La paga es algo que recibimos por el trabajo que hacemos. Si lo que hacemos es la obra del pecado, recibiremos la paga que le corresponde, la cual es la muerte. Por ejemplo, cuando uno se enoja, hace la obra del pecado, y el pago por hacer esta obra es la muerte. Cuando alguien trabaja tiempo extra, recibe un salario más alto. De igual manera, si nuestro pecado es leve, recibiremos un pago menor, pero si pecamos gravemente, recibiremos un pago mucho mayor.

EL PECADO, TOMANDO OCASIÓN POR EL MANDAMIENTO, NOS DA MUERTE

  En Romanos 7:11 Pablo dice: “Porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató”. Según este versículo, el pecado hace dos cosas: nos engaña, y nos mata. Matar a alguien es darle muerte. Por eso, decimos que el pecado nos mata, porque nos da muerte. Esto ocurre mediante la ley, porque el pecado toma ocasión por medio del mandamiento. En cierto sentido, el pecado se aprovecha de la ley para darnos muerte.

  Antes de que fuéramos salvos o sintiéramos el deseo de buscar al Señor, es posible que nos enojáramos muchas veces sin percibir que nos había invadido la muerte. La razón de esto era que nunca habíamos decidido no enojarnos más. Pero después de ser salvos y antes de sentir cierta urgencia de buscar más del Señor, oramos: “Oh, Señor, soy un creyente que busca más de Ti y, como tal, yo sé que no debo perder la paciencia, ya que esto daña lo que de Ti testifico ante mi familia y mis amigos. Por lo tanto, decido que de ahora en adelante nunca más volveré a enojarme”. Al orar de esta manera nos imponemos una ley muy estricta a nosotros mismos con respecto a no perder la paciencia. Esta nueva ley llega a ser nuestro onceavo mandamiento. Moisés sólo nos dio diez mandamientos, pero nosotros creamos un onceavo mandamiento, a saber: no perder la paciencia. Sin embargo, cuando perdemos la paciencia, después de haber estipulado tal mandamiento, nuestro mal genio nos da muerte. Nuestro mal carácter toma ventaja del mandamiento creado por nosotros mismos, para matarnos. Si usted se enoja en la mañana, puede ser que permanezca en muerte durante todo el día. No obstante, cuando se enojaba en el pasado, no tenía la sensación de que estaba en muerte, porque aún no había creado la ley referente a no perder la paciencia.

  Este ejemplo nos muestra que debemos ser cuidadosos de no crear nuestras propias leyes. Cuanto más leyes inventemos, más ellas nos darán muerte. Recordemos que el pecado siempre toma ventaja del mandamiento para matarnos espiritualmente.

EL CUERPO DE ESTA MUERTE

  En Romanos 7:24 Pablo proclama: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?”. En este versículo Pablo habla de “esta muerte”, y esta muerte es la misma que se menciona en Romanos 7. Es muy importante saber qué es la muerte según la revelación y explicación hallada en este capítulo. Siempre que decidimos cumplir la ley, algo en nuestra carne se levanta, combatiendo contra la ley del bien en nuestra mente, y nos derrota, llevándonos cautivos y dándonos muerte. Pero si no tomamos ninguna decisión de esforzarnos por cumplir los mandamientos, tal elemento en nuestra carne permanece dormido. Sin embargo, siempre que determinamos hacer el bien con el fin de agradar a Dios, dicho elemento se despierta y parece decir: “¿Qué? ¿Pretendes hacer el bien para agradar a Dios? Permíteme demostrarte que no eres capaz de hacerlo. Te venceré y te daré muerte”. Así que, el pecado en la carne se levanta, nos derrota, nos atrapa y nos da muerte. Esto nos hace sufrir lo que Pablo llama “esta muerte”.

  En Romanos 7 el problema no es el infierno ni el diablo, sino “el cuerpo de esta muerte”. Nuestro cuerpo tiene en él algo horrible llamado “esta muerte”. Para existir necesitamos un cuerpo, pero nuestro cuerpo ya no es puro, sino un cuerpo terrible: el cuerpo de esta muerte. Cuando determinamos hacer el bien para agradar a Dios, algo en este cuerpo se resiste y nos da muerte.

