Mensaje 18
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Lectura bíblica: 1 Jn. 2:3-11
En estos mensajes que tratan sobre los requisitos necesarios para permanecer en la comunión divina vimos que hay dos condiciones o requisitos que debemos cumplir para mantener activa esta comunión. El primer requisito, descrito en 1 Juan 1:5—2:2, es el de confesar nuestros pecados; y el segundo requisito, descrito en 2:3-11, es el de amar a Dios y a los hermanos. Por consiguiente, si queremos mantener nuestra comunión con Dios, debemos tomar las medidas necesarias en cuanto al pecado y debemos amar a Dios y a los hermanos.
En los versículos 9 y 11 del capítulo 2 Juan dice que el que aborrece a su hermano está en tinieblas y anda en tinieblas. En el versículo 10 él dice: “El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo”. En estos versículos Juan recalca que debemos amar a los hermanos. Mi carga en este mensaje es considerar por qué Juan señala que el último requisito para mantener activa la comunión divina es amar a los hermanos.
Para entender por qué amar a los hermanos es la condición o el requisito final que corresponde a la comunión divina, es preciso entender cuál es el propósito de la comunión divina. ¿Cuál es la meta de la comunión divina? En esta comunión disfrutamos de las riquezas de la vida divina, pero ¿con qué propósito disfrutamos estas riquezas en la comunión? La meta del disfrute que tenemos de las riquezas de la vida divina en la comunión divina, es la vida de iglesia. Es de crucial importancia comprender que la meta de la comunión divina es la vida de iglesia.
En 1:3 Juan dice: “Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos también a vosotros, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con Su Hijo Jesucristo”. En este versículo las palabras os lo anunciamos y nosotros se refieren a los apóstoles. Los apóstoles oyeron y vieron la vida eterna. Luego la anunciaron a los creyentes a fin de que éstos tuvieran comunión con ellos. Puesto que la comunión descrita en 1:3 fue primeramente la porción de los apóstoles, la cual consistía en disfrutar al Padre y al Hijo por medio del Espíritu (2 Co. 13:14), se le llama “la comunión de los apóstoles” (Hch. 2:42) y “nuestra comunión” [la de los apóstoles]. Los apóstoles son los representantes de la iglesia. Así, pues, cada vez que en el Nuevo Testamento se habla de los apóstoles, se halla implícita la iglesia, pues los apóstoles representan a la iglesia. Este principio permanecerá vigente incluso en la Nueva Jerusalén. En cuanto a la Nueva Jerusalén, Apocalipsis 21:14 dice: “Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero”. Los apóstoles representan a todos los santos de la iglesia. Puesto que los apóstoles representan a la iglesia y puesto que a la comunión de la vida divina se le llama la comunión de los apóstoles, podemos afirmar que esta comunión tiene como objetivo la vida de iglesia.
En 1:3 Juan dice que la comunión de los apóstoles es la comunión que ellos tienen con el Padre y con Su Hijo Jesucristo. Por lo tanto, esta comunión incluye a los apóstoles y también al Padre y al Hijo. Aquí sólo se mencionan el Padre y el Hijo, pero no se menciona el Espíritu porque el Espíritu está implícito en la comunión. Sin embargo, en otros pasajes se nos dice claramente que esta comunión es “la comunión del Espíritu Santo” (2 Co. 13:14). La comunión divina es la comunión de los apóstoles, los representantes de la iglesia, y también la comunión que ellos tienen, como representantes de la iglesia, con el Padre y el Hijo. El hecho de que a la comunión divina también se le llame la comunión del Espíritu, significa que esta comunión es llevada a cabo por el Espíritu. Esta comunión no se da meramente con el Espíritu, sino que también es del Espíritu. Esto significa que la comunión es del Espíritu y llevada a cabo por el Espíritu.
Acabamos de señalar lo que significa que la comunión divina sea la comunión del Espíritu. De hecho, el Espíritu mismo es la comunión. Esto significa que la comunión no sólo es llevada a cabo por el Espíritu, sino que también el Espíritu mismo es dicha comunión.
Podríamos usar una vez más el ejemplo de la electricidad para describir en qué consiste la comunión divina. La electricidad fluye desde la central eléctrica hasta el salón de reuniones de la iglesia. Por ello, cuando se activa el interruptor, todas las luces del techo tienen “comunión” en virtud de la corriente, del fluir, de la electricidad. Es la corriente de la electricidad la que lleva a cabo esta comunión. Sin embargo, sería aun más acertado decir que, de hecho, la corriente misma es la comunión, ya que sin la corriente eléctrica, no habría ninguna comunión. La corriente de la electricidad es, pues, la comunión de la electricidad, y en esta comunión participan la central eléctrica, el salón de reuniones y las luces.
