Mensaje 17
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Lectura bíblica: 1 Jn. 2:7-11
En este mensaje examinaremos 1 Juan 2:7-11, el último pasaje de la Primera Epístola de Juan que trata sobre los requisitos correspondientes a la comunión divina.
En el versículo 7 Juan dice: “Amados, no os escribo mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, el cual habéis tenido desde el principio; este mandamiento antiguo es la palabra que habéis oído”. La frase un mandamiento antiguo se refiere al mandamiento dado por el Señor en Juan 13:34: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como Yo os he amado, que también os améis unos a otros”. Este mandamiento es la palabra que los creyentes oyeron y recibieron desde el principio.
En el versículo 7 la frase griega traducida “desde el principio” se usa en sentido relativo. Ya señalamos que esta frase griega se usa dos veces en el Evangelio de Juan, ocho veces en esta epístola y dos veces en 2 Juan. En Juan 8:44; 1 Juan 1:1; 2:13, 14; y 3:8, se usa en un sentido absoluto; mientras que en Juan 15:27; 1 Juan 2:7, 24 (dos veces); 3:11; y 2 Juan 5 y 6, se usa en un sentido relativo. Juan no escribía a los creyentes un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, el cual ellos habían recibido desde el principio, esto es, cuando Jesús estuvo en la tierra y les dio el mandamiento de amarse unos a otros. Este mandamiento antiguo es la palabra que ellos oyeron.
El mandamiento del Señor es Su palabra. Esto significa que Su mandamiento no es meramente un requerimiento legal; el mandamiento del Señor es también una palabra que nos transmite el suministro de vida. En Juan 6:63 el Señor Jesús dijo: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. Por lo tanto, en 1 Juan 2:7 “la palabra” alude al suministro de vida. Todo lo que el Señor habla es una palabra que nos suministra vida y espíritu. Asimismo, lo que el Señor dice puede ser un requerimiento judicial que nos exige que hagamos cierta cosa. Aun así, mientras ese requerimiento judicial sea proferido por el Señor, es decir, mientras sea algo que proceda de Su boca, es una palabra que nos suministra vida. Es por eso que cada vez que tomamos la palabra del Señor y la guardamos, recibimos el suministro de vida.
En el versículo 8 Juan añade: “Otra vez os escribo un mandamiento nuevo, lo cual es verdadero en Él y en vosotros, porque las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra”. El mandamiento acerca del amor fraternal es tanto antiguo como nuevo: antiguo, por cuanto los creyentes lo recibieron desde el principio de su vida cristiana; y nuevo, por cuanto en su andar cristiano este mandamiento amanece con nueva luz y brilla con nuevo resplandor y poder fresco una y otra vez.
El pronombre relativo griego lo cual del versículo 8 es de género neutro. No se refiere a la palabra traducida “mandamiento”, la cual es de género femenino; por ende, debe de referirse al hecho de que el mandamiento antiguo acerca del amor fraternal es nuevo en el andar cristiano de los creyentes. El hecho de que el mandamiento antiguo sea nuevo es verdadero en el Señor, dado que Él no solamente lo dio a Sus creyentes, sino que también lo renueva continuamente en el andar cotidiano de ellos. También es verdadero en los creyentes, puesto que no solamente lo recibieron una vez y para siempre, sino que también los ilumina y refresca continuamente.
En el versículo 8 Juan nos dice que las tinieblas van pasando, y que la luz verdadera ya alumbra. El hecho de que las tinieblas vayan pasando significa que se van desvaneciendo ante el resplandor de la luz verdadera. La luz verdadera es la luz del mandamiento del Señor. Debido a que esta luz resplandece, el mandamiento tocante al amor fraternal brilla en las tinieblas y hace que el mandamiento antiguo sea siempre nuevo y fresco a lo largo de nuestra vida cristiana.
