Mensaje 61
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Lectura bíblica: Éx. 19:1-25; 20:18-22; 24:1-18; 32:1-35; 33:1-6; 34:1-4, 29-35; 3:1, 12; 4:27; 18:5; Gá. 4:24-25; He. 12:18-21
Después de varios mensajes acerca de lo que nosotros identificamos como el aspecto de la “luz” de la ley, ahora llegamos a las “tinieblas”. La revelación divina en la Biblia nos indica que el contacto de Dios con el hombre presenta siempre dos aspectos. La razón es sencilla: este contacto involucra a Dios y también al hombre. Antes de la caída del hombre en Génesis 3, el hombre estaba totalmente del lado de Dios, ya que fue creado a la imagen y semejanza de Dios. En Génesis 1, vemos que Dios creó las plantas y los animales, cada uno según su propio género. Por supuesto, aunque el hombre no es divino, él fue creado según el género de Dios, y no según su propio género, como fue el caso de las demás cosas. El hombre fue hecho a la imagen de Dios y según Su semejanza. Esto indica que el hombre fue creado conforme al género de Dios. Por consiguiente, en la época de la creación, el hombre estaba al lado de Dios y era uno con El. En cuanto a Dios y al hombre en la época de la creación, no existía dos géneros. Puesto que el hombre fue hecho conforme al género de Dios, había un solo género, el de Dios.
En Génesis 3, vemos que la serpiente inyectó sutilmente su pensamiento maligno en la mente de la mujer. La pregunta que él le hizo fue la incorporación del pensamiento del diablo. Cuando Eva le habló a la serpiente y contestó a su pregunta, ella recibió conceptos diabólicos en su mente. Esto significa que antes de que ella comiera del fruto del árbol del conocimiento, los pensamientos de Satanás ya habían sido plantados dentro de ella. La caída del hombre se produjo primero por medio de la aceptación de los pensamientos diabólicos, luego por medio del acto físico de comer la fruta del árbol del conocimiento. Primero la mente humana tomó el lado del diablo; luego el hombre actuó conforme al pensamiento y a la palabra del diablo al comer del fruto del árbol del conocimiento. Como resultado, la naturaleza del diablo entró en la carne del hombre. Como consecuencia el pensamiento y la naturaleza diabólicas separaron al hombre de Dios constituyéndolo de otro género. Como lo indica la Biblia, cada pecador es una serpiente, las primicias mismas de las víboras (Mt. 23:33). En 1 Juan 3:10, vemos que el pueblo caído son hijos del diablo. El hombre caído es una criatura que pertenece al género del diablo. El ya no es según el género de Dios. Por esta razón, al reprender a Pedro, el Señor Jesús lo llamó Satanás. Además, un día el Señor Jesús dijo claramente que Judas, aquel que había de traicionarlo, era un diablo (Jn. 6:70). El hecho de que el Señor pudo llamar a uno de sus discípulos más allegados “Satanás” y referirse a otro discípulo falso como un demonio indica que el hombre caído ahora pertenece al género de Satanás. La caída ha hecho del hombre otra clase de criatura, la cual no pertenece al género de Dios.
Cuando Dios llevó a los hijos de Israel al monte Sinaí, ¿ellos pertenecían al género de Dios o al de Satanás? Debemos tener mucho cuidado al contestar esta pregunta. En Exodo 19:3, Dios habla acerca de la casa de Jacob y también de los hijos de Israel. La casa de Jacob y los hijos de Israel son dos clases distintas de gente (esta distinción no puede ser explicada como ejemplo del paralelismo común a la poesía hebrea). A los ojos de Dios, la casa de Israel difiere de los hijos de Israel. ¿De qué clase era Jacob? ¿pertenecía al género de Dios? Indudablemente Jacob, un suplantador, pertenecía al género del diablo, pues era una persona caída. Así como nosotros, Jacob pertenecía al género del diablo. Por consiguiente, la expresión “la casa de Jacob” se refiere al pueblo que pertenece al género del diablo. La expresión “los hijos de Israel” denota un pueblo que pertenece al género de Dios. Son descendientes de Israel, el príncipe de Dios. Ahora podemos ver que cuando Dios llevó a los israelitas al monte Sinaí, para El ellos eran dos pueblos: la casa de Jacob que pertenecía al género de Satanás y los hijos de Israel que pertenecían al de Dios.