LA LEY DEL PECADO Y DE LA MUERTE

  De Romanos 7:24 proseguimos al asunto de la ley del pecado y de la muerte que se nos presenta en Romanos 8:2. Aunque es difícil encontrar la terminología adecuada que exprese en qué consiste esta ley, sí nos es fácil tener un entendimiento de ella a la luz de nuestra experiencia. Por ejemplo, nos es fácil aplicar la electricidad al usar aparatos electrodomésticos, pero nos es difícil definir la electricidad. Así pues, en lugar de intentar definir lo que es la ley del pecado y de la muerte, debemos hablar acerca de ella basándonos en nuestra experiencia.

  A nadie le agrada enojarse. Comprendemos que es muy impropio hacerlo. Pero, supongamos que usted está motivado a amar al Señor y toma la firme determinación de no volver a enojarse. Cierta mañana usted ora acerca de esto y decide nunca enojarse más. Inmediatamente después de hacer esto, su esposa le molesta, y usted pierde la paciencia. Aunque usted trata de reprimir su enojo, termina con una rabieta. Tal parece que cuanto más trata de refrenar su mal genio, más fuerte se vuelve éste. Usted no tiene ninguna intención ni deseo de enojarse, pero de todos modos lo hace. Esto proviene de la operación de la ley del pecado y de la muerte dentro de usted. Suprimir su temperamento es como tratar de comprimir una pelota de hule; mientras más la comprime, más alto se eleva. Esto obedece a una ley. Cuando el pecado obra, por causa de la ley, la muerte se manifiesta inmediatamente. Tan pronto como usted pierde la paciencia, la muerte viene y lo aniquila. De manera que, al perder la paciencia usted es aniquilado por la ley de la muerte. Debido a que la ley de la muerte lo ha matado, usted no puede orar, tener comunión ni testificar. Si usted tratara de hacer alguna de estas cosas, se sentiría completamente vacío, y sus palabras carecerían de vida. Éste es el resultado de la obra proveniente de la ley del pecado y de la muerte.

  El pecado y la muerte son dos elementos distintos, pero ambos son regidos por una misma ley. La ley del pecado es la ley de la muerte, y la ley de la muerte es la ley del pecado. Ésta es la razón por la que Romanos 8:2 habla de la ley del pecado y de la muerte. El pecado obra de tal modo que introduce la muerte, y ésta opera siguiendo al pecado. Estos dos elementos siempre van juntos. Todo pecado, aun la más pequeña debilidad, introduce la muerte.

PONER LA MENTE EN LA CARNE

  Romanos 8:6 dice: “Porque la mente puesta en la carne es muerte”. Poner la mente en la carne quiere decir ejercitar la mente de tal modo que se ocupe por las cosas de la carne. Por ejemplo, poner la mente en las modas mundanas o en los anuncios de los periódicos equivale a ponerla en las cosas de la carne. De igual manera, poner nuestra atención en las debilidades de nuestra esposa o esposo, es poner la mente en la carne. El resultado de esto es muerte.

  Claro está que la muerte causada por el hecho de haber puesto la mente en la carne no es la que le hace a uno morir físicamente y ser sepultado. No; esta muerte tiene otros síntomas como tinieblas e intranquilidad. Cuando uno siente intranquilidad e inquietud interior, ésa es una señal de muerte. Otro síntoma de esta clase de muerte es la insatisfacción. Tal vez durante el tiempo que usted dedica al Señor en las mañanas, se siente muy satisfecho con Él, pero después del desayuno pone su atención en los anuncios del periódico. Cuanto más los considera, más insatisfacción siente por dentro. Esta insatisfacción es una señal de muerte. La debilidad es otra señal. Como todos sabemos, el grado máximo de la debilidad es la misma muerte. Cuando alguien está tan débil hasta el grado que no puede respirar más, dicha persona muere. Ésta es la consumación de la debilidad. De aquí que, la debilidad es una expresión de la muerte. Otro síntoma de la muerte es que nos sentimos secos. Cuando nos sentimos secos interiormente, sin la frescura de haber sido regados, es una señal de que estamos en muerte. Todas estas características —las tinieblas, la intranquilidad, la debilidad y la sequedad— son señales de que reside en nosotros la muerte espiritual. Siempre que pongamos la mente en las cosas de la carne, sentiremos uno o más de estos síntomas de la muerte. Si todas estas cosas nos invaden, estamos llenos de muerte.