Muchos quedan con preguntas cuando leen los versículos 7 y 8, donde Juan habla tocante al mandamiento antiguo y al mandamiento nuevo. En el versículo 7 él dice que no escribe un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo. Pero después, en el versículo 8, Juan dice que escribe un mandamiento nuevo. ¿Cómo puede un mandamiento antiguo ser un mandamiento nuevo? ¿Será que el mandamiento nuevo es otro mandamiento diferente del mandamiento antiguo, o que el mandamiento antiguo llega a ser nuevo? Si leemos estos versículos detenidamente dentro de su contexto, veremos que el mandamiento antiguo y el mandamiento nuevo son uno solo. La explicación de esto es que el mandamiento es la palabra del Señor, y que la palabra del Señor amanece tal como empieza un nuevo día cuando el sol se levanta por la mañana. Cuando se levanta el sol, el resplandor de su luz absorbe las tinieblas. Las tinieblas de la noche siempre son disipadas por el resplandor del sol matutino. Por consiguiente, aquí Juan nos da a entender que el mandamiento del Señor, que es Su palabra viva, brilla como el sol naciente, y que este brillo absorbe las tinieblas.
Después de que se emite un mandamiento humano, cualquiera que sea, con el tiempo caduca. Los mandamientos humanos no son vivientes. Y puesto que estos mandamientos no son vivientes, jamás experimentan ningún amanecer ni resplandor. Pero el mandamiento dado por el Señor es Su palabra viva. Dado que Su mandamiento es Su palabra viva, esta palabra alumbra. Cuando esta palabra viva experimenta el amanecer en medio de las tinieblas, resplandece con luz celestial. El resplandor de la luz celestial hace que las cosas viejas se tornen nuevas; en particular, hace que el mandamiento antiguo sea nuevo, fresco y lleno de luz.
Tal vez ustedes conozcan bien el principio de que el resplandor de la luz es señal de novedad. Supongamos que usted apaga la luz de una habitación por cierto tiempo. Al volver a encenderla, usted espontáneamente tendrá una sensación de novedad. El brillo de la luz nos da esa sensación de novedad. Cada vez que la luz resplandece, nos trae novedad.
Debido a que las palabras humanas no tienen vida, no pueden resplandecer y, por ende, no pueden darnos un nuevo comienzo. Pero el mandamiento del Señor, que es Su palabra viva, siempre nos da un nuevo comienzo porque Su palabra nos alumbra una y otra vez de una manera nueva y fresca.
Muchos de nosotros podríamos testificar que hemos experimentado el resplandor de la palabra del Señor de esta manera. Por ejemplo, en Juan 13:34 el Señor Jesús nos manda que nos amemos unos a otros. Podemos testificar que muchas veces este mandamiento ha llegado a ser nuevo y fresco en nuestra vida cristiana. Durante los años que hemos sido cristianos, con frecuencia este requerimiento judicial antiguo ha llegado a ser una palabra nueva para nosotros. Cada vez que tenemos contacto con el Señor y Su mandamiento antiguo alumbra en nuestras tinieblas, la luz resplandece. Esta luz nos trae novedad. Es así como el mandamiento antiguo llega a ser un mandamiento nuevo. El mandamiento antiguo llega a ser nuevo porque es una palabra que vive y resplandece. Este resplandor hace que el mandamiento antiguo sea nuevo y fresco.
Ahora podemos entender por qué el apóstol Juan dice: “No os escribo mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo ... Otra vez os escribo un mandamiento nuevo”. En estos versículos Juan pareciera estar diciendo: “Yo creo que lo que les escribo resplandece sobre ustedes y está absorbiendo las tinieblas. Las tinieblas ahora están disipándose, van pasando, ante el brillo de esta nueva luz”.
En el versículo 8 Juan dice que el hecho de que el mandamiento antiguo en cuanto al amor fraternal sea nuevo en el andar cristiano de los creyentes, es verdadero tanto en el Señor como en nosotros. Es verdadero en el Señor porque Él dio el mandamiento y porque Él lo renueva y lo refresca. Asimismo, es verdadero en nosotros no sólo porque hemos recibido el mandamiento antiguo, sino también porque el mandamiento resplandece en nosotros de una manera nueva y fresca. Bajo este resplandor, percibimos que esta palabra es nueva y refrescante. De hecho, esta palabra nos hace nuevos. Así, pues, esto es verdadero en nosotros porque las tinieblas se desvanecen y la verdadera luz ya alumbra.
¿Cuál es la luz verdadera? Es la luz que está en la palabra del Señor y que resplandece sobre nosotros. Este resplandor puede compararse con el amanecer de un nuevo día.
