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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 1 Juan»
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Mensaje 16

LOS REQUISITOS CORRESPONDIENTES A LA COMUNIÓN DIVINA

(8)

  Lectura bíblica: 1 Jn. 2:3-6

  En este mensaje continuaremos examinando 1 Juan 2:3-6.

  Hemos visto que 2:1 y 2 concluyen lo dicho en 1:5-10 con respecto a nuestra confesión y al perdón de nuestros pecados por parte de Dios. Confesar nuestros pecados es el primer requisito que debemos cumplir para disfrutar de la comunión de la vida divina. Según 2:3-11, el segundo requisito es que guardemos la palabra del Señor y amemos a los hermanos.

UNA SEÑAL QUE INDICA QUE ESTAMOS EN EL SEÑOR

  En 2:5 Juan dice: “Pero el que guarda Su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; en esto sabemos que estamos en Él”. Las palabras en esto de la última frase se refieren al asunto de guardar la palabra del Señor y de que el amor de Dios sea perfeccionado en nosotros. La frase en Él se refiere al hecho de estar en el Señor Jesucristo. Ésta es una expresión enfática, puesto que recalca el hecho de ser uno con el Señor.

  Si leemos el contexto de estos versículos, nos daremos cuenta de lo importante que es tener una señal que indique que estamos en el Señor. ¿Cómo podemos comprobar que estamos en el Dios Triuno? ¿Cuál es la evidencia de que verdaderamente estamos en Él? La primera señal de que estamos en Él es que conocemos a Dios por experiencia en nuestra vida diaria.

  Cuando Juan habla de conocer a Dios (v. 3), él habla de que debemos conocerle en términos de nuestra experiencia al guardar Sus mandamientos, y no de forma doctrinal. No solamente debemos conocer en doctrina que Dios es todo poderoso y que Él creó los cielos y la tierra; debemos también conocer a Dios por experiencia, de manera que esto afecte nuestra vida diaria. Otros tal vez se pregunten por qué usted no participa de ciertas formas de entretenimiento mundano. La razón por la cual usted no participa de tales cosas es que usted conoce a Dios, que le conoce según Su naturaleza santa. Puesto que la naturaleza santa de Dios no le permite participar de esta clase de entretenimiento, usted se abstiene de ello. Asimismo, si conocemos a Dios según Su naturaleza, esto afectará la manera que hacemos nuestras compras. Conocer a Dios de esta manera también nos hará sinceros para con los demás. Ya que conocemos al Señor según Su naturaleza de sinceridad, no jugaremos a la política. Por lo tanto, la razón por la cual nos comportamos y actuamos de cierta manera no debería ser que seguimos las enseñanzas de la Biblia de forma externa, sino que conocemos la naturaleza y el carácter de Dios, y vivimos según lo que Dios es.

  En ocasiones algunos tratarán de convencerle de que usted no necesita ser tan estricto en su modo de vivir. Por ejemplo, quizás le digan que no hay nada de malo con que usted saque tiempo para participar en cierta diversión. Quizás usted podría responderles lo siguiente: “Para mí esto no es cuestión de bueno o malo. Mi testimonio es que yo conozco a mi Dios. Mi Dios es un Dios vivo que mora en mi interior, y yo estoy en Él y soy uno con Él orgánicamente. Eso significa que Su naturaleza llega a ser mía y que lo que Él es llega a ser mi elemento constitutivo. Como resultado, le conozco subjetivamente en mi experiencia. Es por eso que no me conduzco como los demás. Los incrédulos no le tienen a Él, y, por ende, no le conocen ni le experimentan. ¿Saben ustedes por qué me porto como lo hago? Me porto así porque tengo al Señor, porque le conozco y le disfruto. El Señor no solamente es mi vida; Él es mi todo. No vivo conforme a ciertas reglas o exigencias, sino que vivo por la vida divina que está en mí. El Señor mora en mí, y le conozco por experiencia”.

EL GUSTO INHERENTE A LA NATURALEZA DIVINA

  Estar en el Señor Jesucristo es ser uno con Él orgánicamente. No significa ser uno con Él meramente de forma doctrinal. Cuando somos uno con el Señor orgánicamente, Él es nuestra vida e incluso llega a ser nuestra naturaleza.

