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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 1 Juan»
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Mensaje 1

CONCERNIENTE A LOS ESCRITOS DE JUAN

(1)

  Lectura bíblica: 1 Jn. 1:2-3; 2:27; 3:9; 5:4, 18

  Con este mensaje daremos comienzo al estudio-vida de las epístolas de Juan. Confiamos en que el Señor nos abrirá las Escrituras una vez más y nos hablará a todos una palabra llena de frescura.

UNA REVELACIÓN DE ASUNTOS DIVINOS

  En este mensaje daremos una introducción a los escritos de Juan. Los escritos de Juan comprenden su Evangelio, sus tres epístolas y el libro de Apocalipsis. Estos escritos ocupan un lugar particular e importante en la plena revelación de Dios contenida en la Biblia. En su Evangelio, en sus Epístolas y en el Apocalipsis, Juan escribe acerca de asuntos que son misteriosos. Dichos asuntos son misteriosos debido a que son divinos. Por lo tanto, es preciso ver que los escritos de Juan, considerándolos en su totalidad, presentan una revelación de asuntos divinos. Quisiera subrayar estas dos palabras: revelación y divinos.

  Toda la Biblia es, desde luego, la revelación santa de Dios. La Biblia no fue escrita según la imaginación del hombre ni conforme al pensamiento humano; antes bien, la Biblia es enteramente la revelación divina escrita en lenguaje humano. Sin embargo, es importante que nos demos cuenta de que esto se aplica especialmente a los escritos de Juan, puesto que sus escritos tratan de asuntos divinos.

Necesitamos revelación

  Ya que Juan escribe acerca de asuntos divinos, es necesario que estos asuntos nos sean revelados. La mente humana natural no es capaz de adivinar o inferir lo que nos revelan los escritos de Juan. Lo que se revela en los escritos de Juan sobrepasa grandemente nuestro entendimiento humano, y por ello, no podemos adivinar o inferir lo que dicen dichos escritos. Nuestra mente es incapaz de entender o captar los asuntos divinos revelados en los escritos de Juan. El Evangelio de Juan, las tres Epístolas de Juan y el libro de Apocalipsis revelan asuntos que exceden nuestra imaginación. No somos capaces de concebir tales asuntos, mucho menos de hacer inferencias acerca de ellos. Ya que los escritos de Juan constan de asuntos divinos, no podemos, con nuestra mente natural, deducir el contenido de ellos. Es sólo por revelación divina que nos pueden ser revelados los asuntos divinos hallados en los escritos de Juan.

  Así, pues, al leer los escritos de Juan, no basta con que ejercitemos nuestra mente solamente, pues también necesitamos mucha oración. También necesitamos creer que hoy en día el Espíritu divino está en nosotros, en nuestro espíritu, y debemos confiar que este Espíritu nos dará revelación de los asuntos contenidos en los escritos de Juan, así como también la sabiduría necesaria para entender o captar los asuntos que vemos en nuestro espíritu como resultado de dicha revelación. Al igual que el apóstol Pablo, debemos orar pidiendo que nos sea dado un espíritu de sabiduría y de revelación: “Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el pleno conocimiento de Él” (Ef. 1:17). No es suficiente con que simplemente leamos los escritos de Juan o meditemos en ellos. Tampoco es suficiente con que solamente ejercitemos nuestra comprensión natural. Al leer los escritos de Juan, no debemos confiar en nuestra lectura ni en lo que meditamos o entendemos; más bien, debemos orar, diciendo: “Señor, dependo de Ti, confío en que me concederás una revelación del contenido de estos escritos. Señor, no confío en mi capacidad natural para entender Tu palabra”.

  El libro de Apocalipsis en su totalidad es una revelación. Es por eso que comienza con estas palabras: “La revelación de Jesucristo, que Dios le dio” (Ap. 1:1). La palabra revelación denota la acción de descorrer un velo. La revelación tiene que ver con el hecho de quitar un velo a fin de dar a conocer algo misterioso, algo que está oculto detrás del velo. Todos necesitamos que los velos sean quitados. Aunque hay muchos asuntos divinos y maravillosos que están ocultos, es posible tener la experiencia de que los velos sean quitados y recibir revelación.

