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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Romanos»
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Mensaje 57

LA JUSTICIA ES EL PODER DEL EVANGELIO

  Lectura bíblica: Ro. 88:15; Ro. 3:21; 10:3-4; 2 Co. 5:21

  Hemos visto que el tema del libro de Romanos es el evangelio de la filiación. Sin embargo, en este libro también se presenta otro asunto muy importante, el cual es la justicia. En 1:16-17 Pablo dice que el evangelio es el poder de Dios para salvación a todo aquel que cree, porque en el evangelio se revela la justicia de Dios. En este mensaje veremos por qué la justicia es el poder del evangelio, y por qué la justicia es necesaria a fin de que Dios produzca muchos hijos mediante el evangelio.

LOS REQUISITOS DE LA JUSTICIA DE DIOS FUERON CUMPLIDOS POR LA MUERTE DE CRISTO EN LA CRUZ

  Dios, en la eternidad pasada, nos predestinó para que fuésemos Sus hijos. Sin embargo, aun siendo predestinados, caímos y participamos del pecado. Por esta razón entra en juego la justicia de Dios. Si no hubiéramos caído, no necesitaríamos preocuparnos por la justicia. Sin embargo, debido a nuestra caída, Dios se ve obligado a tratar con nosotros conforme a Su justicia. ¿Qué debía hacer Dios con los que Él predestinó para que fuesen Sus hijos? Algunos tal vez digan que Dios nos ama y, por lo tanto, no puede echarnos al lago de fuego. Sí, Dios nos ama, pero por otra parte odia el pecado. Aunque Dios no quiere abandonarnos ni lanzarnos al lago de fuego, tampoco puede perdonarnos a menos que Su justicia haya sido satisfecha. Si Dios nos otorgara Su perdón de una manera ligera, Él estaría tomando una posición injusta. Por ser un Dios justo y recto, no puede perdonar a los que pecan sin que se cumplan las exigencias de Su justicia.

  Cristo, el Hijo de Dios, se hizo carne para que Dios pudiese perdonarnos. Como dice Romanos 8:3, Dios envió a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado. Mediante la encarnación, el Señor tomó la semejanza de carne de pecado y se identificó con los pecadores, quienes están en la carne. Por causa de la justicia de Dios, el Señor Jesús fue inmolado en la cruz. Allí, sobre la cruz, fue hecho pecado por nosotros, y allí también, Dios condenó al pecado en la carne. El Señor, al morir en nuestro lugar, realizó la redención y cumplió con todos los justos requisitos de Dios. Por eso, ahora Dios tiene la posición para perdonarnos justamente. De hecho, Él no sólo tiene la posición en la que puede perdonarnos, sino que, por causa de Su justicia, está obligado a hacerlo. Dios nos perdona no solamente porque nos ama, sino porque está comprometido a hacerlo por causa de Su justicia.

  Juan 3:16 dice que debido a que Dios nos ama, dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él crea, no perezca, mas tenga vida eterna. Este versículo indica que Dios nos salva porque nos ama. Además, en Efesios 2:5 y 8 se nos dice que somos salvos por gracia. Sin embargo, el libro de Romanos revela que somos salvos no por gracia ni por amor, sino por la justicia. Ni el amor ni la gracia son asuntos legales. Usted no puede exigir que por causa de la ley, una persona está obligada a amarle o mostrarle gracia. Sólo tenemos la posición de reclamar algo de manera legal con aquello que se deriva de la justicia.

  Por ejemplo, supongamos que usted es el propietario de la casa que yo alquilo. Cada mes tengo que pagarle cierta cantidad por concepto de renta. Si no le pago por dos meses, usted tiene la posición justa de reclamarme el pago del alquiler. Por mi parte, debo pagar el alquiler, no por amor ni por gracia, sino por la justicia; estoy legalmente obligado a pagar el alquiler. Entonces, si lo hago, soy justo, pero si no lo hago; soy injusto.

