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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 1 Corintios»
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Mensaje 56

LO TOCANTE A LA CENA DEL SEÑOR

(3)

  Lectura bíblica: 1 Co. 11:17-32

EN MEMORIA DEL SEÑOR

  Leamos 1 Corintios 11:24-25: “Y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Esto es Mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en memoria de Mí. Asimismo tomó también la copa, después de que hubieron cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto establecido en Mi sangre; haced esto todas las veces que la bebáis, en memoria de Mí”. En la frase “en memoria de Mí”, la preposición griega traducida “en” denota un resultado.

  Tomar la cena del Señor en memoria del El significa que lo hacemos con el propósito de recordarlo. Pero además de esto, la preposición griega traducida “en” indica que el resultado de tomar la cena del Señor es que hacemos memoria de El. Por ejemplo, tal vez vengamos a participar de la cena del Señor con la intención de recordar al Señor, y que al final éste no sea el resultado; en lugar de hacer memoria de El adecuadamente, es posible que resulte en que seamos disciplinados. Los creyentes corintios supuestamente se reunían para recordar al Señor. Pero el resultado era completamente diferente. No comían ni bebían en memoria del Señor, sino para su propio juicio.

  En el capítulo once Pablo exhortaba a los corintios a tomar la cena del Señor de una manera que se hiciese memoria del Señor y que no les trajera juicio a ellos. Cuando tomamos la cena del Señor, nosotros también corremos el riesgo de acarrear nuestro propio juicio, en lugar de tomarla en memoria del Señor.

  En estos versículos, el significado que comunica la palabra “en” es muy profundo. Alude más a un resultado que a un propósito. ¿Cuál será el resultado de comer la cena del Señor? ¿Haremos memoria de El o recibiremos juicio por hacerlo indebidamente? Esta era la exhortación que Pablo hacía a los corintios.

  Se supone que comemos la cena del Señor con el propósito de satisfacerlo a El. Pero los corintios, en lugar de congregarse para la satisfacción de El, buscaban satisfacerse a sí mismos. El hecho de que algunos se embriagaban demuestra que ellos estaban más interesados en su propio deleite (v. 21). Venir a la mesa del Señor con la intención de recibir satisfacción para nosotros mismos va en contra del principio de Su cena. No debemos venir a la cena del Señor con este propósito, sino con el deseo de satisfacer al Señor.

  No debemos recordar al Señor de forma superficial; esto no le satisface. Lo que a El le agrada es que el participar de Su cena dé por resultado que hagamos memoria de El. Lo primero es superficial, pero lo segundo es profundo. Recordar al Señor es algo momentáneo; puede durar solamente mientras comemos Su cena. Pero tomarla en el sentido que lo indica la preposición griega es acudir a ella con el propósito de recordar al Señor, y una vez que se termina la cena, seguimos haciendo memoria de El. Recordar al Señor es lo que resulta de comer la cena, y perdura después de que la comemos.

UNA CONMEMORACION RELACIONADA CON LA ADMINISTRACION DIVINA

  Lo que expresa Pablo en el capítulo once está relacionado con lo que el Señor dice en Mateo 26:29: “Pero os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de Mi Padre”. Este versículo se encuentra en Mateo, el evangelio que trata del reino, el cual está ligado a la administración de Dios. Comer la cena del Señor debe redundar en una conmemoración que esté estrechamente relacionada con la administración divina.

