Mensaje 63
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Lectura bíblica: Éx. 19:10-24; 20:19-21; 32:1; Ro. 3:19; 5:13, 20; 7:7-8, 13; Gá 3:19, 23-24
En mi experiencia con el Señor, he descubierto un secreto, y quisiera compartirlo con ustedes. El secreto es éste: cuando usted lea que la Biblia le pide hacer cierta cosa, no diga: “Señor lo haré. Sólo te pido que me ayudes a hacerlo”. Por el contrario, dígale que usted lo ama, pero que no puede cumplir Sus requisitos. Por ejemplo, un joven dirá: “Señor, te amo. La Biblia me dice que honre a mis padres. Señor, te confieso que yo no puedo. Pero te amo a Ti y a Tu palabra. Y quiero permanecer en Ti”. Entonces el Señor le asegurará a este joven que a pesar de que él no puede honrar a sus padres, El lo hará en él. Simplemente debemos decir amén a la Palabra de Dios. Entonces el Señor hará en nosotros lo que jamás podríamos hacer nosotros mismos. ¡Cuán maravilloso es esto!
Este asunto de decir al Señor que lo amamos a El y a Su palabra, pero que no podemos hacer lo que la Biblia nos dice ciertamente no es un concepto natural ni religioso. No obstante, se basa en la economía de Dios. Si el Señor le pide que predique el evangelio del reino a las partes más remotas de la tierra, usted debería decir: “Señor te amo, y amo Tu palabra. Pero debo decirte, Señor, que ni siquiera puedo predicarle el evangelio a mi vecino, y mucho menos a las partes más remotas de la tierra. Pero Señor, te amo, y deseo permanecer contigo”. Si usted le dice esto al Señor, dentro de usted sentirá que aunque no puede cumplir este requisito, el Señor lo hará en usted y a través de usted. Entonces usted amará al Señor y a Su palabra y mientras permanece con El, El hará en usted lo que usted no puede hacer por sí mismo.
Cuando leí la Biblia hace muchos años, dije: “¡Amén! Haré todo lo que dice la Biblia”. Ahora cuando leo la Palabra, digo: “Señor, amo la Palabra y te amo a Ti. No obstante, Señor, Tú sabes que no puedo hacer lo que exige la Biblia. Ahora sé que todo lo que me pides, Tú lo harás por mí. Yo sé lo que está en Tu corazón. No tienes ninguna intención de que yo haga algo. Aunque me pidas ciertas cosas, Tu deseo es hacer estas cosas en mí. Tú simplemente deseas que yo te ame y que permanezca contigo. Cuanto más permanezco contigo, te amo, y te digo que no puedo hacer nada, más feliz te pones.
Al Señor le gusta que le repitamos que no podemos hacer lo que la Palabra nos exige. El desea guardarnos en Su presencia. Cuanto más permanecemos en El y le decimos que no podemos hacer nada, más feliz está El. Dios desea permanecer con nosotros para que nosotros, como Moisés en la cima del monte, recibamos Su propia infusión. Esto es lo que Dios desea hoy en día.
Dios no solamente nos ha dado los Diez Mandamientos y ciertas ordenanzas y preceptos. El nos ha dado toda la Biblia. ¿Trataremos hacer todo lo que la Biblia exige? Ciertamente no. Por el contrario, deberíamos permanecer con el Señor y decirle repetidas veces que lo amamos a El y a Su palabra, pero que no podemos hacer lo que exige la Biblia. El Señor anhela hacer por nosotros y en nosotros lo que nosotros no podemos hacer por nosotros mismos.
Hemos señalado que la promulgación de la ley difiere conforme a las distintas categorías de gente. Cuando la ley fue dada, Moisés se encontraba en la cima del monte experimentando la infusión divina; algunos estaban en el monte adorando de muy lejos, y la mayoría se encontraba al pie del monte temblando. Ni los que adoraban de lejos ni los que se encontraban al pie del monte pudieron cumplir el propósito de Dios. Sólo Moisés pudo cimplir el propósito de Dios, ya que experimentó la infusión divina. El fue el único que pudo cumplir el deseo del corazón de Dios.
Por ser infundido con Dios, Moisés llegó a ser un hombre de Dios, aun un Dios-hombre. Así como el hierro puede ser infundido con fuego y mezclado con él, también Moisés fue infundido con Dios y mezclado con El. Nosotros nos parecemos al hierro, y Dios se parece al fuego. Así como el hierro puede ser quemado por el fuego hasta que se funda, Dios desea que seamos quemados por El, infundidos y mezclados con El, hasta que resplandezcamos con El. Esta es la intención de Dios.
