Mensaje 40
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Lectura bíblica: Éx. 17:1-7; Nm. 20:1-13; 1 Co. 10:1-4
En el cápitulo dieciséis ya cubrimos el maná celestial, y en este mensaje llegamos al agua viva que brotó de la peña golpeada (17:1-7).
Debemos prestar atención a la secuencia de los acontecimientos registrados en los capítulos dieciséis y diecisiete. En el capítulo dieciséis, tenemos un cuadro claro del maná, y en el capítulo diecisiete, el relato del agua viva que brota de la peña golpeada. Esta secuencia no es al azar; es conforme a la soberanía del Señor. Vemos la misma secuencia en Juan 6 y 7. En Juan 6, leemos acerca del maná celestial, y en Juan 7, del agua viva. Esta también indica que la secuencia del maná y el agua viva es conforme al arreglo soberano de Dios.
En Su obra creadora, Dios preparó la roca mencionada en Exodo 17 y la colocó exactamente en el lugar correcto geográficamente. Cuando los hijos de Israel llegaron a este lugar, la peña los estaba esperando. En el capítulo diecisiete, no dice que se le mandó a Moisés que buscara una peña y la llevara al pueblo. Al contrario, se indica claramente que la peña ya estaba ahí. Así como Dios había preparado el mar Rojo para servir de bautisterio a los hijos de Israel, también El había preparado una peña, probablemente una muy grande, que sirviera como figura de Cristo en el capítulo diecisiete.
Después de crear al hombre, Dios lo puso en un jardín con el árbol de la vida y un río que fluía. El árbol de la vida corresponde al maná, el cual satisface el hambre del hombre, y el río que fluye corresponde al agua viva, que satisface su sed. En Génesis 2, el árbol de la vida se menciona antes del río. Pero en Apocalipsis 22, el río de aguas de vida se menciona antes del árbol de la vida. Según Apocalipsis 22:1 y 2, el árbol de la vida crece en el río. ¿Por qué Génesis habla primeramente del árbol de la vida y luego del río, mientras que en Apocalipsis 22 se invierte el orden? En la primera etapa, el árbol de la vida y le sigue el río, pero en la etapa siguiente, el árbol de la vida crece en el río que fluye.
Este es un cuadro de nuestra experiencia espiritual. Cuando oímos el evangelio por primera vez, recibimos la palabra de Dios. Recibir la palabra equivale a recibir el maná. Después de que recibimos la palabra, el Espíritu empezó a fluir en nosotros como un río. Esta fue la secuencia al principio de la experiencia de salvación. Ahora al seguir adelante en la experiencia espiritual, el Espíritu como el río que fluye nos trae el suministro de la palabra, el maná. Al principio de nuestra experiencia cristiana, tenemos primeramente la palabra y luego el espíritu, o sea, primero el maná y luego el agua viva. No obstante, a medida que nuestra experiencia de salvación continua, se cambia el orden, y el Espíritu nos suple con la palabra. Salmos 36:8 dice: “Serán completamente saciados de la grosura de Tu casa y Tú los abrevarás del torrente de Tus delicias”. Este versículo se refiere a la primera etapa de la experiencia de la salvación de Dios. Aquí la grosura de la casa de Dios (la palabra) precede a beber del río de las delicias de Dios (el Espíritu).
Es significativo que los hijos de Israel tuvieran la experiencia del agua viva mencionada en el capítulo diecisiete después de empezar a comer el maná. Inmediatamente después de empezar a tomar del maná, fueron llevados a un lugar donde no había suministro de agua. Esto no fue nada accidental, y esta secuencia de acontecimientos se produjo conforme al arreglo soberano de Dios. Esta secuencia forma parte del cuadro apropiado y completo de la plena salvación de Dios presentada en Exodo. Como lo hemos señalado repetidamente, Exodo es un libro de cuadros que describe la salvación de Dios. Al considerar estos cuadros, debemos adorar a Dios por Su soberanía. En Su obra creadora, El hizo los preparativos necesarios. Luego, a su debido tiempo, El condujo a Su pueblo a un lugar donde les esperaba la peña.
En Exodo 17:1, leemos que los hijos de Israel viajaron conforme al mandato del Señor. No conforme a su propia opinión ni elección. El mandamiento del Señor ciertamente está relacionado con la columna de nube y la columna de fuego, que guíaban al pueblo en sus viajes. La columna representa al Señor mismo, quien tomó la delantera y guió los pasos del pueblo. Dios no necesitaba decirle al pueblo el momento en que debían irse y a dónde debían ir. Ellos simplemente tenían que seguir la columna. Día y noche, una columna alta permanecía entre el cielo y la tierra. De día, la columna parecía una nube; de noche parecía de fuego. En Exodo 13:22 dice que el Señor “nunca apartó de delante del pueblo la columna de nube de día, ni de noche la columna de fuego”. Según Números 9:17 y 18 “cuando se alzaba la nube del tabernáculo, los hijos de Israel partían. Y el lugar donde la nube paraba, allí acampaban los hijos de Israel. Al mandato de Jehová, los hijos de Israel partían, y al mandato de Jehová acampaban. Todos esos días que la nube estaba sobre el tabernáculo, permanecían acampados”. Esto indica que el mandamiento del Señor está relacionado con la columna de nube y la columna de fuego. Cuando la columna se movía, de día o de noche, los hijos de Israel viajaban. Por tanto, mediante la columna, Dios dirigía en silencio a Su pueblo en sus viajes.
