Mensaje 151
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Lectura bíblica: Éx. 30:6-10, 26-28; 40:5, 26-27; Sal. 84:3; 141:2; Ap. 8:3-6
En la tipología del Antiguo Testamento, el altar del incienso se menciona en Exodo 30. Si lo estudiamos de modo superficial notaremos que se relaciona con la oración. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo el incienso que se ofrecía a Dios representa nuestra oración. Por lo tanto, cuando leemos la Biblia, podemos ver que el altar de oro para el incienso debe estar relacionado con la oración.
Si profundizamos en este punto, veremos que el altar del incienso en realidad no se refiere a nuestra oración, sino a la oración de Cristo, ya que el altar mismo tipifica a la persona de Cristo, no Su oración; representa al Cristo que ora e intercede.
El Cristo individual después de Su resurrección y más aún, después de Su ascensión, llegó a ser corporativo. Por lo tanto, ahora ante Dios no sólo intercede el Cristo individual, sino el Cristo corporativo. Allí está la Cabeza y el Cuerpo intercediendo. Cristo, la Cabeza intercede en los cielos, y la iglesia , el Cuerpo lo hace desde la tierra. Así que, el intercesor no es Cristo solo, sino Cristo y Su Cuerpo. Si comprendemos esto, veremos que el significado del altar del incienso es muy profundo.
Si se fijan en el diagrama presentado en el mensaje ciento cuarenta y siete, verá que el altar del incienso estaba dentro del tabernáculo. Sin embargo, el primer altar, el altar del holocausto estaba fuera del tabernáculo, en el atrio. La importancia del altar del incienso es más profunda que la del altar del holocausto. Como ya hemos dicho, el tabernáculo representa clara y definitivamente a Dios, en el cual podemos entrar. Además, puesto que el altar del incienso estaba dentro del tabernáculo, todo el que ore frente al altar del incienso debe estar dentro del tabernáculo. Por lo tanto, el concepto aquí es más profundo. Esta es la razón por la cual decimos que la importancia del altar del incienso es profunda. En este mensaje trataremos de estudiar algunos detalles relacionados con la profunda importancia de este altar.
En el tabernáculo y en el atrio había dos altares: el altar del holocausto y el altar de oro del incienso. El altar del incienso que estaba dentro del tabernáculo tenía como fin la oración y el altar del holocausto se usaba para ofrecer los sacrificios.
Suponga que un pecador va ofrecer una ofrenda por el pecado o por la transgresión, al altar que se encontraba en el atrio. Es obvio que esta persona orará. Sin embargo, esa clase de oración, la oración que se presenta en el altar que estaba en el atrio, es menos profunda, ya que esta se ofrece fuera de Dios. Esta no es ofrecida en Dios. Actualmente muchos cristianos sólo saben orar esta clase de oración. Sólo saben orar tomando la sangre que Cristo vertió en la cruz como base. Pocos creyentes saben orar la clase de oración que se ofrece en el altar del incienso.
La condición o requisito principal para orar frente al primer altar es ofrecer a Cristo como nuestro substituto, ya sea como ofrenda por el pecado o por la transgresión. Esto significa que oramos por medio de El como aquel que fue crucificado y derramó Su sangre para nuestra redención. Si nuestra oración no pasa de esto, podemos orarle a Dios, pero no oramos en El. Orarle a Dios es una cosa, pero orar en El es algo más profundo. Este es un asunto muy importante que debemos ver.
Espero que en este mensaje veamos algo más profundo relacionado con nuestra experiencia. No quiero estudiar el altar del incienso de manera doctrinal. Este mensaje no es simplemente un estudio bíblico de Exodo 30. Por lo tanto, espero que el Señor nos muestre algo más profundo acerca del altar de oro para el incienso.
Cuando yo era joven, fui a la Iglesia Bautista del Sur, a la Iglesia Presbiteriana china y a las Asambleas de los Hermanos. Durante esos años, escuché muchas oraciones que terminaban con las palabras: “en el nombre del Señor Jesús”. Esas oraciones eran ofrecidas en altar que estaba en el atrio, no en el altar del incienso, ya que los que oran de esta manera tenían una vida de oración superficial. Ellos no habían entrado en una vida más profunda o la vida interior. Orar por medio de la sangre de Cristo en la cruz no es tan profundo como orar en el altar del incienso.
