Mensaje 16
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Lectura bíblica: 1 P. 2:1-4, 6-8
En 1 Pedro 2:1 y 2 dice: “Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresías, envidias, y toda maledicencia, desead, como niños recién nacidos, la leche de la palabra dada sin engaño, para que por ella crezcáis para salvación”. En el mensaje anterior señalamos que debemos hacer dos cosas. Primero, debemos desechar toda malicia, todo engaño, hipocresías, envidias y toda maledicencia. Segundo, debemos desear la leche de la palabra dada sin engaño, para que por ella podamos crecer en vida. Como hemos visto, el verdadero crecimiento en vida es el aumento de la medida de la vida divina en nosotros.
Según lo que Pedro dice en 2:2, es por la leche pura de la palabra que podemos crecer para salvación. La palabra griega traducida “para” también significa “resultando en”. Crecer en la vida divina resulta en salvación. Esta salvación, como resultado del crecimiento en vida, no es la salvación inicial. La plena salvación de Dios abarca un largo período, pues comienza a partir de la regeneración, que incluye la justificación, y culmina con la glorificación (Ro. 8:30). En el momento en que fuimos regenerados recibimos la salvación inicial. Luego, necesitamos crecer hasta llegar a la salvación plena, la madurez que nos conduce a la glorificación, alimentándonos de Cristo como la leche nutritiva de la palabra de Dios. Ésta será la salvación de nuestra alma, la cual nos será revelada cuando el Señor Jesús sea manifestado (1 P. 1:5, 9-10, 13). Sin embargo, según el contexto, la frase “para salvación” se refiere directamente a ser “edificados como casa espiritual hasta ser un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales”, lo cual se menciona en el versículo 5, y a “que anunciéis las virtudes de Aquel”, lo cual se menciona en el versículo 9.
Si crecemos para salvación, seremos salvos de la malicia, del engaño, de las hipocresías, las envidias y la maledicencia, que son las cinco cosas negativas de las cuales se habla en el versículo 1. No podemos ser salvos de la malicia, el engaño, las hipocresías, las envidias ni de la maledicencia por nuestros propios esfuerzos. Esto no lo logramos perfeccionándonos, ni enmendándonos o corrigiéndonos a nosotros mismos, pues ser salvos de todas estas cosas negativas es cuestión de algo más interno.
Por ejemplo, supongamos que alguien se enferma debido a cierta bacteria. Esta bacteria está en la sangre y en todo su organismo. ¿De qué serviría tratar de resolver este problema lavando a la persona afectada con un jabón fuerte? Lo único que se lograría con ello sería limpiar la piel, mas no eliminar la bacteria presente en su organismo. Dicha persona necesita tomar un antibiótico si ha de combatir la bacteria. Además de ello, necesita ingerir alimentos que nutran su cuerpo físico a fin de crecer. Este crecimiento le ayudará a sanarse de su enfermedad. De la misma manera, a medida que crecemos para salvación espontáneamente somos salvos de los “gérmenes” de la malicia, el engaño, las hipocresías, las envidias y la maledicencia.
Hace cincuenta años, me era muy difícil vencer mi mal genio; pero ahora, después de más de cincuenta años de tener experiencias con el Señor, puedo testificar que me es muy difícil enojarme. Algunos dirán que es porque ya soy muy anciano que no tengo más problemas con el mal genio. Pero tal afirmación no sería acertada, pues, de hecho, el mal genio de una persona aumenta con los años. Es por ello que las personas ancianas tienden a criticar más a los demás y a ser más impacientes con ellos. Por lo general, cuanto más envejecemos, más problemas tendremos con el mal genio. En el Señor y delante del Señor, puedo testificarles que cuanto más envejezco, menos me enojo. Este cambio obedece a que con el paso de los años he experimentado el crecimiento en vida que me ha salvado del mal genio. Éste es un ejemplo que nos muestra, de manera práctica, que todos necesitamos crecer para salvación.
La salvación mencionada en el versículo 2 no es la salvación en su etapa inicial ni en su etapa de consumación; más bien, corresponde a la etapa progresiva de la salvación, a la etapa de la transformación. Por tanto, es correcto pensar que este versículo nos está diciendo que necesitamos crecer para experimentar la transformación. Por supuesto, allí no se usa la palabra transformación. No obstante, la salvación mencionada en este versículo ciertamente implica la transformación. Así, pues, la regeneración pertenece a la etapa inicial de la salvación; la transformación, a la etapa progresiva de la salvación; y la glorificación, a la etapa de la consumación. Nosotros no nos hallamos en la etapa inicial de la salvación ni en la etapa de la consumación; más bien, nos encontramos en la etapa progresiva de la salvación, es decir, en la etapa de la transformación.