  En cierto sentido, fueron los judíos y los romanos quienes le dieron muerte al Señor Jesús; pero en otro sentido, fue Dios mismo quien le dio muerte. Nuestro Señor estuvo en la cruz por seis horas. Durante las primeras tres horas, Él sufrió la persecución por parte de los hombres, quienes le causaron muchos males. Pero durante las últimas tres horas, Dios cargó todos nuestros pecados sobre Él, y luego le juzgó, le castigó y le dio muerte. Esto se comprueba en Isaías 53. Dios le dio muerte a Cristo debido a que, durante las últimas tres horas en la cruz, Cristo tomó nuestro lugar. Por medio de la muerte de Cristo todos los justos requisitos de Dios fueron satisfechos. Es por esto que el Señor pudo expresar las palabras: “Consumado es” (Jn. 19:30). Al decir esto, el Señor indicaba que la obra de redención se había consumado, lo que se comprueba en el hecho de que el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo (Mt. 27:51). Además, la escena alrededor del lugar donde Cristo murió, se volvió reposada y quieta. Posteriormente, un hombre rico pidió a las autoridades el cuerpo de Jesús para sepultarlo (Jn. 19:38). Así que, cuando Sus sufrimientos terminaron, el Señor descansó en el sepulcro. La muerte de Cristo cumplió con los justos requisitos de Dios, y Dios fue satisfecho. Tres días después, como prueba de Su satisfacción, Dios levantó a Cristo de entre los muertos. Por lo tanto, la resurrección de Cristo viene a ser la prueba de que Dios fue satisfecho con la muerte que Cristo realizó en favor nuestro.

  Antes de que Cristo muriera en la cruz, Dios incluso podía cambiar de parecer con respecto a perdonar nuestros pecados. Él podía habernos desechado a todos con justa razón. Pero después de que Cristo murió en la cruz bajo el juicio de Dios, ya no le quedaba esta posibilidad.

A DIOS NO LE QUEDA OTRA ALTERNATIVA

  Ahora que Cristo ha muerto y ha resucitado de entre los muertos, a Dios no le queda otra alternativa más que perdonarnos. Por eso, nosotros tenemos la base para decirle: “Oh Dios, me ames o no, tienes que perdonarme. Antes de que Cristo muriera en la cruz, bien podías decidir no hacerlo, pero debido a que Él ha muerto y Tú le has resucitado, ya no tienes la base legal para negarme el perdón. Oh Dios, puesto que has perdido tal derecho, ahora estás obligado a perdonarme. Ahora estás comprometido a perdonarme por causa de Tu justicia”. Es en este sentido que la justicia es el poder del evangelio.

EL CIMIENTO DE NUESTRA SALVACIÓN

  Tanto el amor como la gracia pueden variar, pero la justicia es sólida e inalterable. Dios tiene la libertad de decidir si nos va a amar o no; pero en cuanto a Su justicia, no tiene esta libertad. El hecho de que Cristo haya muerto cumpliendo así los justos requisitos de Dios, obliga a Dios, de manera legal, a brindarnos Su perdón. Ya sea que nos ame o no, Él tiene que perdonarnos debido a Su justicia. Así que, el cimiento de nuestra salvación no es Su amor ni Su gracia, sino Su justicia. Salmos 89:14 dice: “Justicia y juicio son el cimiento de Tu trono”. El cimiento del trono de Dios es también el cimiento de nuestra salvación. ¿Puede ser sacudido el cimiento del trono de Dios? Claro que no. De igual modo el cimiento de nuestra salvación no puede ser sacudido, porque este cimiento no es el amor ni la gracia, sino la justicia.

  La Biblia no dice que el amor sea el poder del evangelio, ni que la gracia lo sea, pero sí revela que la justicia de Dios es el poder del evangelio. Si nos examinamos, nos daremos cuenta de que no somos adorables ni somos merecedores de la gracia de Dios. Simplemente no merecemos nada que provenga de Dios. No obstante Él es justo: hizo que Cristo muriera por nosotros y aceptó la muerte de Cristo como el pago íntegro de nuestra deuda. Además, el Cristo resucitado que está sentado a la diestra de Dios es el comprobante de pago. Ya que Dios ha expedido este recibo, ¿cómo podría Él justamente reclamar otro pago de nuestra parte? Si Él hiciera esto, nosotros podríamos dirigir Su atención a Cristo y recordarle que Él debe mantener Su posición justa, es decir, el cimiento de Su trono.

