Mensaje 10
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Lectura bíblica: 2 Cr. 29:3-36; 30:1-27; 32:1-8; 33:11-17; 34:3-7; 36:20-23
En los mensajes anteriores hablamos de nueve reyes de Judá que fueron un ejemplo en cuanto al disfrute que tenemos de la buena tierra dada por Dios, la cual tipifica al Cristo que lo es todo. En este mensaje, hablaremos de tres reyes más.
En 29:3—32:8 se narra el reinado de Ezequías, quien fue uno de los mejores reyes, aunque tenía un defecto escondido. Este defecto no se menciona en 2 Crónicas, pero sí en 2 Reyes y en el libro de Isaías.
Ezequías restauró la casa de Jehová y sacó del lugar santo la inmundicia, esto es, lo relacionado con el culto a los ídolos (29:3-36); este hecho fue muy importante. La casa de Dios, Su templo, era el lugar donde Su pueblo escogido le adoraba. Pero antes de que Ezequías iniciara su reinado, los israelitas introdujeron ídolos en el templo, a los cuales el versículo 5 les llama “inmundicia”.
Ezequías exhortó a los levitas y a los sacerdotes a que santificaran la casa de Jehová (vs. 4-11). Su mandato indica que después de la devastación del templo, los sacerdotes y los levitas no tenían nada que hacer. Ezequías les mandó a que quitaran todos los ídolos, toda la inmundicia, y la echaran lejos de la vista del Dios santo. En el versículo 11 él les dice: “Hijos míos, no os engañéis ahora, porque Jehová os ha escogido a vosotros para que estéis delante de él y le sirváis, y seáis sus ministros, y le queméis incienso”.
Los levitas y los sacerdotes purificaron el templo, conforme al mandamiento de Ezequías (vs. 12-19).
Ezequías y los líderes de la ciudad adoraron a Dios en la casa de Jehová (vs. 20-30), lo cual indica que el templo de Dios había sido abandonado a los ídolos y que en él no se adoraba a Dios. Ezequías tomó la iniciativa juntamente con los principales de la ciudad para adorar a Dios en la casa de Jehová. Además, ellos le ofrecieron a Dios el holocausto y el sacrificio por el pecado, y le alabaron con los instrumentos que hizo David y con las propias palabras de David y Asaf. El holocausto fue ofrecido para satisfacer a Dios, y el sacrificio, para el perdón de los pecados cometidos por ellos.
Ezequías mandó a la asamblea del pueblo ofrecer sacrificios y acciones de gracias a Dios, y todo el pueblo lo hizo y se regocijó por lo que Dios había preparado para el pueblo (vs. 31-36). Esta fue una gran restauración, un gran avivamiento.
En 30:1—31:1 vemos que Ezequías restablece la Pascua, la cual había quedado en el olvido, pues el pueblo ya no la guardaba.
Los hijos de Israel se habían degradado y por mucho tiempo habían dejado de celebrar la Pascua según les había mandado Moisés (30:5b).
Ezequías restableció la Pascua enviando cartas por todo Israel y Judá, exhortándoles a venir a Jerusalén y celebrar la Pascua a Jehová (vs. 1-12).
No sólo envió cartas al pueblo de Judá, sino a todo el pueblo de Israel, con el fin de preservar la unidad de los elegidos de Dios (vs. 1a, 6a). En aquel tiempo, el pueblo de Dios estaba dividido, así que Ezequías intentó unirlos al convocarlos a celebrar la Pascua.
Ezequías pidió a todo el pueblo de Israel y de Judá que subiera a Jerusalén, a la casa de Dios, para celebrar la Pascua, y para recordarles que había un solo lugar para adorar a Dios en todo Israel (v. 1b; cfr. Dt. 12:5, 11, 13-14). El comprendió que preservar la unidad agradaba el corazón de Dios.
