Mensaje 177
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Lectura bíblica: Éx. 32:30-35; 33:1-23
En el mensaje anterior, vimos que Moisés era mas que amigo de Dios; era también Su compañero, Su socio. Moisés y Dios eran socios en una misma empresa. Como compañero de Dios, Moisés conocía el corazón de Dios y podía conversar íntimamente con El.
El hecho de que Moisés era compañero de Dios, fue puesto de manifiesto entre los idólatras y por ellos. Nosotros los que servimos a los santos en las iglesias, podemos sacar una lección importante con eso. La lección es ésta: No deberíamos quejarnos jamás de la situación. Los ancianos no deben decir: “todos los hermanos y hermanas causan problemas. Eso nos impide seguir adelante. Renunciemos, y Dejemos que otros sean ancianos. Luego se darán cuenta de cuán amargo resulta ser anciano en esta localidad”. A veces este pensamiento está en el corazón de los ancianos. A menudo he oído ancianos hablar de esta manera .
Los ancianos deben entender eso: los tratos que hemos recibido del Señor, lo que hemos aprendido de El, se manifestarán siempre por las dificultades que enfrentamos con los santos. Los idólatras pusieron de manifiesto las calificaciones de Moisés como compañero de Dios. Del mismo modo, los santos problemáticos crearán una oportunidad para que el Señor manifieste lo que El ha hecho en nosotros. Si los ancianos se involucran únicamente con hermanos y hermanas positivos, la verdadera naturaleza de los ancianos no será puesta de manifiesto.
El becerro de oro fue un golpe muy duro para Moisés. ¿Qué debía hacer al respecto? Esto fue determinado por la clase de persona que él era. La situación maligna que predominaba entre los hijos de Israel le proporcionó a Moisés la oportunidad de manifestar su calidad de compañero de Dios.
En Exodo 32:30 Moisés dijo al pueblo: “habéis cometido un gran pecado. Yo voy a subir ahora donde Jehová; acaso pueda obtener la expiación de vuestro pecado”(hebreo). Aquí vemos que Moisés estaba dispuesto a conseguir la expiación por el pueblo idólatra y duro de cerviz. En el sentido humano, eso requería mucha paciencia. En lugar de Moisés, ¿habría usted estado dispuesto a apaciguar a Dios por el bien de este pueblo rebelde? Si hubiéramos estado allí, quizá le hubiéramos pedido a Dios que destruyera este pueblo. El apaciguamiento y la expiación requieren mucha paciencia.
Moisés buscó la expiación al conversar íntimamente con Dios. Leamos Exodo 32:31 “entonces volvió Moisés a Jehová, y dijo: Te ruego, pues este pueblo ha cometido un gran pecado, porque se hicieron dioses de oro”. Observe que Moisés usa aquí la expresión neutra “este pueblo”. El no dice al Señor “Tu pueblo”, y tampoco se refiere a ellos como “mi pueblo”. Dios dijo que fue Moisés el que sacó al pueblo fuera de Egipto (32:7). Sin embargo, Moisés dijo que era Dios El que los rescató (32:11). Moisés, el intermediario, el mediador, usa aquí una expresión neutral y no habla ni del pueblo de Dios ni de su pueblo, sino de “este pueblo”.
La Biblia no especifica si Moisés informó a Dios acerca en la manera en que él trató al pueblo idólatra. El no le comentó a Dios que hizo polvo con el becerro, que esparció el polvo en el agua, y obligó al pueblo a beber del agua. Tampoco le dijo al Señor que llamó algunos a que mataran a los idólatras. Vemos una conversación amistosa e íntima entre Dios y el Señor. Moisés le dijo simplemente a Dios que el pueblo había cometido un gran pecado al hacer dioses de oro.
Moisés buscó la expiación por el pueblo, arriesgando su propio destino eterno. En el versículo 32, él dijo al Señor: “que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito”. Observe que Moisés no terminó la primera parte de su declaración. El dijo simplemente: “que perdones su pecado”. En lugar de Moisés, nosotros habríamos dicho algo por el estilo : “Ahora, si Tu no perdonas su pecado, no pasa nada”. No obstante, Moisés dejó el asunto abierto. Algunas traducciones lo confirman, pues usan una elipsis: “que perdones su pecado...” A veces nos resulta necesario hablar así a las personas que están a nuestro derredor. Cuando hablamos con nuestro esposo o esposa, quizá necesitamos decir: “si haces eso ...” No siempre debemos terminar nuestro pensamiento. Moisés habló de esta manera porque él se dio cuenta que él no era el Señor. Sólo el Señor es el Señor. Por tanto, Moisés no quería adelantarse y decir lo que sería el resultado o la consecuencia si el Señor perdonara el pecado de ellos.
