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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 1 Juan»
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Mensaje 22

LA UNCIÓN

  Lectura bíblica: 1 Jn. 2:20-27

LA UNCIÓN Y LA VERDAD

  En este mensaje examinaremos 1 Juan 2:20-27. El versículo 20 dice: “Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y todos vosotros tenéis conocimiento”. Este versículo no nos habla del ungüento, sino de la unción. La palabra “unción” denota una experiencia que tiene lugar dentro de nosotros. La unción es el mover y el obrar del Espíritu compuesto que mora en nosotros. Este Espíritu vivificante y todo-inclusivo que viene del Santo entró en nosotros cuando fuimos regenerados y permanece en nosotros para siempre (v. 27).

  Leemos al final del versículo 20 que “todos vosotros tenéis conocimiento”. Algunos manuscritos dicen que “vosotros conocéis todas las cosas”. Creo que la traducción más acertada debería ser: “vosotros conocéis todas las cosas”, y no “todos vosotros tenéis conocimiento”.

  En el versículo 21 Juan dice: “No os he escrito porque ignoréis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira procede de la verdad”. En este versículo la palabra “verdad” se usa dos veces. Si examinamos los versículos 20 y 21 juntos, nos daremos cuenta de que la unción ciertamente tiene que ver con la verdad. El versículo 20 dice que nosotros tenemos la unción, y el versículo 21 dice que nosotros conocemos la verdad. De manera que en este versículo la verdad está estrechamente relacionada con la unción. De hecho, la unción es el mover y la operación que realiza la verdad, la cual es la realidad de la Trinidad Divina, especialmente de la persona de Cristo (vs. 22-25).

  El conocimiento del versículo 21 se adquiere mediante la unción del Espíritu vivificante que mora en nosotros. Es un conocimiento adquirido en la vida divina y bajo la luz divina, un conocimiento interior que tiene su origen en nuestro espíritu regenerado, en el cual mora el Espíritu compuesto; no es el conocimiento mental producido por un estímulo externo.

NEGAR AL PADRE Y AL HIJO

  En el versículo 22 Juan añade: “¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Éste es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo”. La afirmación de que Jesús es el Cristo está relacionada con la verdad, y la verdad está relacionada con la unción. Estos tres asuntos están relacionados entre sí. Primero, tenemos la unción, luego, la verdad en relación con la unción, y finalmente, la afirmación de que Jesús es el Cristo, la cual tiene que ver con la verdad.

  El versículo 22 indica que el anticristo es el que niega al Padre y al Hijo. Después de decir que Jesús es el Cristo, Juan habla acerca del Padre y del Hijo. Esto indica que el Padre y el Hijo están relacionados con el hecho de que Jesús es el Cristo.

  De manera que en estos tres versículos encontramos cuatro asuntos cruciales: la unción, la verdad, el hecho de que Jesús es el Cristo, y el Padre y el Hijo. La unción nos enseña la verdad, la verdad consiste en que Jesús es el Cristo, y el hecho de que Jesús es el Cristo es un asunto que incluye al Padre y al Hijo. Según el versículo 22, negar que Jesús es el Cristo es negar al Padre y al Hijo. Si negamos que Jesús es el Cristo, ello significa que estaremos negando al Padre y al Hijo. Esto prueba de manera categórica que Jesús, Cristo, el Padre y el Hijo son uno.

DISFRUTAR A CRISTO Y CRECER EN VIDA

  A estas alturas quisiera señalar que al hablar de estos asuntos, no estamos contendiendo por ninguna doctrina. No obstante, sí estamos contendiendo por la experiencia genuina de Cristo, a fin de que los cristianos disfruten a Cristo y crezcan en vida.

  Hoy en día no son muchos los que enseñan acerca de cómo los cristianos necesitan crecer de una manera adecuada. Lo que se recalca entre los cristianos es el hecho de crecer en conocimiento. Sin embargo, el Nuevo Testamento nos enseña que necesitamos crecer en la vida divina. Como niños recién nacidos, debemos anhelar la leche de la Palabra para que por ella podamos crecer en vida (1 P. 2:2).