En el versículo 9 Juan continúa diciendo: “El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas”. La luz es la expresión de la esencia de Dios y la fuente de la verdad. El amor divino está relacionado con la luz divina, y es contrario al odio satánico, el cual está relacionado con las tinieblas satánicas. Aborrecer a un hermano, a uno que está en el Señor, es una señal de estar en tinieblas (v. 11). Del mismo modo, amar a un hermano es señal de permanecer en la luz (v. 10).
En el capítulo 1 de esta epístola, Juan habla acerca de la luz y de las tinieblas en relación con el primer requisito necesario para mantenernos en la comunión divina. Cuando él presenta el segundo requisito en el capítulo 2, también habla de la luz y las tinieblas. El odio es señal de que estamos en tinieblas, mientras que el amor es una señal de que estamos en la luz.
En el versículo 10 Juan añade: “El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo”. Permanecer en la luz depende de que permanezcamos en el Señor (v. 6), de lo cual nace el amor para con los hermanos. El hecho de tropezar es consecuencia de la ceguera, y la ceguera es resultado de las tinieblas.
Así, pues, los dos requisitos correspondientes a la comunión divina dependen de la luz divina. Si no estamos en la luz divina, automáticamente quedaremos excluidos de la comunión de la vida divina, y cuando estamos sin luz, automáticamente estamos en tinieblas. Cuando la luz se desvanece, las tinieblas están presentes. De la misma manera, mientras permanezcamos en la luz divina, las tinieblas se desvanecerán.
La ausencia de la luz divina es una clara señal de que no estamos en la comunión divina. En el capítulo 1, que trata del primer requisito necesario para permanecer en la comunión divina, lo que determina si estamos en luz o en tinieblas es si tomamos medidas en cuanto al pecado. Si pecamos, estamos en tinieblas; pero si hacemos frente al pecado confesándolo y experimentando el perdón y la limpieza que Dios nos brinda, estaremos en la luz. Luego, en el capítulo 2, que trata del segundo requisito necesario para permanecer en la comunión divina, lo que determina si estamos en tinieblas o en luz es si amamos a los hermanos. Si los aborrecemos, estaremos en tinieblas; pero si los amamos, estaremos en la luz. Cuando estamos en la luz, estamos en la comunión divina; pero cuando estamos en tinieblas, no tenemos parte alguna en dicha comunión.
En el versículo 11 Juan dice: “Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe adónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos”. En Juan 12:35 y 40 vemos que las tinieblas son el resultado de la ceguera, pero aquí vemos que las tinieblas son la causa de la ceguera. Así que las tinieblas son la causa de ceguera, y la ceguera es la causa de que se tropiece. ¿Cómo es posible que un cristiano tropiece? Un cristiano tropieza a causa de la ceguera que producen las tinieblas; y las tinieblas son el resultado de una interrupción en nuestra comunión. Siempre que nuestra comunión en la vida divina se vea interrumpida, enseguida estaremos en tinieblas; luego estas tinieblas nos producirán ceguera, y entonces podremos tropezar con facilidad.
En 1:5—2:11 se nos presentan dos requisitos correspondientes a la comunión divina. El primer requisito es confesar nuestros pecados, y el segundo es amar a Dios y a los hermanos. Para poder confesar nuestros pecados, es necesario reconocer que el pecado aún mora en nuestra carne y que todavía nos es posible pecar. Cada vez que pequemos, tenemos que confesar nuestro pecado. Nuestra confesión se basa en las provisiones de Dios: la sangre de Jesús, la fidelidad y la justicia de nuestro fiel y justo Dios, el Abogado y Cristo como nuestra propiciación. Mediante estas provisiones nuestra comunión puede ser restaurada. La restauración de nuestra comunión se basa absolutamente en la propiciación. De hecho, la propiciación en sí misma es la comunión restaurada. Con la propiciación como base, nosotros podemos conversar con Dios, y Él puede conversar con nosotros. De este modo experimentamos una circulación de doble sentido, en la cual se dará un disfrute mutuo entre Dios y nosotros. Éste es el primer requisito necesario para mantenernos en la comunión divina.