  Toda especie de vida tiene su propia naturaleza. La naturaleza divina tiene cierto gusto. Puesto que nosotros tenemos al Señor como nuestra vida y puesto que disfrutamos de Su naturaleza, también tenemos el gusto que es inherente a la naturaleza divina. Sin embargo, todo aquel que no posea la naturaleza divina carecerá del gusto divino. Pero puesto que tenemos el gusto de la naturaleza divina, sencillamente no podemos hacer ciertas cosas.

  Como ejemplo de lo que queremos decir cuando hablamos del gusto de la naturaleza divina, consideremos lo que pasa cuando algo amargo entra en la boca de un bebé. No hay necesidad de enseñarle al pequeño que no coma cosas amargas; tan pronto como la sustancia amarga entre en la boca del bebé, él la escupirá. El niño no se comporta conforme a normas que haya aprendido de su madre. Ella no necesita enseñarle a su bebé que no coma cosas amargas. La vida de su bebé tiene una naturaleza que rechaza las cosas amargas. De manera semejante, la vida divina posee un gusto particular que nos hace rechazar aquellas cosas que son contrarias a la naturaleza de Aquel que vive en nosotros.

CONOCER A DIOS SUBJETIVAMENTE

  Nosotros no conocemos a Dios meramente en un sentido objetivo o doctrinal. Es así como los judíos conocen a Dios. Ellos conocen a Dios en un sentido objetivo, muy ajeno de cualquier experiencia subjetiva que se pueda tener de Él. Eso quiere decir que no tienen ninguna experiencia interna del Dios subjetivo. Pero nosotros, como personas que han nacido de Dios y poseen la vida de Dios, le conocemos no sólo de manera objetiva, sino que en particular le conocemos de manera subjetiva y por experiencia.

  Ya que conocemos a Dios de esta manera, no podemos hablar de ciertas cosas, hacer ciertas cosas, o ir a ciertos lugares. Otros quizás nos difamen y nos acusen falsamente; sin embargo, debido a que conocemos a Dios de manera subjetiva, a menudo no tendremos ningún deseo de vindicarnos o de argumentar en defensa propia. Sin importar lo que puedan decir otros, nosotros sabemos que poseemos la vida divina. Tenemos a Dios en nuestro interior como nuestra vida y nuestra naturaleza. Finalmente, esta persona que mora en nosotros se expresará en nuestro carácter y conducta. Es de esta forma que conocemos a Dios por experiencia, y conocerle de esta manera es una clara señal de que estamos en Él y de que somos uno con Él.

  En nuestro comportamiento y en nuestra manera de hablar debemos manifestar una señal de que estamos en Dios. No debemos hablar con otros de la misma manera en que lo hacen los incrédulos. Si nuestro cónyuge, nuestros hijos, nuestros vecinos, nuestros compañeros de clase o nuestros compañeros de trabajo no ven en nosotros ninguna señal de que nos comportamos según la experiencia que tenemos de Dios, entonces quedará en tela de juicio si nosotros verdaderamente estamos en Dios o no. Damos gracias al Señor porque los que están en el recobro del Señor sí tienen el testimonio de estar en Dios en su vida cotidiana. Nosotros manifestamos una señal de que estamos en Dios, pese a que en ciertas ocasiones seamos débiles y le fallemos. Damos gracias al Señor porque en nuestro andar diario manifestamos cierta evidencia, cierta señal, de que estamos en Dios. Esta señal indica que conocemos al Señor en términos de nuestra experiencia. Y puesto que le conocemos por experiencia, de manera espontánea guardamos Sus mandamientos.

PERMANECER EN ÉL

  En 2:6 Juan dice además: “El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo”. Estar en Cristo es el punto de partida de la vida cristiana. Cuando Dios nos puso en Cristo, lo hizo de una vez para siempre (1 Co. 1:30). Permanecer en Cristo es la continuación de la vida cristiana. Ésta es la responsabilidad que tenemos en nuestro andar diario, un andar que es una copia del andar que Cristo tuvo sobre la tierra.

  Ya que Dios nos puso en Cristo de una vez para siempre, nosotros ahora debemos asumir la responsabilidad de permanecer en Él. Permanecer en Él, de hecho, equivale a tener comunión con Él. Por un lado, esto requiere que tomemos ciertas medidas con respecto a nuestros pecados; por otro, requiere que guardemos la palabra de Dios.