  Siempre que sufrimos la muerte interior, aquellos que estén en el espíritu serán capaces de percibirlo. Ellos percibirán inmediatamente que nos encontramos llenos de muerte. Nuestras oraciones lo indican, pues aunque oremos, no habrá vida en nuestras oraciones; por el contrario, sólo transmitirán muerte. Dichas oraciones, en lugar de dar refrigerio a los demás, traerán sequedad.

EL ESPÍRITU HACE SU HOGAR EN NOSOTROS

  Romanos 8:9 dice: “Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros”. Como hemos indicado, la palabra griega traducida “morar” no es la palabra que comúnmente se traduce “permanecer”. La palabra griega aquí viene de la misma raíz que la palabra casa, y transmite el pensamiento de hacer hogar en un lugar, de establecerse allí, y no de simplemente quedarse en un lugar por cierto tiempo. Si el Espíritu hace Su hogar en nosotros, no estamos más en la carne, sino en el espíritu.

NUESTRO CUERPO ESTÁ MUERTO, PERO NUESTRO ESPÍRITU ES VIDA

  En Romanos 8:10 Pablo dice: “Pero si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo está muerto a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia”. Debido a que Cristo, quien es vida, está en nuestro espíritu, éste es vida. Sin embargo, ya que Cristo está confinado en nuestro espíritu, nuestro cuerpo permanece muerto. La esfera de la vida divina está restringida a nuestro espíritu. Esta vida aún no se ha extendido a nuestro cuerpo; por lo tanto, el cuerpo permanece muerto. Según Efesios 2 y Juan 5, una persona caída está muerta. Efesios 2:5 indica que antes de que fuésemos salvos, no sólo éramos pecadores, sino que además estábamos muertos. Juan 5:25 dice: “De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan vivirán”. Este versículo no se refiere a aquellos que están físicamente muertos y sepultados, sino a aquellos que están muertos en el espíritu. Si usted lee Juan 5, se dará cuenta de que el versículo 28 se refiere a aquellos que están físicamente muertos y sepultados en una tumba. Pero en el versículo 25 el Señor habla de los que están espiritualmente muertos, aunque físicamente vivos. En este mensaje nos interesan los vivos que están muertos, y no los que físicamente han muerto y han sido sepultados. Todas las personas que no son salvas, están muertas. Debido a que su cuerpo fue envenenado por la serpiente, éste se encuentra en condiciones de muerte. Satanás, la serpiente antigua, inyectó su veneno en nuestros cuerpos, trayéndoles muerte. Nuestro cuerpo de muerte ha traído muerte también a nuestra alma y aun a nuestro espíritu. Por consiguiente, las personas que no son salvas están muertas en cuerpo, en alma y en espíritu. Cada parte de su ser está muerta.

  Mientras yo viajaba por el interior de la China en 1937, me detuve cerca de un arroyo que estaba lleno de hojas secas arrastradas por la corriente. Entre las hojas, algunos pequeños peces nadaban río arriba en contra de la corriente. A diferencia de las hojas que eran arrastradas río abajo sin ningún propósito, los peces, llenos de vida, nadaban en contra de la corriente río arriba con un propósito concreto. Cuando vi eso, me impresionó tanto que grité: “Aquí hay vida y muerte juntas”. Todas las personas que no son salvas son como las hojas secas que son llevadas sin ningún propósito por la corriente de esta era. Al igual que aquellas hojas, están confundidas y sin ningún orden. Pero nosotros los creyentes en Cristo somos como los peces en el sentido de que nadamos contra la corriente de esta era con un propósito claro. Además, no estamos en confusión, sino en un buen orden. Cuanto más vida tenemos, más estamos en orden y regulados; pero cuanto más muerte tenemos, más confundidos llegamos a estar. La razón por la cual en la sociedad actual hay tanta confusión, es porque está llena de personas muertas, esto es, llena de los que están muertos en cuerpo, en alma y en espíritu. Debemos proclamar el evangelio y darles la oportunidad de escuchar la voz del Señor.

  Cuando escuchamos el evangelio e invocamos el nombre del Señor Jesús, inmediatamente el Espíritu Santo entró en nuestro espíritu y lo vivificó. De esta manera, nuestro espíritu, que estaba sumido en una condición de muerte, fue vivificado. Ahora nuestro espíritu es vida por el hecho de que Cristo mora en él.

