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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 1 Juan»
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Mensaje 40

LAS VIRTUDES DEL NACIMIENTO DIVINO: VENCER AL MUNDO, LA MUERTE, EL PECADO, EL DIABLO Y LOS ÍDOLOS

(5)

  Lectura bíblica: 1 Jn. 5:18-21

  En 5:20 Juan dice: “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer a Aquel que es verdadero; y estamos en el verdadero, en Su Hijo Jesucristo. Éste es el verdadero Dios, y la vida eterna”. El Hijo de Dios, el cual vino a nosotros en la encarnación y mediante la muerte y la resurrección, nos ha dado entendimiento, capacidad, para conocer al Dios verdadero. Este entendimiento, esta capacidad de conocer, incluye nuestra mente iluminada, nuestro espíritu vivificado y al Espíritu de realidad. Ahora tenemos la capacidad de conocer a Dios. Como ya dijimos, conocer a Dios equivale a experimentarle, disfrutarle y poseerle.

EL VERDADERO

  En 5:20 Juan habla de “Aquel que es verdadero” y de “el verdadero”. Referirnos a Dios simplemente como Dios puede ser bastante objetivo. Sin embargo, la expresión el verdadero es subjetiva, pues se refiere al Dios que podemos experimentar de manera subjetiva. En este versículo, el Dios que es objetivo llega a ser el verdadero en nuestra vida y experiencia.

  ¿Qué significa la expresión el verdadero? Y en particular, ¿qué significa la palabra verdadero? Aquí la palabra griega traducida “verdadero” es alethinós, y significa “genuino”, “real” (un adjetivo análogo a alétheia, “verdad”, “veracidad”, “realidad”, cfr. Jn. 1:14; 14:6, 17), lo contrario de falso y falsificado. De hecho, “el verdadero” es la realidad misma. El Hijo de Dios nos ha dado entendimiento para que podamos conocer —es decir, experimentar, disfrutar y poseer— esta realidad divina. Por lo tanto, conocer al verdadero significa conocer la realidad al experimentarla, disfrutarla y poseerla.

  En 1 Juan 5:20 se nos da a entender que Dios ha llegado a ser nuestra realidad en nuestra experiencia. El Hijo de Dios vino por medio de la encarnación y por medio de la muerte y la resurrección, y nos dio entendimiento para experimentar, disfrutar y poseer la realidad, que es el propio Dios. Ahora, el Dios que antes nos era objetivo, ha llegado a ser la realidad que disfrutamos de manera subjetiva.

  En 5:20 Juan dice que estamos en el verdadero. No solamente conocemos al Dios verdadero, sino que estamos en Él. No solamente tenemos conocimiento de Él, sino que participamos de una unión orgánica con Él. Por lo tanto, somos uno con Él orgánicamente.

  Cuando Juan dice que estamos en el verdadero, su intención es mostrarnos algo muy crucial. No sólo conocemos al verdadero, y no solamente lo experimentamos, disfrutamos y poseemos como realidad, sino que estamos en esa realidad; estamos en el verdadero.

ESTAMOS EN EL VERDADERO, EN SU HIJO JESUCRISTO

  En 5:20 Juan dice: “Y estamos en el verdadero, en Su Hijo Jesucristo”. Estar en el Dios verdadero es estar en Su Hijo Jesucristo. Puesto que Jesucristo como Hijo de Dios es la misma corporificación de Dios (Col. 2:9), estar en Él equivale a estar en el verdadero Dios. Esto indica que Jesucristo, el Hijo de Dios, es el verdadero Dios.

  Examinemos más detalladamente las palabras de Juan: “Estamos en el verdadero, en Su Hijo Jesucristo”. Nótese que hay una coma después de la palabra verdadero. Puesto que el texto griego original no usa ninguna puntuación, los traductores tienen distintas opiniones con respecto a si debería haber una coma o no después de verdadero.

  Además, está la pregunta de si la frase en Su Hijo Jesucristo está en aposición a en el verdadero o si ésta es una frase adverbial. Algunos intérpretes dicen que está en aposición, mientras que otros dicen que funciona como adverbio. Si esta frase está en aposición a en el verdadero, eso significa que estar en el verdadero equivale a estar en Su Hijo Jesucristo; pero si en Su Hijo Jesucristo es una frase adverbial, entonces esto indica que estamos en el verdadero por virtud de estar en Su Hijo Jesucristo.

