Mensaje 18
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Lectura bíblica: 1 P. 2:5, 9-10
En este mensaje examinaremos 2:5, 9 y 10. El versículo 5 dice: “Vosotros también, como piedras vivas, sois edificados como casa espiritual hasta ser un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”. Al leer este versículo debemos tener en cuenta la gramática. El versículo 4 modifica la frase hallada en el versículo 5. La parte principal de la frase del versículo 5 dice así: “Vosotros ... sois edificados como casa espiritual”. Por tanto, el pensamiento principal aquí es el de la edificación. Este pensamiento da continuación al pensamiento presentado en el versículo 2, con respecto a crecer para salvación. Esto indica que después de la salvación viene la edificación. El crecimiento que redunda en salvación tiene como objetivo la edificación. Esto indica que aquí la salvación no sólo incluye la transformación, sino también el hecho de ser edificados. Así que, según el contexto general de 1 Pedro 2, la salvación alude a la transformación, la cual produce la edificación.
La salvación mencionada al final del versículo 2 está relacionada con la transformación y tiene como objetivo la edificación. Noten que al final del versículo 2 hay una coma, no un punto. En el versículo 3 encontramos una condición relacionada con beber la leche de la palabra: “Si es que habéis gustado lo bueno que es el Señor”. Al final del versículo 3 encontramos un punto y coma, y luego el versículo 4 termina con una coma. Por consiguiente, la puntuación indica que la cláusula principal de la segunda parte de la oración iniciada en el versículo 2, está en el versículo 5. De hecho, el versículo 5 es la continuación del versículo 2. El versículo 2 concluye con el pensamiento de crecer para salvación, lo cual implica que la salvación incluye el aspecto de la transformación; y luego, el versículo 5 continúa este pensamiento mostrándonos que esta transformación tiene como fin la edificación. Es por ello que decimos que la salvación del versículo 2 está relacionada con la transformación, la cual tiene como fin la edificación.
Creo que hemos captado el pensamiento presente en la mente y en el corazón de Pedro mientras escribía estos versículos. En ellos Pedro parecía decir: “Creyentes, todos vosotros habéis sido regenerados, y ahora sois como niños recién nacidos. Como niños recién nacidos, debéis tener hambre y sed de la leche que está en la palabra para que podáis crecer para salvación. Esta salvación es la transformación que da por resultado la edificación”. Estos deben de haber sido los pensamientos de Pedro mientras escribía esta epístola.
Siempre que nos proponemos escribir una carta o un artículo, primero tenemos ciertos pensamientos, y luego empezamos a escribir conforme a ellos. Es así como Pedro escribió esta epístola. Su pensamiento era que los creyentes habían sido regenerados y habían llegado a ser niños recién nacidos, y que ahora ellos debían desear la leche de la palabra. Luego, por la leche de la palabra dada sin engaño, ellos podrían crecer para una salvación que era equivalente a la transformación y que tenía como fin la edificación. Con estos pensamientos en su ser, Pedro empezó a redactar esta epístola.
Por un lado, la redacción de Pedro tal vez no nos parezca muy buena; pero, por otro, desde la perspectiva espiritual, su redacción es excelente. Si Pedro no hubiera escrito de la manera en que lo hizo, no todos los asuntos abarcados en su epístola habrían sido incluidos. No obstante, debido a que a veces es difícil entender a Pedro, necesitamos ayuda para captar los diferentes asuntos que él abarca en sus escritos. Ésta es la razón por la cual estamos conduciendo este estudio-vida.
Puedo testificar que por más de cincuenta años he estado cavando en la Palabra de Dios. En 1956, el Señor empezó a mostrarme Su edificación. El capítulo dos de 1 Pedro es una muy importante sección del Nuevo Testamento que trata del edificio de Dios. Cuando estuve en Manila en 1956, empecé a ver en 1 Pedro 2 que la salvación incluye la transformación y que esta transformación tiene como fin la edificación.