El altar del incienso estaba conectado con el altar del holocausto principalmente por la sangre de la ofrenda por el pecado. Primero, la sangre de la ofrenda por el pecado se derramaba sobre el altar que estaba en el atrio. Luego se llevaba y se rociaba sobre el altar del incienso. Lo que sobraba se derramaba sobre la base del altar del holocausto. Por lo tanto, la sangre redentora unía a los dos altares. Esto indica que la oración que se ofrece a Dios en el altar del incienso debe basarse en nuestra experiencia del primer altar. Una vez hemos tenido la experiencia del primer altar, tenemos la base, una norma, un terreno, para ir a orar al segundo altar.
Los dos altares también estaban conectados por el fuego. El fuego que se usaba en el altar que estaba en el atrio también se usaba para quemar el incienso en el tabernáculo. Por ende, los dos altares estaban conectados por la sangre y por el fuego.
La sangre significa que se ha tomado cuidado de nuestro pecado o transgresión. Se ha quitado el pecado, y se ha restituido la transgresión. La sangre nos da seguridad de esto. En cuanto a esto, no queda nada por hacer. La sangre ha resuelto el problema del pecado y de la transgresión.
¿Cuál es el significado del fuego? El fuego indica que todo lo que somos debe ser reducido a cenizas. Debemos ser quemados para que lleguemos a ser cenizas.
Algunos cristianos, especialmente los que pertenecen al recobro del Señor, hablan mucho acerca de ser naturales. Solamente hay una manera de no ser natural, la cual es ser quemados. Si usted no ha sido quemado, todavía es natural. Suponga que tiene una mesa de madera frente a usted. Esta existe en su estado natural. Pero, si la quemamos y se convierte en cenizas, y ano lo es. Esto es un ejemplo de cuando algo se quema deja de ser natural.
Yo no me he inventado el hecho de que todos los creyentes deben llegar a ser cenizas. Este es el deseo del Señor. Tal vez cuando algunos escuchan que el Señor Jesús desea que seamos cenizas digan: “Cristo es el que debe ser reducido a cenizas. El fuego del altar lo quema a El, no a mí”. Sin embargo, debemos recordar que según la tipología el que ofrecía las ofrendas ponía sus manos sobre el sacrificio a fin de identificarse con el mismo. Esto significa que el sacrificio representa al que lo ofrecía. Cuando Cristo murió en la cruz, nosotros morimos con El, ya que El nos representaba. No sólo esto, cuando creemos en El, ponemos nuestras manos sobre El. Por lo tanto, puesto que somos uno con Cristo quien fue reducido a cenizas, nosotros también llegamos a ser cenizas.
Es posible que algunos digan: “Si nosotros somos quemados, ¿cómo viviremos?” Pablo nos da la respuestas en Gálatas 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. La muerte de Cristo nos lleva a la resurrección. Ahora estamos en resurrección, y ya no vivimos nosotros, sino que Cristo vive en nosotros. Sin embargo, para la mayoría de los cristianos, Gálatas 2:20, es simplemente una doctrina. Ellos no tienen la experiencia práctica de esto.
En un mensaje anterior mencionamos que con relación a la ofrenda por el pecado vemos tres cosas: la sangre, las cenizas y el olor fragante que subía hacia Dios. La sangre y las cenizas se refieren a nosotros, pero el olor fragante satisface a Dios. Gracias al Señor hoy tenemos la sangre como señal y garantía de que nuestro pecado y transgresión han sido terminados. Las cenizas también son señal de que hemos sido crucificados y terminados. Cuando llegamos a ser cenizas ya no somos una persona natural. Más bien, somos personas que han sido crucificadas, terminadas y quemadas. Ya no somos hombres naturales, somos un montón de cenizas. No obstante para muchos de nosotros esto es sólo una doctrina; aún no hemos tenido la experiencia. Por lo tanto, debemos seguir adelante hasta tener la experiencia de ser reducidos a cenizas.
Es muy triste que muchos cristianos sólo saben acerca de la sangre que fue derramada en la cruz. Ellos no conocen acerca del fuego. Estos creyentes tienen la sangre, pero no las cenizas. Ellos permanecen en una condición natural, no son quemados. Sin duda no han llegado a ser cenizas. ¿Cómo podrían estos creyentes orar en el altar del incienso que estaba dentro del tabernáculo? Es imposible para ellos.