AMAR A DIOS Y A LOS HERMANOS

  Según el contexto de estos versículos, la palabra del Señor aquí se refiere a Sus mandamientos. Y Sus mandamientos son: amar a Dios y amar a los hermanos. Nosotros amamos a nuestro Padre, quien nos engendró, y también amamos a todos Sus hijos, a todos aquellos que han sido engendrados por Él.

  Cuando permanecemos en el Señor, teniendo comunión con Él, espontáneamente se produce en nosotros amor hacia Dios y amor hacia los hermanos. Por consiguiente, la segunda condición, el segundo requisito, de la comunión es que amemos a Dios y a los hermanos.

  La palabra griega traducida “amor” en el versículo 5 es agápe. Esta palabra denota un amor más elevado y más noble que la palabra griega filéo. Cuando en esta epístola se habla de amor, solamente se usa la palabra agápe y sus formas verbales. En este versículo la expresión el amor de Dios denota nuestro amor para con Dios, el cual es generado por Su amor dentro de nosotros. El amor de Dios, la palabra del Señor y Dios mismo están relacionados entre sí. Si guardamos la palabra del Señor, el amor de Dios ha sido perfeccionado en nosotros. Esto depende exclusivamente de la vida divina, la cual es Dios mismo.

  El amor de Dios es Su esencia interna, y la palabra del Señor nos abastece de esta esencia divina, con la cual amamos a los hermanos. La palabra en sí no es esta esencia o sustancia. La palabra es lo que nos transmite esta esencia y nos la suministra. De manera que la palabra nos suministra la esencia misma de Dios, la cual es el amor divino. Como resultado, tenemos algo tangible dentro de nosotros de lo cual podemos participar y disfrutar. Esto significa que la esencia del ser de Dios finalmente llega a ser nuestro disfrute. Luego, este disfrute tendrá un resultado: amaremos a Dios y a Sus hijos.

NO DEBEMOS AMAR CON NUESTRO AMOR NATURAL

  No debemos amar a Dios y a Sus hijos con nuestro amor natural. En vez de ello, nuestro amor natural debe ser puesto en la cruz. Debemos amar a Dios y a Sus hijos con el amor divino, con el amor que nos transmite la palabra del Señor y que llega a ser nuestra experiencia y disfrute.

  Muchos de los cristianos hoy en día entienden la Biblia de una manera natural, religiosa o ética. Esto resulta especialmente evidente con respecto al requisito de amar a Dios, a los hermanos y a nuestro prójimo. Desde que era joven escuché que debíamos amar a los hermanos y a nuestro prójimo. Hoy en día, los cristianos a menudo hablan de amar a los hermanos o de amar al prójimo. En cierta ocasión fui a Houston para dar una conferencia, y después de una de las reuniones una dama se me acercó y me dijo muy enfáticamente: “Las personas de este país no saben amar a los demás. Usted debería viajar a diferentes lugares y enseñarles a los cristianos a amarse unos a otros”.

  Efectivamente la Biblia nos dice que debemos amarnos unos a otros y que debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Sin embargo, la intención de Dios al darnos este mandamiento no es que amemos a las personas con nuestro amor natural. Al contrario, Dios desea que le amemos a Él y amemos a Sus hijos con el amor divino que hemos disfrutado.

EL AMOR DE DIOS LLEGA A SER NUESTRO AMOR

  Ésta es la razón por la cual el versículo 5 dice que el amor de Dios ha sido perfeccionado en nosotros. Por un lado, este amor es el amor de Dios; por otro, este amor, habiéndolo experimentado y disfrutado nosotros, llega a ser nuestro amor hacia Dios y hacia los hermanos.

  ¿Cómo es que nuestro amor por Dios puede ser llamado el amor de Dios? Esto se debe a que este amor no es nuestro amor, sino el amor de Dios. Sin embargo, no es el amor de Dios en un sentido objetivo, sino el amor de Dios que hemos experimentado de forma subjetiva. Es el amor de Dios que llega a ser nuestro amor a medida que nosotros experimentemos y disfrutemos a Dios. Este amor entonces llega a ser nuestro amor hacia Dios y hacia los demás.