Hoy en día la comunión divina es la comunión de los apóstoles. Esto significa que es la comunión de la iglesia. Esta comunión es también la comunión que los creyentes tienen con los apóstoles. Más aun, es la comunión que los apóstoles y los creyentes tienen con el Padre y el Hijo. Puesto que esta comunión es llevada a cabo por el Espíritu, es llamada la comunión del Espíritu.
Todos debemos tener presente que esta comunión divina tiene como única finalidad la vida de iglesia. Esta comunión no sólo tiene como objetivo nuestro disfrute, experiencia, suministro, alimentación y edificación. En última instancia, esta comunión tiene como finalidad la vida de iglesia.
Ya que la comunión divina tiene como objetivo la vida de iglesia, no sólo es necesario confesar nuestros pecados, sino también amar a los hermanos. A fin de mantener activa la comunión, no sólo basta con que confesemos nuestros pecados. Para mantener activa la comunión, debemos amar a los hermanos. Esto se debe a que la vida de iglesia es una vida corporativa, una vida que incluye a los hermanos. Si perdiéramos nuestro amor fraternal y si no nos amáramos más los unos a los otros, ¿qué sería de la vida de iglesia? La respuesta es que la vida de iglesia desaparecería. Donde no hay amor fraternal, la vida de iglesia queda anulada. De hecho, el amor fraternal constituye la vida de iglesia.
En el pasado vimos la vida de iglesia desde diferentes ángulos y presentamos varias definiciones de ella desde dichos ángulos. Ahora debemos dar una definición de la vida de iglesia desde la perspectiva del amor fraternal. Todos debemos aprender una nueva frase que describe la vida de iglesia: es una vida de amor fraternal. ¿Saben ustedes en qué consiste la vida de iglesia? La vida de iglesia es una vida de amor fraternal.
Puedo testificarles que en la vida de iglesia en el recobro del Señor ciertamente experimentamos el amor fraternal. En particular, puedo testificar que disfrutamos del amor fraternal durante los entrenamientos bianuales. El amor fraternal se hace evidente y prevaleciente especialmente durante los días del entrenamiento, cuando santos procedentes de diversos países disfrutan juntos de este amor fraternal. Pareciera que cuanto mayor es el número de países representados por nosotros, mayor amor fraternal experimentamos y disfrutamos.
Recientemente celebramos una conferencia en Stuttgart, Alemania. En esa ocasión se percibía una atmósfera internacional, pues los santos que asistieron a dicha conferencia hablaban en diferentes idiomas y cantaban himnos en todos esos idiomas. Cada vez que escuchaba cantar un himno en un idioma diferente, me invadía un tremendo sentimiento de gozo en el Señor. El amor fraternal era tan palpable que parecía que, en cierto sentido, la traducción era innecesaria. La atmósfera de amor fraternal que se percibía era maravillosa. Este amor fraternal es la vida de iglesia.
La vida de iglesia incluye a santos de diferentes razas, países, idiomas y nacionalidades. Todos los colores están representados en la vida de iglesia: negro, blanco, amarillo, café y rojo. ¡Alabamos al Señor porque juntos disfrutamos del verdadero amor fraternal!
Quisiera recalcar el hecho de que la comunión divina tiene como objetivo la vida de iglesia. Es imprescindible que esta comunión sea sustentada por el amor fraternal. Por un lado, el amor fraternal es el resultado o el producto de la comunión divina; por otro, el amor fraternal es una condición o requisito que corresponde a la comunión divina. Así pues, el amor fraternal es tanto un requisito necesario para participar en esta comunión como también un resultado de dicha comunión.
Nosotros mismos no podemos producir un amor que cumpla con los requisitos de la comunión divina y que sea resultado de la misma. La única forma en que podemos tener dicho amor es que conozcamos al Señor por experiencia y continuamente. Es por eso que Juan dice en 2:3: “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos Sus mandamientos”. Esto se refiere al conocimiento que adquirimos de Dios por experiencia en nuestro andar diario, un conocimiento relacionado con nuestra comunión íntima con Él.
En 2:4 Juan dice además: “El que dice: Yo le conozco, y no guarda Sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él”. Según 2:3 y 4, conocer al Señor implica el hecho de guardar Sus mandamientos. Luego, en el versículo 5 Juan habla de guardar Su palabra. La palabra del versículo 5 es sinónima del término mandamientos, que aparece en los versículos 3 y 4. Mandamientos recalca el requerimiento judicial, mientras que palabra alude al espíritu y la vida como suministro dado a nosotros (Jn. 6:63).