No importa dónde estemos en nuestra lectura de la Biblia, debemos decir: “Señor, te amo, y deseo permanecer contigo. Señor, acepto todo lo que dices. No obstante, no lo puedo hacer. Sin embargo, ahora conozco Tu estrategia. Tú harás todo por mí y en mí”. Si un hermano intenta por sí mismo amar a su esposa, no lo logrará. No obstante, si en lugar de intentar amar a su esposa, él permanece con el Señor y es infundido con El, automáticamente amará a su esposa. Ella puede encontrarse muy sorprendida por el amor que le tiene su esposo.
Puedo testificar que muchas veces he tomado la decisión de hacer ciertas cosas y lamentablemente fracasé. Pero en otras ocasiones, simplemente me abrí al Señor para ser infundido con El. Entonces me di cuenta de que el Señor podía hacer en mí lo que yo no era capaz de hacer por mí mismo. Esto es lo que Dios está buscando ahora.
Ahora debemos decir algo acerca del aspecto negativo de la función de la ley. La ley expone nuestra pecaminosidad (Ro. 5:13, 20; 4:15; 7:7-8, 11, 13; Gá. 3:19). La Biblia también tiene la función de exponer nuestra condición. Fuera de la ley no podemos conocer el pecado. Pero cuando la ley viene, el pecado queda expuesto.
Si andamos correctamente con Dios, la ley no sólo nos expondrá, sino que también nos someterá (Ro. 3:19). Cuando quedemos expuestos y sometidos, nos humillaremos ante Dios. Le diremos: “Señor, soy pecador e impuro. Cuánto te agradezco, Señor, por Tu redención. Te amo, y te agradezco por la sangre que me limpia y por Tu Espíritu que me purifica”. Por naturaleza, todos somos orgullosos. Si no tuviéramos la ley, jamás nos daríamos cuenta de lo pecaminoso que somos, y nunca estaríamos sometidos. Somos orgullosos delante de los demás y aun delante de Dios. No obstante, la ley, y la Biblia, cierran nuestras bocas. No tenemos ninguna posibilidad de justificarnos a nosotros mismos.
Según Gálatas 3:23-24, la ley guarda al pueblo escogido de Dios y lo lleva a Cristo. Una vez que somos llevados a Cristo, experimentamos la bendición. Después de recibir la iluminación, de ser sometidos, guardados, y llevados a Cristo, podemos recibirlo a El como vida. Entonces si permanecemos con Cristo, podemos disfrutarlo como nuestra persona.
Cristo es la corporificación de Dios. Cuando lo tenemos a El, tenemos a Dios. Cuando permanecemos en El, quedamos con Dios. Cuando somos uno con El, somos uno con Dios. Si permanecemos en Cristo, espontáneamente viviremos a Cristo. Podemos decir como Pablo: “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). Este vivir de Cristo equivale al resplandor de Dios como resultado de ser infundidos por El. Cuando el elemento de Dios es infundido dentro de nosotros, nuestro rostro resplandece con Dios, y cuando permanecemos con Cristo, lo vivimos espontáneamente.
La intención de Dios no consiste en dar mandamientos para que hagamos cosas por El. El concepto de hacer cosas por Dios es algo que proviene del hombre caído. Es también un concepto religioso. Después de crear al hombre, Dios no lo exhortó a hacer ciertas cosas por El. Por el contrario, El le dio al hombre un mandamiento relacionado con el comer. Dios colocó al hombre que había creado frente al árbol de la vida y le advirtió que no comiera del árbol del conocimiento del bien y del mal. Su intención era que el hombre comiera del árbol de la vida y por tanto recibiera a Dios dentro de él.
La Biblia revela que Dios creó al hombre como un vaso para contenerlo a El. Dios no le pidió a esta vasija que hiciera algo por El. ¿Quién haría un vaso esperando que hiciera ciertas cosas? Un vaso es un contenedor. La Biblia afirma que somos vasos de honor para gloria (Ro. 9:21, 23). Sólo Dios es honra y gloria; por esta razón, ser un vaso de honor y de gloria en realidad significa contener a Dios. El hombre fue creado por Dios para tomar a Dios dentro de él y contenerlo a El. Dios no creó al hombre con la intención de que el hombre hiciera cosas por El.
Contener a Dios significa expresarlo a El. Si llenamos un vaso con líquido rojo, expresará lo rojo del líquido. Un vaso claro será siempre la expresión de su contenido. Este es un principio fundamental y crucial en las Escrituras. Si nosotros, como vasos, contenemos a Dios, automáticamente lo expresaremos a El.