La última parte de la declaración de Moisés en el versículo 32, muestra claramente que él estaba procurando la expiación por el pueblo, arriesgando su propio destino espiritual. El dijo al Señor: “Y si no, ráeme ahora de Tu libro que has escrito”. Aparentemente Moisés estaba diciendo: “En cuanto a mi destino, Señor, Te pido raerme si no vas a perdonar a este pueblo, pero dejo en Tus manos el asunto del destino del pueblo. Tú eres el único que puede determinar el destino de este pueblo”.
¿Cree usted que las palabras de Moisés en los versículos 31 y 32 son una oración sencilla? El no oró de una manera común, para los hijos de Israel. Por el contrario, él conversó íntimamente con Dios en nombre de ellos. Moisés encontró una manera sabia para apaciguar a Dios en esta situación.
Moisés procuró la expiación por el pueblo conforme al corazón de Dios (32:33-33:3). En el versículo 33, el Señor aparentemente no hizo caso de lo que le pedía Moisés. Exteriormente parecía que el Señor resistía a la suplica de Moisés, pero interiormente ya la había concedido. Dios estaba contento de tener ese compañero. Quizá Dios haya pensado: “Estoy contento de tener un compañero como Moisés. El tiene intimidad conmigo y conoce mi corazón y lo que Yo deseo. Moisés sabe que Yo deseo perdonar a este pueblo y seguir usándolo. No obstante, no deseo iniciar esta conversación por ellos, pero Moisés, mi compañero, aquél que conoce mi corazón, ha empezado esta conversación.
En el versículo 33, Dios dijo a Moisés: “al que pecare contra mí, a éste raeré Yo de Mi libro”. Se trata de una expresión exterior que defiende el honor de Dios. Las palabras del Señor en el versículo 34 indican que El había perdonado al pueblo: “Ve, pues, ahora, lleva a este pueblo adónde te he dicho; he aquí mi ángel irá delante de ti; pero en el día del castigo, Yo castigaré en ellos su pecado”. Moisés, el mediador, se dio cuenta de que esta palabra de Dios indicaba que El había perdonado al pueblo. Moisés había dicho: “Que perdones ahora su pecado...”. Aparentemente él decía al Señor: “Señor, no pronunciaré nada más, Tú hablas. Ahora me pides que lleve al pueblo adonde me has dicho. Está bien”. La versión King James y la traducción de Darby ponen la palabra ángel en mayúscula en el versículo 34. Estoy de acuerdo con eso, porque indica que este ángel es Cristo. El Señor prometió a Moisés que Su ángel iría delante de él y que en el día del castigo, El castigará en ellos su pecado. Por una parte, el pueblo estaba perdonado, por otra el problema subsistía, y El dijo que trataría con él. A veces pasa lo mismo en la relación de un padre con sus hijos. Los hijos a veces cometen errores, y el padre les perdona y les libera. No obstante, él quizá los discipline de alguna manera más tarde.
Leamos Exodo 33:1-3 “Jehová dijo a Moisés: anda, sube de aquí, tú y el pueblo que sacaste de la tierra de Egipto, a la tierra de la cual juré a Abrahán, Isaac, y Jacob, diciendo: a tu descendencia, la daré; y Yo enviaré delante de ti el ángel, y echaré fuera al cananeo, y al amorreo, al heteo, al ferezeo, al heveo, y al jebuseo, (a la tierra que fluye leche y miel); pero Yo no subiré en medio de ti porque eres pueblo de dura cerviz, no sea que te consuma en el camino”. Esto indica que los dos socios, el Señor y Moisés, llegaron a un acuerdo en su conversación. La primera parte, Dios, aceptó dejar ir a los que lo ofendieron, pero dijo que tratará con el pueblo más adelante. Cuando Moisés y los hijos de Israel oyeron eso, sabían que no era una palabra agradable. Leamos el versículo 4 “y oyendo el pueblo esta mala noticia, vistieron luto, y ninguno se puso sus atavíos”.