Necesitamos entendimiento

  Además de revelación, necesitamos también entendimiento. Tal vez podamos ver ciertas cosas, pero no podamos entender lo que vemos. Por ejemplo, supongamos que usted va de visita a una fábrica grande, y ve allí varios tipos de máquinas. Aunque puede ver las máquinas, es posible que no entienda nada acerca de ellas. Así, aunque le hayan sido “reveladas” las máquinas, usted aún necesita recibir entendimiento. El mismo principio se aplica a los asuntos divinos. Además de revelación, necesitamos la debida sabiduría para entenderlos. Es por ello que Pablo oró por un espíritu de sabiduría y de revelación.

Debemos volvernos al espíritu mezclado

  El pensamiento contenido en los escritos de Juan es absolutamente divino. Estos escritos no contienen enseñanzas éticas ni conceptos filosóficos, sino que, en vez de ello, contienen muchísimos asuntos divinos. La palabra divino denota algo que tiene que ver con Dios o que pertenece a Dios. Los asuntos que tienen que ver con Dios y pertenecen a Él son divinos, y todo lo divino es misterioso. Nosotros no somos capaces de captar o entender estos asuntos misteriosos. Dios es real e infinito; ¿cómo podríamos nosotros, simples seres humanos, entender a Dios? Es imposible. No tenemos capacidad para entender a Dios. Pero le damos gracias por habernos dado un espíritu cuando nos creó, y también porque, conforme a Su salvación, Él regeneró nuestro espíritu, que se encontraba sumido en la muerte, y le impartió Su vida divina. Más aún, Él se dio a nosotros como Espíritu vivificante para morar en nuestro espíritu. Es únicamente en nuestro espíritu regenerado que nosotros podemos recibir revelación en cuanto a los asuntos misteriosos hallados en los escritos de Juan. Nuestra mente humana no es apta para esto. Es imposible entender estos asuntos con nuestra mente natural. Pero damos gracias al Señor porque tenemos un espíritu regenerado que, de hecho, es un espíritu mezclado: nuestro espíritu regenerado mezclado con el Espíritu divino. Así que, debemos volvernos a este espíritu mezclado y orar: “Señor, confiamos en que Tú puedes quitar los velos y también confiamos en Tu sabiduría. Creemos, Señor, que Tú quieres mostrarnos algo de lo que está en los escritos de Juan. Señor, así como quitaste los velos para que el apóstol Juan pudiera ver, quítalos una vez más para que nosotros podamos ver. Señor, necesitamos que vuelvas a descorrer los velos. Ten misericordia de nosotros y revélanos estos misterios una vez más. Concédenos la sabiduría para entender y retener lo que Tú quieres mostrarnos en las epístolas escritas por Juan”.

DIGERIR AL DIOS INFINITO

  Hemos señalado que la palabra divino denota los asuntos que están relacionados con Dios y que pertenecen a Él. De hecho, esta palabra denota al propio Dios. Por lo tanto, decir que los escritos de Juan revelan asuntos divinos equivale a decir que ellos revelan al propio Dios. Nuestra meta en nuestro estudio de las Epístolas de Juan no es simplemente aprender algo acerca de Dios, sino ver los asuntos tocantes a Dios. Nuestro deseo es poder captar, recibir e incluso digerir todo lo relacionado con Dios. ¡Cuán crucial es esto! Espero que nos quede claro a todos nosotros que nuestro objetivo en estos mensajes no es el de conducir un estudio bíblico. No estamos aquí con el afán de aprender algo relacionado con la religión ni estudiar asuntos que nos ayudarán a tener un mejor comportamiento o a elevar la norma de nuestro vivir. Nuestro propósito en estos mensajes sobre las Epístolas de Juan es ver a Dios, percibir a Dios, recibir a Dios y digerir a Dios. Al oír hablar de digerir a Dios, quizás algunos se molesten y pregunten cómo podríamos digerir a Dios. Puedo testificarles que me siento muy contento con esta expresión: “Digerir a Dios”. Diariamente recibo a Dios y le digiero. Si no digiriera a Dios, no podría soportar la pesada carga que llevo sobre mis hombros. Pero, ¡alabado sea el Señor porque al digerirlo puedo sobrellevar esta pesada carga! Al digerir nosotros al Dios infinito, yo soy lo que soy, y ustedes son lo que son. La revelación de los asuntos divinos hallados en los escritos de Juan nos es dada para que podamos recibir a Dios y digerirle.

