Mensaje 26
Lectura bíblica: 1 Co. 3:10-14
En este mensaje examinaremos el tema contenido en 3:10-14, a saber, la edificación con materiales transformados.
En 3:10-11 Pablo dice lo siguiente: “Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como sabio arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo”. En términos doctrinales, muchos cristianos entienden lo que significa no poner otro fundamento aparte de Jesucristo, pero al redactar estas palabras, Pablo no hablaba doctrinalmente. El se daba cuenta de que los corintios, al decir que eran de Pablo, de Apolos o de Cefas, en efecto ponían otro fundamento. El parecía decirles: “Creyentes de Corinto, no deben decir que son de alguien o de algo. Cristo, el fundamento único, ya fue puesto. El es Señor de ellos y nuestro, y Dios nos llamó a Su comunión. El es el único fundamento”.
Los cristianos frecuentemente ponen otros fundamentos además de Cristo. Por ejemplo, dar énfasis al bautismo por inmersión es hacer de éste un fundamento. Lo mismo aplica a alguien que promueve el hablar en lenguas. Cualquiera que afirme ser partidario de una persona, una doctrina o una práctica, pone otro fundamento. Esto es justamente lo que Pablo quería decir en los versículos 10 y 11.
Los diferentes fundamentos han sido la causa de las divisiones entre los cristianos. Son miles los fundamentos que se han puesto y aún se siguen poniendo más. No debemos decir que somos de una persona o que apoyamos cierta verdad. Expresar cosas así es poner otro fundamento; incluso causar división. Además, nadie en la iglesia de nuestra localidad debería profesar ser partidario de cierta verdad ni de cierta persona. Todos somos de Cristo y El es nuestra única elección. No obstante, no se descarta la posibilidad de que aun los santos que componen las iglesias locales pongan diferentes fundamentos. En cuanto a esto, me mantengo a la expectativa de lo que acontece, no en el cristianismo, sino en el recobro del Señor, ya que pudiera darse el caso de que aun los santos que aman al Señor y Su recobro profesaran ser partidarios de algunas verdades. Esto es lo que significa poner otro fundamento.
Lejos de poner otro fundamento, debemos edificar sobre el que ya fue puesto, a saber, Cristo. No debemos entender esto sólo de manera doctrinal, sino también de modo práctico y experimental. Por ejemplo, digamos que un hermano le dice a usted que, según su apreciación, la condición de la iglesia donde usted se reúne no es positiva. ¿Cómo le respondería? Su respuesta manifestará si usted está edificando sobre Cristo como el fundamento único. La mejor manera de contestar no es corregir al hermano ni discutir con él, sino orar y leer algunos versículos juntos. Con una persona así, lo que importa no es cuáles versículos escoge, sino que oren y lean con un espíritu viviente y lleno de las riquezas de Cristo. Si en lugar de discutir sobre el asunto tocan al Señor, la persona será regada y nutrida. No hay nada más eficaz que riegue y nutra a los demás que un espíritu viviente. Si su espíritu es viviente y está lleno de las riquezas de Cristo, las personas serán regadas y nutridas, no importa cuáles versículos oren y lean. Después de haber orado y leído con la persona, no habrá necesidad de discutir con ella tocante a la iglesia ni de intentar hacerla cambiar de parecer. Si persiste en decir que la condición de la iglesia no es positiva, deje que lo haga. Lo que necesita no es que se le corrija, sino que se le riegue y nutra. Cada vez que el hermano se presente a usted, sencillamente riéguelo y nútralo. En cierto sentido, una persona así está enferma espiritualmente, o tal vez tenga hambre o esté sedienta. El remedio para la enfermedad es ofrecerle algún medicamento, mientras que para su hambre y su sed, necesita alimento y agua. Cada ves que se pongan en contacto con él es una oportunidad para regarle y nutrirle. De esta manera, lo que usted le suministre se convertirá en el medicamento que le sane. Después de algún tiempo, habiendo sido nutrido y sanado, dejará de decir que la condición de la iglesia no es positiva, y se dará cuenta por sí mismo de que expresarse de esa manera es una insensatez.
Tener comunión con los demás con un espíritu ferviente y lleno de las riquezas de Cristo es edificar sobre Cristo como fundamento único y con El como elemento. Al relacionarnos con otros de esta manera, edificamos sobre Cristo y con El, y ellos son sólidamente edificados como la iglesia, como parte del Cuerpo. Esto es edificar sobre el fundamento ya puesto.