El pueblo faccioso de Efraín, de Manasés y de Zabulón, se reía y se burlaba de los correos enviados a ellos, pero algunos hombres de Aser, de Manasés y de Zabulón se humillaron y vinieron a Jerusalén (2 Cr. 30:10-11). Esto tipifica la situación actual. Si invitáramos a las denominaciones a venir y adorar a Dios sobre la base auténtica de unidad en la que se edifica la iglesia, quizás pensarían que eso es correcto, pero tal vez no estarían dispuestos a humillarse y venir a la base de unidad correcta, pues esto los desprestigiaría.
Además, la mano de Dios estuvo sobre el pueblo de Judá, y les dio un solo corazón a fin de que hicieran lo que Ezequías y los príncipes ordenaran conforme a la palabra de Jehová (v. 12). Ellos escucharon a Ezequías y a los principales, y actuaron conforme a la palabra y revelación de Dios.
En el mes segundo, se congregó una gran asamblea en Jerusalén para celebrar la fiesta solemne de los panes sin levadura (vs. 13-22). Esta fiesta, que duraba siete días, era una continuación de la Pascua, la cual duraba un día.
Ellos quitaron los altares idólatras y los altares de incienso que había en Jerusalén, y los arrojaron al torrente de Cedrón (v. 14). En Jerusalén, había altares de ídolos por todas partes, pero Ezequías y los que se habían congregado para celebrar la fiesta solemne de los panes sin levadura, los quitaron.
Los sacerdotes, los levitas y el pueblo se santificaron para Dios (vs. 15-17). Los sacerdotes y los levitas presentaron holocaustos a la casa de Jehová, y los levitas sacrificaron por todos los que no se habían purificado, para santificarlos a Jehová.
Ezequías oró por los muchos de Efraín, de Manasés, de Isacar y de Zabulón que comieron la Pascua sin haberse purificado. Entonces, Dios oyó a Ezequías y sanó al pueblo (vs. 18-20; cfr. 1 Co. 11:30-31). De entre los que comieron la pascua, algunos no se habían purificado, y se enfermaron por eso. Este también es un tipo. De nuevo vemos que la tipología del Antiguo Testamento describe claramente muchos detalles de la economía neotestamentaria.
Los hijos de Israel que estaban en Jerusalén celebraron la fiesta de los panes sin levadura por siete días con gran regocijo y alabanza; luego, la celebraron con gozo otros siete días (2 Cr. 30:21-26). ¿Ha disfrutado usted alguna vez la mesa del Señor hasta el punto de celebrarla nuevamente al día siguiente? ¡Qué bueno sería eso! Después de que el pueblo celebró nuevamente la fiesta de los panes sin levadura otros siete días, los sacerdotes y los levitas bendijeron al pueblo, y la voz de ellos fue oída, y sus oraciones subieron al santuario de Jehová, al cielo (v. 27).
Después de esto, los de Israel que moraban en las ciudades de Judá quebraron las estatuas, destruyeron las imágenes de Asera, y derribaron los lugares altos y los altares por todo Judá, Benjamín, Efraín y Manasés (31:1). En esto vemos claramente que Ezequías agradaba a Dios.
En 31:2-21 Ezequías arregló la distribución de los sacerdotes y los levitas. Esto representa a Cristo, la Cabeza, quien distribuye los servicios que Dios administra en la iglesia.
Ezequías arregló la distribución de los sacerdotes y los levitas conforme a sus turnos, para que ofreciesen ofrendas y alabasen dentro de las puertas del templo de Jehová (v. 2).
Ezequías designó de su propia hacienda una porción para los holocaustos, a mañana y tarde, y para los holocaustos de los días de reposo, lunas nuevas y fiestas solemnes (v. 3). Esto muestra que él le ofreció a Dios muchas de sus posesiones.
Ezequías mandó al pueblo que estaba en Jerusalén que diese la porción correspondiente a los sacerdotes y levitas (v. 4), supliendo así para sus necesidades cotidianas. Esto indica que anteriormente, se había descuidado la necesidad de los sacerdotes y levitas. Los hijos de Israel dieron muchas primicias a los sacerdotes y levitas, en la distribución según lo que les correspondía (vs. 5-19). Así, el pueblo asumió la responsabilidad de proveer el sostenimiento de los sacerdotes y levitas.