  Dios quiere que le amemos con Su amor. También quiere que con Su amor amemos a Sus hijos, y que incluso amemos a todo el mundo. Para ello, primero tenemos que disfrutar el amor de Dios y experimentarlo a tal grado que seamos llenos y saturados de él, y éste llegue a ser nuestra esencia, de modo que seamos empapados completamente de Su amor. Entonces, con este amor, amaremos a Dios, amaremos a los hijos de Dios y también amaremos a toda la gente. No los amaremos con nuestro amor natural, sino que los amaremos con el amor de Dios que hemos experimentado y disfrutado. ¡Alabado sea el Señor por este amor tan maravilloso! Éste es el amor que se revela en la primera epístola escrita por Juan.

  Esta experiencia del amor de Dios se lleva a cabo enteramente en la comunión de la vida divina. Si no disfrutamos a Dios en la comunión de la vida divina, no podremos tener semejante amor.

AMAR A OTROS CON EL AMOR DE DIOS

  Si experimentamos el amor de Dios, sabremos en lo profundo de nuestro ser que nuestro amor natural es una cosa y que el amor de Dios, que llega a ser nuestro amor mediante nuestra experiencia, es algo muy distinto. Una diferencia entre el amor de Dios y nuestro amor natural es que nuestro amor natural se ofende con mucha facilidad.

  Cuando amamos a los demás, llegamos a tener una relación muy cercana con ellos. Es por ello que a menudo, cuando amamos a las personas de manera natural, ellas terminan siendo enemigos nuestros. Ya que el amor natural podría tener tales consecuencias, aquellos que son sabios humanamente son recelosos y cautelosos cuando se trata de amar a las personas. Saben que si aman a otros de manera insensata, tarde o temprano ese amor les acarreará problemas. Muchos divorcios y separaciones son el resultado de un amor natural insensato, que con facilidad se ofende y termina en enemistad. Por ejemplo, hay casos en los que el hombre y la mujer después de conocerse por muy poco tiempo, se apresuran a casarse, y luego, al poco tiempo se separan o se divorcian. Al principio, ellos se amaban el uno al otro, pero no mucho después de casarse, se hicieron enemigos. Éste es el resultado de amarse de forma natural. Si nunca se hubieran amado de manera natural, no habrían llegado a ser enemigos.

  Por lo general usted no consideraría enemigo suyo a cualquier persona extraña que camina por la calle. Los que llegan a ser enemigos suyos muy a menudo son aquellos a quienes usted ha amado de manera natural. Ésta es la razón por la cual algunos ejercen su sabiduría humana y actúan cautelosamente al amar a otros. Saben que cuando uno ama a otros de manera natural, esto acarrea problemas. Así que, para evitar tales problemas, se muestran muy recelosos cuando se trata de amar a otros.

  Lo que quiero decir con todo esto es que debemos tener cuidado de no amar a otros con nuestro amor natural, y en vez de ello, debemos poner nuestro amor natural en la cruz. Debemos amar a otros con el amor de Dios que hemos experimentado y disfrutado. Si experimentamos el amor de Dios, amaremos a Dios con este amor. Asimismo, con este mismo amor, amaremos a los hermanos. Esta clase de amor no ocasionará problemas. Espero que todos veamos que debemos amar a Dios y a los demás con el amor divino que ha llegado a ser nuestra experiencia y disfrute.

EL VOCABULARIO BÁSICO DE JUAN

  Hasta ahora, en estos mensajes hemos abarcado dieciséis versículos de 1 Juan, diez versículos del capítulo 1, y 6 del capítulo 2. En estos versículos encontramos muchos asuntos que constituyen el vocabulario básico de Juan: el Verbo, la vida, el Padre, el Hijo, la comunión, el gozo, la luz, la verdad, la fidelidad de Dios, la justicia de Dios, la confesión, el perdón, la limpieza y la sangre. Todos estos asuntos son positivos. Entre los asuntos negativos están: el pecado, los pecados, la injusticia, las tinieblas y la mentira. Todos estos términos se encuentran en el capítulo 1. En el capítulo 2 se nos presenta el Abogado, la propiciación, la palabra o mandamiento, y el amor. Quisiera animarle a usted a orar-leer todos estos términos. Cuanto más los oremos-leamos, más nos daremos cuenta de lo rico que son. ¡Alabado sea el Señor por la sangre, la fidelidad de Dios, la justicia de Dios, Su perdón y Su lavamiento! ¡Alabémosle por el Verbo, la vida, la comunión, el gozo, la luz y la verdad! ¡Alabémosle también por el Abogado, la propiciación, la palabra como mandamiento y por el amor de Dios!

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