Es muy difícil decir cuántos eran de la casa de Jacob y cuántos pertenecían a los hijos de Israel. Indudablemente, Moisés se hallaba entre los hijos de Israel, pues él pertenecía al género de Dios. No es tan fácil decir a cual pertenece Aarón. Tal parece que estaba eb ambos grupos. A menudo nuestra experiencia es idéntica. Por la mañana, podemos ser contados entre los hijos de Israel, pero al final de un día de labor, podemos actuar como Jacob. Conforme a 24:1, Aarón, junto con Nadad, Abihu y setenta ancianos de Israel, recibió el mandato de acudir al Señor. No obstante, más adelante Aarón mostró que él no tenía la capacidad de vencer la opinión de la congregación religiosa cuando ellos le dijeron: “haznos dioses que vayan delante de nosotros” (32:1). Con razón la congregación es llamada congregación religiosa porque tenían la intención de adorar algo, aunque fuese un ídolo. Aarón sabía que la solicitud del pueblo era pecaminosa, pero él era demasiado tímido para resistirles. En un sentido muy real, Aarón estaba en ambos lados; a veces del lado de Dios y otras veces del lado de la congregación religiosa.
Así como Moisés, Josué pertenecía totalmente al lado de Dios. El era muy fiel y permanecía con Dios como una persona que pertenecía a Su género. No obstante, es difícil ubicar dónde se encontraba físicamente Josué con respecto a Moisés cuando la ley fue promulgada en el monte. No encontramos ningún indicacio al respecto.
Desde el momento de la caída, la condición del hombre determina si su contacto con Dios estará en la “luz” o en “tinieblas”. El factor determinante depende del hombre, y no de Dios. Por el lado de Dios no hay tinieblas, pues Dios es luz (1 Jn 1:5). Es imposible que haya tinieblas con Dios. Génesis 1 habla primeramente de la noche y luego de la mañana. Se refiere a las tinieblas primeramente por la caída de la creación original en la época anterior a Adán cuando Satanás y algunos ángeles y otras criaturas se rebelaron en contra de Dios. Esta caída trajo tinieblas (Gn 1:2). Cuando Dios vino y restauró la creación caída, Su obra restauradora volvió a traer el día. El hecho de que Génesis 1 hable acerca de la noche y de la mañana indica que la noche está relacionada con la caída original en el universo, mientras que el día está relacionado con la obra de restauración de Dios. Por consiguiente, en el universo restaurado, el día después de la noche.
Pasa lo mismo en nuestra experiencia cristiana. Fuimos sacados de la noche y entramos en el día. Debido a nuestra condición caída, estábamos en la noche. Pero la salvación de Dios nos ha traído a un nuevo día. Cuando recibimos esta salvación, entramos en el día.
Muchos cristianos tienen la esperanza de que su experiencia espiritual será un día eterno. No obstante, sólo habrá día, cuando estemos en la Nueva Jerusalén. En cuanto a la Nueva Jerusalén, dice: “no habrá noche allí” (Ap. 21:25). En nuestra experiencia actual, nuestra noche es generalmente más larga que nuestro día. En otras palabras, estamos más “caídos” que “levantados”. En nuestra experiencia, tendremos noche y día hasta que estemos en la Nueva Jerusalén, que será iluminada por la gloria de Dios y donde ya no habrá más noche.
Repito que el contacto de Dios con nosotros será “diurno” o “nocturno”, dependiendo de nuestra condición. En cuanto a Moisés, no había tinieblas. Por consiguiente, en su caso, la ley que fue dada era todo un asunto de la “luz”. Pasa lo mismo acerca de la función de la ley. No obstante, para los que están en la casa de Jacob, tanto el dar la ley como su función están en el aspecto negativo, el de “tinieblas”.