Leamos los versículos 5 y 6 “Porque Jehová había dicho a Moisés: di a los hijos de Israel: vosotros sois pueblo de dura cerviz; en un momento subiré en medio de ti, y te consumiré. Quítate, pues, ahora tus atavíos, para que Yo sepa lo que te he de hacer”. Entonces los hijos de Israel se despojaron de sus atavíos desde el monte Horeb." Aquí vemos que Moisés incitó al pueblo a que vistiera luto y se purificara.
Podemos comparar eso con lo que sucedió en Génesis 35:1-4. El Señor le pidió a Jacob que subiera a Betel e hiciera una altar allí para Dios. Entonces Jacob dijo a su familia y a todos los que lo acompañaban: “Quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros, y limpiaos, y mudad vuestros vestidos” (Gn. 35:2). Luego leemos: “Así dieron a Jacob todos los dioses ajenos que había en poder de ellos, y los zarcillos que estaban en sus orejas” (v. 4). Necesitaban despojarse de sus atavíos para purificarse.
Como lo hemos mencionado en el mensaje anterior, los hijos de Israel llevaban atavíos para su embellecimiento. Este embellecimiento constituyó la etapa preliminar al ídolo del becerro de oro. El ídolo vino del embellecimiento, porque se usó el oro de los atavíos para formar el becerro de oro. Aún después de destrucción del becerro de oro y de la matanza de tres mil hijos de Israel, el pueblo todavía llevaba atavíos. Cuando oyeron esta mala noticia, empezaron a entender que ya no podían llevar estos atavíos. Por consiguiente, vemos que “los hijos de Israel se despojaron de sus atavíos desde el monte Horeb” (v. 6).
En los capítulos treinta y dos y treinta y tres, vemos el resultado de la mediación de Moisés entre Dios y los hijos de Israel. Primero él apaciguó la ira de Dios por el bien del pueblo, luego incitó al pueblo a arrepentirse y despojarse de sus atavíos en señal de arrepentimiento. El pueblo abandonó su embellecimiento. Esta fue la consecuencia de la expiación que procuró Moisés por el pueblo idólatra y duro de cerviz.
Veamos Exodo 33:7 “Y Moisés tomó el tabernáculo, y lo levantó lejos, fuera del campamento, y lo llamó el tabernáculo de reunión. Y cualquiera que buscaba a Dios, salía al tabernáculo de reunión que estaba fuera del campamento”. Los versículos 9 y 10 nos enseñan que la gloria del Señor estaba a la puerta del tabernáculo. En el versículo 11, leemos que “hablaba Dios a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero”. Todos los hijos de Israel que deseaban buscar al Señor salían del campamento e iban ir al tabernáculo de reunión.
Moisés, como persona experimentada, sabía que Dios en Su santidad no podía permanecer mas entre el pueblo, porque el campamento había caído en la idolatría. Por lo tanto, Moisés tomó su tabernáculo, que se encontraba anteriormente en el campamento, y lo levantó fuera del campamento. Esta acción correspondía al corazón de Dios.
Moisés conocía el corazón de Dios y se daba cuenta de que Dios no podía permanecer en una situación de idolatría. Esta fue la razón por la cual él trasladó su tienda fuera del campamento. Esa tienda se convirtió entonces en el tabernáculo de Dios. El tabernáculo todavía no había sido erguido. Por consiguiente, la tienda de Moisés se convirtió en el tabernáculo de reunión entre Dios y Su pueblo. “Cuando Moisés entraba en el tabernáculo, la columna de nube descendía y se ponía a la puerta del tabernáculo, y Jehová hablaba con Moisés” (v. 9). Si el pueblo buscaba a Dios, tenía que ir al tabernáculo de Moisés. El tabernáculo de Moisés fuera del campamento constituía una tipología. En Hebreos 13:12 y 13, vemos el cumplimiento de esta tipología: “Con lo cuál también jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Salgamos, pues, a El, fuera del campamento, llevando Su vituperio”. El Señor Jesús fue crucificado fuera de la ciudad de Jerusalén. El pueblo de Dios rechazaba el enviado de Dios. El era el hijo de Dios, pero los hijos de Israel lo crucificaron fuera de la ciudad. Hebreos 13:13 nos insta a salir a Cristo fuera del campamento, el cual representa la organización humana.
En el siglo pasado, algunos instructores escribieron con denuedo sobre este asunto. Señalaron que la cristiandad de hoy es un “campamento”, y este campamento ha caído en la idolatría. El Señor no podía permanecer en este campamento de idolatría. El había salido del campamento, y por lo tanto, todo aquél que lo buscaba debía salir a El fuera del campamento. Debemos buscar a Aquel que fue rechazado por la religión idólatra. Debemos dejar el campamento idólatra e ir al rechazado. Este es el camino estrecho que debemos seguir.
