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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Romanos»
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Mensaje 50

LA CARNE Y EL ESPÍRITU

  Lectura bíblica: Ro. 16:20; 3:20; 7:18; 8:4

  En los mensajes anteriores hemos visto que debemos reinar en vida sobre el pecado, la muerte y Satanás, que son nuestros enemigos principales. Siendo el evangelio de Dios, el libro de Romanos se ocupa de estas tres entidades negativas. En los capítulos del 5 al 8 se tratan cabalmente el pecado y la muerte. Donde está el pecado, está también la muerte, porque el pecado introduce la muerte. En Romanos 16:20 Pablo habla acerca de Satanás, diciendo que el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo nuestros pies. Pablo no menciona el nombre de Satanás sino hasta el final del libro porque enfrentar a Satanás no es un asunto individual, sino corporativo. Si uno intenta por su propia cuenta subyugar a Satanás, será derrotado. Sólo el Cuerpo vence a Satanás, el enemigo. Por lo tanto, mediante las iglesias locales como expresión práctica del Cuerpo de Cristo es posible enfrentar a Satanás. Pablo menciona que Satanás será aplastado sólo después que enfoca de manera práctica el tema de la iglesia en los capítulos 15 y 16, indicando con esto que Satanás será aplastado bajo los pies de las iglesias locales.

SATANÁS, EL PECADO Y LA MUERTE SE CONCENTRAN EN NUESTRA CARNE

  En este mensaje quiero señalar que los tres enemigos principales —el pecado, la muerte y Satanás— se encuentran concentrados en la carne del hombre. Nuestra carne es el “lugar de reunión” donde se concentran el pecado, la muerte y Satanás; estos elementos negativos están siempre juntos. Hay un lugar en nuestra constitución donde los tres enemigos se reúnen, a saber: nuestra carne. Desde el momento de la caída del hombre, ellos se han estado reuniendo continuamente en la carne del mismo.

  Durante toda mi vida cristiana, nada me ha perturbado más que la carne. No deberíamos condenar al pecado, la muerte ni a Satanás, sin darnos cuenta de que el centro mismo del problema es la carne. Simplemente no podemos escapar de la carne; somos incapaces de alejarnos de ella de la misma forma en que podemos salir y alejarnos de un edificio. La razón por la que no podemos escapar de la carne es que ésta ha llegado a formar parte de nuestro ser. En repetidas ocasiones le he dicho al Señor: “Señor, Tú eres maravilloso y has hecho tanto por nosotros. Señor, ¿por qué no quitas la carne de nosotros?”. De acuerdo con mi economía, sería mucho mejor si la carne fuera quitada de nosotros.

  Tal vez a usted le perturbe su mal genio, pero la carne es la fuente del mismo. Todos nuestros problemas se originan en la carne. Si no fuera por ella, no tendríamos la molestia de nuestro carácter enojón. Por tanto, quisiéramos que el Señor quitara de una vez por todas nuestra carne. Tal vez pensemos que si la carne fuera quitada de nosotros, espontáneamente nos volveríamos muy espirituales.

NUESTRO PROBLEMA BÁSICO

  Sin embargo, debemos saber que el Señor no actúa de la misma manera que nosotros. Reflexionemos sobre la condición de Adán cuando estaba en el huerto de Edén antes de la caída. En aquel tiempo, no tenía la carne, porque el pecado aún no había entrado en el cuerpo de Adán y, por eso, su cuerpo no se había transmutado en la carne todavía. Un día el Señor me mostró que no sería adecuado ser como Adán en el huerto, sin tener ningún problema con la carne. Me di cuenta de que mi problema principal no residía en la carne, sino en la escasez de Espíritu. Es verdad que en el huerto de Edén Adán no tenía la carne, pero tampoco tenía al Espíritu de Dios en su interior. Ciertamente él era inocente, pero también es verdad que estaba vacío. Este vacío le dio oportunidad al enemigo para que entrara en el hombre. Si el Señor quitara nuestra carne y nos dejara vacíos, no seríamos capaces de mantenernos puros por mucho tiempo, y Satanás, el sutil, tarde o temprano se infiltraría en nosotros. Por lo tanto, necesitamos darnos cuenta de que el problema básico es la falta de Espíritu, y no la presencia de la carne.

