Mensaje 47
Lectura Bíblica: Éx. 17:9-16; 1 S. 15:1-33; Ro. 8:7-8, 13; Gá. 5:17, 24
Los capítulos del uno al diecisiete de Exodo forman una sección. En ésta, vemos un cuadro completo de la salvación de Dios, un cuadro que incluye la terminación con el mundo y la carne. El pueblo escogido de Dios se encontraba en cautiverio en Egipto, el cual representa al mundo. Luego Dios vino y terminó al mundo, para cumplir la redención, y liberar a Su pueblo, del mundo. Después de eso, ellos disfrutaron del suministro del maná celestial y del agua viva. Entonces, en Exodo 17, Dios venció a Amalec, es decir, a la carne.
Si vemos el panorama de los diecisiete primeros capítulos de Exodo, veremos un cuadro de la salvación de Dios que empieza con la destrucción del mundo y concluye con el aniquilamiento de la carne. Este cuadro nos permite tomar conciencia de que como el pueblo escogido de Dios, antes estábamos bajo la tiranía del mundo. Pero después de ser redimidos, salvos y liberados, empezamos a disfrutar la provisión divina del maná y del agua viva. No obstante, tenemos que enfrentar a un enemigo muy subjetivo: la carne. Este enemigo busca perturbarnos, ocuparnos y aun destruirnos.
La siguiente sección del libro, desde el capítulo dieciocho hasta el cuarenta, constituye una sección larga relacionada con el reino. Esto indica que después de ser liberados del mundo, de haber disfrutado de la provisión divina, y de haber aniquilado la carne, estaremos en el reino. ¡Qué buena noticia es ésta! Quizá usted jamás se haya dado cuenta de que estos capítulos están relacionados con el reino y sólo se haya dado cuenta de que estos capítulos cubren la construcción del tabernáculo como morada de Dios. Es crucial ver que fuera del reino, la casa de Dios no puede llegar a existir. Nosotros estaremos en el reino sólo cuando venzamos al enemigo, al mundo y aniquilemos completamente la carne. En el reino, podemos construir el tabernáculo como morada de Dios. El principio es el mismo con la construcción del templo. Después de que David peleó la batalla contra los enemigos y consiguió la victoria, Salomón disfrutó del reino. En este disfrute, el reino fue construido. En la segunda sección de Exodo, de los capítulos dieciocho al cuarenta, vemos que el pueblo redimido de Dios estaba en el disfrute del reino. Al ser liberados del mundo y después de aniquilar la carne, pudieron construir el tabernáculo como morada de Dios.
Según el Nuevo Testamento, el diablo, el mundo y la carne son llamados enemigos de Dios (Mt. 13:25, 39; Ro. 8:7-8 Jc. 4:4). En Exodo, Satanás es representado por Faraón, el mundo por Egipto, y la carne por Amalec. Después de la derrota de estos tres enemigos, viene el reino de Dios.
En el Antiguo Testamento, el enemigo que más se menciona es Amalec, porque él tipifica la carne, la cual es el último enemigo del reino de Dios. La carne es lo que impide que la iglesia sea edificada apropiadamente. Mientras la carne cause problemas, el reino no podrá venir. El reino viene sólo después de que la carne ha sido aniquilada. Por el bien de la vida de iglesia, debemos aniquilar nuestra carne. Si ésta no es aniquilada, no puede haber reino de Dios. Entonces sin el reinado de Cristo, es decir, Su autoridad como cabeza, el Cuerpo no puede ser edificado. Esta es la razón por la cual durante los últimos diecinueve siglos, se ha producido muy poca edificación de la iglesia. Las confusiones y divisiones entre los cristianos contemporáneos se deben primeramente a la carne, a Amalec. Entre los cristianos, Amalec prevalece. Por esta razón, no tenemos el reino de Dios de una manera práctica. Sin el reino, no puede haber edificación. En la gran mayoría de los cristianos, no se puede hablar ni siquiera de la edificación de la iglesia.