Muy pocos cristianos tienen un entendimiento acertado de lo que es la edificación. Aun más, muchos ni siquiera han visto el asunto de la transformación. Antes de que usted viniera al recobro del Señor, ¿acaso alguna vez llegó a escuchar algún mensaje que hablara acerca de la transformación? Sin embargo, en el recobro se han dado muchos mensajes sobre el tema de la transformación. En diciembre de 1962 di una conferencia acerca del Cristo todo-inclusivo. Luego, en 1963, comencé a hablar en este país acerca de la transformación. En ese año di por lo menos veinte mensajes sobre la transformación. Aunque la luz en cuanto a la transformación y a la edificación me fue dada hace muchos años, esta luz nunca se ha apartado de mí. Antes bien, siempre ha estado conmigo. Me tomó años de estudio para ver estas cosas. Por consiguiente, puedo afirmarles que sin la ayuda de estos mensajes, tal vez les sea difícil entender lo que Pedro quiere decir al hablarnos de la salvación, la transformación y la edificación.
¡Alabado sea el Señor porque mediante la regeneración llegamos a ser niños recién nacidos! Como niños recién nacidos, todos debemos desear la leche de la palabra dada sin engaño. Luego, esta leche nos hará crecer para salvación. Esta salvación equivale a la transformación, y la transformación es la edificación. Nos alimentamos de Cristo al beber la leche nutritiva de la Palabra de Dios, no solamente con el fin de crecer en vida, sino también con el fin de ser edificados. La meta del crecimiento es la edificación.
En el versículo 5 Pedro nos da a entender que los creyentes son piedras vivas. Nosotros, los creyentes de Cristo, al igual que Él, somos piedras vivas debido a la regeneración y la transformación. Aunque nosotros fuimos hechos de barro (Ro. 9:21), en la regeneración recibimos la simiente de la vida divina, la cual crece en nosotros y nos transforma en piedras vivas. Cuando Pedro se convirtió, el Señor le dio un nombre nuevo: Pedro, que significa piedra (Jn. 1:42). Luego, cuando él recibió la revelación en cuanto a Cristo, el Señor le reveló además que Él mismo era la roca, una piedra (Mt. 16:16-18). Lo sucedido en estas dos ocasiones dejó grabado en Pedro el hecho de que Cristo y Sus creyentes son piedras útiles para el edificio de Dios.
En virtud de nuestro nacimiento natural, nosotros somos barro, y no piedras. ¿Sabía que usted fue hecho de barro? Génesis 2:7 dice que el hombre fue hecho del polvo de la tierra. Además, Romanos 9 revela que somos vasos de barro. Puesto que es así, ¿cómo podemos llegar a ser piedras? Llegamos a ser piedras al pasar por el proceso de la transformación.
La primera vez que Pedro se encontró con el Señor Jesús, el Señor le cambió el nombre de Simón a Pedro. Juan 1:42, refiriéndose al Señor Jesús y a Pedro, dice: “Mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir Pedro)”. Según el principio bíblico, todo lo que el Señor dice, será hecho. Por consiguiente, cuando el Señor llamó a Pedro una piedra, quiso dar a entender que él llegaría a ser una piedra. Todo lo que el Señor nos diga, se cumplirá. Si Él dice: “Tú eres oro”, entonces usted llegará a ser de oro. El Señor sabía que al cambiarle el nombre a Simón, llamándolo Pedro, una piedra, éste se convertiría en una piedra.
En Juan 1:42, se le dijo a Pedro que él era una piedra. Luego, un tiempo después, en Cesarea de Filipo, en respuesta a la pregunta del Señor: “¿Quién decís que soy Yo?”, Pedro recibió revelación del Padre y dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. A esto, el Señor Jesús respondió: “Y Yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré Mi iglesia...” (Mt. 16:18). Aquí el Señor dio a entender que Él mismo era la roca sobre la cual se edificaría la iglesia y que Pedro era una piedra.
Sin duda, estos dos eventos, el primero narrado en Juan 1 y el otro en Mateo 16, quedaron grabados profundamente en el ser de Pedro. Él nunca pudo olvidar estos dos eventos. Debe de haber sido a raíz de estas experiencias que Pedro recibió la noción de las piedras vivas que son útiles para edificar la casa espiritual, la cual es la iglesia. Cuando Pedro escribió este pasaje de 1 Pedro, lo escribió basado en lo que estos dos eventos habían dejado grabado en él.