LA CARNE EN LOS CAPÍTULOS SIETE Y OCHO

  El libro de Romanos pone al descubierto la carne de una manera cabal. En Romanos 3:20 dice: “Por las obras de la ley ninguna carne será justificada delante de Él”. En este versículo la palabra carne tiene un significado distinto a la manera en que se usa en los capítulos del 5 al 8, pues se refiere a una persona, a un ser humano. Ante los ojos de Dios toda persona caída es carne. Por lo tanto, en 3:20 la palabra carne se refiere a la totalidad del ser humano caído. Por el contrario, en Romanos 7 carne se refiere sólo a una parte del ser humano, y no a todo su ser. En el capítulo 7 el vocablo carne denota la parte pecaminosa y maligna de nuestro ser en la cual mora el pecado. En este mensaje nuestra preocupación no es la carne revelada en 3:20, sino la carne mencionada en los capítulos 7 y 8.

  Romanos 7:18 dice: “Pues yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien”. Nuestra carne es el lugar donde las cosas malignas hacen su morada. No importa cuán buena pueda ser una persona, por lo menos una parte de él, su carne, es maligna. No seamos engañados por alguien que aparentemente es muy amable, bondadoso, honesto, humilde y simpático; pues ciertamente en él como en todos los demás hombres, nada bueno mora en su carne.

  A través de los años he descubierto que todos los hombres se consideran mejores que los demás. Un esposo puede considerarse a sí mismo superior a su esposa, y una esposa puede tener un concepto más elevado de sí misma que de su esposo. Por causa de nuestra falsa humildad, tal vez no declaremos que somos mejores que otros, pero muchas veces esto es lo que creemos. Sin embargo, no importa cuán buenos seamos, todavía tenemos la carne. Por la misericordia del Señor he podido ver Su enseñanza santa de que en mi carne no mora nada bueno.

EL COMPUESTO PECAMINOSO

  Para poder ayudar a los creyentes que buscan más del Señor pero que a menudo se desaniman por su poco progreso espiritual, es necesario hacer hincapié en el hecho de que nada bueno mora en la carne. Cuanto más deseen la santidad, menos santos parecerán ser. Ellos anhelan ser uno con el Señor, pero finalmente terminan haciendo muchas cosas que no son del Señor. También desean vencer el pecado que los asedia, pero al parecer el pecado los vence a ellos. Como resultado, se desaniman y se impacientan consigo mismos.

  Es necesario que los creyentes busquemos al Señor genuinamente, que aspiremos a ser espirituales y que venzamos todas las cosas negativas. No obstante, nos estorba y nos impide un compuesto pecaminoso que reside en nosotros, el cual es nuestra carne mezclada con el pecado, la muerte y Satanás. Es sumamente difícil vencer este compuesto maligno. Cuando el pecado, la muerte y Satanás son añadidos al cuerpo humano, el producto es la carne. Este compuesto no está solamente en nosotros; más bien, forma parte de nuestro propio ser.

VOLVERNOS DESESPERADAMENTE AL ESPÍRITU

  Tal vez usted se pregunte así como yo me pregunté en el pasado, ¿por qué el Señor simplemente no quita de nosotros este compuesto pecaminoso? El Señor es muy sabio y Él sabe lo que está haciendo. Aunque la carne es muy pecaminosa y detestable, el Señor a propósito se rehúsa quitarla de nosotros. Al dejar la carne en nosotros, Su intención no es desanimarnos constantemente; Él permite que la carne permanezca en nosotros con el fin de que seamos compelidos a buscar Su ayuda. Si no fuera por la carne, no tendríamos una gran necesidad de invocar el nombre del Señor. Y si no fuera porque tenemos el problema de la carne, dudo que oraríamos lo suficiente.

