Mensaje 13
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Lectura bíblica: 1 Jn. 2:1-2
En este mensaje examinaremos los versículos 1 y 2 del capítulo 2.
En 1 Juan 2:1 leemos: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno peca, tenemos ante el Padre un Abogado, a Jesucristo el Justo”. Al usar la expresión “hijitos míos” Juan se refería a todos los creyentes, sin importar su edad. La palabra griega traducida “hijitos” es teknía, la cual es la forma plural de téknion, hijito, el diminutivo de téknon, hijo. Ésta era una palabra que a menudo usaban las personas de edad al dirigirse a los más jóvenes. “Es un término que denota afecto paternal. Se aplica a los cristianos sin tener en cuenta el crecimiento. Se usa en los versículos 12, 28; 3:7, 18; 4:4; 5:21; Juan 13:13; y Gálatas 4:19” (Darby). El apóstol, ya entrado en años, consideraba como amados hijos suyos en el Señor a todos los destinatarios de su epístola. En los versículos del 13 al 2 los clasificó en tres grupos: niños, jóvenes y padres. Los versículos del 1 al 12 y del 28 al 29 están dirigidos a todos los destinatarios en general, y los versículos del 13 al 27, a los tres grupos respectivamente, según su crecimiento en la vida divina.
En 2:1 Juan les dice a los hijitos que les escribe “estas cosas”. Éstas son las cosas mencionadas en 1:5-10 con respecto a que es posible que todavía pequen los hijos de Dios, los creyentes regenerados, quienes poseen la vida divina y participan de su comunión (1:1-4).
Juan les dice a los destinatarios de esta epístola: “Os escribo para que no pequéis”. Estas palabras y la frase si alguno peca, en el versículo que sigue, indican que todavía es posible que los creyentes regenerados pequen. Aunque ellos poseen la vida divina, aún les es posible pecar si no viven por la vida divina y no permanecen en la comunión de dicha vida. La palabra griega traducida “pecados” está aquí en aoristo subjuntivo, lo cual denota un hecho aislado, y no una acción que se repite de forma habitual.
Las palabras para que no pequéis revelan la intención de Juan al escribir acerca del pecado, de la confesión de los pecados, y del hecho de que Dios nos perdona y nos limpia; su intención, su propósito, era que nosotros no pecáramos. Como nos lo indica en el capítulo 1, si pecamos, nuestra comunión con el Padre se interrumpirá. Si queremos que nuestra comunión se mantenga activa, tenemos que abstenernos de pecar. Éste es el principal propósito de lo que Juan escribe en el capítulo 1 de esta epístola.
En el capítulo 1, Juan nos muestra que hemos recibido la vida divina y que esta vida nos ha introducido en la comunión divina. En la comunión divina recibimos luz y, por eso, ahora debemos andar en luz como Dios está en luz (1:5, 7). Sin embargo, debemos tener presente que todavía tenemos el problema del pecado, es decir, que todavía el pecado mora en nosotros, y que debemos estar alertas con respecto a éste. Aun después de nuestra regeneración, el pecado que entró en el linaje humano a través de Adán permanece en nuestra carne. Aunque nuestro espíritu fue regenerado, la vida de Dios fue impartida a nuestro espíritu y el Espíritu de Dios mora en nuestro espíritu, el pecado todavía mora en nuestra carne. Es preciso reconocer el hecho de que en nuestra carne mora el pecado que entró en la humanidad a través de Adán, y, asimismo, tenemos que estar alertas, no sea que cometamos pecados. Si no permanecemos alertas, pecaremos, y nuestros pecados interrumpirán la comunión que disfrutamos con Dios. Y una vez que nuestra comunión con Él se interrumpa, perderemos el disfrute de la vida divina.
Podríamos decir que en el capítulo 1 encontramos una advertencia, un recordatorio y un mandato en cuanto a la necesidad de estar alertas. Efectivamente, hemos recibido la vida divina, y la vida divina es ahora nuestro disfrute que nos lleva a tener comunión con el Dios Triuno. ¡Esto es maravilloso! Pero es preciso entender que todavía existe el problema del pecado que mora en nosotros. Ya que el pecado mora en nuestra carne, aún existe la posibilidad de que nuestro disfrute de la vida divina se vea interrumpido si llegamos a cometer algún pecado.