La transformación difiere de un simple cambio, pues implica un cambio de una forma a otra. No obstante, no se trata simplemente de un cambio de forma externa sino de un cambio interno de naturaleza o constitución. Por ejemplo, supongamos que una persona está enferma y que su tez no tiene un color saludable. Tal vez ella intente mejorar su apariencia aplicándose un poco de colorante a sus mejillas. A mí no me agrada esa clase de polvos para la piel, pues lo relaciono con la obra de los que trabajan en las funerarias, quienes procuran hacer que el rostro de la persona muerta luzca lo más atractiva posible. Hoy, tanto los discípulos de Confucio como muchos cristianos realizan muchas obras externas que tienen como objetivo reformar el carácter, las cuales son muy similares a las que realizan los que maquillan a los muertos. Este cambio externo es totalmente diferente al que opera la transformación viva e interna.
Recientemente tuve una leve enfermedad. Pero día tras día, mi esposa me estuvo sirviendo comidas nutritivas. Finalmente, esa comida me alivió y restauró el color saludable de mi rostro. Cuando mi esposa vio el color de mi tez, se sintió contenta. No había necesidad de aplicar ningún color a mis mejillas, puesto que el color saludable había sido producido por los alimentos que había ingerido. Yo comí, digerí y asimilé alimentos nutritivos. Luego, dichos alimentos llegaron a mis células, a mis fibras e incluso a mi piel, y le dieron un color saludable a mi piel. Éste es un ejemplo de lo que es la transformación.
Pedro nos encarga que deseemos la leche de la palabra dada sin engaño, para que por ella crezcamos para transformación. Nosotros no crecemos para experimentar alguna corrección externa, algún cambio externo ni alguna mejoría externa; más bien, crecemos para una transformación interna producida por la vida divina y llevada a cabo en dicha vida.
El alimento nutritivo produce transformación sólo cuando éste es suministrado a un organismo vivo. Si usted trata de dar alimento a algo inanimado e inorgánico, aquello se corromperá y ensuciará. Es imposible que algo inanimado pueda recibir algún beneficio de la comida nutritiva. Asimismo, es inútil tratar de alimentar a una persona muerta. Sin duda alguna, la leche de la palabra dada sin engaño puede alimentarnos y nutrirnos. Sin embargo, ésta sólo puede nutrir y alimentar a aquellos que son organismos vivos. Sin la vida, no habría nada en nosotros que cooperara con esa nutrición.
En 2:2 Pedro empieza con las palabras: “Desead, como niños recién nacidos”. Las palabras “niños recién nacidos” aluden a un organismo vivo. Un niño recién nacido tiene vida y es orgánico. Al igual que niños recién nacidos, nosotros debemos beber de la leche de la palabra dada sin engaño. Entonces, la leche nos proporcionará una nutrición viva y orgánica, y espontáneamente la vida que está en nosotros operará junto con la nutrición que recibimos de la leche para que podamos crecer. Sin embargo, si en nosotros no hubiera un elemento vivo y orgánico, el elemento que recibimos por medio de la regeneración, el alimento contenido en la leche de la palabra no tendría ningún efecto, ya que de nuestra parte no habría nada que cooperara con él.
En 1:23 Pedro dice que fuimos regenerados, y en 2:2 él nos exhorta a que seamos como niños recién nacidos que desean la leche. Tanto la regeneración mencionada en 1:23 como la expresión “niños recién nacidos”, que aparece en 2:2, aluden a lo mismo, a la regeneración efectuada en virtud de la vida divina. Dicha regeneración provee la base para nuestro crecimiento en vida y para la purificación de nuestro ser interior. Todos tenemos en nosotros la vida divina que recibimos cuando fuimos regenerados, y esta vida es la base de todo crecimiento espiritual. Es imprescindible que tengamos esta base si hemos de crecer y ser purificados. Luego, como niños recién nacidos, debemos desear la leche de la palabra dada sin engaño para que por ella podamos crecer para transformación.
