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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Romanos»
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Mensaje 53

LA FILIACIÓN PRESENTADA EN EL LIBRO DE ROMANOS

  Lectura bíblica: Ro. 1:9, Ro. 1:3-4; Sal. 2:7; Ro. 3:20

  En Romanos 1:9 Pablo dijo que servía a Dios en el evangelio de Su Hijo. Esto indica que todos debemos servir a Dios en el evangelio de Cristo, pero para hacerlo primero necesitamos saber qué es el evangelio.

  El evangelio no incluye simplemente asuntos como la redención, el perdón, la justificación, la reconciliación, la limpieza de pecado y la regeneración. Todos éstos son aspectos de la salvación que Dios nos otorga, pero esta salvación tiene una meta, y dicha meta es la filiación. Esto significa que la redención, el perdón, la justificación, la reconciliación, la limpieza y la regeneración tienen como finalidad el cumplimiento del deseo de Dios, el cual consiste en obtener muchos hijos que sean Su expresión.

  La intención eterna de Dios es ser expresado por medio de un Cuerpo constituido de Sus hijos glorificados. Originalmente Dios tenía un solo Hijo, Su Unigénito; pero por medio de la resurrección de Jesucristo, Él ahora tiene muchos hijos. Mediante la muerte y la resurrección de Cristo, millones de pecadores han sido hechos hijos de Dios. Éste es el propósito eterno de Dios. Así que, el libro de Romanos revela que el objetivo del evangelio es la filiación, la producción de los muchos hijos de Dios.

  Los primeros cuatro versículos de Romanos son extremadamente importantes. En el primer versículo Pablo dice: “Pablo, esclavo de Cristo Jesús, apóstol llamado, apartado para el evangelio de Dios”. El hecho de que Romanos empiece con una palabra acerca del evangelio de Dios, indica que el evangelio es el tema de este libro. El evangelio de Dios no está centrado en la religión, las doctrinas ni los formulismos; aún más, tampoco está centrado simplemente en la redención, el perdón de pecados ni la justificación. Según el versículo 3, el evangelio de Dios tiene que ver con el Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor, lo cual indica que está centrado en la filiación. El mayor deleite, deseo y placer de Dios está relacionado con Su Hijo. Dios se ha propuesto producir muchos hijos para que sean conformados al patrón, al modelo, el cual es Su Hijo primogénito. Es por medio de Él, en Él y con Él que muchos hijos son producidos. Así que, el evangelio de Dios es producir muchos hijos para que sean conformados a la imagen de Cristo.

CRISTO FUE DESIGNADO HIJO DE DIOS

  Cristo, en Su encarnación, vino como linaje de David según la carne (1:3). En la Biblia la palabra carne no tiene una connotación positiva. No obstante, el Evangelio de Juan declara que el Verbo se hizo carne (1:14). El evangelio de Dios está centrado en el Hijo de Dios quien se hizo carne, es decir, quien llegó a ser el linaje de un hombre según la carne. En Romanos vemos que dicha carne fue designada ¡Hijo de Dios!

  Mediante esta designación, el Cristo que ya era el Hijo de Dios antes de Su encarnación, llegó a ser el Hijo de Dios de una manera nueva. Antes de encarnarse Él ya era el Hijo de Dios, pero sólo tenía divinidad; pero, mediante Su resurrección, Él fue designado el Hijo de Dios con divinidad y en Su humanidad. Si Cristo nunca se hubiera vestido de la naturaleza humana, no habría sido necesario que fuera designado Hijo de Dios, porque en Su divinidad ya era el Hijo de Dios, incluso desde la eternidad.

  Romanos 8:3 dice que Dios envió a Su Hijo en semejanza de carne de pecado, dando a entender que Cristo no tenía la pecaminosidad de la carne, sino sólo la semejanza de la carne de pecado. Con respecto a esto, Él era semejante a la serpiente de bronce que fue levantada sobre un asta en el desierto (Nm. 21:8-9). La serpiente de bronce ciertamente tenía la forma de una serpiente, mas no la naturaleza venenosa de ella. Según el mismo principio, Cristo tenía la forma, apariencia y semejanza de la carne de pecado, pero no tenía la naturaleza pecaminosa de tal carne de pecado.

  Debido a que Cristo, el Hijo de Dios, se había vestido de carne, era necesario que Su naturaleza humana fuese designada Hijo de Dios con poder por la resurrección. La muerte en Adán es terrible, pero la muerte de Cristo es maravillosa. Esto se debe a que Su muerte puso fin a todas las cosas negativas y abrió el camino a la resurrección. Por medio de la resurrección Cristo fue transfigurado y designado el Hijo de Dios.

