Mensaje 64
Lectura bíblica: 1 Co. 1:2; 6:17; 14:32; Ef. 5:18-19; 2 Co. 2:10; Gá. 5:16, 25; Ro. 8:4
Al principio de la era de la iglesia los santos eran muy sencillos. Todavía no tenían el Nuevo Testamento, y muy pocos disponían de ejemplares del Antiguo Testamento. Además, no tenían himnarios. No obstante, una cosa es cierta: todos ellos tenían el Espíritu vivificante que lo es todo. Cuando se inició la vida de iglesia, no existían tantas doctrinas, prácticas ni maneras de servir al Señor; los santos simplemente disfrutaban del Espíritu que vivía y moraba en su espíritu. Esto los hizo personas diferentes. Antes de ser salvos, se hallaban en la condición que describe Pablo en Efesios 2:1-3. Pero después de ser salvos, de convertirse al Señor y ser regenerados, llegaron a ser personas diferentes, en quienes moraba el Espíritu que lo es todo.
Los que formaban la iglesia primitiva eran conocidos por el hecho de que invocaban el nombre del Señor Jesús. Hechos 9:14 dice que Saulo había recibido autoridad de los principales sacerdotes para traer presos a todos los que invocaban el nombre del Señor. La práctica de invocar el nombre del Señor Jesús era la señal que caracterizaba al creyente de Cristo de ese tiempo. Los incrédulos podían reconocer fácilmente a un cristiano por el hecho de que invocaba el nombre del Señor. No tengo la menor duda de que los primeros cristianos invocaban diariamente el nombre del Señor.
En 1:2 Pablo se refiere a esto: “A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, los santos llamados, con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”. Este versículo indica que, por una parte, los creyentes son personas llamadas, pues Dios las llamó. Pero por otra parte, son personas que invocan, pues invocan el nombre del Señor Jesucristo. Fuimos llamados por Dios para invocar el nombre del Señor. Según este versículo, los creyentes invocaban el nombre del Señor “en cualquier lugar”.
Aparte de invocar el nombre del Señor Jesús, los creyentes de la iglesia primitiva hablaban mucho acerca de El; hablaban de El entre ellos mismos y también a los incrédulos. Su hablar era una forma de profetizar, la que establece el Nuevo Testamento. A diferencia de los profetas del Antiguo Testamento, los creyentes de Cristo no deben esperar a que el Espíritu del Señor descienda sobre ellos para profetizar. Desde el momento en que invocamos por primera vez el nombre del Señor, Cristo en calidad de Espíritu vivificante ha estado presente en nuestro espíritu. Por esta razón, Pablo podía decir: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con El” (6:17). El Espíritu está mezclado con nuestro espíritu. ¡Cuán maravilloso es esto! Además, este espíritu está sujeto a nosotros (14:32), y por ende, no necesitamos esperar que el Espíritu descienda sobre nosotros; simplemente debemos ejercitar nuestro espíritu. No hay duda de que en el principio de la vida de iglesia, los cristianos ejercitaban su espíritu para hablar por el Señor unos a otros, y a los incrédulos.
¡Cuán sencillos eran los santos en los primeros días de la vida de iglesia! En sus reuniones deben de haber invocado, hablado, cantado y alabado mucho. Según Efesios 5:19, ellos hablaban unos a otros con salmos e himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor en sus corazones.
Cada vez que asistamos a las reuniones de la iglesia, debemos exhibir lo que disfrutamos del Señor en la vida diaria. En una exhibición o exposición, la gente manifiesta o muestra lo que tiene o lo que ha producido. No pueden exhibir algo que no tienen. La reunión cristiana apropiada debe exhibir nuestra vida cristiana. Debe presentar las riquezas de Cristo que experimentamos en nuestra vida diaria. Si ejercitamos nuestro espíritu para tocar al Señor cada día, tendremos algo de Cristo para compartir con los santos en las reuniones de la iglesia.