En el versículo 3 Pedro añade: “Si es que habéis gustado lo bueno que es el Señor”. Podemos gustar, probar, al Señor, y Su sabor es agradable y bueno. Si gustamos de Él, anhelaremos la leche nutritiva de Su palabra. La palabra griega traducida “bueno” en este versículo también significa agradable o bondadoso.
Pedro tenía la certeza de que los destinatarios de su epístola habían sido regenerados. No obstante, él no estaba muy seguro de si ellos habían gustado o no del Señor. Fue por ello que dijo: “Si es que habéis gustado lo bueno que es el Señor”. Sin duda alguna, los creyentes eran niños recién nacidos; pero como lo indica el versículo 3, es posible que algunos de ellos no hubieran gustado lo bueno que es el Señor. Hoy en día, aunque millones de creyentes han sido regenerados, una gran cantidad de ellos jamás ha gustado lo bueno que es el Señor.
Quisiera darles ahora un ejemplo de cómo es posible que alguien sea regenerado y, aun así, no haber gustado lo bueno que es el Señor. Cierta señora de mediana edad tenía dos años de haber sido salva. Ella había sido redimida y regenerada. Después de haber asistido algunas veces a nuestras reuniones, un día se puso en pie para dar un testimonio. Ella dijo que su esposo había perdido el trabajo, y que no tenían con qué pagar el arriendo. Dijo además que su hijo se había enfermado. Después añadió que había orado al Señor al respecto y, finalmente, alabó al Señor porque le había dado un mejor trabajo a su esposo, les había provisto un mejor lugar para vivir y había sanado a su hijo. Al concluir ella declaró: “¡Aleluya, el Señor Jesús es viviente y poderoso!”.
Examinemos ahora este testimonio detenidamente y preguntémonos si dicho testimonio corresponde al de una persona que ha gustado al Señor. Yo diría rotundamente que esto no corresponde al testimonio de alguien que ha gustado lo bueno que es el Señor. Quizás en años pasados mi sentir habría sido diferente y habría dicho que esa señora ciertamente había gustado lo bueno que es el Señor, pues en su testimonio ella había declarado: “¡Cuán bueno es el Señor conmigo! Él es real, viviente y bondadoso. Nosotros oramos, y Él en respuesta nos dio un mejor trabajo y una mejor casa, y además sanó a nuestro hijo. ¡Aleluya! El Señor es bueno”. No obstante, si bien ella habló de la bondad del Señor, este testimonio no corresponde al de una persona que ha gustado lo bueno que es el Señor.
¿Qué tipo de testimonio sería un buen ejemplo de alguien que ha gustado al Señor? Supongamos que esta misma hermana testificara más o menos así: “Mi esposo ha perdido su trabajo, hemos perdido nuestra casa y nuestro hijo está enfermo. Tal parece que cuanto más oramos, más aumentan nuestros problemas. Pero, hermanos y hermanas, puedo testificarles que cuanto más difícil se torna nuestra situación, más contenta me siento interiormente. ¡Oh, cuánto disfruto al Señor! He experimentado un poco de lo que experimentó Pablo cuando le pidió al Señor que le quitara el aguijón y el Señor se negó a hacerlo, diciéndole que Su gracia le era suficiente. El Señor hizo que Pablo disfrutara Su gracia. Lo puso en un entorno particular para que él pudiera disfrutar de la gracia del Señor. No le quitó el aguijón. Así que, Pablo, por una parte, sufría a causa del aguijón, y, por otra, experimentaba la gracia del Señor, la cual lo sustentaba. En nuestro caso, han pasado ya varios meses, y aparentemente el Señor aún no ha hecho nada por nosotros. Pero puedo testificar que he estado disfrutándole como mi gracia. Cuando mi madre se enteró de nuestra situación, dijo: ‘¿Qué es esto? ¿Dónde está tu Jesús? ¿No es Él real y viviente? ¿Por qué entonces no hace nada por ustedes? Debieran mejor acudir a Buda’. Pero sin importar lo que ella me diga, pues yo sigo disfrutando de la gracia del Señor”. Éste sería un testimonio de lo que es gustar al Señor.