Después de la caída del hombre, Dios vino repetidas veces para hacer cosas por el hombre. Cuando Dios se apareció a Adán después de la caída, no fue con la intención de decirle lo que debía hacer. Por lo contrario, Génesis 3:15 nos enseña que el Señor profetizó y le dijo a la serpiente: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el calcañar”. El Señor prometió que la simiente de la mujer vendría para aplastar la cabeza de la serpiente. Después de hablar un poco más al hombre y a la mujer, les hizo “túnicas de pieles, y los vistió” (Gn. 3:21). Por haber caído, el hombre necesitaba una cubierta. Las túnicas de pieles con las cuales Dios cubrió a Adán y Eva señalan a Cristo como la verdadera cubierta. Esta cubierta era una señal de que un día, Dios colocaría al hombre caído en Cristo. El Nuevo Testamento dice que cuando somos bautizados en el nombre de Jesucristo, somos colocados en la persona misma de Cristo (Gá. 3:27). Aquí el punto es que en el libro de Génesis, Dios no apareció con la intención de decir al hombre lo que debe hacer. Por el contrario, Dios vino repetidas veces para hacer promesas indicando que Su intención era hacer algo por el hombre. Por nuestra parte, debemos simplemente volvernos a El, buscarlo, amarlo, ser uno y permanecer con El por Sus intereses. Entonces El lo hará todo por nosotros. Esta fue la situación de Abel, Enoc, Noé, Abraham, Isaac, Jacob y José. Estos hombres recibieron la promesa de Dios y lo experimentaron a El y vieron cómo El hizo cosas por ellos. La intención de Dios consiste en hacerlo todo por Su pueblo.
En los primeros diecinueve capítulos de Exodo, vemos que Dios viene para cumplir las promesas que El hizo en Génesis. Hemos señalado que en 19:4-6, Dios habló con gracia al pueblo, diciéndoles que El los había llevado sobre alas de águilas y los había traído a Sí mismo, que ellos serían Su posesión personal, y que El haría de ellos un reino de sacerdotes. No obstante, los hijos de Israel no conocían el deseo del corazón de Dios y declararon que harían todo lo que El exigiera. Por esta razón, Dios tuvo que darles ciertos mandamientos.
Muchos cristianos tienen el concepto de que el Antiguo Testamento es un libro de mandamientos, pero que el Nuevo Testamento no es un libro de mandamientos. En realidad, tanto el Nuevo Testamento como el Antiguo contienen mandamientos muy estrictos. Considere cuántos mandamientos se encuentran en los capítulos cinco, seis y siete del Evangelio de Mateo. Los mandamientos que dio el Señor en Su sermón del monte son más profundos y más elevados que los que encontramos en el Antiguo Testamento. Estos mandamientos son tan estrictos que ningún ser humano puede cumplirlos. En las Epístolas, encontramos más mandamientos. Si leemos el Nuevo Testamento detenidamente, veremos que los mandamientos dados a través de Moisés se repiten en las epístolas. Vemos eso también, por lo menos en principio, acerca del mandamiento sobre guardar el día del sábado. El libro de Hebreos habla del descanso del sábado venidero. Por tanto, el mandamiento acerca de guardar el sábado se repite no solamente de una manera antigua, sino de una manera nueva y más profunda.
Desde Exodo 19, la Biblia llegó a ser un libro lleno de mandamientos. Dios viene repetidas veces para mandar y poner requisitos. ¿Cuál es el propósito de Dios al hacer esto? Su propósito es que lo tomemos a El dentro de nosotros. Dios nos ha llamado con la intención de infundirse a Sí mismo dentro de nosotros. No obstante, el hombre caído no tiene este concepto. El concepto natural del hombre caído es el de hacer cosas por Dios. Puesto que este es el concepto del hombre, es necesario que Dios nos muestre cuan elevados son Sus requisitos. Su norma alcanza los cielos. No tenemos absolutamente ninguna posibilidad de satisfacerlas. Cuando consideremos la norma de Dios y luego nos miremos a nosotros mismos, seremos sometidos y diremos: “Señor, no lo puedo hacer”. Cuando digamos esto, el Señor contestará: “Me doy cuenta de que no lo puedes hacer. Déjame venir y cumplir Mis requisitos por Mí y en ti. Estoy dispuesto a hacerlo todo por ti, pero debes permitir que Yo entre en ti. Si me cierras la puerta, no tengo ninguna posibilidad de hacer nada en ti para cumplir Mis mandamientos. Yo debo estar en ti para hacer estas cosas”. Finalmente, somos constreñidos a abrirnos al Señor y a recibirlo a El.