  Por experiencia sabemos que crecer en la vida divina es crecer en virtud de los ingredientes de lo que el Señor es como nuestro alimento. Debemos recibir este alimento en nuestro ser y después asimilarlo. El Señor Jesús nos dijo claramente que Él es nuestra comida. En Juan 6:35 Él dijo: “Yo soy el pan de vida”. El hecho de que el Señor sea nuestro pan significa que Él es nuestra comida. En Juan 6:57 el Señor Jesús dijo que el que le come, él también vivirá por causa de Él. La comida por la cual vivimos es también la comida por la cual crecemos. Si no crecemos por la comida que comemos, ¿de qué otra forma podríamos vivir por ella? Los niños crecen por lo que comen. Así, ellos viven por causa de ello. Por consiguiente, cuando el Señor Jesús dijo que todo el que le comiera, también viviría por causa de Él, ello implicaba el hecho de vivir por Él y crecer por Él.

  En el recobro del Señor estamos totalmente a favor de la experiencia del crecimiento en vida. Este crecimiento en vida depende de que disfrutemos al Señor Jesús de manera subjetiva. Si el Señor no fuese el Espíritu, no podríamos experimentarlo de una manera subjetiva, ni Él podría ser nuestra vida. Y si el Señor no pudiera ser nuestra vida, entonces tampoco podría ser nuestro alimento.

  Hoy en día hay muchos cristianos que recalcan las enseñanzas objetivas relacionadas con el mejoramiento del carácter y del comportamiento. Estas enseñanzas son éticas y comparables con las enseñanzas de Confucio. Las enseñanzas del Nuevo Testamento, sin embargo, son diferentes. El Nuevo Testamento enseña que el Dios Triuno, después de pasar por el proceso de encarnación, vivir humano, crucifixión y resurrección, llegó a ser el Espíritu vivificante y todo-inclusivo para poder entrar en nuestro ser a fin de ser nuestra vida y nuestro suministro de vida, para que nosotros viviéramos y creciéramos por Él. Éste es el pensamiento central de la revelación neotestamentaria.

  El Señor Jesús declaró que Él es vida. En Juan 14:6 Él dijo: “Yo soy ... la vida”. Si Él estuviera únicamente sentado en el trono en los cielos, ¿cómo podría ser nuestra vida? Eso sería imposible. Si Cristo ha de ser nuestra vida, es preciso que sea el Espíritu y viva dentro de nosotros. Es crucial que los cristianos experimenten a Cristo como su vida de modo subjetivo. Así, pues, no estamos contendiendo por doctrinas, sino por la experiencia cristiana apropiada, la cual consiste en experimentar a Cristo como vida.

LA HEREJÍA DE CERINTO

  Hemos señalado que, según los versículos 21 y 22, la verdad consiste en que Jesús es el Cristo. Sin embargo, esta verdad fue negada por algunos herejes que decían que Jesús no era el Cristo. Negar que Jesús es el Cristo es la herejía de Cerinto, un heresiarca sirio del primer siglo, de ascendencia judía, que fue educado en Alejandría. Su herejía era una mezcla de judaísmo, gnosticismo y cristianismo. Él hacía una distinción entre el hacedor (creador) del mundo y Dios, y representaba a ese hacedor como un poder subordinado. Enseñaba la cristología adopcionista (adopcionismo), diciendo que Jesús llegó a ser Hijo de Dios al ser exaltado a una posición que no era Suya por nacimiento; de ese modo negaba que Jesús hubiese sido concebido por el Espíritu Santo. Cerinto, en su herejía, separaba al Jesús terrenal, considerado como hijo de José y María, del Cristo celestial, y enseñaba que después que Jesús fue bautizado, Cristo como una paloma descendió sobre Él, y entonces anunció al Padre, a quien nadie había conocido jamás, e hizo milagros. Además, enseñaba que Cristo, al final de Su ministerio, se separó de Jesús y que Jesús sufrió la muerte sobre la cruz y resucitó de los muertos, mientras Cristo permanecía separado de Él como un ser espiritual. También enseñaba que, al final, Cristo se volverá a unir al hombre Jesús cuando venga el reino mesiánico de gloria. Esta herejía negaba que Jesús era el Cristo. Según las palabras de Juan, todo aquel que niega que Jesús es el Cristo es anticristo. Cerinto era un anticristo, y sus seguidores eran también anticristos.