Le damos gracias al Señor porque en Su misericordia y gracia, nosotros en Su recobro hemos aprendido algo acerca de la importancia de aniquilar la carne. La carne sigue causando problemas, pero no permitimos que nuestra carne no tenga restricciones. Simplemente no tenemos la valentía de permanecer en la carne. No obstante, muchos cristianos sienten mucho valor al estar en la carne. ¡Cuán fuerte es Amalec hoy en día! Puesto que Amalec prevalece, no hay ni reino ni edificación.
En sus escritos, Pablo habla exhaustivamente de la carne. El usa ciertas expresiones que muestran que la carne es enemistad contra Dios. Por ejemplo, en Romanos 8:7, él dice que “la mente puesta en la carne es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede”. La carne es fea por la simple razón de que no se somete a la ley de Dios. Desde el punto de vista de Dios, la carne no tiene ley. La falta de ley prevalece entre los cristianos contemporáneos. La carne no tiene ley por eso no se somete a Dios.
En 8:8, Pablo continúa y declara: “Y los que están en la carne no pueden agradar a Dios”. La carne no se somete a la ley de Dios, no puede someterse a la ley de Dios, ni puede agradar a Dios. Por consiguiente, a los ojos de Dios, no hay ningún lugar para la carne. Esta debe ser aniquilada.
La carne denota la totalidad del viejo hombre caído. Por consiguiente, la carne no se refiere simplemente a una parte de nuestro ser, sino a todo nuestro ser caído. Según Romanos 6:6, el viejo hombre ha sido crucificado juntamente con Cristo. Puesto que el viejo hombre no tiene esperanza, Dios lo puso en la cruz y lo crucificó juntamente con Cristo. Como veremos, debemos cooperar con Dios en lo que El ha hecho al crucificar la carne (Gá. 5:24). El destino de la carne es morir. Sin importar lo que nosotros pensemos de la carne, para Dios ésta es rebelde y menospreciada. Por esta razón, Dios erradicó el nombre de Amalec.
Dios también determinó pelear con Amalec de generación en generación. En muchos versículos del Antiguo Testamento, vemos que el pueblo de Dios combatió contra Amalec. Vemos esto en Jueces 3:13-15; 5:14; 6:3; 7:12-14; 1 Samuel 15:2-9, 32-33; 27:8; 30:1-17; 2 Samuel 8:12; 1 Crónicas. 4:42-43. Vemos la guerra contra Amalec aún en el libro de Ester (3:1-6; 9:7-10), donde vemos que Amán era una agagueo, un descendiente de Agag, el rey de Amalec que fue despedazado por Samuel (1 Sm. 15:33). Aunque a Agag lo mataron, algunos de sus descendientes sobrevivieron. Amán fue uno de los últimos descendientes de Agag. Dios aborrece la carne representada por Amán. Según el libro de Ester, la carne obra de manera escondida para debilitar al pueblo de Dios y aun matarlo. El Amán actual, la carne, intenta obrar en la iglesia. La conspiración de Amán que consistía en aniquilar a los hijos de Israel, quedó finalmente expuesta y frustrada. Ester fue ejercitada para vencer a Amán, la carne escondida. Con su ayuda, Amán fue matado. Por tanto, vemos que el libro de Ester es la continuación de la historia de la guerra de Dios contra Amalec de generación en generación.
Ahora llegamos al asunto importante de cómo combatir contra Amalec. Primero, combatimos al orar con el Cristo que intercede (Éx. 17:11). Moisés levantó su mano en la cima del monte y eso tipifica el Cristo que intercede en los cielos. En Exodo 17:12, vemos que cuando las manos de Moisés se cansaban, “Aarón y Hur sostenían sus manos, el uno de un lado y el otro de otro; así hubo en sus manos firmeza hasta que se puso el sol”. ¿Qué significa esto? Hemos señalado que Moisés tipifica aquí a Cristo quien intercede por nosotros en los cielos. Pero no podemos decir que las manos de Cristo se cansan, ¿verdad? Ciertamente Cristo no necesita que nadie le sostenga las manos. En los cielos no hay ningún Aarón ni Hur que ayude a Cristo en Su intercesión. Entonces parece que la tipología no corresponde totalmente. Puesto que la Biblia fue inspirada por Dios, aquí debe haber algo relacionado con nuestra experiencia espiritual.
