Mensaje 5
Lectura bíblica: 1 Jn. 1:3-7
En algunos de los mensajes anteriores consideramos el primero de los asuntos básicos de esta epístola: la vida divina. Ahora llegamos al segundo asunto básico: la comunión de la vida divina. De hecho, la comunión de la vida divina constituye el tema de toda la Epístola de 1 Juan. En el Evangelio de Juan se nos revela a Jesucristo como la vida divina que podemos recibir. Cuando creemos en Él, Él entra en nosotros y nosotros le recibimos como vida en nuestro interior. Luego, esta epístola, como continuación del Evangelio de Juan, nos muestra que después que hemos recibido la vida divina podemos disfrutar de la comunión de la vida divina, lo cual es producto de la vida divina. La comunión de la vida divina constituye el verdadero disfrute de la vida divina. En otras palabras, si hemos de experimentar la vida divina, es preciso que prestemos toda nuestra atención a la comunión de esta vida.
En 1 Juan 1:3, Juan dice: “Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos también a vosotros, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con Su Hijo Jesucristo”. En el versículo 1 primero se menciona “hemos oído”, y luego, “hemos visto”; pero aquí se invierte el orden. Para recibir revelación, lo más importante es oír; pero para predicar, para anunciar, lo más crucial es ver. Lo que predicamos debe ser lo que hayamos comprendido y experimentado de lo que hemos oído.
Los apóstoles habían oído y visto la vida eterna, y luego la anunciaron a los creyentes a fin de que ellos también la oyeran y la vieran. En virtud de la vida eterna, los apóstoles habían disfrutado de la comunión con el Padre y con Su Hijo, el Señor Jesús. Ahora, el deseo de ellos era que los creyentes también disfrutaran de esa comunión.
La palabra griega koinonía, la cual es traducida “comunión”, significa “participación mutua” o “común participación”. La comunión es producto de la vida eterna y, de hecho, es el fluir de dicha vida dentro de todos los creyentes, aquellos que han recibido y ahora poseen la vida divina. Está representada por el fluir del agua de vida en la Nueva Jerusalén (Ap. 22:1). Todos los verdaderos creyentes son partícipes de esta comunión (Hch. 2:42), y el Espíritu hace que ésta se mantenga activa en nuestro espíritu regenerado. De ahí que sea llamada “la comunión del Espíritu Santo” (2 Co. 13:14) y “la comunión de [nuestro] espíritu” (Fil. 2:1). Es en la comunión de la vida eterna que nosotros, los creyentes, participamos de todo lo que el Padre y el Hijo son y de todo lo que han hecho a nuestro favor, es decir, disfrutamos del amor del Padre y de la gracia del Hijo en virtud de la comunión del Espíritu. Tal comunión fue primero la porción de los apóstoles en la cual ellos disfrutaban al Padre y al Hijo por medio del Espíritu. De ahí que también sea llamada “la comunión de los apóstoles” (Hch. 2:42) y, en 1 Juan 1:3, “nuestra comunión [‘nuestra’ en referencia a los apóstoles]”, una comunión con el Padre y con Su Hijo Jesucristo. Esto es un misterio divino. Esta misteriosa comunión de la vida eterna debe ser considerada el tema de esta epístola.
La comunión es una común participación, una participación mutua. Por lo tanto, tener comunión es participar corporativamente de algo. La comunión de la vida divina es producto de la vida divina y el fluir de dicha vida. Puesto que la vida divina es orgánica, rica, se mueve continuamente y está activa, ella redunda en algo particular, es decir, tiene un resultado específico. El producto o resultado de la vida divina es la comunión de la vida.
La comunión de la vida divina se muestra claramente en Apocalipsis 22:1. En este versículo vemos que en la Nueva Jerusalén el río de agua de vida fluye del trono de Dios y del Cordero. El trono de Dios y del Cordero es el trono del Dios redentor, del Dios-Cordero. En Génesis 1:1 se menciona solamente a Dios, pero en Apocalipsis 22:1 se nos habla de Dios y del Cordero. En Génesis tenemos al Dios creador, pero en Apocalipsis tenemos al Dios redentor. De este Dios redentor, quien es la fuente, fluye el río de agua de vida. El fluir del río de agua de vida es la comunión de la vida divina. Esto significa que la comunión es el fluir de la vida divina, el fluir que procede del Dios redentor.