  Cuando usted toma la cena del Señor, ¿redunda esto en la administración de Dios? Si no es así, su participación de ella es muy superficial. Mientras un creyente está en la mesa del Señor, tal vez diga para sí: “Oh, me doy cuenta de que el Señor murió por mí. Ahora en este día del Señor, Su amor me constriñe a recordarle comiendo Su cena. Mientras como, lo recuerdo a El. Recuerdo Su encarnación y cómo nació de una virgen en Belén. Recuerdo cómo creció en la ciudad de Nazaret, cómo padeció y fue perseguido, traicionado, juzgado, condenado y sentenciado a muerte en la cruz. Recuerdo particularmente que El murió en la cruz por mis pecados”. Aunque esta conmemoración es correcta, no tiene nada que ver con el reino, con la administración de Dios. Una vez que termina la cena, termina también la memoria que hacemos de El. Si esta es nuestra experiencia, participamos de la cena del Señor de un modo muy superficial. La manera auténtica de comer la cena del Señor debe redundar en la administración de Dios, en Su reino.

  La manera en que participamos de la cena del Señor debe estar ligada al reino. Cada vez que la tomamos debe dar por resultado un recuerdo continuo de El; tiene que redundar en el reino, en la administración de Dios. En otras palabras, la manera en que comemos la cena del Señor debe satisfacerle a El de modo que contribuya al establecimiento del reino, es decir, que conduzca a que nosotros y todo lo relacionado con nuestra persona armonice con la administración de Dios. Esto no se logra rápidamente, sino que se realiza mediante un proceso que está todavía por venir. Este proceso venidero es en realidad el establecimiento del reino de Dios, la administración de Dios, en la tierra.

PROBARSE Y EXAMINARSE A UNO MISMO

  La relación que existe entre la cena del Señor y la administración de Dios es algo tan importante que Pablo exhorta a los corintios a probarse a sí mismos y a discernir el cuerpo (vs. 28-29). Si no nos probamos a nosotros mismos ni discernimos el cuerpo, corremos el riesgo de que nuestra participación de la cena no resulte en recordar al Señor. Debemos probarnos a nosotros mismos para ver si tenemos una posición correcta, y debemos también discernir el cuerpo. Entonces, comeremos la cena del Señor de manera que satisfaga plenamente al Señor y que contribuya al cumplimiento de la administración de Dios. Esta es la manera adecuada de comer la cena del Señor.

  Quizás usted se pregunte cómo puede nuestra participación de la cena del Señor resultar en el establecimiento de la administración de Dios. Como cristianos, hemos sido salvos, hemos nacido de Dios para ser Sus hijos, y hemos entrado en el reino de Dios. Este hecho lo presenta Juan 3:3 y 5. Si no hubiéramos nacido del Espíritu, no podríamos entrar en el reino. La regeneración por consiguiente nos introdujo en el reino de Dios y nos hizo miembros del Cuerpo de Cristo. Debemos tener presente que fuimos regenerados para ser hijos de Dios, ser introducidos en el reino y ser miembros del Cuerpo de Cristo. Una vez que tenemos esta comprensión, debemos preguntarnos cuál es el propósito de todo esto. ¿Qué fin tiene que hayamos sido regenerados para ser introducidos en el reino y ser miembros del Cuerpo? La respuesta es que fuimos regenerados con el fin de llevar una vida dedicada al reino de Dios y al Cuerpo de Cristo. El reino y el Cuerpo deben ser la meta de nuestra vida.

  Los cristianos no estamos aquí simplemente para llevar una buena vida. Muchos creyentes aman al Señor, pero no se dan cuenta de que la meta de su vida es el reino de Dios y el Cuerpo de Cristo. Dedicarse al reino de Dios y al Cuerpo de Cristo es dedicarse a la administración de Dios. Hoy la administración divina la llevan a cabo el reino y el Cuerpo. Debemos consagrar nuestra vida diaria a esto mismo, y reunirnos el primer día de la semana con el propósito de tomar la cena del Señor y con la esperanza de llevar una vida dedicada al reino de Dios y al Cuerpo de Cristo. Si entienden esto, ustedes sabrán cómo nuestra participación de la cena del Señor puede resultar en un rico deleite para el Señor.