  En el versículo 22 Juan dice que el anticristo niega al Padre y al Hijo. Confesar que Jesús es el Cristo es confesar que Él es el Hijo de Dios (Mt. 16:16; Jn. 20:31). Por consiguiente, negar que Jesús es el Cristo es negar al Padre y al Hijo. Cualquiera que niegue a la persona divina de Cristo es un anticristo.

JESÚS, CRISTO, EL PADRE Y EL HIJO

  El hecho de que negar que Jesús es el Cristo equivalga a negar al Padre y al Hijo, conlleva el pensamiento de que Jesús, Cristo, el Padre y el Hijo son uno. Todos ellos son los elementos, los ingredientes, del Espíritu compuesto y todo-inclusivo que mora en nosotros, quien ahora unge a los creyentes continuamente. En esta unción, Jesús, Cristo, el Padre y el Hijo se imparten a nuestro ser.

  En el versículo 22 Juan señala que negar que Jesús es el Cristo equivale a negar al Padre y al Hijo. Aquí Juan considera que Jesús, Cristo, el Padre y el Hijo son uno. Ciertamente Jesús y Cristo son uno; pero si negamos que Jesús es el Cristo, estaremos negando al Padre y al Hijo. Esto es una prueba contundente de que el Padre y el Hijo son uno con Jesús y Cristo. Puesto que el Padre y el Hijo son uno con Cristo, y puesto que Jesús y Cristo son uno, Jesús, Cristo, el Padre y el Hijo son uno.

  Todos hemos oído que Jesús es el Cristo, pero ¿habían oído ustedes alguna vez que según 2:22, Cristo es tanto el Padre como el Hijo? Es crucial que quede grabado en nosotros el hecho de que aquí Juan dice que negar que Jesús sea el Cristo equivale a negar al Padre y al Hijo. Sin embargo, hay quienes afirman que sólo debiéramos decir que Cristo es el Hijo, y no que Él es el Padre y el Hijo. No obstante, en este versículo Juan indica que si negamos a Cristo, estaremos negando al Padre y al Hijo. Si Cristo fuera únicamente el Hijo y no también el Padre, ¿cómo se explica que negar a Cristo sea equivalente a negar al Padre y al Hijo? Según este entendimiento de Cristo, negar a Cristo sólo significaría negar al Hijo, lo cual no tendría nada que ver con el Padre. Pero aquí Juan dice que si alguno niega a Cristo, niega primeramente al Padre y luego al Hijo.

  En el versículo 23 Juan añade: “Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre”. Puesto que el Hijo y el Padre son uno (Jn. 10:30; Is. 9:6), negar al Hijo es no tener al Padre, y confesar al Hijo es tener al Padre. Negar al Hijo aquí hace alusión a la herejía que niega la deidad de Cristo, es decir, al hecho de no confesar que el Hombre Jesús es Dios.

  En el versículo 23 Juan primero dice que todo aquel que niega al Hijo tampoco tiene al Padre. Si el Hijo y el Padre no fueran uno, ¿por qué entonces se nos dice que los que niegan al Hijo tampoco tienen al Padre? En este versículo Juan añade que el que confiesa al Hijo, tiene también al Padre. Todo aquel que niega al Hijo no tiene ni al Hijo ni al Padre; y todo aquel que confiesa al Hijo, tiene tanto al Hijo como al Padre. Tanto en un sentido negativo como positivo, este versículo nos da a entender que el Hijo y el Padre son inseparables. Puesto que el Padre y el Hijo son uno, no podemos separar al Hijo del Padre ni al Padre del Hijo.

