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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Romanos»
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Mensaje 37

LA LEY PRESENTADA EN LOS CAPÍTULOS SIETE Y OCHO DE ROMANOS

  Lectura bíblica: Ro. 7:22, 23; 8:2; Ro. 7:21

  En Romanos 7 y 8 se hallan tres palabras cruciales, a saber: ley, vida y muerte. Es difícil incluso para los científicos definir lo que es la vida y la muerte. Sin embargo, la Biblia habla de la vida de una forma muy clara. En 1 Corintios 15:26 se nos dice que la muerte es el último enemigo, y Apocalipsis 20:14 dice que la muerte será lanzada al lago de fuego. Afirmar que la muerte será lanzada al lago de fuego, indica que ésta debe ser algo concreto y tangible. En Apocalipsis 20 vemos que la muerte se relaciona por un lado con Satanás, y por otro, con el Hades, y que ambos serán lanzados juntamente al lago de fuego. Esto demuestra que Satanás es una persona real y que el Hades es un lugar definido. Por lo tanto, la muerte debe también ser algo concreto. A pesar de ello, nadie puede explicar adecuadamente lo que es la muerte.

CUATRO LEYES

  Lo concerniente a la ley es muy profundo. De hecho, a muchos estudiantes de la Biblia les ha inquietado el uso que Pablo hace de la palabra ley en Romanos 7. Esta palabra primeramente denota la ley de Dios, es decir, los Diez Mandamientos (7:22). Luego, en 7:23 Pablo habla de “la ley de [la] mente”, y en Romanos 8:2, de “la ley del pecado y de la muerte” y de “la ley del Espíritu de vida”. Resulta difícil entender el significado de las palabras ley y vida, y aun más difícil entender la expresión la ley del Espíritu de vida. Así que, en los capítulos 7 y 8 la palabra ley se usa de cuatro formas diferentes: la ley de Dios, la ley de la mente, la ley del pecado y de la muerte, y también la ley del Espíritu de vida.

OTRA LEY

  Además, en el capítulo 7 se hace referencia a otra ley: “Así que yo, queriendo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está conmigo” (v. 21). Antes de que podamos saber cuál es la ley a la que se hace referencia en este versículo, necesitamos entender lo que es la ley de Dios, la ley de la mente, la ley del pecado y de la muerte (que es la ley del pecado en nuestros miembros), y la ley del Espíritu de vida. Conocer estas cuatro leyes es semejante a conocer los principios básicos de matemáticas. La ley hallada en el versículo 21 no es la ley de la mente ni la ley del pecado en nuestros miembros. Podríamos llamarla “esta ley que...”. Existe esta ley, este principio: siempre que queramos hacer el bien, el mal estará con nosotros. La ley mencionada en Romanos 7:21 se refiere a este principio.

  Pablo descubrió el principio de que siempre que él trataba de hacer el bien, el mal estaba consigo. ¿Se había dado cuenta usted alguna vez de la existencia de esta ley? Si no procuramos hacer el bien, pareciera que el mal no está presente. No obstante, conforme a esta ley, cada vez que intentemos hacer el bien, el mal estará con nosotros. Por ejemplo, si usted no se propone ser humilde, pareciera que carece de orgullo; pero en el momento que decide actuar con humildad, su orgullo aflora. De igual manera, si usted no determina dejar de enojarse, su mal carácter no se presentará, pero si usted toma la determinación de no enojarse nunca más, de inmediato brotará su mal genio. Esto es “esta ley que”. Esta ley no tiene mandamientos; sólo opera bajo este principio de que cuando nos proponemos hacer el bien, el mal está con nosotros.

  Muy pocos creyentes, incluyendo a aquellos que buscan más del Señor, saben que existe tal ley. Sin embargo, a todos nosotros nos ha inquietado el hecho de que cada vez que nos proponemos ser pacientes, fracasamos; pues en lugar de ser pacientes, terminamos enojándonos. De la misma manera, cuando decidimos ser humildes, terminamos actuando orgullosamente. Antes de que fuéramos salvos y buscáramos al Señor diligentemente, tal parecía que nos comportábamos bastante bien. Pero más tarde aprendimos que debíamos ser nuevas personas. Tal fue la enseñanza que yo recibí. Pero cuanto más trataba de vivir como una nueva persona, más la vieja persona estaba presente en mí. Luego me dijeron que tenía que considerarme a mí mismo como muerto, y me esforcé por poner en práctica esta enseñanza. Sin embargo, cuanto más me consideraba muerto, más vivo estaba. Cuanto más trataba yo de hacer el bien, peor me volvía.