  En cuanto al significado de la mesa del Señor y de Su cena, es posible que todavía estemos bajo la influencia de nuestro trasfondo religioso. Puede ser que nuestra mente esté tan saturada de pensamientos y conceptos tradicionales que no tengamos capacidad para recibir nada nuevo. Es posible que seamos como un vaso lleno hasta el borde sin capacidad para nada más. Usando otro ejemplo, tal vez nuestra mente sea semejante a un edificio de apartamentos cuya entrada exhibe un rótulo que dice: “No hay cupo”. Es posible que sin darnos cuenta levantemos un aviso que diga: “No hay cupo: no tengo capacidad para entender nada más con respecto a la cena del Señor”. Me preocupa que éste sea el caso de la mayoría de los santos.

ANUNCIAR LA MUERTE DEL SEÑOR

  En 11:26 Pablo dice: “Pues, todas las veces que comáis este pan, y bebáis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que El venga”. En la mesa del Señor, mientras comemos y bebemos, hacemos una declaración; anunciamos la muerte del Señor hasta que El venga. Anunciar significa proclamar, declarar, o exhibir. En el mundo religioso, sea éste el catolicismo o el protestantismo, dudo que haya una persona que entienda que el objetivo de las llamadas misas o servicios de santa comunión sea anunciar la muerte de Cristo, exhibirla al universo. Los que asisten a la misa o a servicios de comunión automáticamente piensan en la muerte de Cristo. Es posible que incluso algunos pastores apoyen este concepto en sus predicaciones. Así, la gente piensa espontáneamente que participar de la santa comunión significa simplemente recordar la muerte del Señor. Este es un concepto natural.

  No obstante, ni el apóstol Pablo ni el Señor Jesús deseaban que recordásemos la muerte de Cristo. El Señor Jesús dijo: “Haced esto en memoria de Mí”. No debemos participar del pan y de la copa en memoria de algo, sino en memoria de la viva persona del Señor. Como vimos, esto significa que nuestra participación debe resultar en una conmemoración de El. Recordar al Señor mismo es algo importante. Desgraciadamente, la mayoría de los cristianos no se dan cuenta de que al tomar la santa comunión deben recordar al Señor, y no simplemente lo que El logró por nosotros. No debemos recordar nada que no sea Cristo mismo.

  Se nos pide que recordemos al Señor, no que recordemos Su muerte. En el versículo 26 vemos que debemos anunciar la muerte del Señor. En lugar de recordar la muerte de Cristo, debemos más bien anunciarla, declararla, exhibirla, incluso delante de todos los ángeles, los demonios, los seres humanos y las criaturas. Debemos anunciar, declarar, la muerte del Señor hasta que El venga. En este versículo, la palabra “hasta” es significativa, pues apunta al reino.

LAS DOS VENIDAS DE CRISTO

  El versículo 26 habla de la muerte del Señor y de Su regreso. Entre éstos dos existe un intervalo, el cual lo llena la iglesia. Podríamos decir que la iglesia es el puente que conecta la muerte del Señor con Su venida. Por lo tanto, la iglesia abarca el intervalo y se extiende de lado a lado; esto significa que ella es la continuación de la muerte del Señor e introduce Su regreso. Sin la iglesia, no habría nada que conectara el intervalo, es decir, nada que uniera la muerte del Señor con Su venida.

  La meta de la primera venida de Cristo fue Su muerte, pero ¿cuál será la meta de Su segunda venida? La respuesta está en Mateo 26:29, donde el Señor, mientras establecía Su cena, dijo que no bebería del fruto de la vid hasta que lo bebiera nuevo con nosotros en el reino de Su Padre. Esto indica que Su segunda venida tiene una meta, y esta meta es el reino.

  El Señor tiene un propósito con cada una de Sus venidas. El propósito de Su primera venida fue morir para efectuar la redención que lo incluyó todo, mientras que el objetivo de Su segunda venida consiste en establecer el reino de Dios.