Según el cuadro descrito en Apocalipsis, el río que está en la Nueva Jerusalén fluye en espiral, desde arriba para abajo, hasta alcanzar las doce puertas de la ciudad. Con esto vemos que la Nueva Jerusalén en su totalidad es abastecida por el fluir de esta agua viva, esto es, por la comunión de la vida divina. La comunión de la vida divina fluye de Dios y a través de Su pueblo, hasta alcanzar cada parte del Cuerpo de Cristo, cuya consumación será la Nueva Jerusalén.
La comunión de la vida divina, o el fluir de la vida divina, es la comunión del Espíritu. El versículo 14 de 2 Corintios 13 dice: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. Aquí vemos que el amor de Dios es la fuente, la gracia de Cristo es el caudal, y la comunión del Espíritu es el fluir del caudal. Es este fluir el que nos trae la gracia de Cristo y el amor de Dios para que podamos disfrutar de ellos. De ahí que a la comunión de la vida divina se le llame la comunión del Espíritu Santo.
La comunión de la vida divina es una comunión que circula entre los creyentes y los apóstoles (1 Jn. 1:3b; Hch. 2:42). Esto significa que los creyentes y los apóstoles disfrutan mutuamente del Dios Triuno. Los creyentes y los apóstoles deben mantenerse en contacto los unos con los otros. Cuando se da una comunicación apropiada, habrá una circulación en ambos sentidos; esta circulación es la comunión, una común participación. Cuando se da esta circulación en ambos sentidos, disfrutamos de la vida divina que está en nosotros. Esto significa que cuando tenemos comunión, tenemos el verdadero disfrute de la vida divina.
Cuanto más se dé esta circulación de doble sentido, mejor; y cuanto más comunicación tengamos con los apóstoles, más disfrutaremos de la vida divina. Sin embargo, quizás algunos digan que los apóstoles ya no están con nosotros. Eso es cierto, pero tenemos los escritos de los apóstoles. Siempre que acudamos a los escritos de los apóstoles, tendremos la sensación de ser incluidos en la comunión de los apóstoles y de estar disfrutando de la circulación de doble sentido que existe entre nosotros y ellos. Entonces, en dicha circulación, disfrutaremos de la vida divina juntamente con ellos.
La comunión de la vida divina se da entre los creyentes y el Padre y Su Hijo Jesucristo. Juan dice que primero los creyentes tienen comunión con los apóstoles mediante la vida divina, y luego dice que los apóstoles tienen comunión con el Padre y el Hijo. Esto nos muestra que la comunión une a los creyentes con los apóstoles y con el Padre y el Hijo. Por lo tanto, en esta comunión se experimenta la plena unidad de la vida divina.
La corriente de la electricidad es un buen ejemplo de lo que es la comunión de la vida divina. La electricidad fluye desde la central eléctrica hasta el edificio, y de ese modo, une la central eléctrica con el edificio. Además, en las lámparas encendidas ubicadas en el techo de un salón particular, el fluir de la corriente eléctrica conecta las lámparas una con otra. Sin la corriente eléctrica, las lámparas del techo estarían desconectadas, pero mediante el flujo de la electricidad las lámparas son introducidas en una “comunión” unas con otras, pues todas ellas se encuentran en el único fluir de la electricidad. Éste es un buen ejemplo del hecho de que los apóstoles y los creyentes disfrutan mutuamente de la comunión en la vida divina.
En la vida divina, los creyentes tienen comunión unos con otros (1 Jn. 1:7; Fil. 2:1). Así como hay una corriente que fluye en las lámparas del techo de una habitación, del mismo modo fluye en todos nosotros la corriente divina. En esta vida divina y mediante ella, tenemos la comunión que nos permite disfrutar de la vida divina. Cuanto más permitamos que la vida divina fluya en nosotros, más la disfrutaremos.
En 1 Juan 1:3 sólo se mencionan el Padre y el Hijo, pero no se menciona el Espíritu, porque el Espíritu está implícito en la comunión. De hecho, la comunión de la vida eterna es la impartición del Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— en los creyentes como porción única, para que ellos disfruten de ella hoy y por la eternidad.