El Señor Jesús no es una religión ni un conjunto de formas, reglas, ni enseñanzas. El es una persona viva con el cual podemos tener contacto día tras día. El, siendo el Espíritu que lo es todo y que mora en nuestro espíritu, es real y está siempre disponible. Hora tras hora y momento a momento debemos ejercitar nuestro espíritu para tocarlo de manera íntima. Debemos desarrollar el hábito de invocar el nombre del Señor siempre y en todo lugar. Si desarrollamos esta práctica, podremos decir: “Oh Señor Jesús, Tu nombre es el más dulce en toda la tierra”.
Si contactamos al Señor e invocamos Su nombre, andaremos con El, viviremos por El y lo haremos todo a la luz de Su presencia. Cuando hablamos de Su presencia nos referimos a la parte que está alrededor de los ojos, la expresión que exterioriza los pensamiento y sentimiento interiores, que exhibe y manifiesta todo lo que la persona es. En 2 Corintios 2:10 vemos que Pablo vivía en la persona y la faz de Cristo. El lo hizo todo en la presencia del Señor, conforme a la expresión que mostraba Su persona. Nosotros también debemos vivir conforme a la expresión de Cristo, es decir, en la faz de Cristo. No obstante, esto es posible sólo cuando estamos en Su presencia. Si estamos lejos de El, o si hay algo entre nosotros y El, no podremos vivir conforme a Su presencia. Por ejemplo, una buena esposa observa cuidadosamente la mirada de su esposo y vive conforme a ella. Así debemos vivir en cuanto al Señor. Todo lo que digamos o lo que hagamos debe configurarse a la presencia del Señor Jesús. Al hablar con un hermano, debemos hacerlo en la presencia del Señor.
Todos podemos experimentar esto. Debemos vivir en un contacto tan íntimo con el Señor Jesús, que podamos conducirnos ante Su faz en cada circunstancia de nuestra vida diaria. Cuando esté a punto de ponerme la corbata, sabré espontáneamente si el Señor la aprueba o no. Si la aprueba, me la pondré; pero si no le agrada, me la quitaré con gusto. ¡Oh cuán dulce es vivir en la faz de Cristo!
Hemos subrayado lo crucial que es tener un contacto íntimo con el Señor y vivir en Su presencia. Cuando vivimos de esta manera, descubrimos cuán real, viviente y accesible es nuestro Señor. No obstante, lo trágico es que en las reuniones proclamamos: “Ahora ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”, pero en nuestra vida diaria quizás no permitimos que el Señor viva en nosotros. Por ejemplo, es posible que insistamos en ir a las tiendas, a pesar de que sentimos en lo recóndito de nuestro ser que el Señor no lo aprueba. Tal vez hasta negociemos con el Señor, pidiéndole que nos deje ir esta vez solamente y prometiéndole que no volveremos más. Cuando hablamos con El de esta manera, no somos sinceros ni veraces con El. Cada vez que decimos: “Señor, permítemelo esta vez solamente”, siempre habrá una segunda vez. Si no tocamos al Señor cada día y si no vivimos por El, ¿qué podremos exhibir de Cristo en las reuniones de la iglesia? De seguro no podemos exhibir nuestra desobediencia, ni testificar que fuimos de compras a pesar de que el Señor se opuso en nuestro interior. Dado a que no tenemos nada de Cristo para exhibir, muchos santos se quedan callados en las reuniones. Pero si disfrutamos al Señor en nuestra vida diaria y testificamos de este disfrute en las reuniones, lo disfrutaremos aun más. Cuanto más hablamos de Cristo, más lo disfrutamos y más somos llenos de toda la plenitud de Dios.