Si consideramos estos versículos a la luz de nuestra experiencia, entenderemos que para aniquilar la carne, no necesitamos solamente la intercesión de Cristo por nosotros en los cielos, sino que nosotros también debemos orar. Algunos maestros cristianos recalcan la obra objetiva de Cristo en los cielos. Señalan que Cristo está en los cielos intercediendo por nosotros. Otros dedican mucha atención a la importancia de ayunar y orar. Si alguien es perturbado por la carne le aconsejan ayunar y orar. En nuestra experiencia, necesitamos el aspecto objetivo y también el subjetivo. Como lo hemos señalado, el hecho de que Moisés oraba en la cima del monte tipifica a Cristo que intercede por nosotros en los cielos. Pero el hecho de que Moisés necesitó que Aarón y Hur le levantaran las manos representa nuestra necesidad de orar. Mientras Cristo ora en los cielos, debemos orar aquí en la tierra. Cuando oramos, somos uno con Moisés en la cima del monte. Pero cuando aniquilamos la carne, somos uno con Josué que peleando en el valle.
Aunque el Cristo que intercede no necesita que nadie le sostenga las manos, necesitamos que nuestras manos de oración sean apoyadas. Les resulta fácil cansarse. Sabemos que para aniquilar la carne, debemos orar. Pero a menudo nuestras manos se cansan. Por tanto, necesitamos la ayuda de Aarón y de Hur.
Aarón, el sumo sacerdote, representa el sacerdocio, y Hur, quien pertenecía a tribu de Judá representa el reinado, El nieto de Hur, Bezaleel, recibió la capacidad de trabajar en los diseños del tabernáculo (31:1-5). Como lo veremos cuando consideremos los últimos capítulos de Exodo, el tabernáculo, el edificio de Dios, fue construido por el sacerdocio y el reinado. Nuestra oración debe ser sostenida por el sacerdocio y el reinado. A veces nuestras manos de oración se cansan no por la falta de deseo de orar, sino por la falta de incentivo y de aliento. Esto significa que quizá necesitemos un Aarón y un Hur, el sacerdocio y el reinado.
El sacerdocio está relacionado con el Lugar santísimo. En nuestra experiencia, el Lugar Santísimo siempre está relacionado con nuestro espíritu. Por tanto, cansarse en oración indica un problema o carencia en nuestro espíritu. Por alguna razón, nuestro espíritu no es agudo, activo, ni positivo con el Señor. Esto obstaculiza nuestra oración. Nuestra experiencia lo confirma. Cuando estamos cansados tratar de orar más. Por lo contrario, debemos ver lo que pasa con nuestro espíritu. En nuestro espíritu, hay una carencia de sacerdocio. Necesitamos a Aarón, al sumo sacerdote, para fortalecer nuestro espíritu.
Otra razón de cansancio en la oración es la rebeldía contra el reinado. Si usted dice que no es rebelde, entonces le haré una pregunta acerca de la desobediencia. ¿Puede decir que jamás ha desobedecido al Señor? Por ejemplo, una hermana quizá se sienta restringida por el Señor y mantenida alejada de la tienda, pero ella puede desobedecer e ir allí de todos modos. En el transcurso de un solo día, podemos desobedecer al Señor en muchas ocasiones. Vamos en contra de la autoridad, del reinado, dentro de nosotros. Por lo tanto, debido a la carencia del reinado, nos cansamos fácilmente cuando oramos.