  Presten atención a las palabras tampoco y también que aparecen en el versículo 23. Juan dice que todo aquel que niega al Hijo “tampoco” tiene al Padre, y luego dice que el que confiesa al Hijo, tiene “también” al Padre. Estas palabras indican que el Padre y el Hijo son uno e inseparables. Por lo tanto, negar al Hijo equivale a negar al Hijo y al Padre, y confesar al Hijo equivale a confesar al Hijo y al Padre.

EL VERBO DE VIDA PERMANECE EN NOSOTROS

  El versículo 24 dice: “En cuanto a vosotros, lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre”. La expresión lo que habéis oído desde el principio se refiere al Verbo de vida, es decir, a la vida eterna que los creyentes oyeron desde el principio (1:1-2). No negar sino confesar que el hombre Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios (v. 22), es permitir que el Verbo de la vida eterna permanezca en nosotros. Al hacer esto, permanecemos en el Hijo y en el Padre, y no somos descarriados por las enseñanzas heréticas acerca de la persona de Cristo (v. 26). Esto muestra que el Hijo y el Padre son la vida eterna que nos regenera y que podemos disfrutar. En dicha vida eterna tenemos comunión con Dios y unos con otros (1:2-3, 6-7), y vivimos en nuestro andar diario (2:6; 1:7).

  En el versículo 24 Juan dice que si permitimos que lo que era desde el principio, es decir, el Verbo de vida, permanezca en nosotros, nosotros permaneceremos en el Hijo y en el Padre. Esto indica que el Verbo de vida, de hecho, es el Hijo y el Padre.

  Notemos aquí que Juan habla de permanecer en el Hijo y en el Padre. En Juan 15:4 el Señor Jesús dice: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros”. Este versículo habla de un permanecer recíproco: nosotros permanecemos en el Señor, y el Señor permanece en nosotros. Pero en 2:24 Juan habla de que el Verbo de vida permanezca en nosotros, y dice que si el Verbo de vida permanece en nosotros, nosotros permanecemos en el Hijo y en el Padre. Con esto vemos que el Verbo de vida es en realidad el Señor mismo. Según Juan 15:4, cuando nosotros permanecemos en el Señor, el Señor permanece en nosotros; y aquí se nos dice que cuando el Verbo de vida permanece en nosotros, nosotros permanecemos en el Hijo y en el Padre. Una vez más, Juan menciona al Padre y al Hijo juntos como uno solo, porque el Padre y el Hijo son uno.

EL PADRE Y EL HIJO SON UNO

  El Nuevo Testamento nunca separa al Padre del Hijo. Especialmente en el Evangelio de Juan, vemos que el Hijo siempre es uno con el Padre. El Hijo vino en el nombre del Padre (Jn. 5:43). Además, el Hijo no hizo Su propia obra ni Su propia voluntad, no habló por Su propia cuenta, no buscó Su propia gloria ni se expresó a Sí mismo (4:34; 5:30; 6:38; 7:18). Al contrario, Él siempre hizo la obra y la voluntad del Padre, habló las palabras del Padre, buscó la gloria del Padre y expresó al Padre. El Hijo era uno con el Padre y no podía separarse del Padre, ni tampoco el Padre podía separarse del Hijo. Por esta razón, en esta epístola Juan recalca de manera enfática que si tenemos al Hijo, tenemos al Padre, y que si no tenemos al Hijo, no tenemos al Padre. Esto indica que el Padre y el Hijo son verdaderamente uno (Jn. 10:30).

LA VIDA ETERNA

  En el versículo 25 Juan añade: “Y ésta es la promesa que Él mismo nos hizo, la vida eterna”. El pronombre singular, Él, el cual se refiere al Hijo y al Padre mencionados en el versículo anterior, indica que el Hijo y el Padre son uno. En lo que se refiere a nuestra experiencia de la vida divina, el Hijo, el Padre, Jesús y Cristo son uno. No se trata de que solamente el Hijo, y no el Padre, sea la vida eterna para nosotros, sino de que Jesús, quien es el Cristo y tanto el Hijo como el Padre, es la vida divina y eterna dada a nosotros como porción.