Al darnos la Palabra santa, es decir la Biblia, Dios no deseaba que hubiese “tinieblas”. Su intención se relacionaba estrictamente con la “luz”. No obstante, la mayoría de los cristianos verdaderamente lavados por la sangre, y regenerados por el Espíritu, aún los que buscan a Dios, se hallan en la “noche” en su lectura de las Escrituras. Son creyentes sinceros en Cristo, pero permanecen en su condición y estado caídos. Esto es un asunto muy grave. Cuando llegamos a la Biblia, debemos despojarnos de todo lo negativo. Esto significa que debemos poner a un lado nuestro trasfondo caído, natural y religioso. Todos los cristianos tienen este triple trasfondo. Después de ser salvos y de iniciar nuestra búsqueda del Señor, todavía estamos bajo la influencia de este triple trasfondo cuando tocamos la Biblia. Es por esto que la mayoría de los cristianos se encuentran en la “noche” cuando leen la Palabra. Se parecen más a la casa de Jacob, para la cual la ley representa la “noche”, que a Moisés, representa el “día”. Para algunos cristianos, la Biblia es un libro “diurno”; sin embargo, para la mayoría es un libro “nocturno”. El factor que determina si la Palabra de Dios es “diurna” o “nocturna” es nuestra condición al acudir a ella. Hace años, no me gustaba mucho la Biblia, pues para mí prácticamente no existía ningún “día” en ella; todo era “noche”. No obstante, en el transcurso de los años, la Biblia se ha convertido en un libro totalmente “diurno” para mi. Por la misericordia del Señor, fui rescatado de mi triple trasfondo.
Debemos saber cuan importante es nuestra condición cuando acudimos a la Palabra y buscamos la presencia del Señor. Podemos hacer de nuestro contacto con Dios una “luz” o volverlo “tinieblas”. Todo depende de nuestra condición, estatuto, posición y situación. Para la casa de Jacob al pie del monte, la ley estaba en la “tinieblas”. Sin embargo, para Moisés en la cumbre del monte, estaba en la “luz”. El hecho de que nuestra condición determine si nuestro contacto con Dios se encuentra en el “día” o en la “noche” constituye un principio fundamental de nuestra experiencia espiritual.
Vemos el mismo principio en los mensajes que escuchamos. Si un mensaje le parece “diurno” o “nocturno”, esto no depende del orador, sino de usted. Si usted está en “tinieblas”, el mensaje le parecerá “nocturno”. Pero si está en la “luz”, el mensaje estará lleno de luz para usted.
Exodo 3 nos dice que Moisés estaba en el monte de Dios, el monte Horeb, cuando Dios lo llamó (v. 1-4). Dios le dijo: “Vé, porque yo estaré contigo; y esto te será por señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte” (v. 12). Esta palabra “diurna” fue totalmente cumplida cuando Dios sacó a Su pueblo de Egipto, a través del mar Rojo, y por el desierto hasta el monte Horeb, que era también el monte Sinaí. Ahí en el monte, Dios dijo: “Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mi. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra” (19:4-5). Estas palabras están llenas de luz resplandeciente. En 19:6 vemos la intención de Dios al sacar a Su pueblo de Egipto “Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa”. Vemos claramente que Dios no deseaba ir a un pueblo en “tinieblas”. El fue a ellos en la “luz” y y lo que dijo estaba lleno de luz. El dijo a los hijos de Israel que El los llevaría sobre alas de águila, los traería a Sí mismo, los tomaría como Su posesión personal y deseaba hacer de ellos un reino de sacerdotes. ¡Cuán maravilloso es esto!