  Todos sabemos que es malo enojarnos con nuestro esposo, esposa o niños. Pero si amamos al Señor y le buscamos sinceramente, incluso nuestro mal genio nos servirá bien, porque nos forzará a acudir al Señor. Después de habernos enojado, probablemente nos sentimos avergonzados por varias horas, sin ganas de orar. Pero finalmente, nuestro intenso deseo por el Señor nos impulsará a orar, y terminaremos orando de una buena manera. En este sentido la carne verdaderamente nos ayuda.

  En los primeros años de mi ministerio, solía preocuparme por ciertos santos que no avanzaban espiritualmente. Más tarde aprendí que no debía perturbarme por esto. Comprendí que si siempre estuviéramos bien, no entraríamos a nuestro espíritu lo suficiente. Si usted no tuviera fallas, tal vez pasaría mucho tiempo pensando en lo bueno que es, y no estaría desesperado por volverse a su espíritu. Ésta fue la razón por la que el Señor no exterminó a todos los enemigos del pueblo de Israel en cuanto ellos entraron a la buena tierra (Jue. 2:21—3:4). Dios deliberadamente permitió que ciertos enemigos permanecieran allí con el propósito de fortalecer a los hijos de Israel y adiestrarlos en pelear. Según el mismo principio, se nos ha dejado la carne para nuestro provecho. Esto no significa que debamos hacer el mal para que el bien venga, pero sí quiere decir que el Señor en Su sabiduría y soberanía usa la carne con un propósito positivo.

DIOS USA NUESTROS FRACASOS EN LA CARNE PARA NUESTRO PROVECHO

  La carne es un problema para todos los que buscan más del Señor, pues hace que todos nosotros tengamos muchos fracasos. Pero por medio de nuestros fracasos algo del Señor es forjado en nuestro ser. Puedo dar testimonio de que año tras año Dios se ha estado incrementando en mí, principalmente por medio de los fracasos que he experimentado. No me atrevo a decir que cuanto más fallemos, mejores seremos. Sin embargo, puedo afirmar que Dios usa nuestros fracasos para ayudarnos a crecer en el Señor, pero sólo si amamos al Señor y le buscamos. Si buscamos al Señor genuinamente podemos estar en paz, ya sea que tengamos éxitos o fracasos.

  Todos debemos procurar seriamente reinar sobre el pecado, la muerte y Satanás. No obstante, aunque procuremos diligentemente reinar en vida sobre los tres enemigos, experimentaremos más fracasos que éxitos. Sin embargo, no debemos desanimarnos. Si amamos al Señor y le buscamos de verdad, Él usará aun nuestras fallas para forjar más de Sí mismo en nosotros. Muchos de nosotros podemos dar testimonio de que hemos ganado más del Señor por medio de nuestros fracasos que de nuestros éxitos. Esto se debe a que nuestros fracasos hacen que nos acerquemos más al Señor y que sintamos la urgencia de estar en el espíritu. Poco a poco, gracias al hecho de que volvemos a nuestro espíritu de esta manera, seremos saturados plenamente con el Señor. Sin la ayuda proporcionada por la carne pecaminosa y detestable, no tendríamos ninguna sensación de cuán urgente es ganar más del Señor o cuánto necesitamos que Él se forje más en nosotros.