  Conforme a la gramática, tal vez sea preferible decir que la frase en Su Hijo Jesucristo no está en aposición con la frase anterior, sino que la modifica al describir cómo es que estamos en el verdadero. En este caso, el significado de este versículo es que estamos en el verdadero debido a que estamos en Su Hijo Jesucristo. En otras palabras, estamos en el verdadero al estar en Jesucristo. La razón por la cual debemos considerar este asunto es que es vital para nuestra experiencia espiritual.

  Después de mucho estudio, he llegado a la conclusión de que en cualquiera de las dos formas en que entendamos la frase en Su Hijo Jesucristo, el resultado sigue siendo el mismo. Ya sea que esta frase esté en aposición a la frase anterior o funcione como modificador, el resultado es el mismo. Si la última frase está en aposición a la anterior, el significado es que estar en el verdadero equivale a estar en Su Hijo Jesucristo. Esto también indicaría que el verdadero y Jesucristo son uno en una relación de coinherencia. Por consiguiente, estar en el Hijo espontáneamente equivale a estar en el verdadero. Pero si en Su Hijo Jesucristo funciona como modificador, el significado sería que estamos en el verdadero al estar en Su Hijo Jesucristo. ¿Cómo es que estamos en el verdadero? Estamos en Él al estar en Su Hijo Jesucristo.

  Si consideramos este asunto detenidamente, veremos que de cualquiera de las dos formas en que entendamos estas frases, el significado es de hecho el mismo. Ya sea que digamos que estar en el verdadero es estar en Su Hijo Jesucristo, o digamos que estamos en el verdadero por virtud de estar en Jesucristo, el resultado sigue siendo el mismo.

EL DIOS VERDADERO Y LA VIDA ETERNA

  Examinemos ahora la última parte del versículo 20: “Éste es el verdadero Dios, y la vida eterna”. “Éste” se refiere al Dios que vino por medio de la encarnación y que nos dio la capacidad de conocerle a Él como el Dios genuino y de ser uno con Él orgánicamente en Su Hijo Jesucristo. Todo esto es lo que significa el Dios genuino y verdadero y la vida eterna para nosotros. Este Dios genuino y verdadero es vida eterna para nosotros, lo cual nos permite participar de Él como Aquel que lo es todo para nuestro ser regenerado.

  Debemos prestar especial atención a la palabra éste. En 5:20 Juan no dice: “Él es”, sino que dice: “Éste es”. Ésta es la traducción correcta del griego. Además, Juan usa la palabra éste para referirse al Dios verdadero y a la vida eterna, lo cual nos muestra que el Dios verdadero y la vida eterna son uno.

  Hemos visto que estamos en el verdadero y en Su Hijo Jesucristo. Doctrinalmente, podría considerarse que el verdadero y el Hijo Jesucristo son dos personas distintas. Pero cuando en nuestra experiencia estamos en el verdadero y en Jesucristo, Ellos son uno. Ésta es la razón por la cual Juan usa la palabra éste para referirse al verdadero y a Su Hijo Jesucristo.

  Para alguien que no está en el verdadero ni en Jesucristo, Ellos son dos; pero cuando estamos en Ellos en nuestra experiencia, son uno. Hemos visto que estar en el verdadero es estar en Su Hijo Jesucristo. Esto significa que en la experiencia que tenemos de estar en Ellos, son uno.

  Más aún, cuando estamos en el verdadero y en Jesucristo, Ellos son nuestro verdadero Dios y también nuestra vida eterna. Primeramente, Juan habla del verdadero y de Su Hijo Jesucristo, y después, del verdadero Dios. Aquí podría haber cierta distinción entre el verdadero y el verdadero Dios. Cuando estamos en el verdadero y en Su Hijo Jesucristo, al verdadero se le llama el verdadero Dios y a Su Hijo Jesucristo se le llama la vida eterna. Esto quiere decir que Ellos primero son el verdadero y el Hijo Jesucristo; pero cuando estamos en Ellos, llegan a ser el verdadero Dios y la vida eterna.

  Debemos entender claramente a qué se refiere la palabra éste en 5:20. Esta palabra se refiere al propio Dios que ha llegado a ser nuestra experiencia al estar nosotros en Él. Ya no estamos fuera de este Dios; más bien, estamos en este Dios, y estamos en el verdadero, en Su Hijo Jesucristo. Debido a que estamos en Ellos, Dios y Jesucristo ya no son personas objetivas para nosotros, y en nuestra experiencia ellos han dejado de ser dos. Cuando estamos en Ellos, llegan a ser uno para nosotros. Por tanto, Juan dice que “éste” es el verdadero Dios, y que “éste” es la vida eterna. ¿Quién es “éste”? “Éste” es el propio Dios y Jesucristo en quien estamos. También podemos decir que “éste” incluye el hecho de que estamos en Dios y en Jesucristo. De ahí que, las expresiones el verdadero Dios y la vida eterna aludan al hecho de que estamos en el verdadero y en Su Hijo Jesucristo.

