Mensaje 11
Lectura bíblica: Éx. 20:1-17; 25:16; Col. 1:15; Ro. 8:4; Fil. 1:19-21a
En este mensaje veremos que la ley, además de ser el testimonio de Dios y un tipo de Cristo, tiene que ver con la economía neotestamentaria de Dios.
Al estudiar la historia de los reyes de Judá vemos que Dios buscaba un pueblo sobre la tierra para poder encarnarse y entrar en la humanidad. Además, necesitaba una tierra en la cual formarlo como una nación y establecer Su testimonio conforme a Su ley.
Todos debemos entender qué es la ley de Dios. Algunos cristianos afirman que la ley de Dios consiste principalmente de los diez mandamientos (Éx. 20:1-17), es decir, de la ley moral. Sin embargo, los diez mandamientos con sus estatutos y ordenanzas sólo abarcan unos cuantos capítulos de Exodo, a saber, del 20 al 24. Pero la ley completa no sólo abarca estos capítulos, sino todos los capítulos desde Exodo 20 hasta el final de Levítico. Entonces ¿de qué consiste el resto de la ley de Dios? Consiste de la ley ceremonial. En resumen, la ley de Dios comprende la ley moral (Éx. 20—24) y la ley ceremonial (Éx. 25—Lv. 27).
La ley moral incluye los Diez Mandamientos con sus estatutos y ordenanzas. Los primeros cinco mandamientos se refieren a la relación que tenemos con Dios y con nuestros padres. Los tres primeros están relacionados directamente con Dios; el cuarto, con el día de reposo; y el quinto, con nuestros padres. Los últimos cinco mandamientos giran en torno a la relación que tenemos con los demás, y son: no matar, no cometer adulterio, no robar, no dar falso testimonio contra otros y no codiciar. Estos mandamientos o leyes, son breves, pero abarcan la manera de relacionarnos con nuestros semejantes.
Con el tiempo, la ley moral, los diez Mandamientos, ha llegado a ser la base del derecho civil de muchas naciones. Por ejemplo, la ley romana, que ha sido imitada por todo el mundo, se basaba en los últimos cinco mandamientos.
Hablemos del mandamiento de no codiciar. En Filipenses 3:6 Pablo declara que en cuanto a la justicia que es por la ley, él era irreprensible. Pero en Romanos 7, reconoció que no podía guardar el mandamiento de no codiciar. “Porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: ‘No codiciarás’. Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto” (vs. 7b-8a). Pablo pudo guardar el mandamiento de no matar, el de no cometer adulterio, el de no hurtar y el de no dar falso testimonio, debido a que estos se relacionan con la conducta. Sin embargo, él no pudo cumplir el mandamiento de no codiciar, pues éste tiene que ver con nuestra condición interior. Pablo no pudo evitar la codicia.
¿Podría usted decir que jamás ha codiciado? Tal vez cuando estaba en la escuela haya visto a un compañero que traía un lapicero muy bonito, e inmediatamente lo codició, deseó que fuera suyo. Incluso en nuestra vida familiar codiciamos ciertas cosas. Supongamos que una familia numerosa come postre después de la cena, y cada uno de los hijos recibe un pedazo de pastel de queso. Es posible que uno de los hijos, al mirar la rebanada de los demás, se queje de que su pedazo es más pequeño, y quizás pregunte por qué no le dieron una rebanada más grande. Eso se llama codicia. Nadie puede afirmar que jamás ha codiciado nada.
A los diez mandamientos se les llamaba el testimonio de Dios (Éx. 25:16). Como tal, ellos son un cuadro descriptivo o un retrato de Dios. Incluso podríamos decir que la ley es la fotografía de Dios.
Las leyes por lo general reflejan a las personas que las emiten. Por ejemplo, si los asaltantes pudieran emitir leyes, sin lugar a dudas establecerían alguna ley que legalizara el robo. Asimismo, si se eligieran personas malas en el Senado de los Estados Unidos, de seguro promulgarían leyes injustas y pecaminosas. Dichas leyes serían un reflejo de las personas malignas que las hicieron. Por otro lado, la gente buena siempre establece leyes buenas.
La ley de Dios es el reflejo de Dios. Después de estudiar detenidamente los últimos cinco mandamientos, hemos visto que éstos se basan en cuatro de los atributos divinos: el amor, la luz, la santidad y la justicia. Estos atributos son la base sobre la que fue establecida la ley de Dios. Cuanto más examinamos la ley de Dios, más nos damos cuenta de que su legislador debe ser una persona llena de amor y de luz, y que debe ser santo y justo.
Debido a que la ley es el retrato de Dios, Su imagen misma, a ésta se le llama el testimonio de Dios; y el arca en la que fue puesta la ley se le llamaba el arca del testimonio (Éx. 25:22).