Me interesa mucho que los santos se den cuenta de que 1 Corintios no es un libro de doctrinas, sino que trata de problemas prácticos. Es un error pensar que dicho libro se basa en puntos doctrinales. Hasta cierto punto se puede decir esto con respecto a Efesios, pero no a 1 Corintios. Todo lo que Pablo expresa ahí, lo hace de manera práctica con el fin de resolver los problemas que existían entre los creyentes. Por tanto, cuando dice que Cristo es el fundamento único no debemos entender esto doctrinalmente, sino según la práctica y la experiencia. Por ejemplo, decir que somos partidarios de cierta persona o práctica equivale a poner otro fundamento. Expresarse así es muy delicado, pues pone otro fundamento y causa división. Por otro lado, ministrar a Cristo en otros es edificar sobre el fundamento ya puesto. Hacer esto requiere que tengamos experiencias espirituales. No es suficiente repetir de manera doctrinal los mensajes dados por el ministerio. Debemos impartirle a los demás no un Cristo doctrinal, sino al Cristo que hemos experimentado.
En el versículo 10 Pablo dice: “Pero cada uno mire cómo sobreedifica”. La iglesia se debe edificar con oro, plata y piedras preciosas. Pero existe un gran riesgo de que edifiquemos con madera, heno y hojarasca. Así que, cada uno debe mirar cómo edifica, es decir, con qué materiales.
Debemos mirar que no edifiquemos con ningún otro material que no sea Cristo. Esto significa que al dar un mensaje, un testimonio o al tener comunión con otros, debemos evitar darles algo que no sea Cristo. Además, no debemos compartirles un Cristo doctrinal, sino al Cristo que hemos experimentado. Tampoco debemos ministrar un simple conocimiento acerca de Cristo ni Su doctrina, sino a El mismo. En cualquier actividad que realicemos en la vida de iglesia debemos mirar que no ministremos nada que no sea el Cristo que hemos experimentado.
En el capítulo tres Pablo parece decir a los corintios: “Hermanos, miren cómo edifican sobre Cristo, quien es el fundamento. Dios desea obtener un edificio, un templo, pero miren que no edifiquen con la cultura griega, la filosofía o la sabiduría. Así mismo, los que salieron del judaísmo deben tener cuidado de no edificar con la cultura, la religión ni los conceptos judíos. Todos debemos aprender a ministrar a Cristo en los demás”. Esto es lo que significa mirar cómo edificar sobre el fundamento ya puesto.
Es muy fácil edificar sobre el fundamento cosas naturales o culturales, aun cuando no sea nuestra intención ni nos demos cuenta. Por ejemplo, es posible que edifiquemos con elementos estadounidenses, chinos o alemanes; incluso con elementos típicos de la cultura de nuestra región. Si ministramos al Señor en los demás de esta manera, demostramos con ello que somos negligentes, que no nos fijamos cómo edificamos. Como uno que vino de China, me cuido mucho de no edificar con ningún elemento chino, sino únicamente con Cristo. Es muy importante que al edificar sobre Cristo como fundamento, aprendamos a hacerlo con el Cristo que hemos experimentado. Son pocos los que edifican así entre nosotros. Me preocupa que lo único que hagan muchos hermanos sea repetir los mensajes de manera doctrinal. Lo que se necesita urgentemente es experimentar a Cristo de manera viviente, práctica y fresca. Edificar con el Cristo que hemos experimentado es mirar cómo edificamos.
En el versículo 12 Pablo dice: “Y si sobre este fundamento alguno edifica oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca”. El oro, la plata y las piedras preciosas representan las diversas experiencias de Cristo en las virtudes y los atributos del Dios Triuno. Con estos materiales los apóstoles y todos los creyentes espirituales edifican la iglesia sobre el único fundamento, Cristo. El oro representa la naturaleza divina del Padre con todos los atributos de ésta, la plata simboliza al Cristo redentor con todas las virtudes y atributos de Su persona y obra, y las piedras preciosas representan la obra transformadora del Espíritu con todos los atributos de dicha obra. Todos estos materiales preciosos son producto de nuestra participación de Cristo y del disfrute que tenemos de El en nuestro espíritu por medio del Espíritu Santo. Y sólo éstos sirven para el edificio de Dios.
La iglesia, como labranza de Dios donde se planta, se riega y se da el crecimiento, debería producir plantas. No obstante, los materiales adecuados para la edificación de la iglesia son oro, plata y piedras preciosas, los cuales son minerales. Esto comunica la idea de transformación. No sólo necesitamos crecer en vida, sino también ser transformados en vida, según lo revelan 2 Corintios 3:18 y Romanos 12:2. Esto corresponde al pensamiento que se haya en las parábolas del Señor en Mateo 13 con respecto al trigo, al grano de mostaza y a la harina (los cuales son vegetales) y al tesoro escondido en la tierra: el oro y las piedras preciosas (los cuales son minerales).