Nuestra oración se entorpece también cuando no nos preocupamos por la construcción del tabernáculo. Hur está relacionado con la construcción. De hecho, la meta del libro de Exodo se relaciona con la construcción del tabernáculo. Hemos señalado que Bezaleel, el nieto de Hur, recibió el don de Dios para obrar en muchos aspectos del tabernáculo. Esto indica que nuestra oración debe hacerse con miras a la edificación de la iglesia. Hoy en día esta es la meta de Dios. Si el propósito de nuestra vida de oración no es la edificación de la iglesia, nuestra oración no durará mucho. Pero si tenemos el sacerdocio y el reinado y nos preocupamos por la construcción del tabernáculo, la iglesia, nuestra vida de oración se cansará. Más bien será apoyada por el sacerdocio y el reinado, y tendrá la edificación de la iglesia como propósito. Luego podremos pelear contra la carne, Amalec, por medio de nuestra oración.
En nuestra oración, debemos ser uno con Cristo en los cielos. Debemos unirnos a Cristo y ser uno con El en Su intercesión. Debemos hacer de Su oración nuestra oración, de Su intercesión, nuestra oración instantánea. Apoyados por el sacerdocio y el reinado, es decir, levantados en nuestro espíritu y sometidos a la autoridad de Dios, debemos orar con El en el trono en los cielos. Además, la dirección de nuestra oración debe ir hacia la meta de la construcción de la casa de Dios. Si tenemos estos factores: el sacerdocio, el reinado, y el edificio de Dios como propósito, no creo que nuestra oración pueda ser detenida. El cuadro de Aarón y Hur sosteniendo las manos de Moisés representa la unión en oración entre Cristo y nosotros. Cuando Cristo intercede, oramos. Nos unimos a El en Su intercesión. Esa es la manera correcta en que debemos orar para aniquilar la carne.
Aniquilar a la carne no es un asunto superficial, pues todo nuestro ser caído es la carne. En cierto sentido, la carne somos nosotros. Vencer a la carne es mucho más difícil que vencer al mundo o al pecado. Para vencer la totalidad de nuestro ser caído, necesitamos muchas oraciones en unión con la intercesión del Cristo celestial. Para orar de esta manera, debemos identificarnos con Cristo y ser uno con El. Mientras El ora en los cielos, oramos juntamente con El. Si queremos orar de esta manera, debemos ser levantados en nuestro espíritu por el sacerdocio y sometidos por el reinado. También debemos cuidar el edificio de Dios. Luego tendremos el apoyo necesario para sostener nuestra vida de oración.
En Exodo 17:12, vemos que Aarón y Hur tomaron una piedra y la pusieron debajo de Moisés, y él se sentó sobre ella. Esto indica que nuestra vida de oración debe tener una base firme. Cuando yo era joven, aprendí a orar, pero mi oración no tenía ninguna base sólida. Pasa lo mismo con muchos cristianos contemporáneos; ellos han aprendido a orar, pero carecen de base firme en su vida de oración. Según el contexto de Exodo 17, no creo que la base firme para nuestra vida de oración sea Cristo directamente. Más bien creo que la piedra usada como base firme se refiere a nuestra conciencia de que dentro de nosotros mismos somos capaces de sostener una vida de oración. Ese es el reconocimiento del hecho de que necesitamos apoyo. En nuestra vida natural, nosotros como Moisés, no podemos perseverar en oración. Simplemente no podemos orar todo el día. Por tanto, debemos tomar conciencia de nuestra debilidad. Esta conciencia nos da la base firme que necesitamos para nuestra vida de oración.
Cuando usted está a punto de orar, debe darse cuenta de que usted no es capaz de orar. Cada persona que ora puede testificar que no se puede llevar una vida de oración sin una base firme. Necesitamos algo sólido que levante nuestra vida de oración. Cuando usted ore, dígale al Señor: “Señor no puedo seguir orando, necesito una base firme para mi oración, y Te tomo a Ti como base”.