  Creo que todos hemos tenido esta experiencia. Cuando vivíamos de forma despreocupada, aparentemente todo nos marchaba bien. Pero cuando se nos vino el deseo de hacer el bien para agradar al Señor, al parecer nuestra conducta empeoró. Por ejemplo, un hermano tal vez diga: “Como todo creyente que ama al Señor, no debo enojarme con mi esposa ni maltratarla. Debo pedir al Señor que me ayude en cuanto a este asunto”. Sin embargo, poco después, pierde la paciencia y se pelea con su esposa.

  Yo fui perturbado por asuntos como éste durante ocho años, desde 1925 hasta 1933. Durante esos años, muchas veces ni siquiera podía comer ni dormir bien, debido a que estaba preocupado por mi vida cristiana. Algunos, debido a esta situación, han llegado a pensar que deben dejar de ser cristianos y se han dicho a sí mismos: “No quiero seguir siendo un cristiano. Se me ha dicho que si soy cristiano debo ser feliz, pero a diario tengo problemas. Quisiera ser humilde, pero por el contrario soy orgulloso”. Este tipo de experiencias me puso al descubierto al grado que no podía creer cuán malo era. Por medio de la lectura de la Biblia y de mis experiencias en la vida cristiana, descubrí que hay una ley que opera en los seres humanos, a saber, cuando intentamos hacer el bien, el mal está con nosotros. Cuando descubrí esta ley, me di cuenta de que no debería ser tan tonto como para seguir tratando de hacer el bien, puesto que era como presionar un botón que llama al mal. Si no se presiona ese botón, el mal no estará con nosotros; pero si se presiona, el mal se presentará de inmediato, deseoso de trabajar. Fue en 1933 que por primera vez dejé de presionar ese botón. Sin embargo, me costó trabajo dejar de hacerlo, porque lo había presionado durante toda mi vida. Ahora sé que no debo presionar ese botón, pero debo confesar que a veces todavía lo hago. Probablemente usted presionó ese botón incluso este mismo día. Es probable que no lo dejemos de hacer de forma definitiva hasta que seamos arrebatados o hasta que estemos en la Nueva Jerusalén.

  Tal vez usted haya leído Romanos 7 una y otra vez sin haber visto esta quinta ley. Además de las cuatro leyes que hemos visto, existe una quinta ley que opera cada vez que nos proponemos hacer el bien. Necesitamos pedir al Señor que nos guarde de presionar este botón, porque siempre que lo hagamos, el mal estará con nosotros. Si tratamos de ser pacientes, presionamos el botón y, en vez de ser pacientes, nos enojamos. Si tratamos de ser humildes, presionamos de nuevo este botón, y nuestro orgullo se manifiesta. Los creyentes siempre han orado pidiendo que el Señor les ayude a hacer el bien, a lograr tales cosas como amar a sus esposas o, con respecto a las esposas, cómo deben someterse a sus esposos. En lugar de ello, debemos orar pidiendo que el Señor nos guarde de procurar hacer tales cosas. Lo que necesitamos es recibir una revelación, una visión, que nos guarde de presionar dicho botón que, al fin de cuentas, lo único que causa es que el mal esté con nosotros.

TRES PERSONAS Y TRES VIDAS

  Ahora necesitamos considerar la ley del bien en nuestra mente, la ley del pecado en nuestros miembros, y la ley de vida en nuestro espíritu. En el huerto del Edén había dos árboles: el árbol del conocimiento del bien y del mal y el árbol de la vida. En esos dos árboles vemos el bien, el mal y la vida, y cada uno de éstos tiene una ley: la ley del bien, la ley del mal y la ley de vida. Nosotros somos una miniatura del huerto de Edén por estar en medio de una situación triangular que incluye a Dios, al hombre y a Satanás. Además, la ley del bien, la ley del mal, y la ley de vida están presentes en nosotros.

  Por lo que a las personas se refiere, sólo existen tres seres distintos en el universo: la persona divina, que es Dios; la persona maligna, que es Satanás; y la persona humana, que es el hombre. Cada una de estas personas tiene una vida. La persona divina tiene la vida divina, la persona humana tiene la vida humana, y la persona maligna tiene la vida maligna. Nuestra vida humana no proviene simplemente de nuestros padres, sino que proviene de Dios, quien nos creó. Nuestra vida humana fue creada cuando Adán fue creado, y no cuando nacimos de nuestros padres.