Debemos preguntarnos si todavía estamos en el “campamento”, o si hemos buscado al Señor fuera del campamento. Debemos testificar que estamos fuera del campamento y tener cuidado de no convertirnos nuevamente en un campamento. La idolatría entre el pueblo de Dios lo convierte en campamento.
Las acciones de Moisés en estos capítulos correspondían con el corazón de Dios. El procuró la expiación por los hijos de Israel conforme al corazón de Dios, y él movió su tienda fuera del campamento, conforme también al corazón de Dios. Por lo tanto, Moisés poseía el terreno para negociar con Dios Su presencia y gloria (33:12-23).
En Exodo 33:12-17, vemos que Moisés negociaba la presencia de Dios (Su rostro), pues deseaba que El acompañara al pueblo que había apartado y fuese el camino que debían emprender. En los versículos 12 y 13, Moisés dijo al Señor: “Mira: Tú me dices a mí: saca a este pueblo; y Tú no me has declarado a quién enviarás conmigo. Sin embargo, Tú dices: Yo te he conocido por tu nombre, y has hallado también gracia a mis ojos. Ahora , pues, y he hallado gracia en Tus ojos, Te ruego que me muestres ahora Tu camino, para que Te conozca, y halle gracia en tus ojos; y mira que esta gente es pueblo tuyo”. Dios entendió a Moisés, aún cuando éste no fue muy explícito en su súplica. En el versículo 14, Dios contestó: “Mi presencia irá contigo, y te daré descanso”. Entonces Moisés respondió al Señor: “Si Tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí. ¿Y en qué se conocerá aquí, que he hallado gracia en Tus ojos, yo y Tu pueblo, sino que Tú andes con nosotros, y que yo y Tu pueblo seamos apartados de todos esos pueblos que están sobre la faz de la tierra?” (vs. 15-16). Una vez más el Señor accedió a la súplica de Moisés: “también haré esto que he dicho, por cuanto has hallado gracia en Mis ojos, y te he conocido por tu nombre” (v. 17)".
Si leemos detenidamente esta porción del capítulo treinta y tres, vemos que la gloria de Dios es Su presencia, y Su presencia es Su camino. Si tenemos la presencia de Dios, tenemos Su camino. La presencia de Dios es el “mapa” que nos indica el camino que debemos tomar. Por ejemplo, cuando Dios llamó a Abrahán, El no le explicó exactamente donde debía ir, porque la presencia de Dios era en sí la guía de Abrahán.
En Exodo 33:12-17, vemos que Moisés deseaba la presencia de Dios y Su gloria. Dios ya había sido apaciguado por Moisés, pero había dicho que no los acompañaría, pero Moisés no estaba muy satisfecho con los términos del acuerdo. Por consiguiente, después de ganar cierto terreno con el Señor, él procuró ganar más terreno. El lo hizo preguntando al Señor quién acompañaría al pueblo. Moisés le dijo: “No me dijiste quién me acompañará”. Finalmente el Señor accedió a la súplica de Moisés y pareció decir: “ Moisés, te daré lo que deseas. Yo sé que tú quieres que Yo te acompañe; está bien, te acompañaré”.
Moisés todavía no estaba del todo satisfecho y le dijo al Señor: “Te ruego que me muestres Tu gloria” (v. 18). Moisés seguramente tenía experiencia y sabía como negociar con el Señor. Debemos aprender de Moisés la manera adecuada de orar, la cual no tiene nada que ver el formalismo religioso. Por el contrario, son oraciones en forma de conversación íntima con Dios.
El Señor respondió a la súplica de Moisés diciendo: “Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente. Dijo más: no podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre y vivirá” (vs. 19-20). Aquí vemos que el Señor mostraría y proclamaría directamente a Moisés Su bondad, Su nombre, Su Amor y compasión, pero no mostraría Su rostro, Su gloria. Aquí el Señor parecía decir: “Moisés, te puedo mostrar Mi Amor, Mi bondad, Mi favor, Mi compasión. También puedo proclamarte Mi nombre, pero algo no puedo hacer: mostrarte Mi rostro. Moisés, si vieras mi rostro, morirías. Por lo tanto, y por tu propio bien, no permitiré que veas Mi rostro”.