Si no reconocemos que el pecado todavía mora en nuestra carne y, en vez de ello, nos engañamos en este asunto, definitivamente pecaremos. Entonces perderemos el disfrute que tenemos de la vida divina. Por lo tanto, si hemos de permanecer en el disfrute de la vida divina y en la comunión de la vida divina, debemos reconocer que tenemos el pecado en nuestra carne y que el pecado está al asecho, esperando la oportunidad para hacernos daño, interrumpir nuestra comunión con el Dios Triuno y alejarnos del disfrute que tenemos de la vida divina, la cual recibimos mediante la regeneración.
Ahora podemos ver cuál era el propósito de Juan al escribir el capítulo 1. Él no quería que los creyentes perdieran el disfrute de la vida divina, así que les dijo en 2:1: “Estas cosas os escribo para que no pequéis”. Ésta era la intención de Juan y también lo que esperaba de ellos. Además, estas palabras son una advertencia y un recordatorio con respecto a la posibilidad de pecar.
En 2:1 Juan dice: “Si alguno peca, tenemos ante el Padre un Abogado, a Jesucristo el Justo”. Juan sabía que los creyentes no siempre se abstendrían de pecar. Él sabía que aun cuando nosotros estamos alertas con respecto al pecado que mora en nuestra carne, aún nos es posible pecar. Es por eso que dice que si pecamos, tenemos un Abogado ante el Padre.
La palabra griega traducida “Abogado” es parákletos, y denota a alguien que es llamado a acudir al lado de otro para ayudarle y, por ende, significa ayudador; también se refiere a alguien que ofrece ayuda legal o que intercede a favor de otra persona y, por ello, significa “abogado, asesor legal o intercesor”. La palabra conlleva la idea de consolar y consolación; por eso, podría traducirse “consolador”. Paráclito es la transliteración del griego. Esta palabra se usa en el Evangelio de Juan (14:16, 26; 15:26; 16:7), para referirse al Espíritu de realidad como nuestro Consolador interno, Aquel que atiende nuestro caso o nuestros asuntos. Aquí se usa para referirse al Señor Jesús como nuestro Abogado ante el Padre. Cuando pecamos, Él se encarga de nuestro caso intercediendo (Ro. 8:34) y suplicando por nosotros. Su intercesión y súplica se basan en la propiciación que Él efectuó.
En el capítulo 1, Juan habla acerca de la sangre redentora de Cristo, la cual nos limpia constantemente mientras andamos en luz. Pero en este versículo Juan nos muestra a una persona que es nuestro Abogado ante el Padre. Por consiguiente, la provisión divina incluye la sangre de Cristo y también la persona de Cristo como nuestro Abogado.
Como ya vimos, la palabra Abogado es una traducción de la palabra griega parákletos. Esta palabra está compuesta por dos palabras: la preposición pará (usada aquí como prefijo) y la palabra kletós. Al unirse, estas dos palabras denotan a alguien que es llamado a acudir a nuestro lado. En el Nuevo Testamento, Juan es el único que usa la palabra griega parákletos. En su Evangelio, él dice: “Y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (14:16). Esto indica que mientras el Señor estaba con los discípulos, un parákletos, un Consolador, estaba allí con ellos. Pero este parákletos estaba próximo a partir. Por tanto, se necesitaba que viniera otro parákletos, otro Consolador. De hecho, el primer parákletos y el otro parákletos se refieren a la misma persona. El “otro Consolador” está ahora en nosotros como Espíritu vivificante, y el primer Consolador, el Señor Jesucristo, está ahora en los cielos a la diestra de Dios.
Para entender mejor sobre estos dos Consoladores, usemos como ejemplo la electricidad. Por una parte, la electricidad se encuentra en la central eléctrica; por otra, la electricidad ha sido instalada en nuestros hogares. Podríamos decir, por tanto, que la electricidad se halla en dos lugares: por un lado está en la central eléctrica, y por otro, está en nuestros hogares. A medida que la electricidad fluye de la central eléctrica —donde es almacenada— a nuestros hogares —donde es usada—, estos dos lugares se conectan. Podríamos comparar la electricidad que está en la central eléctrica al Consolador, al Señor Jesús, que está en los cielos, y la electricidad que está en nuestros hogares al otro Consolador, al Espíritu vivificante, que está en nuestro espíritu. En los cielos tenemos al Señor Jesucristo como nuestro Consolador, y en nuestro espíritu tenemos al Espíritu como el otro Consolador. Sin embargo, estos dos son uno. Es por esta razón que la palabra griega se usa para referirse tanto al Consolador que está en los cielos como al Consolador que está en nuestro espíritu.