LOS ESCRITOS DE JUAN COMPLEMENTAN LAS REVELACIONES DE LAS OTRAS SANTAS ESCRITURAS

Complementan los Evangelios sinópticos

  La revelación de los asuntos divinos hallados en los escritos de Juan complementa las revelaciones de los otros escritos santos. Esto significa que sin los escritos de Juan, a la Biblia le haría falta algo importante. Por ejemplo, el Evangelio de Juan complementa los Evangelios sinópticos, los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas. Sin el Evangelio de Juan, únicamente sabríamos que el Señor Jesús fue un hombre que sirvió a Dios como esclavo, según se revela en Marcos, que murió en la cruz para ser nuestro Salvador, según se revela en Lucas, y que Él es el Rey, según se revela en Mateo. Con respecto al Señor como esclavo, como Salvador y Redentor, y como Rey, apreciamos Su humanidad. Sin embargo, el Señor era Dios antes de hacerse hombre, lo cual significa que Su persona posee dos aspectos, un aspecto divino y un aspecto humano. De hecho, podríamos decir que Su persona es de carácter doble, puesto que Él es el Dios-hombre, el Dios encarnado. Él es Dios y también hombre. Él es el Dios verdadero y completo, y también un hombre verdadero y perfecto.

  Si sólo tuviéramos los primeros tres Evangelios, los Evangelios sinópticos, principalmente veríamos el aspecto de la humanidad del Señor, mas no veríamos mucho acerca de Su aspecto divino. Esto nos muestra la necesidad de que haya un complemento para los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas. Éste es el propósito que cumple el Evangelio de Juan, ya que nos revela que el hombre Jesús, quien sirvió a Dios como esclavo, quien murió en la cruz como nuestro Redentor, y quien es el Rey del pueblo de Dios, es Dios mismo. Puesto que es Dios, Él no tiene principio ni genealogía; Él es el Dios eterno e infinito.

  El Evangelio de Juan comienza con las palabras: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios” (Jn. 1:1). La frase en el principio alude a la eternidad pasada. En el principio, en la eternidad pasada, era el Verbo. Si Juan no hubiera escrito esto en su evangelio, jamás nos habríamos imaginado que nuestro Salvador era el Verbo eterno. ¡Qué revelación más maravillosa! Sin embargo, aun con esta revelación ante nosotros, puede ser que no entendamos el verdadero significado del Verbo. ¿Podría usted explicar lo que es el Verbo? ¿Conoce algunos libros de ética o filosofía que contengan una expresión como “en el principio era el Verbo”? Juan no sólo dice que el Verbo era en el principio, sino también que el Verbo estaba con Dios y que el Verbo era Dios. Después de esto, añade: “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (v. 4). Por Juan 1:14 nosotros sabemos que esta persona, quien era el Verbo en el principio, se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros. De manera que en Juan 1:1, 4 y 14 tenemos al Verbo, a Dios, la vida, la luz y la carne. El maravilloso Verbo, quien es Dios, se hizo carne. Tal vez no nos parezca que la palabra carne represente algo positivo, pero la Biblia declara que el Verbo se hizo carne. Esto forma parte de la revelación que nos transmiten los escritos de Juan.