Cuando creemos en el Señor Jesús y confesamos nuestros pecados a Dios, oramos en el primer altar de una manera superficial. Puesto que solamente oramos por nosotros mismos, esta clase de oración no se puede considerar como una oración de intercesión. Esta era por nuestra situación personal. La intercesión no se puede hacer en el primer altar, sino en el segundo. Sin embargo, ¿quienes pueden orar en el segundo altar? Para orar en el segundo altar debemos ser quemados y llegar a ser cenizas; es decir, ya no podemos ser naturales. Todo aquel que quiera orar en el altar del incienso debe llegar a ser cenizas.
Si entramos en el tabernáculo, no podemos ir directamente al altar del incienso. Como ya hemos mencionando, primero vamos a la mesa del pan de la proposición, luego al candelero, y después de eso vamos al arca del testimonio que está en el Lugar Santísimo. Entonces estamos listos para interceder en el altar del incienso.
Nuestra conducta va en contra de Cristo como vida (el pan de la mesa de la presencia, la mesa de la proposición). Nuestra visión va en contra de Cristo como luz (el candelero). Nuestra virtud va en contra de Cristo como el incienso que ofrecemos a Dios (el altar del incienso). Nuestra conducta, visión y virtud representan nuestro ser natural, el cual va en contra de Cristo como el testimonio de Dios (el arca). Si somos cenizas, ¿tendremos nuestra conducta, visión y virtud natural? Claro que no. Un montón de cenizas no tiene conducta, ni visión, ni virtud, no tiene nada. Reducirse a cenizas es reducirse a nada, a cero.
Mientras pensemos que somos algo y nos consideremos como algo, no estamos en el tabernáculo. Más bien, estamos fuera del tabernáculo. ¿Recuerda el significado del tabernáculo? Este significa al Dios encarnado. Por lo tanto, estar en el tabernáculo significa estar en Dios. Ahora debemos darnos cuenta de que el requisito para estar en Dios es que lleguemos a ser nada. Sólo podemos estar en Dios, si llegamos a ser cero, primero. Por esta razón, quisiera hacer hincapié en el hecho de si seguimos pensando que somos algo no estamos en Dios. Pero cuando llegamos a ser nada, estamos calificados para estar en El.
¿Cómo sabemos si todavía somos algo y que aún no hemos llegado a ser nada? Lo sabemos porque todavía tenemos nuestra conducta, nuestra visión o perspectiva y nuestras virtudes naturales. Por ejemplo, un hermano puede pensar que es muy amable y agradable. Otro ejemplo sería que, un esposo piense que es más amable que su esposa. Sin embargo, una persona que ora en el altar del incienso que está en el tabernáculo no tiene este concepto de sí misma, sino que ha llegado a ser cenizas. Esto significa que ya no posee su virtud natural. Su virtud, conducta y visión natural han llegado a ser cenizas.
Si mantenemos nuestra conducta y comportamiento natural, no disfrutaremos de Cristo como el suministro de vida. Les aseguro que lo que les digo no es simple doctrina. Esto lo he aprendido en mi experiencia. La experiencia me dice que siempre que me agarro de mi conducta natural. No disfruto a Cristo como el suministro de vida.
También he aprendido que si tengo mi propia visión, punto de vista y conocimiento, no tengo a Cristo como la luz. No lo puedo experimentar como el candelero. Sólo lo puedo experimentar como tal cuando ya no tengo mi propia visión.
A menudo las preguntas que otras personas nos hacen nos ponen en evidencia en cuanto a nuestra visión y conocimiento natural. Suponga que usted me preguntara acerca de algún hermanos o de alguna iglesia. Si pregunta es como una prueba para mí y mi respuesta le daría a entender si aún tengo mi visión natural. Si yo sostengo mi opinión, punto de vista y conocimiento natural, Cristo no será mi candelero. Pero, si no mi visión natural, El llegará a ser mi candelero de manera real en mi experiencia. El será mi luz. Entonces en lugar de una visión natural, tendré la luz divina. Tendré la luz espiritual, la cual es Cristo mismo.
Demasiadas ocasiones tenemos opiniones acerca de los hermanos de la iglesia. Sin embargo, a veces vemos las cosas con Cristo como nuestra luz. Una persona que ora e intercede en el segundo altar tiene la luz espiritual en lugar de una luz natural.