En la Versión Recobro tradujimos parákletos como “Consolador” en Juan 14:16, y como “Abogado” en 1 Juan 2:1. En Juan 14:26 y 15:26 esta palabra griega también se traduce “Consolador”. “Consolador” es una traducción adecuada de parákletos en Juan 14:16, ya que el sentimiento que nos comunica este versículo es que este Paráclito viene a consolar a los discípulos, quienes se sentían tristes por la partida del Señor. El Señor les había dicho a Sus discípulos que Él se iba y que sabía que ellos se sentían turbados por ello. Así que, en este capítulo el Señor les dijo a los discípulos que no tenían por qué estar tristes, ya que Él rogaría al Padre que enviase otro Paráclito, otro Consolador. Debido a que los turbados discípulos necesitaban consuelo, es correcto traducir parákletos como “Consolador” en Juan 14:26. Sin duda alguna, esta palabra griega implica el pensamiento de consuelo, y se refiere a alguien que nos ayuda, nos sirve, que está a nuestro lado y camina con nosotros. Una persona así ciertamente es un consolador.
También es correcto traducir parákletos tal como aparece en 1 Juan 2:1 como “Abogado”. Según el uso que se le daba en tiempos antiguos, esta palabra griega denota a una persona que cumple la función de un abogado, un defensor legal. La situación descrita en 1 Juan 2:1 es diferente de la que se describe en Juan 14:16, pues es una situación que requiere un abogado o defensor legal. Sin embargo, la expresión defensor legal no parece ser la mejor traducción en el contexto de la Palabra. Por eso, después de mucha consideración, seleccionamos la palabra Abogado.
El Abogado de 2:1 es de hecho un defensor espiritual. Este parákletos acude a nuestro lado, como una enfermera que cuida de nosotros y nos sirve. El parákletos es también un consejero. En las escuelas, los estudiantes tienen un consejero que les ayuda a escoger las clases correctas. Nuestro parákletos también nos ayuda a tomar decisiones. J. N. Darby, en su traducción de 1 Juan 2:1, usa la palabra patrón. En su nota él explica que la palabra patrón se usa en el sentido de un patrón romano, quien se encargaba de las necesidades de su cliente en todo sentido. Una de las funciones de un patrón romano se asemejaba mucho a la que cumple un abogado hoy en día. Cuando nos encontramos en dificultades, podemos dejar todo el asunto en manos de un abogado, y entonces él se encarga de nuestro caso. Ésta es la función que cumple nuestro Abogado en 2:1.
Así que, la palabra parákletos reúne muchos significados. Comunica la noción de ayudar y alimentar, la noción de aconsejar y también la noción de consolar. Asimismo, comunica la noción de un abogado, un defensor legal, quien se encarga de nuestro caso.
Juan nos dice en 2:1 que tenemos un Abogado ante el Padre. La frase griega traducida “ante el Padre” es la misma que se traduce “con el Padre” en 1:2. En ambos casos se usa la preposición griega pros, en el acusativo, una preposición que implica movimiento y la idea de vivir y actuar en unión y comunión con alguien. El Señor Jesús, quien es nuestro Abogado, vive en comunión con el Padre.
Juan, al referirse a Dios, usa la palabra Padre como título divino, dando a entender que nuestro caso, del cual se encarga el Señor Jesús como nuestro Abogado, es un asunto familiar, un caso entre los hijos y el Padre. Por medio de la regeneración nosotros nacimos como hijos de Dios. Así que, si después de haber sido regenerados nosotros pecamos, es contra nuestro Padre que pecamos. Entonces nuestro Abogado, quien es nuestra propiciación, se hace cargo de nuestro caso para restaurar nuestra comunión con el Padre, de modo que permanezcamos en el disfrute de la comunión divina.