  El hombre cayó después de haber sido creado. En el momento de su caída una vida maligna fue inyectada en el cuerpo del hombre. Ya hicimos notar que cuando el hombre cayó no sólo cometió un error, sino que también algo maligno entró en su ser. Por ejemplo, si un niño ingiere veneno, no sólo hace algo malo, sino que cierto elemento entra en él. Mediante la caída, la vida maligna de Satanás entró en el cuerpo del hombre, y ahora esta vida maligna está en nuestra carne. Por lo tanto, todo hombre, sea honrado o ladrón, tiene la vida humana, que es buena, y la vida satánica, que es maligna. Ésta es la razón por la cual la gente puede ser tanto buena como mala, tanto bondadosa como diabólica. A nadie le agrada hacer cosas malignas. Por lo tanto, Pablo dice: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso practico” (Ro. 7:19). Esto quiere decir que ya no somos nosotros los que hacemos ciertas cosas; al contrario, el maligno con su vida maligna dentro de nosotros es el que las hace.

  Los seres humanos no son sólo hijos de Adán, sino que también son hijos del diablo. En Juan 8:44 el Señor Jesús dijo a los judíos: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer”. Cada hombre tiene dos padres: su padre humano y Satanás. Cierto día, después de dar un mensaje acerca de este tema en Shanghái, un hermano me aconsejó que no volviera a decir que somos hijos de Satanás. Yo le aclaré que ésta no era mi enseñanza particular, y lo referí a 1 Juan 3:10, donde se habla de “los hijos del diablo”. Ya que somos hijos del diablo, entonces el diablo debe ser nuestro padre. Ésta fue la razón por la que el Señor Jesús dijo a los judíos que ellos eran de su padre el diablo. Así que, todos los seres humanos caídos tienen dos padres —su padre humano y Satanás—, y cada uno de ellos tiene una vida diferente: su padre humano tiene la vida humana, y Satanás, tiene la vida satánica.

  ¡Alabado sea el Señor porque nuestra historia no concluye en la creación y la caída! Hemos sido salvos y regenerados, es decir, hemos nacido de nuevo. Cuando Nicodemo pensó que volver a nacer era entrar de nuevo al vientre de su madre y nacer otra vez, el Señor Jesús le contestó que volver a nacer es nacer del Espíritu: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6). De manera que nacer de nuevo significa nacer de Dios (Jn. 1:13). ¡Aleluya, una tercera persona, el mismo Dios, nació en nosotros! Junto con esta persona divina recibimos la vida divina.

  La primera persona, la persona humana, es nuestro propio ser, nuestro yo. Esta persona está en nuestra alma, la cual es representada por nuestra mente. La vida de esta persona se encuentra principalmente en la mente. La segunda persona, la persona satánica, está en nuestro cuerpo, esto es, en nuestra carne. Pero, ¡alabado sea el Señor porque la tercera persona, la persona divina, está en nuestro espíritu! Como todos sabemos, el hombre se compone de tres partes: espíritu, alma y cuerpo. En nuestra alma tenemos la persona humana, en nuestro cuerpo tenemos la persona satánica, pero en nuestro espíritu tenemos a una persona divina. ¡Cuán maravilloso es esto!

  Los cristianos somos personas muy complicadas. Cuando yo era joven me enseñaron que los creyentes tienen dos naturalezas: una vieja y una nueva. Luego aprendí que este entendimiento no era adecuado. Todo cristiano genuino tiene tres personas y tres vidas. Dios, Satanás y el yo están en nosotros. A veces estas tres personas pelean entre sí. Es imposible que estén en armonía o que tengan alguna comunión.

CADA CLASE DE VIDA TIENE UNA LEY

  Cada clase de vida tiene una ley. Una ley denota un poder natural con cierta tendencia y actividad. Por ejemplo, nosotros respiramos porque somos seres vivientes. Mientras tengamos vida, podemos respirar debido a la ley de esta vida. Podemos usar la digestión como otro ejemplo. Después de comer, no es necesario preocuparnos por la digestión de los alimentos porque ésta obedece a una ley. Después de que ingerimos los alimentos, la ley de nuestra vida física opera digiriendo aquello que comemos.