Siguiendo este hilo, Juan dice en 1:4: “Estas cosas os escribimos, para que nuestro gozo sea cumplido”. En lugar de “nuestro”, algunos manuscritos dicen “vuestro”. El gozo de los apóstoles también es el gozo de los creyentes, debido a que los creyentes son partícipes de la comunión de los apóstoles.
La comunión es producto de la vida eterna, y el gozo, es decir, el disfrute que tenemos del Dios Triuno, es el resultado de esta comunión, o sea, el fruto producido al participar nosotros del amor del Padre y de la gracia del Hijo por medio del Espíritu. Es mediante este disfrute espiritual de la vida divina, que nuestro gozo en el Dios Triuno puede ser cumplido.
Por lo general, no consideramos el gozo un asunto muy importante. No obstante, el gozo es el tercer asunto de mayor importancia que se aborda en esta epístola, pues viene después de la vida divina y de la comunión de la vida divina. Así, pues, la vida divina redunda en comunión, y la comunión redunda en gozo.
¿Es usted un cristiano gozoso o un cristiano triste? Estar triste podría ser un indicio de que usted se encuentra fuera de la comunión de la vida divina. Pero si usted está gozoso, lleno de gozo, eso es una señal de que usted se halla inmerso en esta comunión.
El Nuevo Testamento usa tres términos para describir el gozo que tenemos en la vida divina. Además de la palabra gozoso, se usan las palabras regocijar y exultar. No solamente debemos estar gozosos, sino que además debemos regocijarnos y exultar. Es posible estar gozosos y al mismo tiempo estar callados, pero para regocijarnos y exultar no es posible permanecer callados. La obra salvadora de Dios nos trae gozo y hace que nos regocijemos y exultemos. Por ello, cada vez que nos reunamos, debemos estar gozosos. En el Antiguo Testamento el pueblo de Dios se llenaba de gozo siempre que se congregaba para celebrar las fiestas. En Salmos incluso se le encarga al pueblo que aclame jubilosamente al Señor (95:1; 98:4, 6). A la religión no le gusta escuchar que se hagan aclamaciones de júbilo, pero Dios sí las aprecia. A Él le gusta ver que estemos llenos de gozo. Es por eso que Juan nos dice que si disfrutamos de la comunión de la vida divina, ciertamente estaremos rebosantes de gozo. Más aún, una vez que estemos llenos de gozo, nos regocijaremos y exultaremos. Todos debiéramos ser cristianos que se regocijan y exultan. Lleguemos, pues, a las reuniones de la iglesia alegres, como resultado de disfrutar la vida divina en la comunión divina.
En 1 Juan 1:5, Juan dice: “Y éste es el mensaje que hemos oído de Él, y os anunciamos: Dios es luz, y en Él no hay ningunas tinieblas”. Además de los tres asuntos importantes abordados en los versículos anteriores —la vida, la comunión y el gozo— otro mensaje que los apóstoles oyeron del Señor y anunciaron a los creyentes es que Dios es luz. Así que, primero tenemos la vida divina, y luego, como resultado de ésta, tenemos la comunión de la vida divina. La comunión redunda en gozo. Así que, cuando disfrutamos de este elemento de la comunión, estamos en la luz de Dios. Por consiguiente, la secuencia es: vida, comunión, gozo y luz.
En los versículos anteriores, el Padre y el Hijo se mencionan explícitamente, mientras que el Espíritu está implícito en la comunión de la vida eterna. Ésta es la primera vez que se menciona a Dios en esta epístola, y se le menciona como el Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Este Dios, tal como es revelado a la luz del evangelio, es luz.
El mensaje que Juan y los primeros discípulos oyeron fue, sin duda, lo que el Señor Jesús dijo en Juan 8:12 y 9:5: que Él es la luz. Sin embargo, aquí Juan dijo que el mensaje consistía en que Dios es luz. Por consiguiente, la expresión Dios es luz indica que el Señor Jesús es Dios, y también alude a la esencia de la Trinidad Divina.
