Mensaje 23
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Lectura bíblica: 1 Co. 3:5-17
En 3:6-7 Pablo habla de plantar y de regar: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento”. Plantar es ministrar e impartir la vida a alguien que está espiritualmente muerto y así vivificarlo. Cuando se imparte vida a una persona que está muerta en sus pecados, ella llega a ser una planta viva. Pablo impartió la vida en los corintios y así se constituyó padre de ellos en Cristo. En 4:15 dice: “Porque aunque tengáis diez mil ayos en Cristo, no tenéis muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio”. Antes de que Pablo fuera a Corinto, los corintios no eran plantas; eran pecadores muertos. Pero al visitarles, les impartió la vida, y ellos se volvieron plantas vivas. Esto es plantar en su primer aspecto.
En el segundo aspecto, plantar es poner las plantas vivas en contacto con la tierra apropiada y ubicarlas en ella. Ciertamente la tierra apropiada en la cual pueden crecer las plantas es la vida de iglesia. Por una parte, necesitamos aprender a impartir a Cristo en los pecadores predicándoles el evangelio en vida. Cuando Cristo se imparte en ellos, los pecadores llegan a ser plantas vivas. Por otra parte, necesitamos poner estas plantas en la tierra apropiada, en la vida de iglesia. Estos dos pasos constituyen la acción de plantar.
Plantar, regar y hacer crecer están relacionados con la vida, lo cual indica que los creyentes son la labranza donde Dios cultiva a Cristo. Los ministros de Cristo solamente pueden plantar y regar, y Dios es el único que da el crecimiento. Los creyentes corintios estimaban demasiado al que plantaba y al que regaba, y pasaban por alto al que daba el crecimiento. Por eso no crecían en Cristo, quien era Su vida.
Los creyentes corintios estaban bajo la influencia prevaleciente de la sabiduría filosófica de los griegos, y prestaban atención excesiva al conocimiento, descuidando así la vida. En este capítulo la intención de Pablo era volver su atención del conocimiento a la vida, señalándoles que él era quien alimentaba y plantaba, Apolos era quien regaba, y Dios era quien daba el crecimiento. En 4:15 aun les dijo que él era su padre espiritual, quien los había engendrado en Cristo por medio del evangelio. Desde el punto de vista de la vida, la perspectiva divina, ellos eran la labranza de Dios donde Cristo era cultivado. Esto está totalmente ligado a la vida, lo cual ignoran por completo los creyentes que son dominados por la vida natural, la vida anímica, los que yacen bajo la influencia de su propia sabiduría natural.
En el versículo 7 Pablo dice: “Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento”. En cuanto al crecimiento en vida, los ministros de Cristo, sean los que plantan o los que riegan, no son nada; Dios lo es todo. Debemos dejar de poner nuestros ojos en ellos y ponerlos únicamente en Dios. Esto nos libra de la división que resulta de estimar más a un ministro de Cristo sobre otro.
En la vida de iglesia todos debemos aprender no sólo a plantar, sino también a regar. De hecho, regar a otros es muy fácil. Digamos que un hermano viene a usted con un problema. No intente resolvérselo. En realidad, nosotros no podemos resolver problemas. ¿Acaso usted mismo no tiene muchos problemas sin resolver? Si usted no ha resuelto sus propios problemas, ¿cómo espera ayudar a los demás a resolver los de ellos? Así que, al regar a los santos, debemos olvidarnos de resolver sus problemas. La experiencia me ha enseñado que la mejor manera de regar a alguien es orar y leer algunos versículos con él. Por ejemplo, digamos que un hermano le cuenta un problema de trabajo o de familia. En lugar de hablar del problema, ore y lea la Palabra con él. Si lo hace, ambos serán regados. Usted sabrá que el hermano fue regado por el hecho de que usted mismo lo fue. Esta sensación es una prueba de que usted regó al hermano.
En nuestra relación con los demás, es demasiado el tiempo que desperdiciamos hablando cosas vanas. Los problemas no se resuelven discutiéndolos. Incluso si usted pudiera resolverlos, esto no le suministra vida al hermano ni le riega; más bien, le mata. Reitero, no debemos intentar resolver los problemas de los demás. Cuanto más lo intentemos, más problemas surgirán, y más nuestros esfuerzos infundirán muerte en los hermanos.
En nuestro contacto con los que vienen a tener comunión con nosotros, en lugar de involucrarnos con sus problemas, evitemos toda complicación. Dios es nuestro Padre, y al fin y al cabo El se encargará de todos los problemas. Lo que importa es que reguemos a otros. Hicimos notar que al orar y leer con un hermano, le regamos. En ocasiones, sencillamente orar con él es suficiente. Al orar, la persona es conducida al Señor, y nosotros entramos en una unión más profunda con El. Como resultado, ambos somos regados. Esta es una manera muy práctica de regar a los santos en la vida de iglesia.