En 1 Pedro 2:5 leemos que nosotros, como piedras vivas, somos edificados como casa espiritual. Sin embargo, puesto que todos nosotros somos de barro, ¿cómo podemos ser edificados? Para poder ser edificados como casa espiritual, tenemos que llegar a ser piedras. ¿Pero cómo es que en realidad podemos llegar a ser piedras vivas? Llegamos a ser piedras vivas acercándonos a Cristo, la piedra viva (v. 4).
La madera petrificada es un buen ejemplo de lo que es la transformación. En Arizona hay un lugar llamado el bosque petrificado, un área que contiene mucha madera petrificada. Madera petrificada es madera que se ha convertido en piedra. Ello se debe a que, durante un extenso período, el agua estuvo fluyendo sobre la madera y a través de ella, y como resultado, la sustancia de la madera finalmente se convirtió en piedra. Por un lado, el elemento de la madera es arrastrado y, por otro, éste es reemplazado por el elemento de la piedra. De este modo la madera se convierte en piedra.
El principio es el mismo con respecto a nuestra experiencia de la transformación. Si deseamos la leche de la palabra, esta leche será como una corriente de agua de vida que fluirá dentro de nosotros. Si permanecemos bajo este fluir, la corriente se llevará nuestra sustancia natural y la reemplazará con los minerales celestiales y divinos. Estos minerales de hecho son Cristo mismo. Gradualmente, después de algún tiempo, seremos transformados o “petrificados”, es decir, vendremos a ser piedras preciosas.
Si deseamos ser transformados, cada día debemos acercarnos al Señor, quien es la leche. Hemos señalado que la manera de acercarnos a Cristo, la piedra viva, es beber de la leche de la palabra dada sin engaño. En otras palabras, nos acercamos a Cristo bebiéndole. Si diariamente bebemos de la leche de la palabra, con el tiempo, seremos transformados.
La transformación no sucede de la noche a la mañana. La madera petrificada de Arizona tardó un extenso período para convertirse de madera en piedra. Si la madera petrificada pudiera hablar, nos diría: “He tenido que permanecer mucho tiempo en la corriente de agua para ser transformada de simple madera a madera petrificada”. Como alguien que lleva en el Señor más de cincuenta años, puedo testificar que la transformación requiere tiempo. Les aseguro que no podrán ser transformados en unos cuantos meses, ni siquiera en unos cuantos años.
Quizás algunos al escuchar que se requieren muchos años para ser transformados, digan: “Yo no puedo esperar tanto tiempo. Me doy por vencido”. Pero en realidad, esto no depende de usted, puesto que su destino es ser transformado. La madera que ya está en el proceso de petrificación no puede detener el proceso. El destino de esa madera es convertirse en madera petrificada. Debemos recordar que, según el capítulo uno de 1 Pedro, fuimos escogidos según la presciencia de Dios desde antes de la fundación del mundo. Fue Dios quien nos escogió. Además, conforme a nuestra experiencia, fuimos “capturados” por Él, y no podemos escapar, no importa cuánto lo intentemos. Por lo tanto, en lugar de tratar de escapar, debemos simplemente descansar en el fluir del agua viva y permitir que el agua pase a través de nosotros para que seamos transformados.
Si otros nos preguntan qué está pasando en el recobro del Señor, debemos decir: “Estamos simplemente permitiendo que el agua de vida fluya a través de nosotros. Diariamente bebemos de la leche de la palabra para poder ser transformados”. Permitamos que este proceso de petrificación, de transformación, se lleve a cabo por cuarenta o cincuenta años, y luego veamos cuál será el resultado. Es mediante este proceso de transformación que el barro se convierte en piedras vivas.
Según 2:5 nosotros, como piedras vivas, estamos siendo edificados como casa espiritual. Aunque la leche nutritiva de la palabra alimenta nuestra alma, luego de que ella es recibida a través de nuestra mente, finalmente nutre nuestro espíritu. En lugar de hacernos anímicos, nos hace espirituales, idóneos para edificar una casa espiritual para Dios.