  Lo mismo sucede en la vida animal. Las aves vuelan porque la ley de la vida de una ave es volar. A una ave no es necesario que le enseñen a volar, porque nace con una vida que lo hace volar. Por lo tanto, es natural que el ave vuele. Es posible impedir que esta ley funcione al encerrar el ave en una jaula; pero una vez que la puerta de la jaula se abra, el ave volará libremente. Por el contrario, un gato jamás podrá volar. Por mucho que se lo ordenemos, le es imposible. Incluso si se le amenazara, aun así no sería capaz de volar, porque no tiene la vida que posee la ley cuya tendencia es volar. Sin embargo, debido a que un gato tiene una vida que acostumbra cazar ratones, es natural que persiga ratones. Los perros ladran porque tienen una vida cuya ley los hace ladrar. No es necesario enseñar a un perro a ladrar; éste ladra natural y espontáneamente porque su vida tiene tendencia a ladrar y aun está llena de la actividad de ladrar.

  Cambiando el tema a la vida vegetal, podemos tomar los árboles frutales para ejemplificar que cada clase de vida tiene una ley. No soy un experto distinguiendo entre un tipo de árbol frutal y otro. Pero es muy fácil distinguir cada árbol por su fruto. Es de esperar que un manzano producirá manzanas, y un naranjo, naranjas. ¡Cuán insensato sería ordenarle a un manzano que diese naranjas y al naranjo que diese manzanas! Nadie sería tan insensato como para hacer esto. Es obvio que un naranjo produce naranjas y un manzano, manzanas. El naranjo tiene la vida de un naranjo, y esta vida contiene una ley que opera de tal manera que se producen naranjas.

  De igual manera, no hay necesidad de enseñar al clavel a dar botones de clavel en vez de brotes de cereza. De hecho, no hay necesidad incluso de enseñarle que debe florecer. Si alguien intentara enseñar a una planta de clavel a florecer, y el clavel pudiera hablar, diría: “No pierdas tu tiempo enseñándome a florecer. Simplemente déjame en paz y permíteme crecer, y con el tiempo floreceré”. El florecimiento proviene de la ley en la vida del clavel. Todos estos ejemplos demuestran que cada clase de vida tiene una ley.

TRES VIDAS Y TRES LEYES

  Debido a que los creyentes tenemos tres vidas, tenemos también tres leyes. Tenemos la vida humana, que es buena, y juntamente con ella tenemos la ley del bien. Debido a esta ley, todos por naturaleza deseamos hacer el bien; no es necesario que nos lo enseñen. Todos nacimos con el deseo de hacer el bien; desde niños poseemos la vida humana cuya ley es la ley del bien. Sin embargo, como hemos visto, el hombre no sólo tiene la vida humana, sino también la vida satánica con su ley maligna. En virtud de esa vida maligna, el niño espontáneamente empieza a decir mentiras, sin que nadie le enseñe a decirlas. De hecho, todos los padres cristianos enseñan a sus hijos que no deben mentir. Yo enseñé a mis hijos a no mentir, pero ellos de todos modos lo hicieron. Por ejemplo, yo enseñé a mis hijos que no debían jugar con el agua destinada para lavar. Cierto día al volver a casa encontré a uno de mis hijos jugando con esa agua. Inmediatamente él retiró sus manos del agua y las escondió disimuladamente. En lugar de regañarlo o castigarlo me dije a mí mismo: “Éste es un hombre caído, ¿qué ganaría con reprenderlo?”. Aunque usted ordene a un arbusto que no debe producir espinas, de todos modos las producirá. Ésta es la ley de la vida del arbusto. De igual manera nuestros hijos dicen mentiras sin que nadie les enseñe a hacerlo, debido a que la vida de Satanás con su ley de la mentira está en ellos. Al mentir, ellos simplemente están actuando en conformidad con dicha ley que los induce a mentir. Requerimos ser enseñados a leer, pero no a mentir. En principio, el hecho de que la gente caída mienta es semejante a que los gatos cacen ratones. Ambas son actividades propias de la ley de la vida que está en ellos. Ahora podemos entender por qué hacemos exactamente lo opuesto cuando nos proponemos hacer el bien. Tenemos dos vidas, la vida humana y la vida satánica, y cada una de estas vidas tiene su ley. Sólo que la ley de la vida satánica es más fuerte que la ley de la vida humana.

  ¡Alabado sea el Señor porque también tenemos la vida divina! De las tres vidas que hay en nosotros la más fuerte es la vida divina, mientras que la vida humana es la más débil.