  Podemos decir con atrevimiento: “Dios, si Tú no actúas conmigo de acuerdo con Tu justicia, Tu trono será sacudido. Lo más importante no es que yo me salve o perezca, sino que Tú permitas o no que el cimiento de Tu trono sea sacudido. Dios, el que yo perezca es un asunto secundario, el asunto principal es el cimiento justo de Tu trono. Dios, te recuerdo Tu justicia. Cristo murió por mis pecados y Él está ahora a Tu diestra como comprobante de que has aceptado el pago que Él te hiciera por todas mis deudas. Conforme a Tu justicia, no tienes otra opción que salvarme. Cristo murió, y Tú has honrado Su muerte al resucitarle de entre los muertos, de modo que ahora estás legalmente comprometido a perdonarme. El hecho de que hayas resucitado a Cristo es un indicio de que has quedado satisfecho con Su pago y de que incluso has emitido un recibo de pago. Oh Dios, si Tú no estuvieses satisfecho con Cristo, entonces lo hubieses dejado reposando en el sepulcro. Oh, Padre Dios, tengo gran aprecio por Tu amor y Tu gracia, pero ahora me presento ante Ti, no tanto en la esfera de Tu amor o de Tu gracia, sino en la esfera de Tu justicia. Por ello, independientemente de cuál sea mi condición, ahora Tú tienes que perdonarme”.

  ¿Ha orado usted alguna vez de esta manera? A Dios le agrada este tipo de oración; pues, ésta es una oración que apela a la justicia de Dios. El evangelio de Cristo es el poder de Dios porque Su justicia es revelada en él.

LA JUSTICIA DE DIOS ES MANIFESTADA Y DEMOSTRADA

  En Romanos 3:21 Pablo da una palabra adicional acerca de la justicia: “Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, atestiguada por la ley y por los profetas”. Decir que la justicia de Dios ha sido manifestada aparte de la ley, quiere decir que la justicia de Dios no está basada en nuestros hechos, es decir, no se basa en que guardemos la ley.

  La justicia de Dios es demostrada en la paciencia de Dios, en el hecho de que pasó por alto los pecados pasados (3:25). Esto quiere decir que en vista de que la obra redentora de Cristo había de cumplirse, Dios pasó por alto los pecados de muchos santos del Antiguo Testamento, tales como los de Abel, Noé, Abraham, Jacob y David. Durante la era del Antiguo Testamento, Dios no condenó a tales personas al lago de fuego, ni tampoco perdonó sus pecados; más bien, pasó por alto sus pecados. Los pecados aún estaban presentes, pero fueron cubiertos en tipología por la sangre de los sacrificios, que eran tipo del sacrificio de Cristo. Estos sacrificios antiguotestamentarios pueden ser comparados con un pagaré. Dicho tipo no era el pago real de la deuda, sino una promesa segura de que el pago íntegro se efectuaría. Debido a que Cristo aún no había venido a morir en la cruz, Dios les dio a los pecadores del Antiguo Testamento un pagaré. El sacrificio propiciatorio o expiatorio, que fue una prefigura de Cristo, satisfizo todos los requisitos de la justicia de Dios. Por lo tanto, Él pudo pasar por alto los pecados que fueron cometidos durante la era del Antiguo Testamento. Además, con el fin de demostrar Su justicia, Él tenía que hacer esto.

  Esto es a lo que se refiere Romanos 3:25. Este versículo revela que el Señor Jesús es el propiciatorio o lugar de propiciación que Dios estableció para demostrar Su justicia al pasar por alto los pecados de los santos del Antiguo Testamento, ya que, por ser el sacrificio propiciatorio, Él ha realizado la plena propiciación en la cruz por los pecados de ellos y ha satisfecho completamente los requisitos de Dios. Cuando el Señor Jesús murió en la cruz, cumplió todos los tipos que hacían alusión al sacrificio de Su muerte redentora. Al momento de Su muerte, el pagaré fue reemplazado por el pago real.

  Al perdonarnos, Dios hace una demostración de Su justicia. Él hace una proclamación a todo el universo, que por ser justo, Él tiene que perdonar nuestros pecados. Debido a que Él mismo mandó que Su Hijo, el Señor Jesucristo, viniera a morir en la cruz en nuestro lugar, ahora está legalmente obligado a perdonarnos. Ya sea que Él esté contento con nosotros o no, tiene que perdonarnos por causa de Su justicia. Dios sabe que siempre que alguien le haga dirigir Su atención al Cristo resucitado y ascendido como el pagaré por los pecados, Él tiene que otorgarle el perdón. En cuanto a este asunto, Dios no tiene alternativa.