La meta que Dios tiene con respecto a los creyentes es obtener una casa edificada con piedras vivas. Él no quiere piedras separadas unas de otras y esparcidas, ni tampoco un montón de piedras, sino piedras que estén edificadas junto con otras.
La casa espiritual que nosotros llegaremos a ser como resultado de ser edificados es el edificio de Dios. Finalmente, este edificio llegará a su consumación en la Nueva Jerusalén. En la Nueva Jerusalén no habrá barro, pues todo el barro habrá sido transformado en piedra preciosa. Esto significa que la Nueva Jerusalén es edificada con piedras preciosas. Nosotros nos estamos convirtiendo en las piedras preciosas con las cuales se edificará la Nueva Jerusalén. ¡Aleluya, pues la obra de edificación ahora se está llevando a cabo! ¿Cómo se lleva a cabo esta obra? Se lleva a cabo por medio del proceso de petrificación, el proceso de la transformación. Esto sucede a medida que nosotros nos acercamos diariamente, incluso a cada hora, al Cristo que es la leche, y bebemos de Él. Entonces experimentaremos el fluir, la corriente, que nos transforma de barro en piedras útiles para el edificio de Dios.
En el versículo 5 Pedro habla tanto de una casa espiritual como de un sacerdocio santo. La palabra “espiritual” denota la cualidad de la vida divina que nos permite vivir y crecer, y la palabra “santo” denota la cualidad de la naturaleza divina que nos separara y santifica. La casa de Dios subsiste principalmente por medio de la vida divina; por ende, es espiritual. El sacerdocio subsiste principalmente por medio de la naturaleza divina; por tanto, es santo.
El sacerdocio santo es la casa espiritual. En el Nuevo Testamento se usan dos palabras griegas para referirse al sacerdocio, y ambas se han traducido como “sacerdocio”. Ierosúne, que aparece en Hebreos 7:12, se refiere al oficio sacerdotal, e ieráteuma, hallada en 1 Pedro 2:5, 9, se refiere a la asamblea de sacerdotes, es decir, al cuerpo de sacerdotes. El cuerpo coordinado de sacerdotes es la casa espiritual edificada. Aunque Pedro no dirigió sus dos epístolas a la iglesia, ni usó el término “iglesia” en este versículo donde recalca la vida corporativa de los creyentes, sí usó las expresiones “casa espiritual” y “sacerdocio santo” para referirse a la vida de iglesia. La vida que puede cumplir el propósito de Dios y satisfacer Su deseo no es la vida espiritual vivida de una manera individualista sino de una manera corporativa. Él desea una casa espiritual que sea Su morada, un cuerpo de sacerdotes, un sacerdocio, que le rinda servicio. El concepto de Pedro con respecto al servicio corporativo de los creyentes en coordinación es el mismo que el de Pablo en Romanos 12. Este servicio nace de tres pasos que son vitales en la vida espiritual: el nuevo nacimiento (1:2a), el crecimiento en vida al ser nutridos con Cristo, y el ser edificados con otros creyentes.
La casa espiritual y el sacerdocio santo son términos equivalentes. La casa espiritual le provee a Dios una morada, y el sacerdocio santo está relacionado con el servicio a Dios. Según 2:5, el hecho de edificar la casa espiritual hasta que sea un sacerdocio santo tiene como fin que se cumpla una función específica. Dicha función consiste en “ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”. Aquí vemos que Jesucristo es el conducto por el cual los sacrificios espirituales son ofrecidos a Dios. Cristo hace que nuestras ofrendas lleguen a Dios, y estas ofrendas son los sacrificios presentados a Él. Además, lo que se ofrece a Dios debe ser algún aspecto de Cristo.
Los sacrificios espirituales que los creyentes ofrecen en la era neotestamentaria conforme a la economía de Dios son Cristo, en los diversos aspectos de Sus riquezas, como la realidad de todos los sacrificios de los tipos antiguotestamentarios, tales como el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por la transgresión (Lv. 1—5). Estos sacrificios espirituales también incluyen nuestras alabanzas y lo que hacemos para Dios (He. 13:15-16; Fil. 4:18).