Recibir la palabra del Señor simplemente significa recibir Su suministro divino. Este suministro siempre se encuentra en la palabra del Señor y nos es transmitido por Su palabra. Así, pues, la palabra del Señor es el canal por el cual llega a nosotros el divino suministro de vida. Por ejemplo, la electricidad fluye desde la central eléctrica hasta un edificio por medio de los cables de electricidad. Podríamos decir que los cables son el “recipiente” que contiene la electricidad y el medio por el cual ésta se transmite desde la central eléctrica hasta el edificio. La palabra del Señor puede compararse con los cables eléctricos. Tal como la electricidad es transmitida de la central eléctrica al edificio a través de los cables, asimismo la electricidad celestial fluye a nosotros mediante el canal de la palabra del Señor.
Es imprescindible que todos lleguemos a conocer al Señor por experiencia. Para conocerle, debemos ingerir Su palabra a fin de recibir Su suministro. Ya que la palabra del Señor es el canal que nos trae el suministro divino, debemos ingerir Su palabra de manera viva. Es por eso que les animo a orar-leer la Palabra de Dios.
El suministro divino que viene a nosotros por medio de la Palabra tiene una expresión particular, y esta expresión es la luz divina. Cuando ingerimos la palabra del Señor, la esencia del suministro divino entra en nosotros con la luz como su expresión. Cuando recibimos el suministro, la luz viene con él. Por experiencia sabemos que siempre que recibimos la palabra del Señor, recibimos luz. La luz es la esencia de la expresión de Dios. En la luz, es decir, en la esencia de la expresión de Dios, se encuentra el amor como la esencia del ser de Dios. Es de este modo que disfrutamos el amor de Dios. Recibimos la Palabra, y la luz entra; y siempre que la luz entra, espontáneamente el amor está allí presente.
Con el amor que disfrutamos en la luz divina, primero amamos a Dios. Nosotros amamos a Dios no con nuestro propio amor, con nuestro amor natural, sino con Su propio amor, el cual hemos experimentado y disfrutado. Más aun, cuando amamos a Dios, amamos también a todos los que han nacido de Él. Esto significa que cuando amamos al Padre, amamos a Sus hijos. Por lo tanto, de esta manera amamos a los hermanos. Debido a que amamos a los hermanos, espontáneamente sentimos el deseo de participar en la vida de iglesia. En particular, deseamos estar en las reuniones de la iglesia.
Cuando recibimos la palabra del Señor al orar-leer, recibimos luz. Luego, en la luz sentimos amor hacia Dios y hacia todos los santos. Sin embargo, si no recibimos la palabra y, por ende, no estamos en la luz ni tenemos amor, tal vez nos mostremos indiferentes hacia los santos y hacia la vida de iglesia. Si llegáramos a encontrarnos con un hermano en el Señor, quizás ni deseos tendríamos de saludarlo afectuosamente. Pero cuando recibimos la Palabra y estamos en la luz, espontáneamente experimentamos el amor de Dios, y tenemos un profundo sentir en nuestro ser de que amamos al Señor. Así, si llegáramos a encontrarnos con algún hermano, sentiríamos que él es precioso y que le amamos. Nuestra respuesta a él será una de amor, y en lugar de una actitud fría e indiferente, nos mostraremos cálidos para con él.
Para tener la comunión que redunda en la vida de iglesia, necesitamos el amor fraternal. Si hemos de tener este amor, necesitamos conocer al Señor por experiencia. Y dado que somos quienes conocemos al Señor, debemos recibir Su palabra una y otra vez. Cuando recibimos la Palabra, recibimos luz. En esta luz, espontáneamente tenemos amor. Este amor es una clara evidencia de que tenemos también al Señor mismo, ya que el amor es la esencia del ser de Dios. Así como la luz es la naturaleza de la expresión de Dios, el amor es la naturaleza del ser de Dios. Esto significa que cuando tenemos el amor de Dios, de hecho tenemos a Dios mismo. Con este amor, el amor divino que hemos experimentado y disfrutado, amamos a Dios y a Sus hijos. Cuando tenemos este amor para con Dios y para con los hijos de Dios, tenemos la vida de iglesia. Como ya dijimos, este amor en realidad es la vida de iglesia.
El amor es tanto uno de los requisitos de la comunión divina como el resultado de experimentar dicha comunión. El amor que emana de la luz divina, la luz que viene a nosotros cuando recibimos la palabra del Señor en el proceso de conocerle, es la comunión misma cuya finalidad es la vida de iglesia. Espero que en todos se perfeccione este amor, el amor de Dios, a fin de que podamos mantener activa la comunión divina por causa de la vida de iglesia.