FIJAR NUESTROS OJOS EN EL CRISTO ASCENDIDO

  No debemos fijarnos en nuestra condición; en lugar de esto, debemos fijar nuestros ojos en el Cristo ascendido. Hebreos 1:3 dice que Cristo, después de haber efectuado la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas. El Cristo ascendido sentado a la diestra de Dios es nuestro recibo de pago que garantiza nuestro perdón. Éste es un asunto de suma importancia, pues se trata del cimiento de nuestra salvación. Siempre que nuestra conciencia nos condene por causa de nuestras faltas, debemos recordar mantenernos firmes sobre el cimiento de la justicia de Dios. Es posible que hoy seamos fervientes seguidores del Señor, pero que en el futuro le fallemos y por ello nos decepcionemos de nosotros mismos en gran manera, hasta el grado de que aun dudemos que Dios pueda perdonarnos. Si permanecemos con este sentir de condenación y desánimo, no seremos capaces de volver a levantarnos, sino que estaremos sujetos a la sutileza y engaño del enemigo. En tal momento, lo que debemos hacer es alabar a Dios por Su justicia. Debemos decirle que a pesar de lo mucho que le hemos fallado, Cristo está aún a Su diestra como el recibo de pago por todas nuestras deudas. Nuestra experiencia puede fluctuar, pero Dios siempre es justo. Siempre que nos valgamos de la sangre de Jesús y apelemos a la justicia de Dios, Él no tiene otra opción que perdonarnos (1 Jn. 1:9).

EL FUNDAMENTO DE NUESTRA EXPERIENCIA EN CRISTO

  Nuestra experiencia en Cristo se basa en el cimiento de la justicia de Dios. Jamás debemos confiar en nosotros mismos, pensando que no podemos desviarnos ni fallarle al Señor. No seamos como Pedro que aseguró que aunque todos negaran al Señor, él siempre le sería fiel. El fundamento no yace en el hecho de que seamos fervientes o victoriosos, sino en la justicia de Dios, el inconmovible cimiento del trono de Dios. Dios ha demostrado Su justicia al pasar por alto los pecados de los santos del Antiguo Testamento y al perdonar nuestros pecados en la era neotestamentaria. Al hacer esto Dios ha demostrado que Él es justo. Ahora esta misma justicia es nuestro cimiento. La obra de ser designados hijos de Dios se edifica sobre este cimiento. No obstante, debemos entender claramente que el cimiento no es el proceso mismo de designación, sino la justicia de Dios.

CRISTO ES EL FIN DE LA LEY PARA JUSTICIA

  Romanos 10:3-4 dice: “Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios; porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”. Aquí vemos que los israelitas cometieron el error de procurar establecer su propia justicia. Si nosotros hacemos esto hoy, también sería un error. Cristo es el fin de la ley para justicia. Él es el fin de la ley para que nosotros obtengamos la justicia de Dios.

LOS CREYENTES SON HECHOS LA JUSTICIA DE DIOS

  En 2 Corintios 5:21 Pablo dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros viniésemos a ser justicia de Dios en Él”. Según este versículo, no sólo somos justos ante Dios, sino que venimos a ser la justicia misma. En Cristo, somos hechos la justicia de Dios. Ésta es una experiencia subjetiva y profunda. En 1 Corintios tenemos el asunto de la justicia objetiva, pero en 2 Corintios tenemos la justicia subjetiva. Esto significa que a los ojos de Dios no sólo somos justos, sino que somos la justicia misma de Dios.

  Esto se lleva a cabo mediante la obra de transformación. Dios está transformándonos con Cristo. Cuanto más Dios nos transforma de esta manera, más llegamos a ser la justicia de Dios. Como hijos de Adán éramos el pecado mismo, pero como miembros de Cristo, Cristo está siendo forjado en nosotros, a fin de que seamos transformados gradualmente de pecado a justicia.

  Ser justos significa estar bien con Dios en todo aspecto. Esto quiere decir que a los ojos de Dios, en ningún sentido estamos errados ni somos injustos. Para Dios, cada parte de nuestro ser es recta. Somos tan justos y rectos como Dios mismo. Éste no es primordialmente un asunto relacionado con nuestro comportamiento, carácter o conducta externos, sino con nuestro ser interior. A los ojos de los demás podemos ser muy buenos, pero al venir ante Dios nos damos cuenta de que no somos buenos en lo absoluto. Tal vez seamos mejores que otros, pero con certeza no somos tan buenos como Dios. Ser justificados por Dios significa ser iguales a Él. Cuando fuimos salvos, fuimos revestidos de Cristo como nuestra vestidura de justicia. Ésta es la justicia objetiva. Pero ahora Dios está laborando para hacer que nuestra persona, nuestro ser, sea la misma justicia de Dios. Esto no es meramente un vestido que nos cubre objetivamente, sino el propio elemento de Cristo forjado en nosotros subjetivamente. De este modo, no sólo tenemos el cimiento, sino también el edificio.