Vemos que Moisés oró hasta la puesta del sol. Quizá tengamos un buen momento de oración temprano por la mañana, pero generalmente no podemos seguir hasta mediodía y mucho menos hasta el fin del día ¿Puede usted mantenerse en un espíritu de oración desde temprano por la mañana hasta el mediodía? Es probable que solamente unos pocos entre nosotros sean capaces de hacer eso. Moisés pudo orar hasta la puesta del sol porque él tenía una piedra, una base sólida, sobre la cual sentarse y porque Aarón y Hur lo apoyaban. Sea alentado y dígale al Señor: “Señor no puedo orar sin cesar. Pierdo fácilmente mi calma y chismeo. Pero no puedo orar continuamente. Señor, puedo orar poco tiempo, pero no puedo orar todo el día”. Si usted le dice eso al Señor, se dará cuenta de que está sentado sobre una piedra. Entonces usted tendrá una base sólida para su vida de oración.
Siento la carga de compartir este punto porque se que enfrentamos muchos problemas en nuestra vida de oración. Si deseamos preservar nuestra vida de oración, debemos cuidar cuatro asuntos: la base firme, el sacerdocio, el reinado, y la construcción del tabernáculo. Entonces nuestra vida de oración será sostenida.
El versículo 11 dice: “Y sucedía que cuando alzaba Moisés su mano, Israel prevalecía; más cuando él bajaba su mano, prevalecía Amalec”. Esto indica que cuando nuestra vida de oración se cansa, nuestra carne prevalecerá. Esto lo confirma nuestra propia experiencia. Sólo una vida de oración adecuada puede vencer nuestra carne. No se imagine que por haber sido salvo durante mucho tiempo y haber tenido ciertas experiencias espirituales, su carne ya no puede prevalecer. De hecho, si cesa nuestra oración, nuestra carne mostrará espontáneamente que es la misma que la de los incrédulos. Por muy rica que sea nuestra experiencia espiritual, esta no mejorará a nuestra carne. Nuestra carne ni siquiera recibirá influencia por ello. La carne no puede recibir influencia, no puede cambiar ni mejorar, aun después de haber sido cristiano durante varias décadas. Si su oración cesa, su carne será la misma ahora como antes de su salvación. Puesto que la carne no cambia ni mejora, debemos orar sin cesar.
Ya vimos que la verdadera oración nos identifica con el Cristo celestial. La experiencia de identificación con Cristo en los cielos se produce por medio de una vida de oración apropiada. Cuando oramos de una manera genuina, disfrutamos de una unión celestial con Cristo. No obstante, esta oración depende de una base firme, del sacerdocio, del reinado, y de la meta del edificio de Dios.
También combatimos contra Amalec al matar la carne con el Espíritu que lucha (Ro. 8:13; Gá. 5:17, 24). Romanos 6:6 afirma que nuestro viejo hombre ha sido crucificado juntamente con Cristo. No obstante, en Romanos 8:13, vemos que todavía debemos matar las prácticas del cuerpo con la ayuda del Espíritu. Además, en Gálatas 5:24, Pablo nos dice que los que pertenecen a Cristo han crucificado la carne. Si no creemos que nuestro viejo hombre ha sido crucificado juntamente con Cristo en la cruz, no podremos vencer nuestra carne. Basándonos en el hecho de que nuestro viejo hombre ha sido crucificado, tenemos el valor y el aliento de matar la carne.
Según Romanos 8:13, cuando aniquilamos las prácticas del cuerpo, el Espíritu obra con nosotros. Esto significa que la medida en que el Espíritu obra depende de la medida en que estamos dispuestos a hacer nuestra parte. Si crucificamos la carne, el Espíritu inmediatamente obra con nosotros. Todos apreciamos la obra del Espíritu. No obstante, el Espíritu no obra si no obramos. El Espíritu ayuda a los que se ayudan a sí mismo. Sin embargo, queda patente que aun cuando intentamos ayudarnos a nosotros mismos, de todos modos no podemos cumplir nada. Necesitamos el Espíritu, y el Espíritu necesita nuestra cooperación. El espera que nos ayudemos a nosotros mismos. En cuanto hacemos eso, El viene y lo hace todo para nosotros. Mediante el Espíritu que mora en nosotros, mueren las prácticas del cuerpo.
En principio, el asunto es el mismo que en Gálatas 5. Según el contexto de este capítulo, el Espíritu y la carne pelean mutuamente. No obstante, los que pertenecen a Cristo deben seguir crucificando la carne. Mientras el Espíritu pelea contra la carne, la crucificamos. Eso se cumple por nuestra cooperación con la obra del Espíritu.