En 19:7, Moisés llamó a los ancianos del pueblo y les presentó todas las palabras que el Señor le había dicho. El versículo 8 dice: “Y todo el pueblo respondió a una, y dijeron: todo lo que Jehová ha dicho, haremos”. Esto parece ser una respuesta muy positiva. No obstante, fue una ofensa para Dios, pues indicaba que el pueblo no se conocía a sí mismo. No sabían lo que eran, ni tomaron la posición adecuada delante del Señor. Por tanto, cuando “Moisés refirió las palabras del pueblo a Jehová” (v. 8), el Señor dijo que El vendría en una nube espesa. El ambiente cambió y pasó del “día” a la “noche”. El versículo 16 muestra claramente este cambio de atmósfera: “Aconteció que al tercer día, cuando vino la mañana, vinieron truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de bocina muy fuerte; y se estremeció todo el pueblo que estaba en el campamento”. En la primera parte del capítulo diecinueve no había ningún humo, fuego, ni temblor. Todo era agradable, y Dios habló al pueblo de una manera agradable y con gracia. No obstante, la respuesta del pueblo indicaba que no se conocían a sí mismos, y por esta razón, Dios se ofendió. Ellos presumían que podían hacer todo lo que Dios requería. No sabían que eran incapaces de obedecer a Sus mandamientos y que ellos necesitaban Su misericordia. El pueblo pudo haber dicho: “Oh Señor, ten misericordia de nosotros. Tú sabes que somos un pueblo rebelde, Señor, te damos las gracias por llevarnos sobre las alas de una gran águila. También Te damos las gracias por Tu selección. Tú nos has escogido para ser Tu posesión personal. No obstante, Señor, no confiamos en nosotros mismos. No somos capaces de guardar Tus mandamientos. Acudimos a Ti, Señor, para recibir misericordia”. Si ésta hubiese sido la actitud del pueblo, El “día” se habría prolongado. No obstante, por no conocerse a sí mismos y por responder de una manera insensata, el “día” de ellos fue cambiado y pasó a “noche”.
Incluso antes de que se terminara la promulgación de la ley, el pueblo cayó en el pecado de idolatría. Quebrantaron por lo menos los dos primeros mandamientos. Cuando Moisés estaba en la cumbre del monte con el Señor, el pueblo fue probado por El (20:20). Exodo 32:1 dice: “Viendo el pueblo que Moisés tardaba en descender del monte, se acercaron entonces a Aarón, y le dijeron: levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos que le haya acontecido”. Indudablemente, el fuego todavía ardía en la cumbre del monte. No obstante, el pueblo probablemente se acostumbró a esto. La vista del fuego ya se había hecho algo común. Después de varias semanas, le pidieron a Aarón que les hiciera dioses. Aarón debió haberlos reprendido severamente. En lugar de esto, Aarón dijo: “Apartad los zarcillos de oro que están en las orejas de vuestras mujeres, de vuestros hijos y de vuestras hijas, y traédmelos” (32:2). Luego vemos que Aarón recibió el oro del pueblo y “le dio forma con buril, e hizo de ello un becerro de fundición. Entonces dijeron: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto” (v. 4). Luego Aarón construyó un altar y proclamó que al día siguiente habría una fiesta para el Señor (v. 5). Vemos que el pueblo “madrugó, y ofreció holocaustos, y presentó ofrendas de paz” (v. 6). Trajeron sacrificios al becerro de oro que Aarón había hecho. El pueblo presentó la clase adecuada de sacrificios, pero los ofrecieron a un ídolo. ¡Vaya mezcla! La manera de adorar estaba correcta, pero el objeto de adoración estaba equivocado. Podemos encontrar esta mezcla entre los cristianos contemporáneos. Algunos líderes cristianos hacen “becerros” e incitan a otros a adorarlos.
Conociendo la situación de la gente al pie del monte, el Señor le dijo a Moisés: “Anda, desciende porque tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido” (32:7). Aquí el Señor declara que Moisés fue la persona que sacó al pueblo de Egipto. El Señor también dijo a Moisés que El consumiría al pueblo y que haría de Moisés una gran nación (v. 10). El Señor podía destruir al pueblo y seguir cumpliendo Su promesa a Abraham, Isaac y Jacob, porque Moisés era descendiente de ellos. No obstante, Moisés argumentó con el Señor y dijo: “Oh Jehová, ¿por qué se encenderá tu furor contra tu pueblo, que tu sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y con mano firme” (v. 11). Moisés continuó su conversación con el Señor diciendo: “¿Por qué han de hablar los egipcios, diciendo: Para mal los sacó, para matarlos en los montes, y para raerlos de sobre la faz de la tierra? Vuélvete del ardor de tu ira, y arrepiéntete de este mal contra tu pueblo” (v. 12).