En los versículos 6-7 Pablo habla no sólo de plantar y de regar, sino también de crecer. Da énfasis al hecho de que sólo Dios hace crecer. El crecimiento que se da en la labranza de Dios produce los materiales necesarios para el edificio de Dios. Si es Dios quien da el crecimiento, debemos dejar este asunto en sus manos. Nuestra responsabilidad no es ayudar a otros a crecer, sino plantar y regar. Cuando intentamos ayudarles a crecer, traspasamos el limite de nuestra responsabilidad. Nosotros no tenemos la capacidad de hacer que los santos crezcan. Ninguno puede hacer que otro creyente crezca. Ni siquiera Pablo pudo hacer esto. El entendía claramente que nosotros podemos plantar y regar, pero sólo Dios da el crecimiento.
Al plantar y regar debemos tener la certeza por fe de que Dios dará el crecimiento. Debemos creer que El está presente y que hará crecer todo lo que plantemos y reguemos. Si tenemos esta certeza, no intentaremos ayudar a otros a crecer.
Si intentamos ayudar a otras plantas a crecer, tal vez las dañemos y hasta las arranquemos. Una vez leí una anécdota acerca de un niño que le inquietaba que el césped de su patio no creciera bien. Queriendo ayudarle a crecer, arrancó muchas briznas del césped, y como resultado, en lugar de crecer el césped, se secó. Lo que hizo el niño muestra lo que hacen algunos santos en la vida de iglesia hoy. Los ancianos de algunas iglesias no plantan ni riegan, sino que, en su afán de ayudar a los santos a crecer, los arrancan. Cuanto más obran los ancianos de esta manera, menos crecen las plantas.
Es crucial que tengamos la plena certeza de que Dios dará el crecimiento a lo que plantemos y reguemos. Así que, después de plantar y regar, debemos reposar y no intentar ayudar a otros a crecer. El crecimiento no lo damos nosotros; lo da Dios. Mediante la vida de iglesia y de nuestro riego, Dios suministrará las plantas y las hará crecer. Si los santos permanecen en la vida de iglesia y son regados, Dios los hará crecer.
La iglesia no sólo es la labranza de Dios, sino también Su edificio. Al crecer nosotros en la labranza, producimos materiales preciosos para que se edifique la habitación de Dios en la tierra. La meta eterna de Dios es el edificio, el templo edificado con materiales preciosos sobre Cristo como el único fundamento. La edificación se lleva a cabo no sólo por personas tales como Pablo, Apolos y Cefas, sino también por medio de cada miembro del Cuerpo, según se revela en Efesios 4:16.
Hablando de la edificación, Pablo dice en 3:11-12: “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edifica oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca”. El fundamento es único, pero el edificio puede ser diferente porque los muchos edificadores tal vez usen materiales diferentes. Todos los creyentes corintios habían aceptado a Cristo como fundamento. Sin embargo, algunos creyentes judíos trataron de edificar la iglesia con los logros adquiridos en el judaísmo, mientras que algunos creyentes griegos trataron de usar su sabiduría filosófica. No eran como los apóstoles que edificaban con su conocimiento excelente y sus ricas experiencias de Cristo. La intención del apóstol en esta epístola era advertir a los creyentes de que no edificaran la iglesia con las cosas de su trasfondo natural. Debían aprender a edificar con Cristo, tanto en el conocimiento objetivo de Su persona como en la experiencia subjetiva, como lo hacía Pablo.
Hicimos notar que en el versículo 16 el templo se refiere a los creyentes colectivamente en cierta localidad, mientras que en el versículo 17, a todos los creyentes en el sentido universal. El templo único y espiritual que Dios tiene en el universo se expresa en muchas localidades en la tierra. Cada expresión es el templo de Dios en esa localidad. Además, el templo de Dios en el versículo 16 es la explicación del edificio de Dios mencionado en el versículo 9. El edificio de Dios es el santuario de Dios, el templo en el cual mora el Espíritu de Dios.
Los creyentes filosóficos griegos que estaban en Corinto no comprendían debidamente que la meta eterna de Dios era obtener el templo. En lugar de interesarse por dicha meta, a ellos les interesaba su filosofía, su cultura y su sabiduría. Además, les preocupaban sus intereses, preferencias y gustos personales, lo cual se comprueba por el hecho de que en 1:12 Pablo les dijera: “Cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo”. Esto indica que algunos preferían a Pablo; otros escogían a Apolos; mientras que para un tercer grupo, Cefas era de su agrado. Los creyentes de Corinto fijaron su atención en asuntos personales e individuales, pero pasaron por alto el edificio de Dios, Su meta eterna.
En el capítulo tres Pablo quería mostrarle a los corintios que la meta eterna de Dios era obtener el edificio. Esto significa que Dios no quiere que seamos individualistas, y por supuesto no desea que los santos tengan preferencias personales ni individualistas por Pablo, Apolos, Cefas ni siquiera por un Cristo limitado. A Dios le interesa el edificio; El desea que todos los creyentes en determinada localidad sean edificados como Su templo. Además, si vamos a ser edificados y así llegar a ser la habitación de Dios, debemos crecer, y para ello, necesitamos ser regados. Así que, el objetivo de plantar, regar y crecer es que se produzca la meta de Dios, el edificio.