  Estamos en el verdadero y en Jesucristo. Ahora, en nuestra experiencia, el verdadero llega ser el verdadero Dios, y Jesucristo llega a ser la vida eterna. ¿Dónde estamos ahora? ¿Será que estamos fuera del verdadero Dios y de la vida eterna? No; estamos en el verdadero Dios y en la vida eterna. Por consiguiente, la palabra éste alude al hecho de que estamos en el verdadero Dios y en la vida eterna. ¡Aleluya porque éste es el verdadero Dios y la vida eterna, y porque nosotros estamos en este Dios y en esta vida! Sabemos que estamos en el verdadero Dios y en la vida eterna porque estamos en el verdadero y en Su Hijo Jesucristo.

  El versículo 20 dice que el Hijo de Dios vino y nos dio entendimiento para conocer al verdadero, y que estamos en el verdadero, lo cual significa que estamos en Su Hijo Jesucristo. Cuando estamos en el verdadero y en Jesucristo, éste—que implica el hecho de que estamos en ellos— es el verdadero Dios.

  Si no estamos en Dios, no podemos decir por experiencia que para nosotros Él es verdadero. Por supuesto, Él seguirá siendo verdadero en Sí mismo, pero nosotros no podríamos testificar que en nosotros Él es verdadero. Pero puesto que estamos en el verdadero, para nosotros Él es el verdadero Dios. Además, Cristo es la vida eterna para nosotros. Si no estuviéramos en Él, Cristo seguiría siendo vida eterna en Sí mismo, pero no sería vida eterna para nosotros. Sin embargo, puesto que ahora estamos en Él, Jesucristo es para nosotros la vida eterna.

  El versículo 20 indica claramente que ahora estamos experimentando al verdadero Dios, y que lo experimentamos al estar en Él. Nosotros lo experimentamos, disfrutamos y poseemos al estar en Él. Por tanto, para nosotros, éste es el verdadero Dios y la vida eterna.

  En el versículo 20 encontramos una conclusión crucial a toda la Epístola de 1 Juan. Esta epístola revela que ahora nosotros somos verdaderamente uno con el Dios Triuno, y que Él ha llegado a ser verdadero, real, para nosotros. Él ha llegado a ser realidad y vida para nosotros debido a que estamos en Él.

GUARDARNOS DE LOS ÍDOLOS

  En el versículo 21 Juan concluye, diciendo: “Hijitos, guardaos de los ídolos”. La palabra guardaos denota que nos guarnecemos contra los ataques que vienen de afuera, tales como los ataques de las herejías. La palabra ídolos se refiere a los sustitutos heréticos introducidos por los gnósticos y los cerintianos con el propósito de reemplazar al Dios verdadero, quien es revelado en esta epístola y en el Evangelio de Juan, y a quien se alude en el versículo anterior. Aquí los ídolos también se refieren a todo lo que reemplace al verdadero Dios. Como hijos verdaderos del Dios verdadero, debemos estar alertas y guardarnos de estos sustitutos heréticos y de todo lo que reemplace al Dios genuino y verdadero, con quien somos orgánicamente uno y quien es la vida eterna para nosotros. Ésta es la palabra de advertencia que el anciano apóstol dirige a todos sus hijitos como conclusión de su epístola.

  Según el entendimiento de Juan, un ídolo es cualquier cosa que reemplace, que sustituya, al Dios subjetivo, o sea, al Dios que hemos experimentado y que seguimos experimentando. Mediante esta iluminación, podemos entender 5:18-21 de una manera muy experimental.

  Antes de ser salvos, nos encontrábamos fuera de Dios. Dios era verdadero en Sí mismo, pero no podíamos decir por experiencia que Él era verdadero para nosotros. Pero después que creímos en el Señor Jesús, entramos en Dios. Es por ello que en 5:20 no sólo dice que conocemos al verdadero, sino también que estamos en el verdadero. Hemos visto que estar en el verdadero significa estar en Su Hijo Jesucristo. Debido a que estamos en Dios, Él ahora ha llegado a ser verdadero para nosotros en términos de nuestra experiencia. De la misma manera, debido a que estamos en Jesucristo, Él ha llegado a ser verdadero para nosotros en términos de nuestra experiencia. Debido a la experiencia que tenemos de Dios y de Cristo por el hecho de estar en Dios y en Cristo, podemos afirmar que “éste” es el verdadero Dios y la vida eterna.