VIVIR POR LA LEY DE VIDA

  Lo que realicemos en nuestro diario vivir depende de la ley por la cual vivimos. Hacer el bien depende de una ley, hacer el mal depende de otra, y vivir por la vida divina, también depende de otra. No debemos pensar que podemos hacer algo sin la influencia de una ley. Todo lo que hacemos en nuestro diario vivir como creyentes obedece a la función de alguna de estas leyes. Supongamos que tengo un altercado con cierto hermano. Quizás trate de suprimir mi enojo y me diga a mí mismo: “Aunque estés enojado con este hermano, no debes mostrarlo. Si pierdes la paciencia, también perderás tu prestigio además de causar un problema”. Tal actitud no es genuina sino política y, a la postre, no podrá durar mucho tiempo. Aquellos que acostumbran reprimir su enojo, terminan sufriendo de serias enfermedades estomacales. Aunque podemos actuar de una manera política por algún tiempo, finalmente la ley de la vida satánica causará que nuestro mal carácter aflore. Reprimir nuestro enojo es un juego político; dejar que se manifieste es obedecer la ley del pecado. Si somos genuinos y francos, todo lo que hagamos o digamos obedecerá a la función de una de estas leyes.

  La ley por la cual vivimos cada día lo determina todo. Si vivimos por la vida humana, la ley de la vida humana ejercerá su función. Sin embargo, la vida humana es débil, y su ley es frágil porque la ley de la vida satánica, que es mucho más fuerte, también está presente. Pero, ¡aleluya! Tenemos la ley más fuerte en nosotros, ¡la ley del Espíritu de vida! Nosotros debemos vivir por la vida divina y no por nuestra vida humana.

  En Romanos 8 Pablo dice que debemos andar conforme al espíritu. Andar conforme al espíritu es vivir por la vida divina. Cuando vivimos por la vida divina, la ley de esta vida, la ley más fuerte, actúa en nuestro interior. Ninguna ley puede vencer a la ley de la vida divina. Esta ley nos libra de toda dificultad. No se preocupe por sus problemas. En tanto usted ande conforme al espíritu y viva por la ley de la vida divina, esta ley operará en usted espontáneamente.

  Todos debemos recordar que tenemos que presionar el botón correcto, y no el botón que activa “esta ley que...”. Es mejor que no me enseñe a amar a mi esposa, porque en mi vida humana simplemente no puedo lograrlo. En lugar de eso, enséñeme a presionar el botón correcto, esto es, el botón de la ley del Espíritu de vida. Si presiono tal botón, amaré a mi esposa espontáneamente. De la misma manera, no enseñe a las hermanas a someterse a sus esposos. Cuanto más les enseñe eso, menos serán capaces de someterse. En cambio, enséñeles a presionar el botón correcto, y ellas se someterán a sus respectivos esposos automáticamente.

  El botón correcto está en nuestro espíritu. El Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu (8:16), y el botón es el propio Espíritu de Dios. Día tras día, hora tras hora debemos mantener nuestro dedo sobre este botón. Hacer esto es poner nuestra mente en el espíritu y andar conforme al espíritu. Nunca quite su dedo del botón del Espíritu. Si usted mantiene su dedo sobre este botón, permanecerá en su espíritu, el Espíritu será vida para usted, y todo lo negativo llegará a su fin.

  El secreto para mantener nuestro dedo sobre el botón correcto es saber que tenemos un espíritu humano y que el Espíritu de vida está en nuestro espíritu. Debemos volver nuestra mente y todo nuestro ser al espíritu, y fijar nuestra mente ahí. Entonces andaremos conforme al espíritu. Cuando hacemos esto, todas las cosas negativas son eliminadas espontáneamente, y nosotros podemos disfrutar de la vida divina. Al hacer esto, el deseo de hacer el bien de parte de la vida humana y su ley, queda satisfecho, y los requisitos de la ley de Dios son cumplidos. Además, la ley maligna inherente a la vida satánica es derrotada. Todo depende de una ley. No tratemos de amar ni hacer el bien por nosotros mismos. En lugar de eso, volvamos nuestro ser a nuestro espíritu y mantengamos nuestro dedo sobre el botón correcto, esto es, sobre el Señor mismo, quien es el todo para nosotros como el Espíritu de vida. Entonces podremos disfrutarle a Él y vivir por la ley del Espíritu de vida.

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