Mensaje 13
Lectura bíblica: Gn. 1:26; 1 Jn. 3:2b; Ap. 4:3; 21:11b
En este mensaje hablaremos brevemente del parecido que existe entre Dios y el hombre en cuanto a imagen y semejanza. Tal vez creamos que entendemos perfectamente este asunto, pero que en realidad sea todo lo contrario. Así que, les animo a estudiar detenidamente los siguientes puntos. Al hacerlo, es posible que se pregunten si es el hombre el que se parece a Dios o Dios es el que se parece al hombre.
Dios no creó el género humano. Génesis 1 revela que Dios creó los peces, las aves, las bestias y el ganado según el propio género de cada uno de ellos (v. 24-25). No obstante, aunque hizo esto con relación a todas las demás criaturas, no fue así con el hombre. El linaje humano no figuró en la creación original.
Si en la creación original Dios no creó el género humano, entonces, ¿de qué especie proviene el hombre? Génesis 1:26 indica que el hombre pertenece a la especie divina. Leamos el versículo: “Hagamos [esto fue dicho por la Trinidad Divina] al hombre [en hebreo: adam, lo cual denota barro o arcilla roja) a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. El hombre que Dios hizo pertenecía a Su propio género, es decir, al género divino. En Génesis 1:26, el texto hebreo no usa la palabra hombre, más bien, dice que Dios creó a adam, que significa barro rojo. Dios creó dicha criatura de barro rojo a Su imagen y conforme a Su semejanza. Esta obra de barro, por cuanto tuvo la imagen de Dios, era semejante a El. Por lo menos podemos afirmar que este barro tenía la figura de Dios, creada según el género divino. Por consiguiente, pertenece a la especie de Dios.
En Génesis 1:26 Dios creó algo conforme a Sí mismo, una réplica de Sí mismo. Si Dios hubiera hecho diez mil pedazos de barro a Su imagen y conforme a Su semejanza, esas diez mil piezas habrían sido figuras del propio Dios, la producción en serie de El mismo.
En Génesis 18:2-13, tres hombres se le aparecieron a Abraham, uno de los cuales era Cristo —Jehová mismo—, y los otros dos, eran ángeles (19:1). Esta aparición aconteció mucho antes de la encarnación de Cristo, lo cual implica que, dos mil años antes de que Cristo se encarnara, Dios se apareció como hombre, cuando visitó a Su amigo Abraham. Abraham preparó agua para lavarle los pies, y Sara, la esposa de Abraham, preparó un guiso que este hombre comió. Todo esto es un misterio. ¿Cuándo se hizo hombre Cristo; en el momento de Su encarnación o antes?
El ángel de Dios (Dios mismo, Jehová, un hombre de Dios: Cristo) se le apareció a Manoa y a su esposa mucho antes de que Cristo se encarnara (Jue. 13:3-6, 22-23).
Según el libro de Daniel 7:13-14, Daniel recibió la visión de uno semejante a Hijo de Hombre, que venía con las nubes del cielo hacia el Anciano de días, el Dios de la eternidad, y le hicieron aproximarse delante de El. Entonces le fue dado dominio, gloria y un reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvan; Su dominio es eterno y nunca pasará, y Su reino no será destruido jamás. Daniel recibió tal visión, en la cual vio a Cristo como Hijo de hombre mucho antes de Su encarnación.
Adán fue un tipo o prefigura de Cristo (Ro. 5:14).
Aquella pieza de barro rojo hecha en Génesis 1:26, tipificaba a Cristo, quien es la imagen del Dios invisible (Col. 1:15).
El Verbo (Dios) se hizo carne (Jn. 1:14), es decir, llegó ser carne de pecado, aunque sólo tenía la semejanza de ella (Ro. 8:3). Dios, el Verbo hecho carne, tomó la apariencia externa de la carne de pecado, mas no la naturaleza pecaminosa de ésta.
Cristo, quien existe en forma de Dios, asumió la forma de esclavo, al encarnarse; es decir, se hizo semejante a los hombres, y fue hallado en Su porte exterior como hombre (Fil. 2:6-8).
Esteban vio los cielos abiertos y al Hijo del Hombre, Cristo, a la diestra de Dios (Hch. 7:56). Esteban tuvo esta visión después de que Cristo había ascendido a los cielos, lo cual indica que Cristo permanece en los cielos en Su condición de Hijo del Hombre. El himno #68 dice al respecto:
¡Ved a Jesús sentado en el cielo!
Cristo el Señor al trono ascendió,
Como un hombre fue exaltado,
Con gloria Dios lo coronó.
En Mateo 26:64, el Señor Jesús declaró: “Veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder [Dios], y viniendo en las nubes del cielo”. Esto alude a la segunda venida de Cristo. Cuando el Señor Jesús regrese, El todavía seguirá siendo el Hijo del Hombre.
En Romanos 8:29 Pablo revela que Dios, a los que antes conoció, también los predestinó, para que fuesen hechos conformes a la imagen de Su Hijo, a fin de que El sea el Primogénito entre muchos hermanos. Este versículo afirma que nosotros, los que creemos en Cristo, seremos transfigurados a la imagen del Hijo de Dios.
Leamos 2 Corintios 3:18: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta, mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. Romanos 12:2a habla de ser transformados mediante la renovación de la mente. El es Dios y ha hecho mucho para asumir la forma y la semejanza humanas. Ahora, El desea transformarnos en la imagen misma del Hijo de Dios, y configurarnos a ella.
Filipenses 2:15 habla de ser irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación torcida, maligna y perversa, en medio de la cual resplandecemos como luminares en el mundo.
El Señor Jesucristo transfigurará el cuerpo de la humillación nuestra para que sea conformado al cuerpo de la gloria Suya, según la operación de Su poder, con la cual sujeta también a Sí mismo todas las cosas (Fil. 3:21). El tiene el poder necesario para transfigurar nuestro cuerpo de modo que sea conformado al cuerpo de la gloria Suya.
Sabemos que cuando Cristo se manifieste, seremos semejantes a El de una manera total, perfecta y absoluta, porque le veremos tal como El es (1 Jn. 3:2b).
Todo esto tendrá su consumación en la Nueva Jerusalén. Leamos Apocalipsis 4:3: “Y el aspecto del que estaba sentado [Dios] era semejante a piedra de jaspe”. Esto indica que la apariencia de Dios, quien estaba sentado en el trono, es semejante a piedra de jaspe.
Según Apocalipsis 21, el resplandor de la Nueva Jerusalén es semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe (v. 11b). El material del muro de la Nueva Jerusalén es jaspe, al igual que su primer cimiento (v. 18a, 19). El muro es jaspe, el primer cimiento del muro también es jaspe, el resplandor de la ciudad es jaspe y el Dios que está sentado en el trono, también es como jaspe. Finalmente, Dios y el hombre, el hombre y Dios, tendrán la apariencia de jaspe. De esta manera concluye la Biblia.
La consumación de la Biblia es la Nueva Jerusalén, esto es, lo divino mezclado con lo humano. La divinidad llega a ser la morada de la humanidad, y la humanidad se convierte en el hogar de la divinidad. En dicha ciudad, la gloria de Dios se manifiesta en el hombre de manera resplandeciente y espléndida. Nosotros estaremos allí; este es nuestro destino. Hoy estamos en el proceso de ser hechos “parte de Dios”, a fin de tener la misma apariencia que El, a saber, el Dios-jaspe.