  No debemos pensar que entendemos cabalmente las palabras de Pablo cuando dice, “Anunciad la muerte del Señor hasta que El venga”, tampoco debemos entenderlas superficialmente. Es muy significativo que Pablo haya escrito estas palabras. No las escribió según Su opinión. En el versículo 23, él escribe: “Porque yo recibí del Señor lo que también os he transmitido”. Lo que Pablo escribió a los corintios fue lo mismo que él había recibido del Señor. Por esta razón los referí a Mateo 26. Cuando el Señor estableció Su cena, El relacionó Su regreso con el reino del Padre.

  Es de vital importancia que entendamos que existen dos venidas con respecto a Cristo. En Su primera venida El realizó algo muy importante: murió para efectuar una redención que lo incluyó todo. Después de Su muerte, El se fue a recibir el reino. Esto se revela en el Nuevo Testamento y también en el libro de Daniel. En Daniel 7:13-14, el profeta miraba que “con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria, y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido”. En Lucas 19:12, el Señor habló una parábola en la que se compara a Sí mismo a “un hombre de noble estirpe” que “se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver”. Además, tanto en el libro de Daniel como en los evangelios, descubrimos que el Señor regresará después de recibir el reino. El volverá con el reino y lo establecerá para que Dios lleve a cabo Su administración universal.

EL PRODUCTO DE LA MUERTE DE CRISTO

  Entre las dos venidas del Señor, las cuales tienen una meta cada una, existe un gran lapso. Este lapso es la edad de la iglesia. La redención todo inclusiva del Señor produjo algo especial: la iglesia. En Juan 12:24 el Señor dice: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. El Señor parecía decir: “Yo soy el grano de trigo. Si no caigo en la tierra y muero, quedaré solo. Pero Mi deseo es sembrarme en la tierra y morir. Luego, Me levantaré en resurrección para producir muchos granos”. Esto es precisamente lo que sucedió por medio de la muerte y la resurrección del Señor. El produjo muchos granos, y éstos deben formar un solo pan, el cual es la iglesia. Por consiguiente, la iglesia es el producto especial que logró la muerte todo inclusiva del Señor. La muerte de Cristo produjo la iglesia, y la iglesia traerá el reino.

  Al principio de su ministerio, el hermano Nee subrayó que el Nuevo Testamento enseña tres temas importantes: la cruz, la iglesia y el reino. El nos explicó claramente que la cruz produce la iglesia, y que la iglesia establece el reino. La iglesia introducirá el reino como la administración de Dios en la tierra. La cruz fue el resultado de la primera venida, y el reino está relacionado con Su segunda venida. Pero entre estas dos venidas está la iglesia, la cual fue el producto de la primera venida. La iglesia traerá el reino a la tierra en la segunda venida de Cristo. Ahora debemos ver que en el versículo 26, anunciar la muerte del Señor hasta que El venga equivale a anunciar la existencia de la iglesia para que se establezca el reino.

  En 11:29 Pablo pasa al tema de discernir el cuerpo. Los que no disciernen el cuerpo comen y beben juicio para sí mismos. No discernir el cuerpo indica que se pasa por alto a la iglesia. Es rotundamente erróneo venir a la cena del Señor sin darle la debida atención a la iglesia. La iglesia es el Cuerpo místico de Cristo, y Cristo mismo es la Cabeza. En Su ascensión, Cristo fue hecho Cabeza de todo el universo, y la iglesia que El produjo mediante Su muerte es Su Cuerpo.

LA CABEZA OPERA POR MEDIO DEL CUERPO

  Al tener un cuerpo físico, nosotros los seres humanos podemos hacer muchas cosas. Si no tuviésemos un cuerpo, no podríamos llevar a cabo ciertas actividades. Bajo el mismo principio, el objetivo del Cuerpo místico de Cristo, la iglesia, es llevar adelante el mover de Cristo en la tierra. Aunque la Cabeza se fue, el Cuerpo permanece en la tierra. La Cabeza ahora opera la administración de Dios por medio del Cuerpo.