En el pasado me preguntaba por qué Juan nos dijo que tenemos un Abogado ante el Padre. Un Abogado es alguien que trabaja en casos legales. Es fácil entender que uno necesite un abogado, un defensor legal, si se encuentra ante un juez en un tribunal. Pero, ¿por qué necesitaríamos un Abogado ante nuestro Padre? La respuesta a esta pregunta es que el “caso” de los pecados que cometemos después de nuestra regeneración es un asunto que concierne al Padre y al “tribunal” familiar. Cada vez que pecamos, ofendemos a nuestro Padre. Así que nuestro juez es un Padre-Juez, nuestro tribunal es efectuado en nuestro hogar espiritual, y nuestro caso es un asunto familiar. No obstante, un miembro de nuestra familia, nuestro Hermano mayor, el Señor Jesús, es nuestro Abogado ante el Padre. Como nuestro Abogado, nuestro hermano mayor se encarga de nuestro caso. Ésta es la razón por la cual Juan no dice que tenemos un Abogado ante Dios, sino que dice que tenemos un Abogado ante el Padre.
Un hijo tal vez tenga la idea equivocada de que porque su padre lo ama, puede hacer lo que quiera en el hogar con su familia. Por supuesto, esto no es así. Si bien es cierto que nuestro Padre nos ama, los pecados que cometemos son ofensas contra Él. Efectivamente, Dios es nuestro Padre; pero si pecamos, Él tendrá algo en contra de nosotros. Ésta es la razón por la cual en nuestra familia espiritual a veces necesitamos un Abogado.
En este versículo encontramos dos títulos importantes: Abogado y Padre. El título Padre indica que formamos parte de la familia divina y disfrutamos del amor del Padre, y el título Abogado indica que es posible que estemos mal en ciertos asuntos y que necesitemos que alguien se encargue de nuestro caso. Así pues, en la vida familiar necesitamos que nuestro Hermano mayor nos sirva de Abogado y se encargue de nuestro caso.
La verdad contenida en la Biblia siempre se presenta de forma equilibrada. También en este versículo la verdad se expone de manera equilibrada. Por un lado, el título Padre hace referencia al amor; por otro, el título Abogado hace referencia a la justicia. Por ejemplo, aunque un padre ama a su hijo, si éste se porta mal, el padre tendrá algo en su contra, lo cual estará basado en la justicia. Si bien el padre todavía ama a su hijo y seguirá cuidando de él, con todo, tendrá algo contra él y deberá disciplinarlo. De manera semejante, cuando nosotros pecamos, el Padre tiene algo contra nosotros. Por tanto, necesitamos un abogado celestial; necesitamos que Jesucristo, nuestro Hermano mayor, sea nuestro Abogado.
Hemos recalcado el hecho de que Cristo es nuestro Abogado ante el Padre. Note que aquí Juan no dice que tenemos un Abogado ante Dios ni que tenemos al Hijo ante el Padre; más bien, dice que si pecamos, tenemos un Abogado ante el Padre.
Según lo que dice Juan en 2:1, nuestro Abogado ante el Padre es Jesucristo el Justo. Nuestro Señor Jesús es el único Hombre justo entre todos los hombres. Su acto de justicia (Ro. 5:18) realizado en la cruz satisfizo a nuestro favor y a favor de todos los demás pecadores, lo que el Dios justo requería. Solamente Él está calificado para ser nuestro Abogado a fin de cuidarnos a nosotros, quienes estamos en una condición pecaminosa, y restaurarnos a una condición justa para que haya una relación de paz entre nosotros y nuestro Padre, quien es justo.
En vez de decir “Jesucristo el Justo” podríamos decir “Jesucristo, Aquel que es recto en todo”. Jesucristo ciertamente es una persona recta en todo sentido, Él es una persona correcta, y solamente Él puede ser nuestro Abogado ante el Padre. La razón por la cual nosotros tenemos un problema y el Padre tiene algo contra nuestra es que nosotros no estamos bien en muchos asuntos. Debido a que estamos mal, necesitamos que el Justo se encargue de nuestro caso.