La iglesia es una labranza que produce oro, plata y piedras preciosas. Observemos que éstos son minerales que normalmente se extraen de la tierra. Lo extraño es que en el capítulo tres vemos una labranza que a su tiempo produce oro, plata y piedras preciosas. Esto implica que a medida que crecen las plantas en la labranza de Dios, éstas finalmente llegan a ser minerales. Por supuesto, las plantas son de naturaleza vegetal, pero al crecer se transforman en minerales. Así que, en este capítulo se ve el crecimiento en vida así como la transformación. Todo lo que se cultiva en la labranza de Dios finalmente sufre una transformación en su naturaleza. Dicha transformación no es un cambio externo, sino un cambio interno, orgánico y metabólico. Según el Nuevo Testamento, la transformación es un metabolismo, un proceso en el que un nuevo elemento se añade a nuestro elemento viejo y lo reemplaza. Por consiguiente, la transformación es un cambio metabólico. Primero somos plantas, pero con el tiempo llegamos a ser minerales. Los que tienen la suficiente experiencia del crecimiento y de la transformación pueden testificar que si crecemos debidamente, la transformación seguirá automáticamente. El crecimiento produce la transformación e incluso llega a ser la transformación misma. Cuanto más crecemos como plantas, más nos transformamos en minerales.
Así como un niño necesita alimento para crecer, nosotros, las plantas de la labranza de Dios, necesitamos el elemento que nos hace crecer; necesitamos al Dios Triuno: al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Nosotros no crecemos por medio de las doctrinas ni al recibir consejos ni aliento objetivamente; crecemos mediante el Dios Triuno y con El como elemento. Crecemos con la persona viva de Dios. Si queremos edificar sobre Cristo como el único fundamento, necesitamos el oro, la plata y las piedras preciosas, los cuales se producen al crecer nosotros con la persona viviente del Dios Triuno.
De manera práctica, ¿qué significa edificar con oro? Digamos que un hermano viene a usted en busca de comunión. Este hermano es humilde, benévolo y cariñoso. No obstante, usted percibe que él es una persona natural cuyas virtudes provienen de sí mismo. De nada servirá que usted intente darle doctrinas diciéndole: “Hermano, usted es muy natural en sus virtudes así como en su comportamiento”. En lugar de hablarle así, debe suministrarle de manera que él se dé cuenta que sus virtudes son naturales, algo que obtuvo de nacimiento, y que no contienen el elemento divino. Debe pedirle al Señor que lo dirija y le dé las palabras para que sepa cómo ministrarle debidamente. A su tiempo y con su ayuda, el hermano se dará cuenta de que sus virtudes humanas no contienen ni un ápice de la naturaleza de Dios, y que su amor, benevolencia y humildad no contienen el oro divino, sino que son simplemente la madera de su humanidad natural. Ministrar a otros de esta manera requiere que tengamos la debida experiencia. Entonces podremos impartir el oro, la naturaleza divina, en los santos. Habiendo recibido dicha impartición, el hermano empezará a desaprobar sus virtudes naturales. Cada vez que sea humilde o benévolo de manera natural, dirá: “Esto no es otra cosa que mi virtud natural; la condeno porque no contiene nada de Dios”. Por supuesto, este concepto es totalmente diferente al que prevalece entre los cristianos hoy. La religión alienta a los creyentes a que desarrollen las virtudes naturales. Pero para el edificio de Dios se necesita el oro; necesitamos que se nos añada la naturaleza divina.
La plata representa la obra redentora de Cristo, lo cual también requiere que lo entendamos según la experiencia. Cuanta más experiencia tengamos, más conoceremos el oro y la plata. Si buscamos más del Señor, con el tiempo nos daremos cuenta de que, no importa lo que seamos en nuestro ser natural, somos personas caídas en cuya bondad y amor existe el elemento pecaminoso, lo cual indica que estamos completamente caídos. La naturaleza de todo lo que somos y tenemos es caída y necesita ser redimida por Dios.
Según el Nuevo Testamento, la redención que Dios efectúa primeramente nos aniquila. Cuando Cristo murió en la cruz para redimirnos, lo primero que hizo fue darnos fin. Y a todo lo que Cristo da muerte, también lo redime, es decir, lo devuelve a Dios. Así que, la devolución a Dios ocurre después de la aniquilación. Todo lo que Cristo aniquila, lo redime y lo devuelve a Dios, y luego lo reemplaza consigo mismo. Por consiguiente, la redención incluye ser aniquilados, ser devueltos a Dios y ser reemplazados con lo que Cristo es. Esto constituye la definición correcta y completa de la redención según el Nuevo Testamento.