Al dejar el lugar donde comieron maná por primera vez, los hijos de Israel seguían simplemente la dirección del Señor. No se movieron conforme a su preferencia, y no sabían adónde iban a ir. Sólo siguieron la columna que los conducía a un lugar seco, un lugar donde no había ningún suplir de agua, pero donde estaba una peña enorme. Aquí en este lugar, el pueblo de Dios experimentaría Su salvación.
Cuando los hijos de Israel estaban en Egipto, vieron el poder majestuoso de Dios exhibido en las plagas que caían sobre los egipcios de manera milagrosa por intervención divina. Además, experimentaron la Pascua y el éxodo, a través de los cuales fueron liberados de la tiranía de faraón. Después de emprender su éxodo fuera de Egipto, cruzaron el mar Rojo. Según Exodo 14:22 “los hijos de Israel entraron por en medio del mar, en seco, teniendo las aguas como muro a su derecha y a su izquierda”. Luego, en Mara, el pueblo de Dios experimentó el cambio de las aguas amargas en aguas dulces. Pasando de Mara a Elim, experimentaron las setenta palmeras que crecen y las doce fuentes de agua que fluyen. Después de eso, en el capítulo dieciséis, tomaron del maná como la provisión del Señor. En un corto periodo de tiempo, los hijos de Israel tuvieron siete experiencias extraordinarias: las plagas en Egipto, la Pascua, el éxodo, el cruce del mar Rojo, el cambio de agua amarga en dulce, las setenta palmeras y las doce fuentes y el maná celestial. Si consideramos nuestra historia espiritual, nos daremos cuenta de que nosotros también hemos tenido estas experiencias fundamentales.
Después de la séptima experiencia, la del maná celestial, la columna condujo a los hijos de Israel hacia otra experiencia; la experiencia del agua viva. Esto indica que aún después de haber experimentado a Cristo como nuestro maná, todavía debemos experimentarlo como nuestra agua viva. Tanto en la vida espiritual como en la física, debemos de comer y beber. No podemos vivir sin beber. La sed es algo más importante que el hambre, pues una persona se puede morir de sed antes que morir de hambre. Al comer nuestros alimentos, necesitamos algo de beber. También debemos beber muchas veces durante el día. Debemos comer y beber, pero lo segundo es más importante que lo primero. Por lo tanto, en cierto sentido, el agua viva que fluye de la peña golpeada es más crucial que el maná.
El beber es necesario también para una digestión apropiada. Si comemos alimento sólido sin beber algo, nuestro estómago no podrá digerir nuestros alimentos. El agua es necesaria para la digestión y asimilación de la comida. El mismo principio se aplica cuando los incrédulos responden a la predicación del evangelio y se abren para recibir al Señor. Si ingieren la palabra del evangelio sin experimentar al Espíritu, no podrán digerirla. Después de recibir la palabra, deben experimentar el Espíritu para facilitar la digestión de la misma.
Hay una diferencia importante entre el maná y el agua de la peña: el maná no presenta un cuadro tan claro de la muerte de Cristo como lo hace el agua. No obstante, eso no significa que la muerte de Cristo no está presente en la experiencia del maná. En el capítulo dieciséis, vemos que el maná era molido y amasado. El moler y el amasar describen la muerte de Cristo. Para ser nuestro alimento, Cristo debía padecer la muerte. Pero este cuadro de la muerte de Cristo no es tan claro como el golpear la peña para liberar el fluir del agua viva. El golpear la peña es un cuadro claro, completo, de la crucifixión de Cristo.
Es bastante fácil moler una semilla de coriandro, pero es difícil golpear una peña a fin de abrirla. Una cosa es golpear maná en un mortero, pero otra muy distinta es hacer que una peña enorme se abra. El Señor le pidió a Moisés que usara su vara para “golpear la peña, y sacar agua de ella, para que el pueblo beba de ella” (17:6). Debemos prestar atención especial al hecho de que la peña fue golpeada por la vara de Moisés. En tipología, Moisés representa a la ley y la vara representa el poder y la autoridad de la ley. Por supuesto, la peña representa a Cristo. Golpear la peña con la vara significa que Cristo fue golpeado por la autoridad de la ley de Dios. A los ojos de Dios, el Señor Jesús fue crucificado, no por los judíos, sino por la ley de Dios. Durante las primeras tres horas de Su crucifixión, Cristo sufrió bajo la mano del hombre. Pero durante las últimas tres horas, Cristo sufrió porque fue golpeado por el poder de la ley de Dios.