  La historia demuestra que el Cuerpo ha sido dividido y paralizado. Aun cuando Pablo escribió esta epístola, la expresión del Cuerpo en Corinto había sido fragmentada. Por esta razón él habla de divisiones y partidos (vs. 18-19) en el capítulo once. Esto indica que el Cuerpo se había enfermado. Entre los creyentes corintios, algunos se habían enfermado y otros habían muerto, simplemente porque el Cuerpo había sido dividido (v. 30). Ellos no habían discernido el Cuerpo. No se habían preocupado debidamente por él. La enseñanza que nos deja esto es que debemos dar al Cuerpo, la iglesia, la debida importancia. Además, es preciso que veamos que la iglesia sirve de puente entre la primera y la segunda venidas del Señor. Este puente es también la autopista que nos lleva de la muerte del Señor al reino de Dios. Sin este puente, esta autopista, no sería posible pasar del lado de la muerte de Cristo al otro lado, al reino de Dios. La única conexión, el único puente es la iglesia. Por consiguiente, debemos discernir el cuerpo, lo cual significa que jamás debemos dañar este puente. No obstante, hoy son muchos los cristianos que no le dan la debida importancia a este puente, y muchos otros incluso lo han dañado.

POR QUE COMEMOS LA CENA DEL SEÑOR

  Ahora debemos seguir adelante y ver por qué debemos comer la cena del Señor. En este mensaje hemos recalcado que debemos participar de ella en memoria del Señor, es decir, no sólo con el propósito de recordarlo a El, sino también con el deseo de que éste sea el resultado. Debemos venir a la cena del Señor esperando un resultado: que hagamos memoria de El en torno a Sus dos venidas. Debemos recordar que El vino la primera vez para efectuar la redención todo inclusiva y para producir la iglesia, y que en la segunda vez El viene para establecer el reino, para que así Dios y nosotros podamos llevar a cabo el recobro del Señor. Sin el reino, Su recobro no puede avanzar. Así que, al comer la cena del Señor, nuestro objetivo es hacer memoria de El en torno a Su primera y Su segunda venidas.

  Recordar al Señor de esta manera verdaderamente lo satisface. El Señor vino y murió en la cruz para producir la iglesia. El está muy contento con lo que realizó y produjo. Ahora, El está en los cielos llevando a cabo Su ministerio celestial para luego regresar a la tierra con el reino de Su Padre. Pero ¿quién cooperará con El en la tierra? ¿Quién responderá a la operación que Cristo lleva a cabo en los cielos? Solamente la iglesia. Si el Señor no tuviese la iglesia, El probablemente estaría triste allá en los cielos, pues no habría nadie en la tierra que cooperara con El en llevar a cabo lo que El está ministrando.

  La iglesia es verdaderamente lo que satisface a Cristo. Cada vez que venimos para comer la cena del Señor, anunciamos Su muerte, declaramos a todo el universo que el Señor Jesús vino, que murió en la cruz para efectuar una redención perfecta, y que Su muerte produjo la iglesia. Ahora somos la iglesia, Su Cuerpo, que responde al ministerio que El realiza en los cielos y que coopera con El. Hacemos esta declaración cada vez que comemos Su cena el primer día de cada semana. Mientras haya un pueblo en la tierra que responda al ministerio celestial de Cristo, El podrá traer el reino de Dios a la tierra. Esto satisface al Señor y lo alegra.

  La cena del Señor por tanto debe recordarnos que el objetivo por el cual existimos es satisfacer al Señor. Sí, el propósito de la cena es que la comamos, pero no para nuestra propia satisfacción, sino para la del Señor. Participamos de la cena del Señor para satisfacerlo a El. La cena del Señor nos recuerda que debemos llevar una vida de iglesia que establezca el reino y satisfaga al Señor Jesús. Por consiguiente, la cena satisface al Señor con relación al reino, a la administración de Dios.

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