  He leído varios libros acerca de la santidad, la espiritualidad y la vida victoriosa. He probado todas las maneras recomendadas en esos libros, pero ninguna de éstas ha sido del todo exitosa. Aunque sabemos que debemos ser santos, espirituales y victoriosos, estamos deficientes y sufrimos por ello. Para nosotros la meta es ser santos o espirituales o victoriosos. Pero la meta de Dios es forjarse a Sí mismo en nosotros. Si Él tiene la oportunidad de forjarse en nuestro ser, no le interesará mucho si nuestra condición es excelente o pobre. A menudo, cuando nuestra condición es penosa, Él encuentra una excelente oportunidad para lograr lo que desea en nosotros. Cuando nuestra situación y condición es por demás excelente, es posible cerrarnos al trabajo interior del Señor en nosotros. Ciertamente no le animo a usted estar en una situación deficiente ni en un nivel bajo de espiritualidad, pero puedo asegurarle que cuando se encuentra en semejante situación o condición espiritual, Dios podrá forjar más de Sí mismo en ustedes que cuando su condición es buena. La razón de esto es que, cuando nos encontramos en una situación difícil, estamos más abiertos al Señor, y más dispuestos a volvernos a Él y a permitirle forjarse más en nuestro ser.

  Debido a que el pecado, la muerte y Satanás están en constante reunión en nuestra carne, con el tiempo a todos nos perturba y nos disgusta mucho la carne. No obstante, Dios es soberano. Si le buscamos sinceramente, aun el compuesto pecaminoso de la carne llegará a ayudarnos a ganar más del Señor. Nuestros numerosos fracasos nos obligan a permanecer en el espíritu y, de este modo, obtener más del Espíritu. Esto no es un asunto de vencer, sino de ganar más del Espíritu.

VOLVERNOS AL ESPÍRITU

  Hablando de lo doctrinal, es fácil decir que debemos volvernos a nuestro espíritu, pero es bastante difícil ponerlo en práctica. Algunos tal vez creen que es difícil volverse al espíritu cuando su situación es pobre, pero yo no estoy de acuerdo con ello. En tal caso, puede ser difícil volvernos al espíritu delante de los hombres, pero es más fácil tocar genuinamente el espíritu en nuestro interior. Si nuestra condición nunca es pobre, puede ser que nos volvamos al espíritu sólo de manera superficial. Pero cuando tenemos grandes fracasos, verdaderamente nos volvemos a nuestro espíritu.

  En nuestra experiencia cristiana necesitamos tanto la noche como el día. Por esta razón, Dios permite que en ocasiones fracasemos. En el día estamos siempre felices, pero nos desanimamos y nos desilusionamos cuando llega la noche. No obstante, necesitamos la noche tanto como el día. Ya sea de día o de noche, Dios sigue obrando en nosotros.

  Romanos 8:4 dice que debemos andar conforme al espíritu, y no conforme a la carne. Es muy fácil hablar acerca de esto, pero no es tan fácil practicarlo. Para entrar en la realidad de este versículo necesitamos pasar por muchos fracasos. Entonces nos hallaremos cada vez más en el espíritu. La única forma de enfrentar la carne y de ser salvos de su influencia es volvernos al espíritu y entrar en él.

  A menos que encendamos la luz, no hay manera de disipar las tinieblas. No importa cuánto intentemos acabar con las tinieblas, éstas permanecerán hasta que la luz llegue. Asimismo, no podemos terminar con la carne si carecemos del Espíritu. Cuanto más enfrentemos a la carne aparte del Espíritu, más fuerte y activa se vuelve ésta. Por nuestros propios esfuerzos no podemos vencer la carne. La única manera de rescatarnos de ella es volvernos a nuestro espíritu y permanecer en él.

  Nuestro problema estriba en que raramente nos volvemos al espíritu de buena gana. Así que, necesitamos los fracasos que nos hacen dispuestos a volvernos. Una vez que lo hacemos, espontáneamente andamos conforme al espíritu. Todos nosotros necesitamos algo que nos compela, que nos orille, hacia el espíritu. Con respecto a este asunto nuestra propia voluntad no es adecuada.

  Dios en Su soberanía tiene la forma de usar la carne para cumplir Su propósito. Soberanamente Él dirige todo lo relacionado con nosotros con miras a llevar a cabo Su economía. Por causa de Su economía, Dios usa nuestra carne pecaminosa y detestable para forzarnos a volver a nuestro espíritu, con el fin de que ganemos más del Espíritu. ¡Cuán sabio y soberano es nuestro Dios!

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