En este mensaje siento la carga de hacerles notar la sencillez de los primeros cristianos. ¡Quiera el Señor restaurar esta sencillez entre nosotros en Su recobro actual! Si regresamos a esta sencillez en nuestras reuniones, no permitiremos que el himnario ni la Biblia reemplacen al Espíritu que lo es todo. A veces nos reuniremos sin usar el himnario ni la Biblia. Sencillamente exhibiremos a Cristo ejercitando nuestro espíritu. Me pueden quitar el himnario y la Biblia, pero no pueden privarme del Cristo que lo es todo, el cual está en mi espíritu. Sin embargo, si a algunos cristianos les quitaran el himnario o la Biblia, se quedarían sin nada. Ellos saben cantar del himnario y saben usar la Biblia, pero no saben cómo ejercitar el espíritu para experimentar al Cristo que es el Espíritu vivificante. ¡Que el Señor nos ayude a confiar en el Cristo viviente y en nada más!
Hemos visto que a pesar de que los primeros cristianos, al inicio de la era de la iglesia, no tenían Biblia ni himnario, sí tenían al Cristo vivo. Ellos invocaban Su nombre y hablaban mucho de El. También cantaban y alababan al Señor. Por consiguiente, cada vez que se reunían, podían exhibir lo que habían experimentado y disfrutado de Cristo en su diario vivir. Así vemos que una reunión cristiana normal debe expresar la vida cristiana. No debemos hacer de las reuniones algo que difiera de nuestro andar diario. De ser así, nuestras reuniones se convertirán en un espectáculo; el salón de reuniones en un teatro; y los santos en actores. Nuestras reuniones no deben ser espectáculos, sino una exhibición de la manera en que vivimos en casa, en la escuela y en nuestro trabajo. Deben ser la expresión del Cristo por el cual y en el cual vivimos día tras día. Si queremos tener reuniones apropiadas, primero debemos llevar cotidianamente una vida cristiana normal.
Si queremos llevar una vida cristiana normal, debemos andar conforme al espíritu. Es muy significativo que el Nuevo Testamento no nos exhorta a andar conforme a las Escrituras, sino andar conforme al espíritu (Ro. 8:4). En Gálatas 5:16 Pablo dice: “Andad por el Espíritu”, y en el versículo 25 añade: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”. Nuestra conducta no debe configurarse a la enseñanza o la doctrina, sino al Espíritu. Hoy el Espíritu es el Cristo que entró a nuestro espíritu y que se mezcló con él. Nuestra principal necesidad es vivir conforme al espíritu mezclado. Cuanto más vivamos y andemos conforme al espíritu mezclado, más seremos llenos en espíritu de toda la plenitud de Dios. Entonces sabremos cómo invocar el nombre del Señor, cómo hablar a los demás y cómo cantar y testificar. Si desarrollamos estos hábitos, nuestras reuniones exhibirán espontáneamente nuestra vida cotidiana. ¡Cuán diferentes son estas reuniones de los servicios religiosos formales del cristianismo de hoy!
Debemos reconocer que todavía estamos bajo la influencia del cristianismo tradicional. Nacimos en este ambiente y crecimos bajo su influencia. Pero en el recobro del Señor debemos rechazar el cristianismo tradicional, especialmente las tradiciones relacionadas con las reuniones formales. Nuestras reuniones no deben tener un comienzo formal; deben empezar espontáneamente con el ejercicio de nuestro espíritu. Sin embargo, repito que esto depende de que ejercitemos nuestro espíritu para experimentar a Cristo en nuestra vida diaria. Si no ejercitamos nuestro espíritu en nuestro diario vivir, todo lo que hagamos en las reuniones será un espectáculo, y no la exhibición espontánea de nuestra vida cristiana cotidiana. Si andamos en el espíritu día tras día, nadie podrá predecir cómo empezarán las reuniones. Simplemente nos reuniremos para exhibir espontáneamente las riquezas de Cristo, y así edificar la iglesia. Debido a la influencia de la tradición y de los conceptos naturales, es muy fácil reunirse de una manera sistemática. Las reuniones formales tal vez sean ordenadas, pero carecen totalmente de la espontaneidad del Espíritu. ¡Oh, debemos liberarnos! Pero esta liberación no debe empezar montando un espectáculo en las reuniones, sino con el ejercicio del espíritu en nuestra vida diaria. En nuestro diario vivir, debemos ser personas que contactan al Señor, que invocan Su nombre, que hablan de El a los demás, y que cantan alabanzas al Señor. De este modo, cuando vayamos a las reuniones de la iglesia, no tendremos que actuar, sino que sencillamente seremos lo que somos. De esta manera, la actividad que desarrollemos en las reuniones exhibirá el ejercicio que experimentamos en nuestra conducta diaria.