En 2:2 Juan dice: “Y Él mismo es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”. La palabra griega traducida “propiciación” aquí y en 4:10 es ilasmós. En 1:7 tenemos la sangre de Jesús, en 2:1 tenemos la persona de Cristo como nuestro Abogado, y ahora, en 2:2, tenemos a Cristo como propiciación por nuestros pecados. Nuestro Abogado, quien derramó Su sangre para limpiarnos de nuestros pecados, es nuestra propiciación. La palabra propiciación significa apaciguar o hacer la paz. Cuando un niño se ha portado mal y su padre tiene algo contra él, no hay paz entre ellos. En tal situación, se necesita apaciguar al padre o hacer las paces con él. Esta acción de apaciguar o de hacer las paces es el significado de la palabra propiciación.
Para poder entender la palabra propiciación, según se menciona en 2:2, sería muy conveniente repasar lo que dice Pablo en Romanos 3:25 acerca del propiciatorio: “A quien Dios ha presentado como propiciatorio por medio de la fe en Su sangre, para la demostración de Su justicia, a causa de haber pasado por alto, en Su paciencia, los pecados pasados”. La palabra griega traducida “propiciatorio” aquí es ilastérion. Esta palabra es diferente de la palabra ilasmós, que se menciona en 1 Juan 2:2 y 4:10 y de iláskomai usada en Hebreos 2:17. Ilasmós significa “aquello que propicia”, es decir, un sacrificio propiciatorio. En 1 Juan 2:2 y 4:10 el Señor Jesús es el sacrificio propiciatorio por nuestros pecados. Iláskomai significa “apaciguar, reconciliar a uno al satisfacer las exigencias de otro”, o sea, “hacer propiciación”. En Hebreos 2:17 el Señor Jesús hizo propiciación por nuestros pecados para reconciliarnos con Dios al satisfacer los justos requisitos que Dios nos imponía. Pero ilastérion se refiere “al lugar de propiciación”. Así que, en Hebreos 9:5 esta palabra se usa para referirse a la cubierta del arca (asiento de misericordia son las palabras usadas en la versión King James) que estaba dentro del Lugar Santísimo. En Éxodo 25:16-22 y Levítico 16:12-16 la Septuaginta usa esta misma palabra para denotar la cubierta del arca. Dentro del arca estaba la ley de los Diez Mandamientos, que mediante sus justos requisitos descubrían y condenaban los pecados de los que se acercaban a tener contacto con Dios. Sin embargo, por medio de la cubierta del arca, que era rociada con la sangre propiciatoria en el día de la propiciación, todo lo relacionado con el pecador quedaba completamente cubierto. Por lo tanto, sobre esta tapa que cubría los pecados, Dios podía reunirse con los que habían quebrantado Su justa ley, y podía hacerlo sin ninguna contradicción gubernamental de Su justicia, incluso bajo la observación de los querubines que exhibían Su gloria, la cual cubría con su sombra la cubierta del arca. El sacrificio propiciatorio o expiatorio, que era una sombra de Cristo, satisfacía todos los requisitos de la justicia y de la gloria de Dios. Como resultado, Dios pudo pasar por alto los pecados pasados del pueblo. Además, esto era algo que Dios tenía que hacer para demostrar Su justicia. A esto se refiere Romanos 3:25. Por esta razón, Romanos 3:25 usa la misma palabra, ilastérion, para revelar que el Señor Jesús es el lugar donde se efectúa la propiciación, el propiciatorio, a quien Dios ha presentado para la demostración de Su justicia, a causa de haber pasado por alto los pecados de los santos del Antiguo Testamento, ya que, como el sacrificio propiciatorio, Él hizo perfecta propiciación en la cruz por los pecados de ellos y satisfizo plenamente los requisitos de la gloria de Dios y de Su justicia.
El Señor Jesucristo se ofreció a Sí mismo a Dios como sacrificio por nuestros pecados (He. 9:28), no solamente para efectuar nuestra redención, sino también para satisfacer a Dios. En Él como nuestro Substituto, y por medio de Su muerte substitutiva, Dios es satisfecho y apaciguado. De este modo, vemos que Cristo es la propiciación entre Dios y nosotros.
Juan dice en 2:2 que Cristo no sólo es la propiciación por nuestros pecados, sino también por los de todo el mundo. El hecho de que el Señor Jesús sea la propiciación por los pecados del hombre significa que lo es por los pecados de todo el mundo. Sin embargo, esta propiciación está supeditada a que el hombre reciba al Señor creyendo en Él. Los incrédulos no experimentan la eficacia de la propiciación, no porque ésta tenga alguna falta, sino por su incredulidad.