  ¿Pero qué diremos acerca de nuestro cuerpo y nuestra mente? Es posible que ambos permanezcan en muerte. Muchos tienen una mente de muerte porque no permiten que el Cristo que vive en su espíritu se extienda a su mente. Cuando yo leo el periódico, tengo mucho cuidado de leer únicamente acerca de los asuntos internacionales. Cuando leo otras noticias, pongo mi mente en la carne, y mi mente se llena de muerte inmediatamente. Necesitamos permitir que el Cristo que mora en nosotros se expanda de nuestro espíritu a nuestra mente. Si permitimos que se extienda de esta manera, finalmente la vida será impartida aun a nuestro cuerpo mortal. Entonces el espíritu y la mente serán vida, y el cuerpo también será vivificado. Romanos 8:11 indica esto: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo vivificará también vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”.

LA CARNE DE PECADO

  Al entrar en el hombre, el pecado causó que su cuerpo se convirtiera en la carne caída. Por consiguiente, en Romanos 6:6 el cuerpo es llamado “el cuerpo de pecado” y además, “la carne de pecado” (8:3), debido a que ha sido corrompido por el pecado. Tanto el cuerpo de pecado como la carne de pecado se refieren a la misma cosa. En el cuerpo corrompido, es decir, la carne de pecado, hay muchas lujurias. En Romanos 7:17 Pablo dice: “De manera que ya no soy yo quien obra aquello, sino el pecado que mora en mí”. Para ser más específicos, el pecado mora en nuestra carne causando que ésta llegue a ser la carne de pecado.

LOS EFECTOS DE LA MUERTE

  El pecado que mora en el hombre es la causa de la muerte espiritual de éste. Donde el pecado está, la muerte también está presente. La muerte descrita en los capítulos del 5 al 8 de Romanos no es principalmente la muerte que ocasiona que la gente muera físicamente, sino la muerte que lo sume en una condición de muerte todos los días. Esta muerte actúa invadiendo nuestro ser. La razón por la que muchos no tienen fuerzas para orar o ejercer sus funciones durante las reuniones es porque la muerte opera en ellos. Algunos hermanos y hermanas no son uno. Esta falta de unidad es causada por la muerte. Si usted es incapaz de testificar de una manera viviente, se debe a que está invadido por la muerte, lo cual es la obra de la muerte. Si usted no estuviera bajo la obra de la muerte, estaría rebosando, orando, alabando, desempeñando su función y testificando constantemente. Además, sería uno con todos los santos. Pero por cuanto no está en esta condición, está muerto, aunque pueda ser bueno, recto y bíblico.

  Como hemos hecho notar, en Romanos 8:6 se afirma que la mente puesta en la carne es muerte. La clase de muerte aquí no es la que ocasiona que la gente muera físicamente y sea sepultada, sino la muerte que lo sume en una condición de muerte durante todo el día. Al hacer muchas cosas, usted puede sentirse lleno de energía, pero al orar, está débil y carente de vida. Esto significa que la muerte en el cuerpo de usted ha extendido su influencia y poder aniquilador a la mente y al espíritu de usted.

  En una ocasión, mientras el hermano Nee estaba hablando, él pidió que las hermanas le dijeran cuántos capítulos tiene el Evangelio de Mateo. Ellas tuvieron dificultad para darle el número correcto. Inmediatamente el hermano Nee les dijo: “Ustedes no me pueden decir cuántos capítulos hay en el Evangelio de Mateo, pero si les preguntara cuántos vestidos elegantes tienen, me darían el número exacto. No sólo me dirían el número, sino el color y el estilo de cada uno de ellos”. Muchos cristianos encuentran difícil recordar un versículo de la Biblia, pero pueden recordar fácilmente cada detalle de sus pertenencias. Esto indica que su mente ha sido invadida por la muerte. Cuando la mente está sumida en la muerte, sólo sirve para las cosas mundanas y carnales, pero no para las cosas espirituales.

  Necesitamos permitir que el Cristo que mora en nosotros se extienda de nuestro espíritu a todas las partes internas de nuestro ser. Debemos orar: “Señor Jesús, permitiré que te extiendas en cada parte de mi ser. Deseo que te muevas libremente dentro de mí”. Si usted hace esto, su mente llegará a ser una mente sobria y su memoria será aguda. Espontáneamente le será fácil recordar versículos de la Biblia.