  Salmos 2:7 dice: “Mi hijo eres Tú; Yo te engendré hoy”. Si Cristo ya era el Hijo de Dios, ¿porqué tuvo que ser engendrado como el Hijo de Dios? Hechos 13:33, que cita Salmos 2:7, indica que Cristo fue engendrado como Hijo de Dios en el día de Su resurrección. Pero, ¿no era ya el Hijo de Dios antes de ese día? Ciertamente lo era. No obstante, Él aún necesitaba ser engendrado por la resurrección, por cuanto se había vestido de humanidad. En cuanto a Su divinidad, no era necesario que Él fuera engendrado, pero en cuanto a Su humanidad, sí lo era. En el día de Su resurrección, la carne de Cristo fue elevada y transfigurada en una sustancia gloriosa. En esto consiste ser engendrado con poder por la resurrección. Además, este engendramiento fue también Su designación. Así pues, Jesús, el Hombre en la carne, fue engendrado y designado Hijo de Dios.

SEGÚN EL ESPÍRITU DE SANTIDAD

  El versículo 4 dice que esta designación se efectuó según el Espíritu de santidad. El ejemplo de la semilla de clavel nos ayudará a entender el significado de esto. Cuando una semilla de clavel es sembrada, ella muere; pero la muerte sólo prepara el camino para la resurrección. Con el tiempo, la semilla brota y crece hasta convertirse en una planta madura que produce flores de clavel. Cuando la planta de clavel florece, es designada. Así que la manifestación de la flor de clavel es la designación de la semilla de clavel. Dicha semilla es designada no al ser marcada por una etiqueta, sino al ser sembrada en tierra y al crecer hasta desarrollarse en una planta de clavel floreciente. Esto indica que la semilla de clavel es designada por la vida que está dentro de ella, es decir, que es designada según la vida. Si se siembra una piedra en la tierra, nada pasará porque no hay vida alguna en la piedra. Pero después que una semilla de clavel es sembrada en la tierra, será designada según la vida que está dentro de ella.

  Según este mismo principio, cuando Cristo resucitó de entre los muertos, fue designado con poder por la resurrección, según el Espíritu de santidad que estaba en Él. Ahora Él es el Hijo de Dios de una manera aun más maravillosa que antes, porque ahora tiene tanto la naturaleza divina como la naturaleza humana, la cual ha sido resucitada, transformada, elevada, glorificada y designada.

  Cristo, por ser el Hijo de Dios que posee la divinidad y la humanidad, es ahora el patrón y el modelo, en el cual se basa la producción en serie de los muchos hijos de Dios. Hemos visto que el deseo de Dios no consiste en tener un solo Hijo, Su Unigénito, sino muchos hijos, quienes han de ser la producción en serie del Primogénito. En el capítulo 1 tenemos el modelo o patrón, pero en el capítulo 8 tenemos la producción en serie. El capítulo 8 revela claramente que el Hijo unigénito ha llegado a ser el Primogénito entre muchos hermanos.

LA MANERA EN QUE LOS MUCHOS HIJOS SON PRODUCIDOS

  Ahora debemos ver cómo son producidos los muchos hijos de Dios. La clave para entender esto se encuentra en Romanos 1:3-4. En estos versículos se mencionan un buen número de términos y expresiones cruciales, tales como: según la carne, el Espíritu de santidad, poder, resurrección e Hijo de Dios. En cierto sentido la estructura de todo el libro de Romanos se basa en estas expresiones. De hecho, los versículos 3 y 4 del capítulo 1 constituyen un resumen de todo el libro de Romanos, el cual es un relato de cómo los pecadores en la carne son hechos hijos de Dios con poder por la resurrección. En Romanos 3:20 leemos que “por las obras de la ley ninguna carne será justificada delante de Él”. Esto indica que la carne, esto es, el hombre caído, no tiene remedio. El capítulo 7 revela cuán detestable y problemática es la carne. Luego, el capítulo 8 describe la incapacidad total de la carne en cuanto a guardar la ley de Dios. Antes de ser salvos no éramos más que carne; estábamos desahuciados, causábamos problemas y estábamos débiles. Sin embargo, Cristo fue hecho a la semejanza de la carne de pecado, y en Su crucifixión Él llevó esta carne al madero, y allí puso fin a ella.