Cuando Moisés escuchó al Señor bajó del monte con dos tablas del testimonio en sus manos (v. 15). Cuando Josué oyó el ruido del pueblo que gritaba, él pensaba que era “un ruido de guerra en el campamento” (v. 17). No obstante, Moisés dijo: “no es voz de alaridos de fuertes, ni voz de alaridos de débiles; voz de cantar oigo yo” (v. 18). Cuando Moisés entró en el campamento y “vio el becerro y las danzas, se ardió la ira de Moisés, y arrojó las tablas de sus manos, y las quebró al pie del monte” (v. 19). Romper las tablas del testimonio indica que la ley había sido quebrantada. Antes de que se acabara la promulgación de la ley, ésta ya había sido quebrantada.
Cuando Moisés le preguntó a Aarón lo que él había hecho, él le mintió. Aarón dijo que él echó el oro en el fuego, y “de ahí salió este becerro” (v. 24). Debido a la condición tan lamentable del pueblo, incluyendo a Aarón, ¿cómo podía la promulgación de la ley ser otra cosa que una “noche” para ellos? Ellos estaban totalmente en la “noche”. No conocían a Dios, ni conocían el trato de gracia por la misericordia de Dios. Una vez más, vemos que a pesar de que Moisés la recibió, la ley significó una “noche” para los de la casa de Jacob.
El monte Horeb, donde fue dada la ley, tiene un doble significado. Primero, es el monte de Dios (3:1, 12; 4:27; 18:5; 24:13; Nm. 10:33; 1 R. 19:8). Este monte era el lugar en el cual el pueblo de Dios debía encontrarse uno a otro. En el monte Horeb, Aarón se encontró con Moisés (4:27). Jetro, el suegro de Moisés, también lo encontró en este monte (18:5).
El pueblo de Dios siempre debería encontrarse en el “día” de Su palabra. Si todos leemos la Biblia en el “día”, seremos llevados al monte Horeb. No obstante, si algunos están en el “día” en su lectura de la palabra y otros en la “noche”, habrá contienda, luchas. Para algunos creyentes, la Biblia es un libro “diurno”, y para otros, un libro “nocturno”. Durante siglos, los cristianos han luchado por la Biblia. Por supuesto, la Biblia no tiene la culpa. La responsabilidad está en la condición espiritual de los que leen la Palabra. Cuando los lectores están en la “noche” hacen de la Biblia un libro “nocturno” en su experiencia.
Los que nos acusan falsamente de enseñar herejía, están en la “noche”. Algunos pretenden que enseñamos la “evolución hacia Dios”, que enseñamos que los creyentes son vivificados y que llegan a ser Dios mismo. ¡Cuantas tinieblas! Otros niegan el hecho de que podemos permanecer en Dios y tenerlo en nosotros como morada. Dicen que los pecadores no pueden morar en Dios o que el Dios Todopoderoso y santo no puede morar en ellos. En realidad, insisten en que enseñar que esto es una herejía. Insiten en que los pecadores no pueden ser uno con Dios. Los que nos acusan así están totalmente en la “noche” religiosa. También están en la “noche” del hombre natural. No han entrado en el “día” de la revelación de Dios. Me pregunto: ¿cómo explicarían el hecho de que somos hijos de Dios? La Biblia revela claramente que como hijos de Dios, hemos nacido de El y poseemos Su vida y naturaleza. Según 2 Pedro 1:4, somos participantes de la naturaleza divina. Todos los que nos acusan de herejía deberían dar su interpretación sobre este versículo. Ciertamente el hecho de participar de la naturaleza divina implica el disfrute de ella. Esta interpretación está en el “día”. No obstante, para los que están en la “noche”, lo que enseñamos y predicamos es herejía. Algunos han ido tan lejos que han pretendido que es blasfemia enseñar que podemos ser un solo Espíritu con Dios y por tanto ser lo que Dios es. (1 Co. 6:17).