  La muerte opera en una dirección interior, desde nuestro cuerpo hacia nuestro espíritu, pero la vida actúa en dirección opuesta, desde nuestro espíritu hacia nuestro cuerpo. La dirección de la obra de la muerte es desde la circunferencia hacia el centro, mientras que la dirección de la obra de la vida es desde el centro hacia la circunferencia. Por lo tanto, la muerte y la vida trabajan en direcciones opuestas. Mientras la muerte obra de la circunferencia al centro de nuestro ser, sume en la muerte a nuestra mente y nuestro espíritu.

LA MANERA DE SER LIBRADOS DE LA MUERTE

  Ya vimos cómo ser librados del pecado, de la ley y de la carne. Pero ahora debemos descubrir cómo ser librados de la muerte. La base con que cuenta la muerte en nosotros es la carne. La única forma en que podemos escapar de la muerte y librarnos de ella es refugiarnos en nuestro espíritu. Nuestra carne es la base de la muerte, pero nuestro espíritu es nuestro refugio. Necesitamos huir a este refugio y escapar de la muerte. La muerte es contraria a la vida, y la vida es contraria a la muerte; la muerte está en nuestra carne, y la vida, en nuestro espíritu. No existe nada que sea capaz de ahuyentar ni consumir a la muerte, así como nada puede alejar las tinieblas. Sin embargo, cuando la luz llega, las tinieblas se desvanecen. No tenemos que esforzarnos por ahuyentar las tinieblas ni ordenarles que se disipen; lo único que debemos hacer es permitir que la luz entre. Cuanto más luz entra, más las tinieblas se desvanecen. Lo mismo se aplica al principio de que la vida esté en contra de la muerte. Por nuestro propio esfuerzo no podemos alejar la muerte ni eliminarla. Sólo la vida puede sorber la muerte y esta vida se encuentra en nuestro espíritu. Siempre que la vida entra, la muerte se desvanece.

  La muerte es el propio Satanás, y la vida es Cristo. No debemos asociarnos con Satanás en nuestra carne; antes bien, debemos permanecer siempre en nuestro espíritu, es decir, en Cristo, nuestra vida. Entonces veremos que Cristo, quien es nuestra vida, tendrá plena libertad para extenderse a cada parte de nuestro ser. Con el tiempo saturará todo nuestro ser. Esto es lo que significa el avivamiento o la vivificación que resulta de la vida. Ésta vivificará nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad, e incluso se impartirá a nuestro cuerpo mortal. Así que, cada parte de nuestro ser llegará a ser vida. El espíritu es vida, la mente será vida y el cuerpo mismo también será vida. Cuando esto suceda, la muerte, nuestro último enemigo, será eliminado.

LA MUERTE, EL ÚLTIMO ENEMIGO

  La muerte no es solamente el último enemigo de Dios, sino también nuestro último enemigo. El último enemigo no es el pecado, ni la ley ni la carne; al contrario, es la muerte. A los ojos de Dios no hay nada tan abominable como la muerte, ni siquiera el pecado. Dios aborrece la muerte aun más que al pecado mismo, pues éste es contrario a lo que Dios hace, pero la muerte insulta lo que Dios es. El pecado se opone a la justicia de Dios, pero la muerte ofende al propio ser de Dios. Supongamos que un niño juega en el lodo y se ensucia completamente. No importa cuán sucio esté, lo amaremos y estaremos dispuestos a jugar con él. Sin embargo, supongamos que ese niño pequeño muere y es tendido en su ataúd. Aunque él esté muy limpio, no desearemos estar a su lado. En lugar de eso, nos alejaremos, no porque él esté sucio, sino porque está muerto.

  Me preocupa el hecho de que muchos creyentes tienen temor de lo que contamina pero no se preocupan por lo que está lleno de muerte. Por lo tanto, les digo una vez más, Dios aborrece la muerte aun más que el pecado. En tipología cuando una persona se contaminaba con alguna cosa inmunda, podía limpiarse fácilmente y después de un poco de tiempo estar limpia de nuevo. Pero aquel que tocaba alguna cosa muerta, le tomaba un tiempo mucho más largo, por lo menos siete días, para ser limpio. Esto indica que a los ojos de Dios la muerte es un asunto más serio que el pecado.