Podemos notar cuánto estamos todavía bajo la influencia mortífera de la tradición religiosa. No hay duda de que la tradición del cristianismo aún influye demasiado en nosotros. Tal vez usted se pregunte qué se puede hacer para remediar esta situación. Lo único que podemos hacer es ejercitar nuestro espíritu y tener contacto íntimo con la persona viva del Señor diariamente. No debemos tratar de corregirnos ni de mejorar nuestra conducta. Además, tampoco debemos procurar ser espirituales o santos. Olvídese de todas estas cosas y preste atención simplemente a la presencia del Señor. En lugar de intentar ser espirituales, debemos vivir simplemente ante la presencia del Señor. Debemos hacer esta declaración a Satanás y a todo el universo: “No sé que es santidad ni espiritualidad. Lo único que sé es que Cristo es mi vida y mi persona. Hoy El vive en mí, y yo vivo conforme a Su presencia. Mi único deseo es ser uno con El. No me preocupa si amo o aborrezco, si estoy enojado o tranquilo. Lo único que me interesa es tomar a Cristo como mi persona, y ser uno con El en todo”.
En nuestro diccionario cristiano debería existir una sola palabra: Cristo. Cristo es nuestra humildad, nuestra paciencia, y el todo para nosotros. ¡Cuánta dulzura experimentamos en nuestra vida diaria cuando lo tomamos como tal! ¡Cuán maravilloso es vivir regido por Su presencia! Cuando experimentamos esto, constantemente invocamos al Señor, hablamos de El, cantamos a El y lo alabamos. Si ésta es nuestra experiencia cotidiana, no habrá ninguna actuación en las reuniones. Al contrario, liberaremos nuestro espíritu espontáneamente para exhibir a Cristo. Si todos los santos viven de esta manera, las reuniones serán genuinas, ricas y elevadas; totalmente diferentes de todo lo que hemos experimentado anteriormente.
Desechemos todo concepto natural de lo que debe ser una reunión. El Señor nos ha mostrado claramente que una reunión apropiada debe exhibir la vida diaria del cristiano. En las reuniones, no debemos centrar nuestra atención en el canto, la predicación o la enseñanza. Nuestro centro debe ser que se exhiba nuestra vida diaria.
Si entendemos esto, nos daremos cuenta de que nadie nos puede enseñar a reunirnos. Todo intento conducirá solamente a un espectáculo, y nunca a una exhibición de las riquezas. Todos debemos pedir al Señor Su misericordia y decirle: “Señor, la religión nos puso un velo y nos distrajo de Ti. Vuélvenos a Ti, y que no seamos distraídos por tantas cosas buenas, espirituales y aun bíblicas. Haz que conozcamos a Cristo y solamente a El”.
Tengo la plena certeza de que el Señor desea recobrar la experiencia en la que tengamos un contacto diario e íntimo con El y que vivamos por El. En particular, espero que el Señor lleve a los jóvenes a esta experiencia, pues ellos están menos afectados por la tradición. Levantémonos juntos y repudiemos el cristianismo tradicional. Si repudiamos las tradiciones religiosas y nos preocupamos exclusivamente por vivir a Cristo, tendremos un espíritu correcto, un espíritu de poder y de amor, y una mente moderada. Entonces, en las reuniones, el Espíritu rebosará desde nuestro interior, y cuanto más hablemos del Señor, más tendremos qué decir.
¡Oh, que todos seamos sencillos y nos volvamos a Cristo! Olvidemos las tradiciones religiosas y las prácticas formales. El llamado del Señor consiste en que volvamos al Espíritu. Necesitamos urgentemente vivir y andar en el espíritu, para exhibir de manera corporativa la vida que diariamente llevamos en Cristo.