  En Juan 1:14 se nos dice que el Verbo que se hizo carne fijó tabernáculo entre nosotros. Aprecio mucho la expresión fijó tabernáculo. Cuando se hizo carne, el Verbo llegó a ser el tabernáculo de Dios. Sabemos por el libro de Éxodo que el tabernáculo del Antiguo Testamento, un tipo de Cristo, era una morada mutua para Dios y el hombre. Dios mora en el tabernáculo, y nosotros podemos entrar en este tabernáculo para venir a ser “compañeros de cuarto” con Dios. Puedo testificar que mi compañero de cuarto es el propio Dios, quien mora en Su tabernáculo. Mi verdadera morada no es mi casa, sino el tabernáculo, la morada de Dios. Esto significa que donde Dios mora, yo moro también. ¡Qué maravilloso es que el Verbo mismo, quien estaba con Dios en el principio, se encarnó para fijar tabernáculo entre nosotros!

  Juan 1:14 dice que el Verbo se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros, lleno de gracia y de realidad, y también dice que los discípulos contemplaron Su gloria. Cuando unimos el versículo 14 con los versículos 1 y 4, tenemos al Verbo, a Dios, la vida, la luz, la carne, el tabernáculo, la gracia, la realidad (la verdad) y la gloria. Luego, en Juan 1:29, tenemos al Cordero: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!”. ¿Puede usted comprender todos estos asuntos tan misteriosos? ¿Cómo puede el Verbo ser Dios, y cómo puede la vida que está en el Verbo ser la luz de los hombres? ¿Cómo puede el Dios maravilloso hacerse carne, y cómo puede el Dios encarnado, Dios en la carne, ser el tabernáculo? ¿Cómo puede este tabernáculo estar lleno de gracia y de realidad? Más aún, ¿cómo puede el Dios encarnado ser también el Cordero de Dios? ¿Quién jamás se imaginaría que en la historia de la humanidad pudiera haber un escrito que contuviera semejantes asuntos? Este escrito, el Evangelio de Juan, nos habla de una persona que es el Verbo eterno y el propio Dios, y nos dice que en este Verbo hay vida, que esta vida es la luz de los hombres, que Él se hizo carne, que estando en la carne Él era el tabernáculo, que cuando nos acercamos a este tabernáculo recibimos gracia y verdad, y disfrutamos Su gloria, y que esta maravillosa persona también vino a ser un Cordero. Un escrito como éste no es simplemente humano, ni tampoco es de orden religioso, moral, ético o filosófico; antes bien, es un escrito que contiene una revelación que es totalmente divina.

  La mayoría de quienes leen el Nuevo Testamento tiene gran aprecio por el Evangelio de Lucas porque contiene numerosas parábolas y porque presenta casos de pecadores que fueron salvos. Sin embargo, es posible que tengamos este aprecio por Lucas debido a que nuestra visión es limitada, quizá tan limitada como la de un sapo que está en el fondo de un pozo. Dentro del pozo, un sapo sólo alcanza a ver un pequeño círculo de cielo. Pero en los cinco libros escritos por Juan, se nos revela todo el cielo. Cuando vemos la revelación contenida en los escritos de Juan, salimos de nuestro “pozo”.

  Los escritos de Juan no sólo nos sacan del pozo, sino que nos transportan a los cielos. En Apocalipsis, Juan declaró que vio una puerta abierta en el cielo y que vio un trono establecido en el cielo y a uno sentado en el trono (Ap. 4:1-2). Finalmente, Juan vio el cielo nuevo, la tierra nueva y la Nueva Jerusalén (21:1-2). En un sentido muy real, el libro de Apocalipsis no es un libro de profecías, sino un libro de revelación. En este libro somos rescatados de nuestra pobre condición y trasladados a los cielos. Espero que estos mensajes les ayuden a ascender de esta manera. Entonces podrán testificar: “Ya no estoy dentro de un pozo, con una visión estrecha y limitada, sino que ahora estoy en los cielos, con una visión clara de la revelación de Dios”. El propósito de los escritos de Juan es llevarnos a un plano más alto y mostrarnos una revelación de los asuntos misteriosos y divinos.