Gustamos al Señor, no cuando experimentamos milagros externos, sino cuando somos alimentados interiormente con la vida divina. Sin importar la clase de entorno en que nos encontremos o cuáles sean nuestras circunstancias, podemos ser sustentados por el Señor. Entonces, al igual que Pablo, podemos declarar: “Todo lo puedo en Aquel que me reviste de poder” (Fil. 4:13). Podemos pasar la prueba tanto de las riquezas como de la pobreza, tanto de las circunstancias agradables como de las difíciles, porque lo que nos preocupa no es la situación externa, sino recibir el alimento en nuestro interior. Es cuando recibimos este alimento que verdaderamente gustamos al Señor. Así, pues, Pedro en estos versículos nos da a entender que si hemos gustado lo bueno que es el Señor, ciertamente anhelaremos la leche que está en la palabra.
En el versículo 4 Pedro declara que Cristo es una piedra viva: “Acercándoos a Él, piedra viva, desechada por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa”. La palabra griega traducida “acercándoos” también se puede traducir aproximándoos, allegándoos.
Una piedra viva no solamente posee vida, sino que también crece en vida. Cristo es la piedra viva para el edificio de Dios. Aquí Pedro hace un cambio de metáfora, pues después de hablarnos de la simiente, la cual pertenece al reino vegetal (1:23-24), nos habla de una piedra, la cual pertenece al reino mineral. La simiente sirve para plantar vida, mientras que la piedra es útil para edificar (2:5). El pensamiento de Pedro pasa de la siembra de la vida al edificio de Dios. Con respecto a nosotros, Cristo es la simiente que nos imparte vida; pero con respecto al edificio de Dios, Cristo es la piedra. Después de recibirle como la simiente de vida, necesitamos crecer para experimentarle como la piedra que vive en nosotros. De este modo, Él también hará de nosotros piedras vivas que son transformadas con Su naturaleza pétrea, a fin de poder ser edificados junto con otros como casa espiritual, sobre Él mismo como el fundamento y la piedra angular (Is. 28:16).
La palabra griega traducida “preciosa” significa también honorable, y es diferente de la palabra usada en 1:19. Aquélla denota preciosidad en esencia; ésta denota una preciosidad que el hombre reconoce y tiene en alta estima.
En los versículos del 6 al 8 Pedro abunda más acerca del tema de Cristo como la piedra. El versículo 6 dice: “Por lo cual también contiene la Escritura: ‘He aquí, pongo en Sion una piedra angular, escogida, preciosa; y el que cree en Él jamás será avergonzado’”. Esto indica que Cristo es una piedra que ha sido escogida por Dios para ser la piedra angular de Su edificio (Ef. 2:20). En Efesios 2:20 Pablo dice: “Siendo la piedra del ángulo Cristo Jesús mismo”. Tanto en ese versículo como en éste, se menciona a Cristo, no como el fundamento, sino como la piedra del ángulo. Esto se debe a que lo que se desea resaltar en este pasaje no es el fundamento sino la piedra del ángulo que une dos muros, a saber, el muro compuesto por los creyentes judíos y el muro compuesto por los creyentes gentiles. Cuando los edificadores judíos rechazaron a Cristo, ellos lo rechazaron como la piedra del ángulo (Hch. 4:11; 1 P. 2:7), es decir, como Aquel que uniría a los gentiles con ellos para la edificación de la casa de Dios.
En 2:7 Pedro añade: “Para vosotros, pues, los que creéis, Él es lo más preciado; pero para los que no creen, ‘la piedra que los edificadores desecharon, ha venido a ser la cabeza del ángulo’”. En el griego, la palabra “preciado” es una palabra similar a la que se traduce “preciosa” en los versículos 4 y 6. El propio Cristo escogido por Dios como piedra, más aún, como la piedra angular que Dios considera preciosa, es lo más preciado para Sus creyentes; en cambio, para los incrédulos, Él es una piedra rechazada y menospreciada.
La palabra “edificadores” mencionada en este versículo se refiere a los líderes del judaísmo (Hch. 4:11), quienes debían haber edificado la casa de Dios. Ellos rechazaron totalmente a Cristo. Esto fue algo que el Señor predijo (Mt. 21:38-42).
Literalmente, las palabras “ha venido a ser” significan “se ha convertido en”. Cristo se convirtió en la cabeza del ángulo en la resurrección. Pedro, en sus primeras predicaciones, ya les había anunciado esto a los judíos (Hch. 4:10-11).