En 2:9 Pedro dice además: “Mas vosotros sois un linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de Aquel que os llamó de las tinieblas a Su luz admirable”. Las palabras “linaje”, “sacerdocio”, “nación” y “pueblo” son sustantivos colectivos, y se refieren a los creyentes corporativamente. Como linaje, nosotros los creyentes fuimos escogidos; como un sacerdocio, somos un cuerpo de sacerdotes y pertenecemos a la realeza; como nación, somos santos; como pueblo, somos posesión de Dios, una posesión que Dios adquirió y que ahora Él tiene como Su especial tesoro. La frase “linaje escogido” denota que descendemos de Dios; “real sacerdocio”, que servimos a Dios; “nación santa”, que somos una comunidad apartada para Dios; y “pueblo adquirido para posesión de Dios” indica que para Dios somos muy preciados. Todo esto tiene un sentido corporativo. Por consiguiente, debemos ser edificados juntamente.
Las palabras “linaje escogido” nos hablan de nuestro origen. Como linaje escogido, nuestro origen está en Dios. Además, somos real sacerdocio. La palabra “real” denota la categoría de nuestro sacerdocio, la cual es de realeza, como la de Cristo el Rey, nuestro Sumo Sacerdote, tipificado por Melquisedec (He. 7:1-2, 25; Gn. 14:18). También somos una nación santa y un pueblo adquirido para posesión de Dios. La palabra “santa” denota la naturaleza de la nación. Las palabras griegas traducidas “pueblo adquirido para posesión de Dios” corresponden a una expresión hebrea. Esta expresión nos remite al Antiguo Testamento, y la expresión hebrea implica un tesoro particular. Nosotros somos el tesoro particular de Dios, Su preciosa y especial posesión. En Tito 2:14 Pablo habla de un “pueblo especial, Su posesión personal”. Esto también se puede traducir “pueblo exclusivo”. Ésta es una expresión tomada del Antiguo Testamento (Dt. 7:6; 14:2; 26:18), y denota un pueblo poseído exclusivamente por Dios como Su especial tesoro (Éx. 19:5), Su posesión personal. Así pues, en primer lugar, nosotros somos un linaje escogido; luego, somos un real sacerdocio, una nación santa y un pueblo adquirido para posesión de Dios. Como el tesoro especial de Dios, nosotros somos Su pueblo, el cual le es muy preciado.
Nosotros somos tal linaje, sacerdocio, nación y pueblo adquirido por Dios, a fin de que anunciemos las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable. La palabra griega traducida “anunciar” también significa proclamar a los cuatro vientos. Primero tenemos que nacer de nuevo y crecer en vida, y luego tenemos que ser edificados y servir corporativamente. Ahora, se nos dice que debemos hacer una proclamación, un anuncio a los cuatro vientos. Servir corporativamente consiste en satisfacer a Dios ofreciendo a Cristo como los sacrificios espirituales; proclamar es beneficiar a otros al exhibir las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable.
Las virtudes del versículo 9 denotan excelencias, virtudes excelentes y gloriosas (2 P. 1:3). Éstas se refieren a lo que Dios es y tiene, y a Su luz admirable, la cual tiene su consumación en Su gloria. Dios nos llamó a Su virtud y Su gloria, y por medio de ellas.
Las virtudes aquí mencionadas denotan atributos, hechos y una conducta excelentes. Dios tiene muchas virtudes. Por ejemplo, Él es misericordioso. Ser misericordioso es una virtud. Dios también es amoroso. Él incluso ama a los pecadores. Este amor es otra de las virtudes de Dios. Las virtudes de Dios son todos Sus excelentes atributos divinos. Estas excelentes virtudes son las que debemos anunciar o proclamar en todas partes.
En sus escritos, Pedro recalca este asunto de la virtud más que Pablo. Pedro dice en 2 Pedro 1:3 que Dios nos llamó por Su propia virtud y gloria. Él no sólo dice que Dios nos llamó a Su propia gloria y virtud, sino que nos llamó por Su propia gloria y virtud.
Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, Pedro y los demás discípulos vieron Sus virtudes. Por lo menos una vez, en el monte de la transfiguración, ellos vieron la gloria del Señor. Diariamente ellos pudieron apreciar las virtudes de Cristo. Todo lo que el Señor hacía era un acto excelente lleno de virtud. Las excelencias de Cristo son muy numerosas. Cada día el Señor Jesús hacía manifiestas Sus virtudes, y Pedro pudo verlas. Más tarde Pedro escribió que nosotros fuimos llamados por la virtud y la gloria del Señor. Esto indica que Pedro mismo había sido atraído por la virtud y la gloria del Señor. Aun más, él mismo fue llamado a esta virtud y gloria. Por lo tanto, él era uno con el Señor en virtud y en gloria.
Los apóstoles anunciaron las virtudes del Señor. Ellos las predicaron, las enseñaron y las anunciaron. Todo lo que los apóstoles predicaban y enseñaban anunciaba las virtudes que ellos mismos habían visto y disfrutado. Aquello era una proclamación a los cuatro vientos de las virtudes de las cuales ellos habían participado. Esto es lo que significa anunciar las excelencias de Dios. Hoy en día, debemos seguir el ejemplo de los apóstoles y anunciar las excelentes virtudes del Señor.
Según el versículo 9, debemos proclamar en todo lugar las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable. Las tinieblas son la expresión y esfera de Satanás en la que impera la muerte, mientras que la luz es la expresión y esfera de Dios en la que impera la vida. Dios nos llamó, nos libró, de la esfera satánica de las tinieblas, una esfera de muerte, y nos trasladó a la esfera de Su luz, una esfera llena de vida (Hch. 26:18; Col. 1:13).
En el versículo 10 Pedro concluye esta sección, diciendo: “Vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no se os había concedido misericordia, pero que ahora se os ha concedido misericordia”. Este pasaje, tomado de Oseas 2:23, fue citado por Pablo en Romanos 9:24-27, refiriéndose primeramente a los gentiles y luego al remanente de Israel, por cuanto no todos los que descienden de Israel son israelitas (Ro. 9:6). Aquí Pedro, citando estas palabras, se dirige a los creyentes judíos de la dispersión, quienes eran los destinatarios de su carta. En otro tiempo ellos eran descendientes de Israel, pero no eran israelitas. Por lo tanto, no eran el pueblo de Dios en el sentido del Nuevo Testamento. Ahora, después de ser llamados por Dios, llegaron a ser el pueblo de Dios, Su posesión personal, Su tesoro. A ellos se les concedió la misericordia de Dios, la cual nunca antes se les había concedido.
Cuando yo era joven, me inquietaban mucho aquellos versículos que declaran que el pueblo judío no era el pueblo de Dios. Me preguntaba cómo era posible que ellos, siendo judíos, no fueran el pueblo de Dios. Si leemos Oseas 2, Romanos 9 y este versículo de 1 Pedro, puede ser que nos sintamos confundidos, pues la misma cita de Oseas se usa para denotar a los gentiles y a los judíos según la carne. Los gentiles, por supuesto, no eran el pueblo de Dios y no habían obtenido Su misericordia. Sin embargo, las mismas palabras se refieren a los judíos según la carne. En Romanos 9 Pablo dice que no todos los descendientes de Israel son israelitas. Esto se refiere a los judíos que no habían creído en el Señor Jesús, es decir, a los judíos según la carne. Pero a los ojos de Dios, el Israel según la carne no es el verdadero Israel. Es solamente cuando los judíos creen en el Señor Jesús que ellos llegan a ser el verdadero pueblo de Dios. Antes de creer en Él, a ellos no se les había concedido misericordia; sin embargo, habiendo creído, el Señor les concedió Su misericordia. Ahora, después de haber estudiado y escudriñado la Palabra, he visto que las palabras de Oseas se usan en el Nuevo Testamento para referirse tanto a los gentiles como a los israelitas según la carne. El Israel según la carne de hecho no era el verdadero pueblo de Dios, el pueblo al cual se le había concedido la misericordia de Dios. Pero ahora, al creer en el Señor Jesús, ellos se convierten en el pueblo de Dios, y Dios les concede Su misericordia.