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Capítulos de libros «Primer Libro de Samuel»
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  • El proceder injusto de los hijos de Samuel era lo opuesto del proceder puro y justo que Samuel tuvo durante toda su vida (1 S. 12:3-5), lo cual dio al pueblo de Israel motivo para pedir a Samuel que nombrase un rey que los juzgase al igual que todas las naciones (vs. 4-5). Por tanto, los hijos de Samuel no debieran ser reconocidos como jueces entre el pueblo de Israel (Hch. 13:20), y su padre, Samuel, debe ser considerado el último juez.

    El único defecto en lo referido a la historia de Samuel es que él designó a sus dos hijos como jueces entre los hijos de Israel. Por el lado humano, Samuel cometió un error en este asunto, pero dicho error le permitió a Dios administrar la situación imperante entre Su pueblo al introducir el reinado para el cumplimiento de Su economía.

  • Israel fue escogido por Dios para ser un pueblo especial sobre la tierra; por tanto, debían haber sido absolutamente diferentes a las naciones en todo aspecto. No obstante, optaron por seguir a las naciones al rechazar a Dios como su Rey.

  • Al insistir en tener un rey, los elegidos de Dios abandonaron a Dios y recurrieron a un hombre. Al hacer esto no sólo desagradaron a Samuel (v. 6), sino que también ofendieron a Dios al rechazarlo como su Rey y reemplazarlo (v. 7; 12:12). Ésta fue una gran maldad, un gran mal, a los ojos de Dios (1 S. 12:17, 19). No importa cuán bueno, “espiritual” e incluso bíblico pueda ser lo que hagamos, es maligno a los ojos de Dios si en ello rechazamos a Dios como nuestra Cabeza, nuestro Marido y nuestro Rey. Así pues, no es cuestión de que sea correcto o errado, sino de si tomamos a Dios como nuestro Rey o lo rechazamos. Es por esta razón que Samuel —un nazareo— mantuvo su cabello largo, y así se cubrió la cabeza con Dios mismo como su autoridad (1 S. 1:11; Nm. 6:5).

  • Samuel realizó un cambio de era en la administración de Dios poniendo fin a la era del sacerdocio y dando inicio a la era del profetismo con el reinado. Esto reviste gran importancia no sólo para la historia de Israel, sino incluso para la historia de la humanidad. Moisés era un sacerdote y, después de él, la administración de Dios se centraba en el sacerdocio (véase la nota Nm. 27:211). El sacerdocio consistía en ministrar la palabra de Dios a Su pueblo y ejercer la autoridad de Dios sobre Su pueblo. El sacerdocio aarónico fracasó ante Dios en ambos asuntos. Al haber caído en decadencia el sacerdocio ordenado por Dios, Dios dio inicio a una nueva era haciendo surgir a Samuel, un joven nazareo, como sacerdote fiel que reemplazaría el sacerdocio en decadencia (1 S. 2:35). Dios ministró Su palabra a Sus elegidos al establecer a Samuel como profeta en el profetismo excelso (1 S. 3:20-21), y ejerció Su autoridad sobre Sus elegidos al hacer surgir a Samuel como juez (1 S. 7:15-17). Samuel, como último juez, puso fin a la judicatura y, como nuevo sacerdote, introdujo el reinado, que sería fortalecido por el profetismo excelso, en el cual Samuel fue establecido como el primer profeta (Hch. 3:24; 13:20; He. 11:32). Fue a través de Samuel que Dios estableció una administración gubernamental en Su economía a fin de cumplir las promesas hechas a todos los antepasados y llevar a cabo Su deseo conforme a Su economía, esto es, establecer una línea genealógica mediante la cual Cristo fuese traído a la tierra.

    Al final de su ministerio, cuando Saúl era rey en Israel (1 S. 9:3-27; 10:1-27), Samuel alcanzó la posición más elevada, de modo que sólo Dios estaba por encima de él. Por tanto, como representante de Dios, Samuel era Dios en funciones. Sin embargo, Dios no tenía intención alguna de edificar un reino mediante Samuel; más bien, Dios se había propuesto hacer surgir a David para edificar un reino por medio de él (2 S. 7:12-13). Era la intención de Dios que Cristo naciera del linaje de David. Por tanto, Dios hizo surgir a Samuel y lo preparó a fin de usarlo en lo que fuese necesario con miras a obtener, mediante David, la genealogía apropiada para Cristo. Como nazareo según el voto hecho por su madre, Samuel no tenía en su corazón otros intereses aparte de los concernientes a Dios mismo y Sus elegidos. Él podía ser usado por Dios para llevar a cabo Su economía debido a que era un hombre según Dios y conforme al corazón de Dios, quien no ambicionaba nada para sí mismo ni procuraba obtener beneficios personales.

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