Expresiones tales como Dios es luz,Dios es amor en 4:8 y 16, y Dios es Espíritu en Juan 4:24, no son usadas en un sentido metafórico, sino en un sentido atributivo. Tales expresiones denotan y describen la naturaleza de Dios. En cuanto a Su naturaleza, Dios es Espíritu, amor y luz. Espíritu denota la naturaleza de la persona de Dios; amor denota la naturaleza de la esencia de Dios; y luz denota la naturaleza de la expresión de Dios. El amor y la luz están relacionados con Dios como vida, la cual pertenece al Espíritu (Ro. 8:2). Dios, el Espíritu y la vida en realidad son una sola entidad. Dios es Espíritu, y el Espíritu es vida, y en esta vida se encuentran el amor y la luz. Cuando el amor divino se nos aparece, viene a ser la gracia, y cuando la luz divina resplandece en nosotros, llega a ser la verdad. El Evangelio de Juan revela que el Señor Jesús nos trajo la gracia y la verdad (1:14, 17) para que pudiésemos recibir la vida divina (3:14-16), mientras que esta epístola de Juan revela que la comunión de la vida divina nos lleva al origen mismo de la gracia y de la verdad, el cual es el amor divino y la luz divina. Esta epístola es la continuación de su Evangelio. En el Evangelio de Juan, Dios viene a nosotros en el Hijo como gracia y verdad para que nosotros lleguemos a ser Sus hijos (1:12-13), mientras que en esta epístola de Juan, nosotros los hijos, en la comunión de la vida del Padre nos acercamos al Padre para participar de Su amor y de Su luz. Lo que vemos en el Evangelio de Juan es Dios mismo que sale al atrio para satisfacer nuestra necesidad en el altar (Lv. 4:28-31); mientras que lo que vemos en esta epístola es que nosotros entramos al Lugar Santísimo para tener contacto con Él frente al arca (Éx. 25:22). Esto es más avanzado y más profundo en la experiencia de la vida divina. Después de recibir la vida divina al creer en el Hijo, según se revela en el Evangelio de Juan, debemos proseguir a disfrutar de esta vida mediante la comunión de dicha vida, tal como se revela en esta epístola. A lo largo de ésta se nos revela una sola cosa: disfrutar de la vida divina al permanecer en su comunión.
Dios es Espíritu. Esto se refiere a la persona de Dios. Dios también es amor y luz. El amor alude a Su esencia, y la luz, a Su expresión. Tanto el amor como la luz de Dios están relacionados con Su vida. Esta vida es, de hecho, Dios mismo. La vida es también el Espíritu.
Cuando esta vida se manifestó, vino con la gracia y la realidad, la verdad. Cuando recibimos al Señor Jesús, recibimos la vida, y ahora disfrutamos de la gracia y la realidad. Esta vida nos trae de vuelta a Dios. Primeramente, Dios vino a nosotros para que recibiéramos la gracia y la realidad. Ahora, nosotros retornamos al Padre y tenemos contacto con Él, con la misma fuente de la gracia y la realidad, y esta fuente es amor y luz. Así, al regresar al Padre, podemos disfrutar del amor, el cual es la fuente de la gracia y de la luz, la cual es la fuente de la realidad. Por consiguiente, en la comunión de la vida divina, nosotros somos llevados de regreso a Dios para disfrutar del amor, la fuente de la gracia, y de la luz, la fuente de la realidad.
Este entendimiento del amor y la luz no proviene de nuestro razonamiento humano, sino de la revelación divina contenida en la Palabra. En esta revelación tenemos varios elementos que son para nuestro deleite, los cuales pueden compararse a los muchos platillos que se sirven en un banquete. Tenemos a Dios, al Espíritu como la naturaleza de la persona de Dios, el amor como la naturaleza de la esencia de Dios, la luz como la naturaleza de la expresión de Dios, la vida divina, la gracia y la realidad. Cuando tenemos todas estas cosas divinas, somos llevados de regreso a Dios el Padre. Cuando somos llevados al Padre, nos reunimos con Él y le disfrutamos como amor, que es la fuente de la gracia, y como luz, que es la fuente de la realidad. ¡Cuán maravilloso es que en la comunión de la vida divina podamos disfrutar de la luz divina!