Complementan las otras epístolas

  Así como el Evangelio de Juan complementa los Evangelios sinópticos, del mismo modo las Epístolas de Juan complementan las otras epístolas del Nuevo Testamento. He estudiado los escritos de Pablo y de Pedro, y los valoro muchísimo; asimismo, he estudiado las Epístolas de Jacobo y de Judas. Así que puedo testificarles que si no tuviéramos las Epístolas de Juan, sentiríamos una enorme pérdida. Las Epístolas de Juan son, por tanto, un complemento importante de todas las otras epístolas.

Complementan la Biblia en su totalidad

  Además, el libro de Apocalipsis es un libro que complementa toda la Biblia. Imagínense cómo sería la Biblia sin el libro de Apocalipsis. De ser así, a la Biblia le faltaría una conclusión. ¡Eso sería una enorme pérdida!

COMPLETAN TODA LA REVELACIÓN DIVINA

  Los escritos de Juan no solamente complementan toda la revelación divina, sino que además la completan. Esto significa que los escritos de Juan completan la Biblia. Su evangelio completa los Evangelios, sus epístolas completan las Epístolas, y el Apocalipsis completa toda la Biblia. Si vemos la importancia de los escritos de Juan, ciertamente le daremos gracias al Señor por ellos. Alabado sea el Señor por el Evangelio de Juan, por sus epístolas y por el Apocalipsis.

ALGUNOS ASUNTOS SOBRESALIENTES EN 1 JUAN

La vida divina y la comunión divina

  En la Primera Epístola de Juan hay ciertos versículos que me gustan de manera especial. En 1 Juan 1:2 y 3 leemos: “(Y la vida fue manifestada, y hemos visto y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos también a vosotros, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con Su Hijo Jesucristo”. En estos versículos, Juan dice que los apóstoles nos anuncian la vida eterna para que nosotros podamos tener comunión con ellos. ¿En qué otro escrito puede uno encontrar palabras como éstas? En la Primera Epístola de Juan se nos anuncia la vida eterna con el propósito de que haya comunión. Esto significa que la vida eterna genera comunión. Cuando esta vida es anunciada, el resultado es la comunión de la vida divina. Por lo tanto, en 1:2 y 3 tenemos la vida divina junto con la comunión divina.

La unción

  El versículo 27 de 1 Juan 2 dice: “Y en cuanto a vosotros, la unción que vosotros recibisteis de Él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; pero como Su unción os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, así como ella os ha enseñado, permaneced en Él”. En este versículo Juan dice que la unción del Señor nos enseña todas las cosas, y que así como ella nos ha enseñado, debemos permanecer en Él. La enseñanza que nos da la unción es totalmente diferente del conocimiento que imparten los grandes maestros, e incluso del así llamado sublime saber de Confucio. Espero que todos nos percatemos plenamente del hecho de que la unción divina que está en nosotros nos enseña constantemente y que nosotros simplemente debemos permanecer en el Señor según la enseñanza de la unción.

El nacimiento divino y la simiente divina

  Otro versículo maravilloso es 3:9, donde dice: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”. En este versículo, Juan habla de aquellos que han “nacido de Dios”. Los escritos de Juan recalcan el nacimiento divino, nuestra regeneración. Es una gran maravilla el hecho de que los seres humanos puedan ser engendrados por Dios, que puedan ser regenerados por Él. Como creyentes de Cristo que somos, no sólo hemos sido engendrados por nuestro padre, sino que también hemos sido engendrados por Dios. Todo aquel que nace de un ser humano, automáticamente llega a ser un ser humano. Aplicando el mismo principio, todo lo que nace de un perro es un perro. Lo que queremos decir es que todo tipo de vida siempre engendrará ese mismo tipo de vida. Yo no diría que puesto que hemos sido engendrados por Dios, somos Dios. Sin embargo, basándonos en las Escrituras, podemos afirmar que puesto que hemos sido engendrados por Dios, somos hijos de Dios y que, como tales, poseemos la vida y la naturaleza divinas. Dios es nuestro Padre, y nosotros somos Sus hijos, aquellos que poseen Su vida y Su naturaleza. Así como recibimos la vida y la naturaleza humanas al nacer de nuestros padres, al nacer de Dios recibimos la vida y la naturaleza divinas.