  El hecho de llegar a ser la justicia de Dios subjetiva e interiormente se relaciona también con nuestra designación. Cuanto más experimentamos el proceso de ser designados hijos de Dios, más llegamos a ser Su justicia. Esto se lleva a cabo al forjarse Cristo en nuestra naturaleza, en nuestro elemento, en nuestro ser y en nuestra sustancia. En otras palabras, no se trata de algo que nos sea atribuido objetivamente, sino de la transformación subjetiva de nuestro ser interior. Alabado sea el Señor porque nosotros, los creyentes en Cristo, estamos sobre el cimiento de la justicia de Dios. Ahora esta justicia es forjado en nosotros, a fin de que seamos hechos la misma justicia de Dios.

  Con respecto a la justicia, existe una diferencia entre 1 Corintios y 2 Corintios. En 1 Corintios 1:30 se nos dice que Cristo es nuestra justicia objetiva, mientras que en 2 Corintios 5:21 se nos dice que Cristo es forjado en nosotros a fin de hacernos la justicia de Dios de manera subjetiva. Con respecto a la justicia objetiva, desde el momento de nuestra salvación ya somos justos; pero en cuanto a la justicia subjetiva, estamos en un proceso. En otras palabras, tenemos una posición justa a los ojos de Dios, pero en nuestra manera de ser aún no somos la justicia de Dios.

NUESTRA BASE ES LA JUSTICIA DE DIOS

  No obstante, debemos alabar al Señor por nuestra posición justa. Por muy pobre que sea nuestra manera de ser, aun así tenemos una posición de justicia. Debido a que tenemos esta posición y este fundamento, tenemos la confianza para decirle a Dios que Él no tiene derecho de abandonarnos. Bien podemos decirle: “Padre Dios, aun si no te agrado, tienes que aceptarme. Tú enviaste al Señor Jesús a la cruz y lo juzgaste en mi lugar. Además, lo levantaste de entre los muertos y le has hecho sentar a Tu diestra como prueba de que recibiste Su muerte como pago por mis pecados. Creo que me amas, pero aunque no fuera así, todavía tendrías que recibirme en conformidad con Tu justicia”.

  Fuimos salvos por el amor y la gracia de Dios, pero especialmente por Su justicia. El amor y la gracia de Dios pueden cambiar en relación con nosotros, pero es imposible que Su justicia cambie. Antes de que Cristo muriera en la cruz, Dios podía haber cambiado Su actitud para con nosotros. En el último momento Él podía haber decidido que todos pereciéramos, y podía haber creado un linaje nuevo para el cumplimiento de Su propósito. Pero como hemos indicado, ya que Cristo murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación, Dios no puede cambiar de parecer para con nosotros. Él ha firmado el testamento y, por eso, ahora está legalmente comprometido. Por lo tanto, en cuanto a nuestra salvación, nuestra base no es el amor ni la gracia de Dios, sino Su justicia.

  El libro de Romanos habla tanto del amor de Dios como de Su gracia. Sin embargo, no dice que el amor o la gracia de Dios sean el poder del evangelio. En cambio, en este libro Pablo dice claramente que el poder del evangelio es la justicia de Dios. Estoy profundamente agradecido con Dios por Su amor y Su gracia. Pero mi posición ante Dios está fundada en Su justicia, la cual es el cimiento de Su trono. Su justicia no puede ser conmovida. Si hemos de ser designados hijos de Dios con miras al cumplimiento de Su propósito eterno, debemos conocer este cimiento inconmovible y basarnos firmemente en él.

  Muchos cristianos alaban a Dios por Su amor y Su gracia, pero muy pocos le alaban por Su justicia. ¡Alabémosle porque el cimiento de nuestra salvación es Su justicia! También debemos alabarle porque en Cristo, Él nos transforma, haciéndonos Su propia justicia. Finalmente, Dios será capaz de decir: “Satanás, mira a Mis hijos. Para Mí ellos no sólo son justos, sino que han llegado a ser Mi propia justicia”. Una vez que somos salvos conforme a la justicia de Dios, jamás sufriremos la perdición. Si entendemos claramente la justicia de Dios que se revela en el evangelio, tendremos paz, sabiendo que la justicia de Dios es nuestra seguridad eterna.

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