Cuando Cristo nos redime, El nos pone fin, nos devuelve a Dios y nos reemplaza consigo mismo. En esto consiste Su obra redentora. Ya vimos que todo lo que tenemos y somos está bajo el efecto de la caída. Pero al ser aniquilados y devueltos a Dios, comienza a ocurrir un reemplazo dentro de nosotros. Cristo como Espíritu vivificante entró a nosotros y gradualmente nos reemplaza consigo mismo. A esto se debe que Pablo diga en Gálatas 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe, la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí”. En este versículo vemos los tres pasos: la aniquilación, el reemplazo y la devolución a Dios.
Si experimentamos debidamente la redención que Cristo efectuó, cuando nos relacionemos con los santos, les impartiremos la realidad de dicha redención y así les será añadida la plata. Esto es lo que significa edificar con plata.
Esta edificación eliminará gradualmente la muerte que hay en la vida de iglesia. Cada iglesia local es afectada por la muerte, la cual proviene de los chismes, las críticas y hasta de las virtudes naturales. ¿Cómo puede ser absorbida dicha muerte? Únicamente edificando con oro y con plata. Cada vez que usted ministra el oro y la plata a los santos, aniquila los microbios que hay en ellos, y los santos son nutridos. La plata es un antibiótico divino que mata todos los microbios. Al ministrar de esta manera, la muerte será absorbida por la vida, en la cual están incluidos el oro y la plata: la naturaleza de Dios y la obra redentora de Cristo.
Las piedras preciosas son la totalidad del oro y de la plata. Cuando experimentamos la naturaleza de Dios y la obra redentora de Cristo, somos transformados por el Espíritu. Si impartimos el oro y la plata en los santos, el resultado será las piedras preciosas, es decir, la obra transformadora del Espíritu. En otras palabras, el Espíritu Santo nos transforma metabólicamente mediante la naturaleza divina y con la cruz. De esta manera llegamos a ser piedras preciosas.
En el capítulo tres Pablo en efecto dice a los corintios: “Hermanos, en lugar de edificar la iglesia de su localidad, la están destruyendo y derribando. Ustedes no están edificando con oro, plata ni piedras preciosas, sino con madera, heno y hojarasca. Están edificando con cosas griegas; con el hombre natural, la cultura, la filosofía, la sabiduría, los hábitos y las costumbres. Al hacer esto destruyen el templo de Dios, y Dios los destruirá a ustedes. Les insto a que dejen de edificar con la humanidad y la cultura griegas, que eviten todo lo que sea griego y que en el espíritu mezclado impartan el oro (la naturaleza divina del Padre), en los demás, y la plata (la experiencia de la cruz de Cristo). Esto producirá piedras preciosas, un cambio metabólico efectuado por la obra transformadora del Espíritu Santo”. Esto es edificar con el Dios Triuno sobre Cristo como el único fundamento.
El hecho de que Pablo mencione sólo tres categorías de materiales valiosos, a saber, el oro, la plata y las piedras preciosas, es muy significativo, pues éstos corresponden a los tres del Dios Triuno. El oro alude a la naturaleza de Dios el Padre, la plata, a la obra redentora del Hijo, y las piedras preciosas, a la obra transformadora del Espíritu Santo. Esto se refiere a la experiencia que tenemos del Dios Triuno, quien llega a ser el suministro con el cual ministramos a los santos y los materiales con los cuales edificamos la iglesia. Edificar la iglesia con estos materiales preciosos, y no con nuestro hombre natural ni con nuestra cultura, equivale a mirar cómo edificamos sobre Cristo. De esta manera, la edificación que realicemos no destruirá el templo de Dios, ni tampoco seremos destruidos por El.
En 3:13 Pablo dice: “La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego es revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego mismo la probará”. La expresión, el día se refiere al día de la segunda venida de Cristo, cuando El juzgará a todos Sus creyentes (4:5; Mt. 25:19-30; 2 Co. 5:10; Ap. 22:12).
El fuego del versículo 13 denota el fuego del juicio del Señor (Mal. 3:2; 4:1; 2 Ts. 1:7b, 8; He. 6:8), que pondrá de manifiesto la obra de cada creyente y la probará y juzgará. No se refiere al fuego del purgatorio como lo interpreta pervertidamente el Catolicismo. Ninguna obra de madera, heno y hojarasca podrá resistir aquella prueba, sino que será consumida.
En el versículo 14 Pablo añade: “Si permanece la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa”. La obra que permanece tiene que ser de oro, plata y piedras preciosas, los cuales son el producto de los fieles ministros de Cristo. Tal obra será recompensada por el Señor, quien vendrá y juzgará. La recompensa se basa en la obra que el creyente realiza después de ser salvo, y es diferente de la salvación, la cual se basa en la fe en el Señor y en Su obra redentora.