  Es imposible ser designados hijos de Dios según la carne; es sólo según el Espíritu de santidad que nosotros podemos llegar a ser Sus hijos. Como creyentes de Cristo que somos, tenemos no sólo la carne, la cual recibimos de nuestros padres biológicos, sino también al Espíritu de santidad, quien Dios nos lo dio. Al igual que el Señor Jesús, nosotros también tenemos dos naturalezas, la humana y la divina. Ahora podemos decir con gran confianza: “Señor Jesús, Tú tienes dos naturalezas, y nosotros también. Tú fuiste hecho carne, y nosotros somos carne. Dentro de Ti se hallaba el Espíritu de santidad, y dentro de nosotros también se encuentra”. ¡Oh, en nosotros está el Espíritu de santidad, quien es realmente la maravillosa persona de Cristo. La santidad es la sustancia, la esencia, el elemento la naturaleza misma de Dios. Esta naturaleza santa es completamente diferente de toda otra cosa y está apartada de ellas. El Espíritu de santidad alude a la esencia misma de Dios. Así que, al tener al Espíritu de santidad, tenemos la sustancia misma de Dios dentro de nosotros. Según este Espíritu somos designados hijos de Dios.

INJERTADOS EN CRISTO

  Por ser creyentes de Cristo, nosotros hemos sido injertados en Él. Supongamos que una rama de un árbol silvestre es injertada en un árbol de más calidad. Mediante este proceso de injerto, la rama silvestre es conformada en una buena rama, parte del buen árbol. Nosotros, por haber sido injertados en Cristo y en la semejanza de Su muerte, estamos ahora en el proceso de resurrección. Según 1 Pedro 1:3, fuimos regenerados por la resurrección de Cristo, lo cual significa que cuando Cristo fue resucitado, nacimos de nuevo. En realidad, nacimos de nuevo mucho antes de nuestro nacimiento natural. Ahora estamos experimentando la resurrección de lo que ya fue resucitado y la liberación de lo que ya fue liberado. Por esta razón podemos decir que estamos en proceso de ser resucitados.

  Este concepto se encuentra en Romanos 8. El que levantó de los muertos a Cristo, vivificará también nuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en nosotros (v. 11). Esto indica que actualmente estamos pasando por el proceso de resurrección.

NO NECESITAMOS CORRECCIÓN, SINO RESURRECCIÓN

  Por un lado, ser resucitado significa dar muerte a todo lo negativo; por otro, significa liberar todas las cosas positivas, o sea, elevar todo lo que ha sido muerto y resucitado. Hablando con propiedad, en la economía de Dios no se trata de corrección, enmienda o mejoramiento externo, sino sólo de resurrección, la cual consiste en poner fin a lo negativo y liberar lo positivo.

  Supongamos que cierto hermano es muy orgulloso. La manera religiosa es enseñarle a ser humilde, pero ésta no es la manera en que Dios opera. Según la economía divina la manera de proceder es hacer que este hombre sea injertado en Cristo y permitir que la muerte de Cristo opere dentro de él y finalmente ponerle fin. Entonces, la muerte de Cristo abrirá el camino para que el poder de Su resurrección libere algo de Cristo desde el interior de este hermano. Es así como la vida de Cristo consumirá su naturaleza orgullosa. Esto no es corrección, sino resurrección.

  En los primeros años de mi ministerio, tenía el hábito de corregir y regular a otros. Pero gradualmente aprendí que Dios en Su economía no actúa así. Debido a que tenemos al Espíritu de santidad dentro de nosotros, no hay necesidad de efectuar enmiendas externas. Si nos volvemos al Señor y tenemos contacto con Él, experimentaremos Su muerte y Su resurrección. Esta resurrección se efectúa según el Espíritu de santidad. ¡Aleluya! La vida de resurrección juntamente con el poder de la resurrección ¡están en nosotros!

  ¡Cuán absurdo sería tratar de ayudar a una flor a crecer corrigiéndola exteriormente! La manera apropiada es simplemente regar la planta. Según el mismo principio, debemos regarnos los unos a los otros. Leemos en 1 Corintios 3:6 que Pablo sembró, Apolos regó, pero el crecimiento lo da Dios. Debemos regar a los hermanos y hermanas y nutrirles. Entonces la vida interna crecerá, y finalmente una bella “flor” brotará de ellos. En esto consiste la resurrección.

  En realidad, los hijos de Dios no necesitamos conocer tantas doctrinas. Lo que necesitamos es la Palabra y el poder de la resurrección dentro de nosotros. Ninguna enseñanza ni doctrina puede reemplazar la resurrección. Es según el poder de la resurrección que somos designados hijos de Dios.