OCUPARNOS DE LA VIDA QUE ESTÁ EN EL ESPÍRITU

  Es mejor cometer errores al ejercer nuestra función en las reuniones que estar muertos y no cometer ningún error en absoluto. Cometer errores no es tan serio como estar muerto. Si uno nunca ejerce alguna función, puede ser que esté en lo cierto, pero está en lo cierto de una manera muerta. Yo preferiría ver que se equivocan estando vivientes, que verlos en lo cierto pero muertos. No los animo a cometer errores, pero a veces es mejor preocuparse por estar vivientes que por estar en lo cierto. Necesitamos reconocer los síntomas de la carencia de vida para saber si estamos muertos o vivos.

  En el Evangelio de Juan el Señor Jesús nunca contestó con un “sí” o un “no” a las preguntas que se le formulaban. Por ejemplo, la mujer samaritana le dijo: “Nuestros padres adoraron en este monte, mas vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (Jn. 4:20). Ella preguntaba al Señor Jesús acerca del lugar indicado para adorar. ¿Era en el monte de Samaria o en Jerusalén? El Señor Jesús le contestó: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y con veracidad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Jn. 4:23). Parece como si el Señor le dijera: “Adorar a Dios está relacionado con la vida, la cual está en el espíritu. No es cuestión de adorar a Dios en este monte o en Jerusalén. Ha llegado la hora para adorar a Dios en el espíritu”.

  Encontramos otro ejemplo en Juan 9. Ahí vemos a un hombre ciego de nacimiento, y los discípulos del Señor le preguntaron: “Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? (Jn. 9:2). El Señor respondió: “No es que pecó éste, ni sus padres, sino que nació así para que las obras de Dios se manifiesten en él” (v. 3). En Juan, el libro de la vida, no encontramos respuestas como sí o no; más bien, lo que encontramos es la vida.

  En Juan 7 los hermanos del Señor en la carne le sugirieron que subiera a Jerusalén, pero el Señor les dijo: “Mi tiempo aún no ha llegado, mas vuestro tiempo siempre está presto ... Subid vosotros a la fiesta; Yo no subo a esta fiesta, porque Mi tiempo aún no se ha cumplido” (vs. 6, 8). Sin embargo, el versículo 10 dice: “Pero después que Sus hermanos habían subido a la fiesta, entonces subió Él también, no abiertamente, sino como en secreto”. Aquí podemos ver que el Señor contestaba y actuaba conforme a la vida.

  Todos estamos familiarizados con el caso de Lázaro narrado en Juan 11. Cuando las hermanas de Lázaro enviaron la noticia al Señor de que Lázaro estaba enfermo, y le pidieron que viniera, Él se rehusó a hacerlo. Habiendo oído de la enfermedad de Lázaro, el Señor “se quedó dos días más en el lugar donde estaba” (v. 6). Los discípulos esperaban que el Señor Jesús fuera a ver a Lázaro, pero Él no fue. No obstante, cuando ellos tomaron la decisión de no ir, el Señor dijo: “Vamos a Judea otra vez” (v. 7). En todos estos casos vemos que el Señor siempre actuó según el principio de vida.

  En Génesis 2 vemos dos árboles: el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. El bien y el mal son también un asunto de sí o no, correcto o incorrecto, bien o mal, todo esto proviene del árbol del conocimiento. Debemos olvidarnos del concepto de sí o no, y volvernos a nuestro espíritu. Ésta es la manera de ser librados de la muerte, o sea, no se trata de hacer ciertas cosas, sino de estar en el espíritu. Si permanecemos en el espíritu, andaremos y nos comportaremos conforme al mismo. Todo nuestro ser estará en conformidad con el espíritu, y pensaremos, nos expresaremos y actuaremos en el espíritu. Entonces no habrá muerte. Ésta es la manera de ser librados de la muerte y de vencer este último enemigo.

  Cualquier muerte que aún permanezca en nuestro ser es una abominación a los ojos de Dios y, por lo tanto, debemos eliminarla. Debemos escapar de la carne que es la base de la muerte y refugiarnos en nuestro espíritu, donde está Cristo, quien es nuestra vida. Debemos permanecer en el espíritu y actuar conforme a él. Si hacemos esto, seremos librados de la muerte.

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