Pablo tenía un claro entendimiento de la meta de Dios. Además, comprendía que los creyentes griegos de Corinto eran muy individualistas en sus conceptos y prácticas. La meta de Dios no es simplemente tener muchos creyentes individuales, sino obtener una labranza que cultive materiales para la edificación de Su santo templo para que sea Su habitación.
Debemos examinar el contexto histórico bajo el cual se escribió esta epístola a fin de entender por qué Pablo emplea las expresiones: labranza de Dios y edificio de Dios. A los creyentes griegos de Corinto no les interesaba la vida corporativa; antes bien, se dedicaban a sus objetivos personales e individuales, lo cual produjo la división. Las divisiones y el templo de Dios no pueden coexistir. Así que, después de que Pablo aborda algunos puntos esenciales en los capítulos uno y dos, indica en el capítulo tres que los corintios hicieron mal al ocuparse de sus intereses individuales y no del templo de Dios, Su edificio colectivo.
En 3:17 Pablo específicamente dice que el edificio de Dios, el templo, es santo; no es secular, mundano ni griego. En realidad, la palabra santo en este versículo está en contraste a todo lo griego. El santo templo de Dios es diferente de todo lo humano, lo secular y lo mundano; específicamente, de todo lo griego.
Al estudiar el contexto de los primeros capítulos de esta epístola comprenderemos que Pablo quería dejar bien claro en los creyentes corintios que el edificio de Dios es distinto de todo lo griego. Los creyentes griegos seguían valorando su sabiduría, su filosofía, su cultura y su modo de vivir. Tenían la cultura griega en muy alta estima. Pero Pablo les dice que el templo de Dios es santo, distinto de cualquier elemento griego.
En el versículo 16 Pablo subraya que el Espíritu de Dios mora en los creyentes, quienes son el templo corporativo de Dios. Pero mientras que los creyentes corintios fueran individualistas y siguieran preocupándose por sus propios intereses, en especial por su filosofía y su modo de vivir griegos, ellos no eran ni santos ni se conducían colectivamente. Como resultado, era imposible que experimentaran o disfrutaran al Espíritu que moraba en ellos. Si no llevamos una vida de iglesia corporativa, el disfrute que tenemos del Espíritu que mora en nosotros será muy limitado. Sin duda, el Espíritu mora en nuestro espíritu. Pero el nivel en que mora en la iglesia colectivamente es mucho más rico y más prevaleciente que el nivel individual.
Al examinar estas experiencias vemos que el concepto de Pablo es profundo. El pretende persuadir a todos los creyentes griegos, los cuales eran individualistas, a que se interesen por la vida de iglesia corporativa y no por sus intereses y preferencias personales.
En 3:11 vemos que Cristo es el único fundamento de la iglesia, el edificio de Dios, y que nadie puede poner otro fundamento. Sin embargo, algunos creyentes de Corinto tomaban a Pablo, a Apolos o a Cefas como fundamento. Al decir que eran de Pablo, de Apolos o de Cefas, en efecto declaraban que éstos eran su fundamento y su base. En 1:13 Pablo les pregunta: “¿Acaso fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?” Al hacerles estas preguntas, les mostraba que él no era el fundamento. Además, en 3:10 les dice: “Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como sabio arquitecto puse el fundamento”. El fundamento único no es ni Pablo ni Apolos ni Cefas, ni ninguna otra persona, sino Jesucristo, el Hijo de Dios.
El problema de los corintios era que ellos intentaban poner muchos fundamentos diferentes. En el capítulo catorce vemos que para algunos, hablar en lenguas era un fundamento. Esto indica que existe la posibilidad de que alguna práctica se convierta en un fundamento. Por esta razón, Pablo quería que los creyentes de Corinto comprendieran que él ya había puesto el único fundamento, el cual es Jesucristo.
En 1 Corintios 3:10 dice: “Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como sabio arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica”. Este versículo muestra que la iglesia es edificada no sólo por los ministros de Cristo, tales como Pablo, Apolos y Cefas, sino también por cada uno de los miembros del Cuerpo. Cada uno de nosotros debe ser un edificador.
No sólo debemos estar conscientes de que somos edificadores, sino también de que debemos mirar cómo edificamos sobre Cristo, quien es el único fundamento. Como veremos en otro mensaje, la iglesia, la casa de Dios, debe ser edificada con oro, plata y piedras preciosas, materiales preciosos producidos por el crecimiento de Cristo en nosotros. No obstante, como lo indica el versículo 12, existe un gran riesgo de que edifiquemos con madera, heno y hojarasca, los cuales se producen al conducirnos nosotros en la carne y en la vida natural. Por tanto, cada uno de nosotros, cada miembro del Cuerpo, debe mirar cómo edifica, es decir, con qué materiales edifica. Debemos edificar con oro, plata y piedras preciosas, y no con madera, heno ni hojarasca.