Cuando Moisés estaba en el monte con Dios, El fue infundido con Dios. Moisés no se dio cuenta de ello, pero esta infusión hizo resplandecer su rostro con luz divina. La misma luz que era un fuego que consumía y que aterraba la casa de Jacob fue una luz agradable que infundía Moisés. Esto indica que el hecho de que el fuego nos consume o nos infunde depende de nuestra posición y condición. Si estamos con aquellos que hacen ídolos y les ofrecen sacrificios, el fuego será aterrador para nosotros. Pero si permanecemos con Moisés, el fuego será disfrutable y nos infundirá. Entonces el fuego resplandecerá no sólo sobre nosotros, ni sólo a través de nosotros, sino que resplandecerá al mezclarse con nosotros.
Si se pone el hierro en el fuego, finalmente éste empezará a fundirse. La fundición del hierro es causada por la mezcla del fuego con el hierro. Cuando se echa hierro al fuego y el fuego penetra el hierro, el fuego y el hierro llegan a ser uno. No obstante, esta mezcla del fuego y del hierro no produce una tercera sustancia. Del mismo modo, decir que el hombre es mezclado con Dios no significa que esta mezcla produce una tercera entidad, que no es ni Dios ni el hombre. Los que nos acusan por nuestra enseñanza de la mezcla se encuentran en la “noche”. Para nosotros, la verdad de la mezcla es un aspecto maravilloso del “día”. No obstante, para los que están en la “noche”, no es más que una herejía. Por la misericordia del Señor, estamos en el “día”. Hemos visto ciertas cosas en la Palabra, y las disfrutamos. Disfrutamos de la infusión del Señor. Mientras permanecemos bajo el resplandor del rostro del Señor, Su elemento nos infunde. Además, puesto que la Biblia es el monte Horeb, el monte de Dios en nuestra experiencia, nos reunimos en este monte.
Como monte de Dios, el monte Horeb también es el lugar donde se encuentra a Dios (24:13, 15-18; 1 R. 19:8), el lugar para servirle a El (Éx. 3.12) y recibir su revelación y visión (3:1-3; 24:12-13; 1 R. 19:8-9).
Por tener un doble significado, el monte Horeb puede ser también el monte Sinaí (Éx. 19:11, 18, 20-24; 34:2-4; Gá. 4:24-25; Hch. 12:18-21). Aunque nos reunimos en el monte de Dios donde le servimos, y recibimos Su revelación y visión, para otros cristianos, este monte es el monte Sinaí. En el monte Sinaí, la pecaminosidad del pueblo de Dios queda expuesta, y se revela el límite que Dios les ha prohibido cruzar. En el monte Sinaí, el pueblo no puede ver a Dios, y tampoco puede recibir Su revelación ni visión. Por el contrario, ellos mismos se quedan expuestos y llegan a ver el límite que Dios ha establecido. Contrariamente a Moisés, ellos deben quedarse apartados.
En Exodo, vemos por lo menos tres clases distintas de personas se encontraban a distancias distintas del monte Horeb. Moisés, quizá acompañado por Josué, estaba en la cima del monte y recibía la infusión de Dios (Éx. 24:13; 34:29). Aarón, Nadab, Abihu y los setenta ancianos estaban en el monte adorando de lejos y mirando (24:1-9). Los hijos de Israel se encontraban al pie del monte, lejos y temblando (20:18, 21). Moisés recibía la infusión, y los demás estaban a una distancia, adorando y mirando y la mayoría estaba al pie del monte, temblando ¿Dónde está usted en su experiencia? ¿está siendo infundido, está vigilando, o está temblando? El lugar en el cual se encuentra depende de su posición y de su condición.