Ezequías hizo lo que era bueno, recto y fiel delante de Jehová su Dios con todo su corazón, en todo Judá, según se narra en los versículos 4-19, y fue prosperado (vs. 20-21). El era la clase de persona que había de prosperar.
Ezequías fortificó una defensa contra la invasión de los asirios (32:1-5), confió en Dios y alentó al pueblo a hacer lo mismo diciendo: “Esforzaos y animaos; no temáis, ni tengáis miedo del rey de Asiria, ni de toda la multitud que con él viene; porque más hay con nosotros que con él. Con él está el brazo de carne, mas con nosotros está Jehová nuestro Dios para ayudarnos y pelear nuestras batallas” (vs 6-8a). En esto vemos la fe de Ezequías y su confianza en Jehová, y que el pueblo confiaba en las palabras de Ezequías, rey de Judá (v. 8b).
Sin embargo, ni aun Ezequías fue perfecto. Aunque 2 Crónicas no menciona sus defectos, él tenía intereses y deseos egoístas. Esto se ve claramente en 2 Reyes 20:1-19 y en Isaías 38 y 39.
En 2 Crónicas 33:11-17 se habla de Manasés, hijo de Ezequías, quien reinó durante cincuenta y cinco años.
Manasés fue castigado por Jehová, y los asirios lo capturaron y lo llevaron cautivo a Babilonia (v. 11).
Manasés imploró a Jehová su Dios en sus angustias, se humilló grandemente en la presencia del Dios de sus padres y le elevó oraciones. Dios oyó su súplica y lo restauró a su reinado sobre Jerusalén. Entonces él reconoció que Jehová era verdaderamente Dios (vs. 12-13); y esto, debido a la disciplina que Dios le administró.
Manasés fortificó la ciudad de David (Belén) y puso capitanes valientes en todas las ciudades fortificadas de Judá (v. 14).
Manasés quitó de la casa de Jehová los dioses ajenos y el ídolo y todos los altares que había edificado en el monte de la casa de Jehová y en Jerusalén, y los echó fuera de la ciudad (v. 15). Esto indica que, después de arrepentirse, eliminó toda la inmundicia del lugar santo.
Manasés reparó el altar de Jehová y ofreció sobre él sacrificios de ofrendas de paz y de acción de gracias; y mandó a todo Judá que sirviera a Jehová Dios de Israel (vs. 16-17). Así vemos que Manasés empezó mal, pero terminó bien.
En 34:3-7, leemos acerca de Josías, el nieto de Manasés.
En el octavo año de su reinado, siendo aún un muchacho, Josías comenzó a buscar al Dios de David su padre (v. 3a). Tenía ocho años de edad cuando se convirtió en rey, y en el octavo año de su reinado comenzó a buscar a Dios. Esto indica que el hombre tiene la capacidad de tocar a Dios desde temprana edad.
A los doce años de su reinado, Josías comenzó a limpiar a Judá y a Jerusalén de los lugares altos, las imágenes de Asera, las esculturas y las imágenes fundidas. El pueblo derribó los altares de los baales delante de él, e hizo pedazos los altares de incienso y los desmenuzó, y esparció el polvo sobre los sepulcros de los que les habían ofrecido sacrificio y quemaron los huesos de los sacerdotes sobre sus altares. (vs. 3-5).
Por toda la tierra de Israel, Josías, quien era el rey de Judá solamente, derribó los altares, hizo pedazos las imágenes de Asera y las esculturas, y derribó todos los altares de incienso (vs. 6-7).
En 2 Crónicas 36:20b-23 se habla de la duración de la cautividad de Israel, y del decreto emitido por Ciro, en el cual promulgó su liberación.
Los hijos de Israel fueron siervos de los reyes de Babilonia durante setenta años, hasta que surgió el reino de Persia, el cual cumpliría la palabra que Jehová había dado por boca de Jeremías (vs. 20-21).
En el primer año de Ciro rey de Persia, Jehová despertó el espíritu de éste para que decretara por todo su reino, que Israel debía regresar a Jerusalén a fin de edificar el templo de Dios (vs. 22-23; Esd. 1:1-3).