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Capítulos de libros «Daniel»
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  • Alrededor del año 534 a. C., dos años después que Ciro promulgase el decreto para liberar a los cautivos de Israel a fin de que ellos retornasen a la tierra de sus antepasados y reedificasen el templo (Esd. 1:1-4). Véase la nota Dn. 1:211.

  • O, conflicto, guerra. El tema principal de la visión presentada en este capítulo con respecto al destino de Israel es la gran aflicción, la cual sobrevino a Israel a causa de la guerra que hubo entre el rey del sur (Egipto) y el rey del norte (Siria). Estos dos reyes combatieron entre sí en territorio de Israel, usándolo como vía para invadirse el uno al otro (Dn. 11:2-35). Estas guerras fueron causa de aflicción, tribulación, para los hijos de Israel. Esto se aplicó especialmente a las guerras libradas por Antíoco Epífanes, rey de Siria, quien era descendiente de uno de los cuatro sucesores de Alejandro Magno y un tipo completo del anticristo. Ésta fue una tribulación severa enviada por Dios a Su pueblo escogido debido a que éste se había corrompido después de retornar del cautiverio.

  • Por veintiún días Daniel, un hombre sobre la tierra, aplicó su corazón a entender el futuro, el destino, de Israel (vs. 2-3, 12).

  • Es decir, el Tigris.

  • Antes que la visión sobre el destino de Israel le fuese revelada a Daniel, le fue dada una visión de la escena espiritual que tiene lugar detrás de la situación física (Dn. 10:2-21; 11:1). En esta escena espiritual, Cristo es preeminente; por tanto, Él es revelado primero (vs. 4-9). Aquí el Cristo excelente se apareció en calidad de hombre a Daniel para ser apreciado por él, para consolarlo y alentarlo, para infundirle esperanza y darle estabilidad (cfr. la nota Gn. 18:21 y la nota Jue. 13:61a). Él se apareció a Daniel manifestando muchas características maravillosas. Primero, se le apareció en calidad de Sacerdote en Su humanidad, representado por el manto de lino (Éx. 28:31-35), a fin de cuidar de Su pueblo escogido en cautiverio. Segundo, se apareció a Daniel en Su reinado en Su divinidad, representado por el cinto de oro, a fin de regir sobre todos los pueblos. Además, para suscitar el aprecio de Su pueblo, Cristo se apareció en Su preciosidad y dignidad, según lo representa que Su cuerpo era como el berilo (v. 6a). La palabra hebrea usada aquí para berilo podría referirse a una piedra preciosa de color verde azulado o amarillo, lo cual significa que Cristo en Su corporificación es divino (amarillo), está lleno de vida (verde) y es celestial (azul). Asimismo, Cristo se apareció en Su esplendor a fin de resplandecer sobre el pueblo, según lo representa que Su rostro tuviera la apariencia de un relámpago (v. 6b), y se apareció con Su mirada iluminadora que sirve para escudriñar y juzgar, según lo representa que Sus ojos fuesen como antorchas de fuego (v. 6c); más aún, Cristo se apareció en el brillo de Su obra y mover, según lo representa que Sus brazos y pies fuesen como el brillo del bronce bruñido (v. 6d). Finalmente, Cristo se apareció a Daniel con Su hablar prevaleciente con el cual las personas serán juzgadas, según lo representa que el sonido de Sus palabras fuese como el estruendo de una multitud (v. 6e). En calidad de hombre, Aquel que es la centralidad y universalidad del mover de Dios en la tierra para la realización de la economía de Dios, este Cristo es precioso, valioso, completo y perfecto. Cfr. Ap. 1:13-16 y las notas.

  • Debido a que la visión de Cristo era espiritual y no física, ella fue vista únicamente por Daniel y no por quienes confiaban en su vista física. En cuanto a recibir la visión de Cristo, la perspectiva física no sirve para nada (cfr. Mt. 16:16-17; Hch. 9:1-9; Gá. 1:15-16).

  • Lit., destrucción.

  • Después de la visión de Cristo, un mensajero angélico (podría haber sido Gabriel, Dn. 8:16; 9:21; cfr. Lc. 1:19, 26) vino a Daniel en respuesta a su oración (v. 12). Le dijo a Daniel que por veintiún días él mismo había estado combatiendo contra el príncipe del reino de Persia (v. 13, cfr. v. 20a), el cual probablemente era un espíritu maligno, un ángel rebelde, que había seguido a Satanás en su rebelión contra Dios (Ap. 12:4, 9b) y que había sido comisionado por Satanás para ayudar a Persia. Por tanto, mientras Daniel oraba durante esos días, en el aire se libraba una lucha espiritual entre dos espíritus: uno perteneciente a Satanás y el otro perteneciente a Dios. Otro espíritu maligno, el príncipe de Grecia (Javán), estaba a punto de venir (v. 20b). Únicamente el arcángel Miguel, un príncipe que combatía por Israel, combatió juntamente con el mensajero angélico en contra de los espíritus malignos (vs. 13, 21; cfr. Jud. 1:9); más aún, este mensajero angélico se levantó para sostener y fortalecer a Darío el Medo durante el primer año de su reinado a fin de que recibiera el reino (Dn. 11:1; 5:30-31). Todo esto indica que detrás de la escena física había una escena espiritual en la que una lucha espiritual, una guerra espiritual invisible, tenía lugar (cfr. Ef. 6:10-20). Véase la nota Is. 14:121, párr. 2.

  • Es decir, Grecia.

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