Hemos recalcado que el segundo requisito es amar a Dios y a los hermanos. Para poder cumplir con este requisito, necesitamos conocer a Dios continuamente y en términos de nuestra experiencia. No es suficiente conocer a Dios de vez en cuando, ni tampoco a Él se le puede conocer de una vez para siempre. Necesitamos conocerle en nuestra experiencia al vivir continuamente en la vida divina. Nuestra vida diaria debe ser una vida en la que conocemos a Dios continuamente, ya que nuestra vida debe consistir en vivir a Dios. Mientras vivamos a Dios, podremos conocerle continuamente.
Puedo testificar por experiencia que cada vez que hablo, tengo la oportunidad de conocer a Dios. Cuando doy un mensaje, mi deseo es hablar en Dios y con Dios. Sin embargo, a veces está por salir de mi boca cierta palabra, y me doy cuenta de que necesito tragármela, porque el propio Dios en quien hablo y con el cual hablo, regula lo que digo. No quiero hablar en mí mismo sino en Dios. No podría decir cuánto he llegado a conocer a Dios con respecto a lo que hablo. Cada vez que hablo, conozco a Dios. La acción de hablar siempre me provee una excelente oportunidad para experimentar al Señor.
Si queremos experimentar y disfrutar el amor divino, y que éste llegue a ser el amor con el cual amamos a Dios y a los demás, es necesario que conozcamos a Dios en nuestra experiencia. Éste es el requisito básico que debemos cumplir para que el amor de Dios llegue a ser nuestro amor.
Si continuamente conocemos a Dios conforme a nuestra experiencia, automáticamente guardaremos los mandamientos del Señor. Cuando conocemos a Dios, guardamos los mandamientos del Señor. Guardar los mandamientos del Señor equivale a recibir Su palabra. Hemos hecho notar que la palabra del Señor no es meramente un mandato o un requerimiento judicial, sino también un suministro de vida para nosotros. La palabra del Señor siempre suministra vida a nuestro espíritu. Esto podemos comprobar por experiencia. Cada vez que recibimos la palabra del Señor y la ponemos por obra, enseguida recibimos el suministro de vida.
La palabra del Señor es diferente de la ley mosaica. La ley mosaica es un requerimiento judicial que conlleva ciertas exigencias y requisitos, pero que no nos brinda ningún suministro. Sin embargo, cada mandamiento que el Señor nos da en el Nuevo Testamento es una palabra que nos provee un suministro. Su suministro de vida es lo que respalda Su mandamiento. Su mandamiento no es meramente un requerimiento judicial que exige que nosotros hagamos algo, sino que también es una palabra que siempre nos provee el suministro necesario para cumplir dicha exigencia. La palabra del Señor incluso nos suministrará al Señor mismo como vida y como el Espíritu. De esta manera, podemos experimentarle y disfrutarle. Si le conocemos, guardaremos Su palabra; y al guardar Su palabra, disfrutaremos de Su suministro.
Una vez que guardemos la palabra del Señor y recibamos Su suministro, el amor de Dios será perfeccionado en nosotros. Eso significa que a medida que recibamos el suministro de la palabra del Señor, el amor de Dios llegará a ser nuestro disfrute, y este disfrute redundará en amor para con Dios y para con los hermanos.
Si queremos cumplir el segundo requisito para permanecer en la comunión divina —el requisito de amar a Dios y a los hermanos— tenemos que conocer a Dios. Si le conocemos, guardaremos Su palabra; y si guardamos Su palabra, recibiremos Su suministro de vida. Entonces el amor de Dios será perfeccionado en nosotros. El resultado de la experiencia y disfrute que tengamos del amor de Dios, será que amaremos a Dios y a los hermanos, lo cual será el cumplimiento del segundo requisito necesario para mantenernos en la comunión divina.
Los dos requisitos necesarios para permanecer en la comunión divina tienen que ver con el pecado, en un sentido negativo, y con el amor, en un sentido positivo. En el sentido negativo, debemos tomar las medidas necesarias con relación al pecado; y en el sentido positivo, tenemos que ejercitarnos para amar a Dios y a los hermanos. Por consiguiente, el problema del pecado deberá ser resuelto, y el amor tendrá que ser perfeccionado. Si resolvemos el problema del pecado y nos ejercitamos para amar a Dios y a los hermanos, cumpliremos los requisitos que nos permitirán permanecer en la comunión de la vida divina.