  La palabra éste hallada en 5:20 implica que Dios, Jesucristo y la vida eterna son uno. Doctrinalmente, tal vez haya distinciones entre Dios, Cristo y la vida eterna, pero en nuestra experiencia ellos son uno. Cuando estamos en Dios y en Jesucristo, y cuando experimentamos la vida eterna, descubrimos que todos ellos son uno. Por consiguiente, Juan concluye el versículo 20 diciendo: “Éste es el verdadero Dios, y la vida eterna”. Esta oración no es simplemente la conclusión del versículo 20; de hecho, es la conclusión de toda la epístola. Lo que esta epístola revela es el verdadero Dios y la vida eterna.

  Las palabras finales de Juan, en 5:21, son una exhortación para que nos guardemos de los ídolos. Todo aquello que sustituya o reemplace al verdadero Dios y la vida eterna, es un ídolo. Por lo tanto, debemos vivir, andar y conducirnos en este Dios y en esta vida. Si no vivimos en el verdadero Dios y en la vida eterna, entonces reemplazaremos al verdadero Dios con algo, y dicho sustituto será un ídolo.

LA SUSTANCIA, EL ELEMENTO BÁSICO DEL MINISTERIO RESTAURADOR DE JUAN

  El asunto central que se revela en esta epístola es la comunión divina de la vida divina, que es la comunión entre los hijos de Dios y su Padre Dios, quien no sólo es el origen de la vida divina, sino también luz y amor como fuente del disfrute de la vida divina (1:1-7). Para disfrutar de la vida divina es necesario permanecer en la comunión de dicha vida conforme a la unción divina (2:12-28; 3:24), lo cual se basa en el nacimiento divino efectuado con la simiente divina para el desarrollo del nacimiento divino (2:29—3:10). Este nacimiento fue efectuado por tres medios: el agua que pone fin, la sangre que redime y el Espíritu que hace germinar (5:1-13). Por estos tres medios nacimos de Dios para ser hijos Suyos, y ahora poseemos Su vida divina y participamos de Su naturaleza divina (2:29—3:1). Él ahora mora en nosotros por medio de Su Espíritu (3:24; 4:4, 13) para ser nuestra vida y nuestro suministro de vida a fin de que crezcamos con Su elemento divino y lleguemos a ser semejantes a Él cuando Él se manifieste (3:1-2).

  Permanecer en la comunión divina de la vida divina, es decir, permanecer en el Señor (2:6; 3:6), equivale a disfrutar de todas Sus riquezas divinas. Al permanecer en Él de este modo, andamos en la luz divina (1:5-7) y practicamos la verdad, la justicia, el amor, la voluntad de Dios y Sus mandamientos (v. 6; 2:29, 5; 3:10-11; 2:17; 5:2) por medio de la vida divina recibida mediante el nacimiento divino (2:29; 4:7).

  Para permanecer en la comunión divina, es necesario vencer tres cosas negativas. La primera es el pecado, el cual es iniquidad e injusticia (1:7—2:6; 3:4-10; 5:16-18); la segunda es el mundo, el cual se compone de la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la vanagloria de esta vida (2:15-17; 4:3-5; 5:4-5, 19); y la última, es los ídolos, los cuales son las herejías que substituyen al Dios genuino y las vanidades que reemplazan al Dios verdadero (v. 21). Estas tres categorías de cosas excesivamente malignas son armas usadas por el maligno, el diablo, para entorpecer, dañar y, de ser posible, anular nuestra permanencia en la comunión divina. Nuestro nacimiento divino junto con la vida divina nos salvaguarda contra sus maldades (v. 18), y, basándonos en el hecho de que el Hijo de Dios por Su muerte en la cruz destruyó las obras del diablo (3:8), nosotros le vencemos por la palabra de Dios que permanece en nosotros (2:14). Por virtud de nuestro nacimiento divino también vencemos el mundo maligno del diablo mediante nuestra fe en el Hijo de Dios (5:4-5). Más aún, nuestro nacimiento divino junto con la simiente divina que fue sembrada en nuestro interior nos capacita para que no vivamos habitualmente en el pecado (3:9; 5:18), ya que Cristo por Su muerte en la carne quitó los pecados (3:5). Además, en caso de que pequemos en alguna ocasión, tenemos a nuestro Paracleto como nuestra propiciación, quien se encarga de nuestro caso ante nuestro Padre Dios (2:1-2), y la sangre del Hijo, una sangre eternamente eficaz, nos limpia (1:7). Esta revelación es la sustancia, el elemento básico del ministerio restaurador del apóstol.

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