Basados en el hecho de que la ley es el testimonio de Dios, Su propio retrato, podemos afirmar que la ley tipifica a Cristo. Pero ¿de qué manera lo tipifica? Lo tipifica en el sentido de que Cristo es el retrato mismo de Dios, el cuadro o imagen del propio Dios (Col. 1:15).
Ahora veamos cómo la ley se relaciona con la economía de Dios. Al estudiar los libros históricos del Antiguo Testamento, debemos relacionarlos a la economía de Dios. En Su economía, Dios escogió a Israel, lo estableció como pueblo, lo formó como nación y le dio la ley. ¿Cómo podemos relacionar esto con la economía de Dios? La economía de Dios consiste en que Dios se hace hombre para que el hombre llegue a ser Dios, en vida y naturaleza mas no como objeto de adoración, esto con el fin de producir el Cuerpo orgánico de Cristo, el cual tendrá su consumación en la Nueva Jerusalén. Cristo es el centro, la realidad y la meta de la economía divina. Aparentemente, la ley no tiene nada que ver con esta economía. Entonces, ¿por qué afirmamos que sí está ligada a ella? Decimos esto porque la ley fue dada como un retrato, un cuadro, una imagen de Dios; como Su testimonio. Como testimonio de Dios, la ley tipifica a Cristo, quien, por ser la imagen de Dios, es el retrato de Dios, Su testimonio.
Dios mandó a Israel que guardara la ley. En tipología, guardar la ley equivale a expresar a Dios. No matar, no cometer adulterio, no robar, no mentir y no codiciar, describe la vida de un Dios-hombre. Los que viven como Dios-hombres, expresan la imagen de Dios; son un retrato de Dios, Su réplica.
En la actualidad, la condición del mundo es todo lo contrario a esto. En lugar de ver la vida de un Dios-hombre, vemos asesinatos, adulterios, fornicación, robos, mentiras y codicia. ¿Quién habla con la verdad hoy? A menudo vemos que la gente miente en los tribunales para conseguir más dinero, y luego se jactan de sus mentiras. Otros compiten en los negocios o en las escuelas motivados por la codicia. Todos los que compiten son codiciosos. Algunos incluso matan para conseguir aquello que codician. Por tanto, en lugar de estar llena de Dios-hombres, la tierra está llena de “escorpiones”.
Ahora examinemos la situación que existe en el recobro. Todos los que estamos en el recobro somos creyentes, es decir, creímos en el Señor Jesús, nos arrepentimos, nos volvimos al Señor y fuimos salvos, incluso en una forma dinámica. Sin embargo, en nuestra vida diaria tal vez no nos comportemos como Dios-hombres.
Hemos dicho que si los hijos de Israel hubieran guardado la ley, habrían vivido a Dios y lo habrían expresado. Pero sabemos que esto no fue así. Sucede lo mismo con nosotros hoy; por lo general, no reflejamos a Dios en nuestro vida diaria.
También en nuestra vida matrimonial debemos conducirnos como Dios-hombres. Si un hermano casado viviera de esta manera, ciertamente sería un buen marido, pues sería un verdadero Dios-hombre que ama a su mujer. De igual manera, si una hermana casada se comportara como Dios-hombre en su vida conyugal, sin lugar a dudas sería una buena esposa que se somete a su marido.
Además, debemos vivir como Dios-hombres también en la vida de iglesia, especialmente en lo que llamamos los grupos vitales. ¿Cómo podemos tener un grupo vital si nosotros mismos no somos vitales? Esto es imposible. Supongamos que llega la hora de cenar, y un hermano y su mujer están molestos e incluso discuten. De pronto se acuerdan que deben asistir a la reunión de grupo vital. ¿Cree usted que esta pareja podría ser vital en la reunión? Si no son vitales en su vida matrimonial, en su casa, tampoco lo serán en la reunión.
Realmente no vivimos como Dios-hombres. Por consiguiente, necesitamos un verdadero avivamiento. Los hijos de Israel tenían la ley externa, pero nosotros hoy tenemos algo mucho más concreto y elevado. Tenemos en nuestro interior al Espíritu vivificante, compuesto, consumado, que lo es todo, el cual es la superabundante suministración del Espíritu de Jesucristo (Fil. 1:19). Debemos vivir a Cristo por medio de la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo (vs. 20-21a).
Este Espíritu mora en nosotros, sin embargo, ¿qué expresamos en nuestra vida diaria? `¿verdaderamente vivimos a Cristo? Tal vez lo vivamos en las reuniones de la iglesia, pero, ¿lo vivimos en nuestra casa con nuestro cónyuge y con nuestros hijos? Necesitamos urgentemente un verdadero avivamiento que nos lleve a vivir como Dios-hombres, a una vida abnegada en la que somos crucificados a fin de vivir a Cristo y expresar a Dios.