Como ejemplo de los requisitos del Señor, considere Sus palabras en Mateo 5:48: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”. ¿Es capaz usted de cumplir esta palabra? Todo lo que podemos decir es: “Señor, soy una persona caída y pecaminosa. ¿Cómo podría ser perfecto como el Padre celestial es perfecto? Es imposible. No lo puedo hacer. No obstante, Señor, te amo, y amo Tu Palabra”. Si ésta es nuestra actitud hacia el Señor, el Señor tendrá la manera de entrar en nosotros y de cumplir este requisito en nosotros y por nosotros. Nuestra responsabilidad consiste en amarlo a El, en recibirlo a El, en permanecer con El, y en pasar tiempo con El para que El nos infunda consigo mismo en nuestro interior. No se preocupe por cumplir los requisitos de Dios. Abrase simplemente y recíbalo a El.
Por estar ciegos a causa del orgullo, muchos cristianos contemporáneos no ven la intención de Dios. Más bien, tienen una religión basada en obras y esfuerzos. De hecho, todas las religiones instruyen a la gente acerca de cómo hacer las cosas, cómo obrar, cómo comportarse y cómo mejorarse. No obstante, la Biblia recalca que necesitamos que Dios entre en nosotros y lo haga todo en nosotros y por nosotros. Si leemos las epístolas con esta luz, las entenderemos mucho mejor. Por ejemplo, en Filipenses 2:12 y 13, Pablo declara: “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, llevad a cabo vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros realiza así el querer como el hacer, por Su beneplácito”. En el versículo 12, Pablo nos exhorta a llevar a cabo nuestra propia salvación. La norma de esta salvación es Cristo, Aquel que se vació a Sí mismo, se humilló, fue obediente hasta la muerte, y fue exaltado hasta el cielo. Usted, ¿es capaz de llevar a cabo esta salvación? Debemos reconocer que ninguno de nosotros puede hacerlo. Podemos recibir la salvación de Dios, pero no somos capaces de llevar a cabo nuestra propia salvación. Esta es la razón por la cual Pablo afirma que Dios opera en nosotros tanto el querer como el hacer para Su beneplácito. Por nosotros mismos, no somos capaces de llevar a cabo nuestra propia salvación. No obstante, Dios opera en nosotros. Debemos abrirnos a El, cooperar y obrar con El. Por una parte, las epístolas contienen muchos mandamientos. Por otra parte, Dios desea entrar en nosotros y cumplir todos los requisitos que El nos exige.
En realidad, Pablo dio más leyes que Moisés. Los mandamientos que dio Moisés no son tan profundos y exigentes como los de Pablo. Por ejemplo, ¿exigió Moisés que un marido amara a su esposa, o que una esposa se sometiera a su marido? Moisés no dio estos mandamientos, pero Pablo sí. Un fariseo podía maltratar a su esposa y todavía jactarse de que él obedecía los mandamientos que dio Moisés, pues él no pidió claramente que un marido amara a su esposa. Del mismo modo, una mujer podía insistir en que ella obedecía la ley del Antiguo Testamento a pesar de no someterse a su propio marido. Esto indica que los mandamientos de Pablo son más difíciles de obedecer que los de Moisés. Cuando leemos todos estos mandamientos en el Nuevo Testamento, debemos abrirnos al Señor, recibirlo dentro de nosotros, y permitirle que haga todo en nosotros y por nosotros. Aprendamos a escuchar la Palabra del Señor y digamos: “Señor, te amo, pero no puedo cumplir eso. Me gustaría hacerlo, pero no puedo”. Entonces el Señor le dirá: “Solo te pido que te abras a Mí para que pueda entrar en ti y hacerlo todo por ti”. El que Dios venga a nosotros para hacerlo todo por nosotros y en nosotros es el concepto central en la Biblia acerca de los mandamientos que fueron dados.
Estoy muy agradecido al Señor por el cuadro de la ley que fue dada en el libro de Exodo. En este cuadro, vemos a Moisés, que fue llamado por Dios para recibir su ley. No obstante, Dios no empezó por dar a Moisés la ley. Por el contrario, primero El pasó tiempo para infundir a Moisés consigo mismo. Día tras día, durante un periodo de cuarenta días, Moisés fue infundido con Dios. Antes de dar la ley a Moisés, Dios se dio a Sí mismo a él. Esto describe claramente la intención de Dios. Dios no quiere que seamos como los hijos de Israel que temblaban en las tinieblas, al pie del monte. Ellos eran religiosos, pero no conocían a Dios ni tenían un corazón por El. Finalmente, pidieron a Aarón que hiciera ídolos de oro para que ellos los adorasen. Esta es la intención de Dios: que estemos en la cima del monte para experimentar Su infusión. Cuanto más El nos infunda, más posibilidad tendrá de hacerlo todo en nosotros y por nosotros para cumplir Sus mandamientos.