El versículo 8 dice: “Y: ‘Piedra de tropiezo, y roca de escándalo’, porque tropiezan en la palabra, siendo desobedientes; para lo cual fueron también puestos”. Este versículo revela que el Cristo confiable (v. 6), al ser rechazado, vino a ser una piedra de tropiezo en la cual tropezaron los judaizantes que lo rechazaron (Mt. 21:44). La frase “lo cual” se refiere a la desobediencia de los judíos, la cual les hizo tropezar.
En el versículo 4 Pedro da un gran salto, pues después de hablarnos de la leche de la palabra, nos habla de la piedra viva. Al parecer, no hay ningún “puente” o conexión entre la leche y la piedra. Primero, Pedro indica que el Señor es la leche y la palabra que nos nutre, y después, nos dice que el Señor es la piedra viva.
Según el versículo 4, debemos acercarnos a Cristo, la piedra viva. Pero, ¿cómo podemos acercamos a Él? Nos acercamos al Señor bebiendo de la leche de la palabra. ¿Alguna vez se había dado usted que al beber de la leche de la palabra está acercándose al Señor? ¿Qué representa la leche de la palabra? Dicha leche representa al Señor mismo. Por lo tanto, cada vez que bebemos la leche, estamos acudiendo al Señor mismo. ¿Conoce alguna otra forma de acudir a la comida que ingiere? ¿De qué manera se acerca usted a la comida? ¿No se acerca a ella a ella comiéndosela? Todos nos acercamos a la comida ingiriéndola. Lo mismo se aplica con respecto al hecho de acercarnos a Cristo, la piedra viva. En el versículo 4, la palabra “acercándoos” equivale a beber. Por consiguiente, cada vez que bebemos la leche, nos estamos acercando al Señor.
Hemos señalado que Pedro parece dar un salto, pues luego de hablarnos del Cristo que es la leche, nos habla del Cristo que es la piedra. Esto implica que la leche llega a ser la piedra. ¿Cómo puede ser esto? Para nosotros, esto es imposible, pero no lo es para el Señor, ya que Él es todo-inclusivo. Ya que Cristo es todo-inclusivo, Él es la leche y también la piedra. No podemos agotar todos los aspectos de Cristo. Él es la leche, Él es el pan, y ahora vemos que Él es la piedra. Según 2:6-8, Cristo no sólo es la piedra útil para el edificio, sino también la piedra que sirve de tropiezo y que desmenuza. Incluso en calidad de piedra, Cristo es todo-inclusivo: Él puede edificarnos, hacernos tropezar, o aun desmenuzarnos.
Necesitamos experimentar más a Cristo como la leche y también como la piedra. En la mañana debemos beber a Cristo como la leche de la Palabra. Luego, durante el día, se llevará a cabo en nosotros un proceso de transformación, y después por la noche acudiremos a las reuniones de la iglesia para tener comunión con los santos. En esto consiste la edificación. Así, pues, vemos que por la mañana Cristo es la leche, y que por la noche Él llega a ser la piedra. Durante el día, la leche efectúa una obra transformadora en nosotros para producir la piedra.
A aquellos que no experimentan a Cristo como leche tal vez les agrade estar aislados de los demás y obrar independientemente. Aunque los ancianos quizás los visiten y los animen a asistir a las reuniones, es posible que estos santos permanezcan reacios a asistir a las reuniones. Un hermano de éstos dijo una vez: “Mientras que ciertas personas estén presentes en la reunión, no estaré dispuesto a asistir. No quiero verles la cara. No quiero asistir a las reuniones simplemente porque esas personas están allí”. Pero, en el caso de este hermano, el Señor hizo algo después de algún tiempo. Este hermano se arrepintió de la actitud que tenía hacia determinados hermanos, y luego empezó a sentir el deseo de beber la leche de la palabra. Debido a que había comenzado a beber de la leche, empezó a anhelar asistir a las reuniones de la iglesia. Después de cierto tiempo, se reconcilió completamente con los santos por el bien de la edificación.
De manera que, el Señor es primeramente la leche que nos alimenta. Luego, al recibir nosotros el alimento contenido en la leche de la palabra, se lleva a cabo en nosotros una obra de transformación. Es entonces que se produce la edificación, en la cual el Señor mismo llega a ser la piedra. Ésta es la razón por la cual en el capítulo dos, primero se nos menciona la leche y después la piedra.