LA SANTIFICACIÓN Y LA TRANSFORMACIÓN

  Ser designados significa ser santificados. La santidad es la sustancia, y la santificación es el proceso mediante el cual somos hechos santos. Algunos cristianos consideran que la santidad es simplemente la ausencia de pecado. Otros indican que la santidad denota separación, un cambio de posición. Sin embargo, ninguna de estas definiciones es adecuada. La santidad incluye tanto la ausencia de pecado como la separación, pero también implica un cambio en nuestro modo de ser.

  Consideremos una vez más el ejemplo del té. Cuando el sobre de té es añadido al agua, el agua es “teificada”. Éste es un ejemplo de la santificación. Cristo es el “té” celestial y nosotros somos el “agua”. Cuanto más “té” divino se añade a nosotros, más somos “teificados”. Cuanto más Cristo se añade a nosotros, más somos santificados. La santificación no es un simple cambio de posición, sino un cambio de nuestro modo de ser. En el ejemplo del té, la característica del agua y aun su esencia cambian a medida que el agua es “teificada”.

  La santificación incluye la transformación. Mientras el agua es “teificada”, también es transformada. Así que, la resurrección, la santificación y la transformación están relacionadas entre sí.

EL PROCESO DE LA FILIACIÓN

  La transformación tiene como finalidad la conformación. De acuerdo con 8:29, todos seremos conformados a la imagen de Cristo. Por medio de la conformación somos introducidos a la realidad de la filiación. Cuando nacimos de nuevo obtuvimos la filiación, pero sólo en una pequeña porción. Ahora es imprescindible que la filiación se extienda gradualmente a todo nuestro ser hasta saturarlo. Finalmente, cuando el Señor regrese, incluso nuestro cuerpo físico estará saturado con la filiación. Así que, esta saturación de nuestro cuerpo equivale a la redención misma de nuestro cuerpo.

  Hoy nuestro espíritu está en la filiación, pero nuestro cuerpo todavía no. Según el espíritu nosotros somos hijos de Dios, pero según nuestro cuerpo físico no estamos todavía en la filiación. La transfiguración, o sea, la redención, de nuestro cuerpo que tendrá lugar en la venida del Señor, será la última etapa de la filiación. En ese tiempo seremos introducidos total y completamente en la filiación. En cada parte de nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— seremos los verdaderos hijos de Dios. Entonces seremos glorificados. Alabado sea el Señor porque hoy estamos en el proceso de la filiación, el de llegar a ser los hijos de Dios.

  Dentro de nosotros tenemos al Espíritu de filiación como anticipo. Cuando clamamos: “Abba, Padre”, tenemos un dulce disfrute del Espíritu Santo como un anticipo. Este Espíritu de filiación se halla ahora mismo resucitándonos, santificándonos, transformándonos y conformándonos a la imagen de Cristo.

EL CUERPO ES EDIFICADO CON LOS MUCHOS HIJOS

  Los muchos hermanos, es decir, los muchos hijos de Dios, son los miembros del Cuerpo de Cristo. Debido a que el Cuerpo puede edificarse únicamente con los hijos de Dios y no con pecadores cautivos en la carne, la filiación es mencionada primero y el Cuerpo después. Romanos 12 es la continuación directa de Romanos 8. Sólo después de haber sido conformados a la imagen de Cristo podemos tener la realidad del Cuerpo, del cual somos miembros.

  La meta del evangelio, según se revela en el libro de Romanos, es transformar pecadores en la carne convirtiéndolos en hijos de Dios en el espíritu con el fin de conformar el Cuerpo de Cristo. El apóstol Pablo sirvió a Dios en este evangelio. Nosotros hoy en día también debemos aprender a servir a Dios en este evangelio. Debemos ver que Dios nos confirma según el evangelio presentado en Romanos (16:25). Este evangelio no es sólo para los incrédulos, sino también para los creyentes. Dios confirma a los creyentes según el evangelio acerca del Hijo de Dios, quien se hizo un hombre en la carne y quien, en Su humanidad, fue designado Hijo de Dios según el Espíritu de santidad con poder por la resurrección. Romanos 1:3-4 constituye un resumen del evangelio, mientras que el resto del libro de Romanos es el contenido completo del evangelio. En este evangelio Dios transforma pecadores, los que están en la carne, y los hace hijos de Dios con poder, por la resurrección y según el Espíritu de santidad.

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