En la comunión de la vida divina, nos unimos a los apóstoles y al Dios Triuno para que se lleve a cabo el propósito de Dios. Lo que Juan dice en 1:3 comunica la idea de renunciar a nuestros intereses personales y de unirnos a otros con un propósito común. Por consiguiente, tener comunión con los apóstoles, participar en la comunión de los apóstoles, y tener comunión con el Dios Triuno mediante la comunión de los apóstoles, equivale a hacer a un lado nuestros intereses personales y unirnos a los apóstoles y al Dios Triuno para que el propósito de Dios se cumpla. Este propósito, según los escritos de Juan, tiene dos aspectos. Primero, este propósito consiste en que los creyentes crezcan en la vida divina al permanecer en el Dios Triuno (1 Jn. 2:12-27) y que, con base en el nacimiento divino, ellos lleven una vida que es según la justicia divina y el amor divino (2:28—5:3) para vencer el mundo, la muerte, el pecado, el diablo y los ídolos (vs. 4-21). Segundo, consiste en que las iglesias locales sean edificadas como candeleros para que sean el testimonio de Jesús (Ap. 1—3) y alcancen su consumación en la Nueva Jerusalén, la plena expresión de Dios por la eternidad (21—22). Nuestra participación en el disfrute que los apóstoles tienen del Dios Triuno es nuestra unión con ellos y con el Dios Triuno con miras a Su propósito divino, el cual es común a Dios, a los apóstoles y a todos los creyentes.
Una vez que disfrutemos al Dios Triuno en la comunión divina, de una manera espontánea nos uniremos a los apóstoles y al Dios Triuno para un propósito común. Dios tiene un propósito, y los apóstoles llevan a cabo el propósito de Dios. Al disfrutar de la vida divina en la comunión divina, nosotros participamos en dicho propósito y en su realización.
El propósito que Dios desea cumplir por medio de los apóstoles y también por medio de nosotros consiste primeramente en que los creyentes crezcan en la vida divina al permanecer ellos en el Dios Triuno. Además, Dios desea que, con base en el nacimiento divino, los creyentes lleven una vida que es según la justicia divina y el amor divino, de modo que venzan el mundo, el pecado, la muerte, el diablo y los ídolos. En segundo lugar, el propósito de Dios consiste en que las iglesias locales sean edificadas como testimonio de Jesús y que la consumación de este testimonio en última instancia sea la Nueva Jerusalén. Así, pues, el propósito de Dios es que cada uno de Sus hijos crezca en la vida divina y lleve una vida de justicia y amor para poder vencer todas las cosas negativas. De este modo, las iglesias locales serán edificadas como testimonio de Jesús, y finalmente aparecerá la Nueva Jerusalén como la expresión eterna del Dios Triuno. Éste es el propósito de Dios y ésta es la carga que tienen los apóstoles en la obra que realizan. Ellos tienen este propósito en común con Dios. Ahora nosotros debemos unirnos a ellos mediante la comunión de la vida divina, y este disfrute que experimentamos en la comunión de la vida divina nos llevará a participar en los intereses que los apóstoles tienen en común con el Dios Triuno. Así, al igual que el Dios Triuno y los apóstoles, nuestro propósito será el que los creyentes crezcan en la vida divina y lleven una vida de justicia y amor a fin de poder vencer las cosas negativas, para que las iglesias sean edificadas y lleguen a ser la Nueva Jerusalén, la expresión consumada del Dios Triuno.
Si vemos lo que realmente es la comunión, comprenderemos que éste es un asunto de suma importancia. Sin embargo, el concepto que hemos tenido acerca de la comunión por muchos años es que ésta es simplemente una especie de disfrute que tenemos en la vida divina. No hemos visto que la comunión también implica un interés común. Dios no nos suministra este disfrute sin ningún propósito. Él es un Dios de propósito, y tiene un propósito muy definido al proporcionarnos disfrute en la comunión de Su vida. El propósito de Dios consiste en alimentarnos para que crezcamos en la vida divina y para que, con base en el nacimiento divino, llevemos una vida que es según la justicia divina y el amor divino para poder vencer al maligno, el mundo, el pecado y todos los ídolos. El propósito de Dios también consiste en que las iglesias locales sean edificadas como el testimonio de Jesús. Finalmente, este testimonio alcanzará su consumación como la Nueva Jerusalén, la cual será la expresión completa y eterna del Dios Triuno. Éste es el propósito que cumple la comunión de la vida divina.