  Según 3:9, todo aquel que ha sido engendrado por Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él. Practicar el pecado es vivir en el pecado de forma habitual. Puesto que hemos sido engendrados por Dios, no practicamos el pecado. Por ejemplo, un gato practica el atrapar ratones porque posee cierta vida. Sin embargo, un perro, debido a que tiene una vida diferente, no tiene esa práctica. Todo aquel que practica el pecado no es hijo de Dios. Ninguno que sea hijo de Dios, vive en pecado de manera habitual.

  La razón por la cual uno que ha sido engendrado por Dios no practica el pecado es que la simiente de Dios permanece en él. La simiente de la que nos habla este versículo es la vida de Dios, la cual recibimos cuando nacimos de Él. Esta simiente divina permanece en cada creyente regenerado. ¡Cuán maravilloso es que la simiente de Dios permanezca en nosotros! ¡Qué tremenda revelación es ésta! Sencillamente no podría decirles cuán superior es esta revelación en relación con las enseñanzas de Confucio, las cuales hablan del sublime saber. Puesto que nacimos de Dios, Su simiente permanece en nosotros. ¿Acaso no tiene usted la sensación de que algo vivo y orgánico se mueve y crece en su interior? A veces sentimos que esta simiente está activa, y en otras ocasiones sentimos que ella florece.

  En la parábola del sembrador que se nos narra en Mateo 13, vemos que el Señor Jesús vino como el sembrador para sembrarse a Sí mismo como la semilla divina en los corazones de los hombres. Nuestro corazón es la tierra donde crece la semilla divina. Esta semilla es nada menos que el propio Dios. Una semilla de trigo es trigo, y una semilla de clavel es un clavel. Bajo el mismo principio, la simiente de Dios es Dios mismo. Por medio de la regeneración, Dios vino a ser una simiente de vida, una simiente orgánica, que crece dentro de nosotros. Finalmente, esta semilla florecerá y dará fruto. Ya que esta simiente es divina, no practica el pecado.

Hemos sido engendrados por Dios, y el maligno no nos puede tocar

  En 1 Juan 5:4 dice: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo”, y 5:18 dice: “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues el que es nacido de Dios se guarda a sí mismo, y el maligno no le toca”. Cuando unimos estos dos versículos, vemos que todo lo que ha nacido de Dios, todo lo que ha sido engendrado por Dios, vence al mundo y el maligno no le toca. Más adelante, veremos por qué en 5:4 habla de todo lo que, mientras que en 5:18 habla de todo aquel. Por ahora es suficiente ver que todo lo que ha sido engendrado por Dios vence al mundo, y el maligno no le toca.

  Los cristianos a menudo se quejan de cuán poderoso es el diablo. Pero en los escritos de Juan se nos dice que hemos sido engendrados por Dios y que el diablo no nos toca. El diablo sabe que sus esfuerzos serán en vano si toca a alguien que ha sido engendrado por Dios y se guarda a sí mismo.

  Todos estos versículos de 1 Juan son únicos. No encontramos versículos como éstos en los escritos de Pablo o de Pedro. Por tanto, quisiera animarles a todos a que dediquen el tiempo necesario para orar acerca de estos versículos. Creo firmemente que si oran acerca de ellos, verán algo divino. Puedo testificar que he visto que la vida eterna me fue anunciada, que soy partícipe de la comunión divina, que la unción divina está en mí, que he sido engendrado por Dios, que poseo la simiente divina, y que soy una persona a la cual Satanás no puede tocar. Espero que todos podamos ver la maravillosa revelación contenida en estos versículos y testificar con denuedo acerca de ella.

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