Además, cualquiera que intercede en el altar del incienso tiene a Cristo como su incienso. Ya no tiene su virtud natural. Para esta clase de persona, Cristo es todo. Cristo es su suministro de vida para tener una conducta apropiada, es su luz para tener una visión adecuada, y es su virtud para que tenga un olor fragante que sube a Dios. Esta clase de persona puede orar en el altar del incienso.
Nada de lo que oramos en el primer altar, el del holocausto que estaba en el atrio, puede ser considerado como intercesión. Sin embargo, cuando oramos en el segundo altar esto se considera una intercesión. En el segundo altar no oramos tanto por nosotros mismos, sino por la economía de Dios, Su impartición, por Su mover, por Su recobro y por la iglesias y los santos. Intercedemos de forma espontanea.
Cuando oramos en el primer altar, es muy difícil orar sin estar centrados en nosotros mismos y nuestra situación. Sin embargo, cuando oramos en el segundo altar, se hace difícil centrarnos sólo en nosotros mismos. La razón por la cual nuestro yo no se involucra en la oraciones que se ofrecen en el altar del incienso es que para orar en el segundo altar requiere que nosotros seamos reducidos a nada primero. En cambio, los que oran en el primer altar casi siempre claman al Señor por ellos mismos. Ellos claman para que el Señor tenga misericordia de ellos, y los ayude en sus asuntos. Es muy difícil poner a un lado nuestra situación personal cuando oramos en el primer altar. La operación que se hace en este altar está llena de nosotros mismos. Pero cuando llegamos al segundo altar, hemos pasado por la cruz, la mesa, el candelero y el arca. Puesto a que hemos tenido la experiencia de la mesa, ya no tenemos nuestra conducta natural. Más bien, tenemos a Cristo como nuestro suministro. Puesto que hemos ido al candelero, ya no tenemos una visión natural, sino a Cristo como nuestra luz.
Ahora debemos ver lo que experimentamos cuando vamos al arca. El arca representa a Cristo como testimonio de Dios, el cual va en contra de nuestro ser natural, representado por el velo que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo. Necesitamos ver que el velo es nuestro ser natural y que este va en contra del arca. Nuestro ser natural se compone de nuestra conducta, visión y virtud. Este ser natural es el velo que se opone a Cristo como testimonio de Dios.
¿Se ha dado cuenta de que el velo que cubría el arca iba en contra de la misma y que representa a nuestro ser natural? Aquí vemos cuatro asuntos: nuestra conducta natural, nuestra visión natural, nuestra virtud natural, los cuales componen, nuestro ser natural.
Supongamos que un hermanos es todo un caballero. El es muy buen esposo y padre. Además, tiene una visión natural y mucho conocimiento. También está lleno de virtud. Muchas personas lo considerarían como un cristiano excepcional, ya que tiene un buen comportamiento, visión y virtud. Sin embargo, esta clase de cristiano es natural y vive conforme a su ser natural. Como resultado, el no puede estar dentro del tabernáculo ni orar frente al altar del incienso. Mientras él continúe considerándose una buena persona, estará lejos del tabernáculo. Con toda seguridad él no se encuentra en Dios.
Lo antes mencionado ha llegado a ser mi experiencia a través de los años. Yo no hubiese podido haber dado este mensaje hace treinta años, ya que mi experiencia era limitada. Lo que aprendí era mayormente doctrinal. Como les he dicho, mi interés no es presentar el altar del incienso de forma doctrinal, sino que vean que el altar del incienso de una forma practica.
El significado del altar del incienso es muy profundo. Nos demuestra que si hacemos oraciones de intercesión en el altar del incienso, nos volvemos cenizas, es decir, somos anulados. Si somos cenizas, ya no tendremos nuestra forma de ser natural, ni nuestro punto de vista natural, ni nuestra virtud natural tratando de reemplazar a Cristo como nuestro suministro de vida, nuestra luz ni nuestro incienso. Esto significa que ya no seremos naturales. Por lo tanto, ya no tendremos un velo, mas bien, tendremos al arca, es decir, a Cristo como el testimonio de Dios. Como resultado, estaremos calificados para interceder en el altar del incienso. Después de haber pasado por todas las estaciones del tabernáculo, podemos pasar a orar, a interceder, en el altar de oro del incienso.