En muchos versículos vemos que Dios es nuestra roca. Deuteronomio 32:18 se refiere a Dios como la roca que nos engendró. Esto indica que como roca nuestra, Dios es nuestro Padre. Esta roca es una roca que engendra, que está llena de vida. En Segunda de Samuel 22:47 y Salmos 95:1, vemos que Dios es la roca de nuestra salvación. Además, esta roca es nuestra fortaleza (Sal. 62:7) y nuestro refugio (Sal. 94:22). Esta roca es nuestro escondite, nuestra protección, cobertura y salvaguarda. Isaías 32:2 habla del Señor como la “sombra de un gran peñasco en tierra calurosa”. Cuando tenemos calor, podemos descansar debajo de la sombra de esta roca y ser refrescados. Esta roca, que esperaba al pueblo de Dios en un lugar seco, fue golpeada para que el pueblo tenga agua viva para beber.
El agua que salió de la peña golpeada tipifica el Espíritu. Juan 7:37 y 38 dice: “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz diciendo: si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. Esta palabra fue pronunciada el último día de la fiesta de los tabernáculos. Juan 7:39 continúa y dice: “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en El”. Esto indica claramente que el agua que fluye representa el Espíritu.
Hace muchos años leí un artículo que afirmaba que en la Jerusalén antigua, cuando los israelitas celebraban la Fiesta de los tabernáculos, levantaban una peña. Según este artículo, sobre la roca fluían aguas recordando que los antepasados de los judíos se habían quedado en el desierto y habían bebido de las aguas que fluían de la peña golpeada. Cerca de la peña estaban también tiendas mostrando que los antepasados vivieron en tiendas y se quedaron en el desierto, pero que tenían la peña golpeada con el agua viva para satisfacer su sed. Este cuadro pudiera haber constituido literalmente el trasfondo de la época en que el Señor se paró y llamó a los sedientos a venir a El y a beber.
Vemos otra diferencia en el agua que fluye en Juan 34. Aquí vemos que después de que el Señor murió en la cruz “uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua”. Esto fue prefigurado por el agua que fluía de la peña golpeada.
Pablo habla del agua de la peña golpeada en Primera de Corintios 10:4, donde El declara que los hijos de Israel “bebieron todos la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo”. Pablo nos declara con denuedo que la roca seguía al pueblo de Dios en su viaje por el desierto. Cuando los hijos de Israel viajaban, la peña los acompañaba.
He empleado mucho tiempo buscando la base sobre la cual Pablo se apoyó para afirmar que la peña acompañaba a los hijos de Israel por el desierto. Todo lo que pude encontrar es una ayuda en Exodo 17 y Números 20. En Exodo 17, la peña estaba en un solo lugar, hacia el sur por el desierto de Sin. Pero en Números 20, la peña estaba en Kadesh, hacia el norte, por el desierto de Sin. Puesto que hubo contienda en ambos lugares, se usó el mismo nombre “Meribah” en ambas ocasiones. La peña golpeada en el sur finalmente apareció con los hijos de Israel en el norte. Además, el relato de Números 20 describe un incidente que se produjo aproximadamente treinta y ocho años más tarde y que está relatado en Exodo 17. Basándose en estos hechos, Pablo pudo afirmar que la peña seguía a los hijos de Israel.
Debemos creer la palabra de Pablo en Primera de Corintios 10:4. De otro modo, careceríamos de fe. En lugar de confiar tanto en la ciencia, debemos confiar en lo que dice la Biblia. Los conceptos científicos pueden cambiar, pues son totalmente desprovistos de revelación divina, pero la palabra de Dios nunca cambia. Conforme a lo que Pablo dijo en 1 Corintios 10:4, la peña siguió a los hijos de Israel en todo el camino desde Horeb hasta Kadesh.
Hemos señalado que esta roca engendra y es también nuestra salvación, refugio, fortaleza, descanso y frescura. Esta roca es en realidad todo para nosotros. Mediante la encarnación, Cristo vino a la tierra como la roca. En el calvario, el lugar designado, El fue crucificado, golpeado por la ley de Dios con su poder y autoridad. Su costado fue abierto, y brotó agua viva. Esta agua viva es el Espíritu, el resultado final del Dios Triuno.
Esta no es nuestra interpretación de 17:1-6; es la interpretación que presenta la Biblia misma. Cuando juntamos varios versículos como piezas de un rompecabezas, vemos un cuadro que muestra el significado del golpe que Moisés dio con la vara a la peña. Este cuadro revela que Cristo es la roca que nos engendra. El es la roca de nuestra salvación, refugio, fortaleza y descanso. Después de ser golpeado por el poder de la ley justa de Dios, El fue abierto y de El brotó agua viva para que la bebamos. El agua viva es el Espíritu como el resultado final del Dios Triuno. Esta agua satisface nuestra sed y todo nuestro ser. Esta es la comprensión adecuada del cuadro descrito en Exodo 17:1-6.