Exodo 33:21-23 nos indica lo que el Señor le dijo a Moisés: “He aquí un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña; Y cuando pase Mi gloria, Yo te pondré en una hendidura de la peña; y te cubriré con Mi mano hasta que hayas pasado. Después apartaré Mi mano y verás Mis espaldas, más no se verá mi rostro”. Cristo es la peña hendida y eterna que nos es destinada. Podemos ver a Dios solamente en el Cristo crucificado. No puedo explicar plenamente lo que significa eso. Puedo solamente decir, en términos generales, que podemos ver a Dios hasta cierto punto en el Cristo hendido. Exodo 33:23, no muestra que podemos ver Sus espaldas, mas no Su rostro.
En estos versículos, la negociación entre Moisés y Dios había alcanzado su “punto límite”. Moisés no podía proseguir con sus negociaciones con el Señor. El había decidido todo lo que podía. El se dio cuenta, por la palabra directa del Señor, que él no vería Su rostro; vería solamente sus espaldas.
En esta parte de la palabra, existen algunos problemas teológicos insolubles. Primero, en Exodo 33:2, el Señor dijo que mandaría a su ángel delante del pueblo. Sin lugar a dudas, este ángel se refiere a Cristo, y Cristo es Dios mismo. Cuando Cristo acompañaba al pueblo, eso significa que Dios lo acompañaba. Entonces ¿Por qué declara Dios que Su ángel iría, y que El mismo no iría? Además, después de tanta negociación por parte de Moisés, ¿por qué dijo Dios que Su presencia los acompañaría? Dios afirmó que tanto el ángel como Su propia presencia acompañarían al pueblo. El ángel se refiere a Cristo, y la presencia denota en realidad el rostro de Dios. Por consiguiente, estamos en frente de un problema: el ángel y la presencia de Dios acompañarían al pueblo, pero Dios mismo no los acompañaría.
Vemos otro problema relacionado con lo que dijo Dios a Moisés en el versículo 20, en cuanto a ver Su rostro. El Señor dijo: “no podrás ver Mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá”. No obstante, el versículo 11 declara: “Y hablaba Dios a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero”. ¿Cómo explicar esto?
Además, en estos versículos vemos que el rostro de Dios es Su gloria, que Su gloria es Su presencia, y que Su presencia es Su rostro. ¿Cómo entender todo eso?
Como lo he indicado, no tengo la solución a estos problemas. Sólo puedo hablar según nuestra comprensión limitada de la naturaleza de Dios. En cierto sentido, podemos hablar a Dios cara a cara, pero en otro sentido no podemos ver el rostro de Dios. Esto no es una contradicción, sino un grado o una proporción.
Pasa lo mismo con el ángel de Dios que acompañaba al pueblo. Eso significa que Dios los acompañaba hasta cierto punto y el hecho de que Su gloria los acompañaría, significa que Dios mismo los acompañaba hasta cierto punto. En Exodo 14, vemos que una cosa es el ángel de Dios, y otra cosa es la columna de nube (v. 19). Tanto el ángel de Dios como la columna de nube abrían el camino. No obstante, los hijos de Israel podían tener el uno sin el otro. Por supuesto es mucho mejor tener a los dos.
Moisés levantó su tienda del campamento. Después de eso, la gloria de Dios estaba a la puerta de la tienda, y no dentro del campamento. Esto indica que la presencia de Dios estaba a la puerta de la tienda de Moisés, y no en el campamento, pero no afirmemos que Dios no estaba del todo en el campamento con los hijos de Israel. Pasa lo mismo con nosotros hoy en día. Podemos decir que la gloria de Dios no está presente en una situación de idolatría entre los cristianos, pero tampoco podemos declarar que Dios no está absolutamente en estos cristianos. Como lo hemos señalado, este es un asunto de proporción.
A partir de Exodo 32:30-33:23, aprendemos una lección importante: debemos conocer el corazón de Dios y ser también personas conforme a Su corazón. Entonces tendremos Su presencia como la tuvo Moisés. El la tenía a lo sumo, pero los hijos de Israel tenían la presencia de Dios de una manera limitada, porque se encontraban lejos del corazón de Dios. Por el contrario, Moisés estaba cerca del corazón de Dios, y actuaba conforme a Su corazón. Esta fue la razón por la cual él poseía la presencia de Dios a lo sumo. Todos debemos aprender que sólo una persona como Moisés puede ser compañero de Dios. Esa clase de persona es la única que puede compartir un interés común con Dios y ser usada por El a fin de llevar a cabo Su empresa en la tierra.