  Según el contexto de los versículos del 22 al 25, la vida eterna es simplemente Jesús, Cristo, el Hijo y el Padre; todos ellos componen la vida eterna. Por lo tanto, la vida eterna también es un elemento del Espíritu compuesto y todo-inclusivo que mora en nosotros y actúa en nosotros.

UN COMPUESTO DIVINO

  La vida eterna mencionada en el versículo 25 es el Verbo de vida, y el Verbo de vida es Jesús, Cristo, el Padre y el Hijo. De manera que aquí encontramos seis asuntos: Jesús, Cristo, el Padre, el Hijo, el Verbo de vida y la vida eterna. La Biblia, especialmente 1 Juan, nos muestra que Jesús es el Cristo, que Cristo es el Padre y el Hijo, y que esta persona es también el Verbo de vida y la vida eterna.

  Jesús, Cristo, el Padre, el Hijo, el Verbo de vida y la vida eterna son en conjunto un compuesto divino. Todos estos seis elementos se han mezclado para formar un solo ungüento. Con Jesús tenemos humanidad, con el Padre tenemos divinidad y con Cristo tenemos al Ungido. Con Jesús tenemos la encarnación, con Cristo tenemos la resurrección y con el Hijo tenemos la vida. Por lo tanto, con estos elementos tenemos todos los ingredientes del ungüento compuesto: divinidad, humanidad, encarnación, crucifixión, resurrección y vida.

  Si estudiamos estos versículos de 1 Juan comparándolos con los elementos del ungüento compuesto mencionados en Éxodo 30, veremos que todos los elementos de Éxodo 30 se encuentran en estos versículos. Sin duda, aquí encontramos el aceite de oliva, la mirra, la canela, el cálamo y la casia. También encontramos los números cinco y tres (véase el Estudio-vida de Éxodo, mensajes 157-163).

  En el capítulo 2 de 1 Juan ciertamente vemos el ungüento compuesto, el Espíritu todo-inclusivo. Sin embargo, aquí no tenemos el ungüento meramente en un sentido objetivo; más bien, tenemos la unción subjetiva, es decir, el mover y obrar subjetivo del ungüento. Esta unción subjetiva es el Dios Triuno procesado experimentado por nosotros. Más aun, esta unción nos enseña acerca del Dios Triuno procesado. Por ejemplo, si alguno dijera que Cristo no está en nosotros, deberíamos contestar: “Por la experiencia que tengo de la unción, sé que Jesucristo está en mí”. Además, si alguno tratara de enseñarle que el Padre, el Hijo y el Espíritu son tres personas separadas, usted podría decirle algo así: “Yo no tengo a tres personas dentro de mí. Por la experiencia que tengo de la unción, sé que solamente una persona está en mí, y esa persona es el Padre, el Hijo y el Espíritu”.

UN EJEMPLO DE LA UNIDAD QUE EXISTE ENTRE EL PADRE, EL HIJO Y EL ESPÍRITU SANTO

  En Mateo 28:19 el Señor Jesús dio el siguiente mandato a Sus discípulos: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Sin embargo, cuando los apóstoles llevaron a cabo este mandato en el libro de Hechos, no se nos dice que ellos bautizaran a los creyentes en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; más bien, se nos dice que los creyentes fueron bautizados en el nombre de Jesucristo (Hch. 2:38). Esto indica que el nombre de Jesucristo equivale al nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esto nos da a entender que Jesucristo es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Los apóstoles sabían que Jesucristo equivalía al Padre, al Hijo y al Espíritu. Por lo tanto, ellos cumplieron el mandato que recibieron del Señor de bautizar a los creyentes en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo bautizándolos en el nombre de Jesucristo. Éste es un ejemplo que nos muestra que el Padre, el Hijo y el Espíritu son uno. Éste es el Dios Triuno, y nosotros estamos en Él. Estar en el Dios Triuno es estar también en el compuesto divino, el ungüento compuesto, el cual es el Espíritu todo-inclusivo.

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