Por una parte, debemos orar con Cristo; por otra, debemos aniquilar a la carne con el Espíritu que lucha. Hoy en día, Cristo está en los cielos y también dentro de nosotros como el Espíritu que lucha. En los cielos, El es el Moisés que intercede, y en nosotros, es el Josué que lucha. Debemos estar unidos al Cristo celestial para cooperar con el Cristo que mora en nosotros. Entonces y de una manera muy práctica, la carne será aniquilada.
Si deseamos combatir contra Amalec, debemos aniquilar todo lo que proviene de la carne, ya sea bueno o malo. Aunque para nosotros algunos aspectos de la carne parecen buenos, en realidad nada de la carne es bueno.
En Primera de Samuel 15:3, el Señor mandó que Esaú “fuese e hiriera a Amalec y destruyera todo lo que tenía y no se apiadara de él, matara hombres, mujeres, niños y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos”. Saul destruyó completamente a la gente con su espada, pero él perdonó “a Agag, y a lo mejor de las ovejas y del ganado mayor, de los animales engordados, de los carneros y de todo lo bueno, no lo quisieron destruir; más todo lo que era vil y despreciable destruyeron” (1 S. 15:9). Saúl justificó eso diciendo que “el pueblo perdonó lo mejor de las ovejas y de las vacas, para sacrificarlo a Jehová, su Dios” (1 S. 15:15). Es difícil dicernir si Saúl estaba mintiendo. Quizá él haya conservado lo mejor de las ovejas y del ganado para su propio uso, y no para sacrificarlo a Jehová. Según 1 Samuel 15:12, Saúl levantó un monumento, quizá para conmemorar su victoria sobre Amalec. Esto indica que él no se preocupaba por la palabra ni la intención de Dios, sino que se interesaba solamente por su disfrute y gloria. Cuando Samuel se enfrentó a Saúl y le reprochó lo que había hecho, Saúl todavía se justificaba diciendo que él había obedecido a la voz del Señor, pero que “el pueblo tomó del botín ovejas y vacas, las primicias del anatema, para ofrecer sacrificios a Jehová su Dios” (vs. 20-21). Esto indica que la carne maligna fue destruida, mientras que el aspecto aparentemente bueno de la carne pudo permanecer.
A menudo destruimos la carne maligna, pero preservamos la carne de calidad, la buena carne. Todos tenemos ciertos puntos buenos, ciertos asuntos y pensamos que son mejores que otros. Estos aspectos de la carne son las “ovejas que balan” y “las vacas que mugen”. Cuando pretendemos ser mejores que otros, permitimos que se oigan las ovejas que balan y las vacas que mugen. Saúl pretendía haber cumplido el mandamiento del Señor. No obstante, Samuel dijo: ¿Pues que balido de ovejas y bramido de vacas es éste que oigo con mis oídos" (v. 14). Cuando Saúl pretendía que esos animales fueran conservados como sacrificios para el Señor, Samuel respondió: “¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación” (vs. 22-23). A menudo los predicadores hablan de estos versículos. Sin embargo, en lugar de obedecer y de escuchar, entre los cristianos contemporáneos hay mucho balido de ovejas y bramido de vacas. Si deseamos vencer nuestra carne, debemos aniquilarla completamente, matando totalmente todo lo que es bueno y lo malo. Si permanece algo de la carne, debe ser aniquilado.
La pelea contra Amalec requiere también obediencia a la palabra del Señor (1 S. 15:22-23). En la época de Saúl, se obedecía solamente a la Palabra de una manera exterior. Hoy en día, debemos obedecer a la unción interior. Cuando desobedecemos a la unción interior, inmediatamente la carne prevalece. Pero si obedecemos siempre a la unción interior, oraremos juntamente con Cristo y cooperaremos con el Espíritu que mora en nosotros. Esto permitirá vencer a la carne y aniquilarla. Esta es la manera de combatir la carne.