Mensaje 28
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Lectura bíblica: 1 P. 4:12-19
En este mensaje llegamos a 1 Pedro 4:12-19. Esta sección de 1 Pedro habla del regocijo que se experimenta al participar de los sufrimientos de Cristo.
En el versículo 12 Pedro dice: “Amados, no os extrañéis por el fuego de tribulación en medio de vosotros que os ha venido para poneros a prueba, como si alguna cosa extraña os aconteciese”. La palabra griega traducida “fuego de tribulación”, púrosis, significa incendio, y denota la manera en que arde un horno de fundición donde se purifican el oro y la plata (Pr. 27:21; Sal. 66:10); esto es similar a la metáfora usada en 1:7. Pedro consideró que la persecución sufrida por los creyentes era semejante a un horno ardiente usado por Dios para purificar la vida de ellos. Ésta es la manera en que Dios disciplina a los creyentes en el juicio de Su administración gubernamental, el cual comienza por Su propia casa (4:17-19). La palabra griega traducida “extrañéis” en el versículo 12 es xenízo, la misma que se usa en el versículo 4. El fuego de la persecución es cosa común para los creyentes; por tanto, ellos no deben considerarla como algo extraño o ajeno ni deben sorprenderse o asombrarse a causa de ella. Esta persecución es una tribulación que los pone a prueba.
La metáfora que Pedro usa en el versículo 12, esto es, la metáfora de un horno ardiente, indica que hoy el Señor usa las persecuciones y las pruebas como un horno que cumple un propósito positivo. El propósito positivo que cumplen las persecuciones y las pruebas es el de purificar nuestras vidas. Nosotros somos como el oro y la plata, pero todavía tenemos algo de escoria. Es por ello que necesitamos ser purificados. Tal como el oro y la plata son purificados por el fuego, de la misma manera nosotros necesitamos ser purificados. En el versículo 12 Pedro les dice a los creyentes que no deben extrañarse por el fuego de tribulación. Como cristianos que somos, debemos entender que el fuego de tribulación es algo común. Las persecuciones y las pruebas son experiencias comunes para los cristianos. Por lo tanto, no debemos considerarlas como algo extraño, foráneo o ajeno; al contrario, debemos considerarlas como algo común, pues hemos sido destinados para esto. Nuestro destino es sufrir en esta era. Por supuesto, éste no es nuestro destino eterno. Dios no nos ha destinado para sufrir eternamente; no obstante, Él ciertamente nos ha destinado para que suframos en esta era.
En el versículo 13 Pedro dice: “Sino gozaos por cuanto participáis de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de Su gloria os gocéis con gran alegría”. Aunque la persecución es una prueba que nos purifica por fuego, Pedro nos dice más adelante que al experimentar tal fuego de tribulación, somos hechos partícipes, es decir, participamos, de los padecimientos de Cristo. De manera que Pedro aquí nos está diciendo que es posible que los padecimientos que experimenta un cristiano puedan ser los padecimientos de Cristo. ¿Cómo podrían las persecuciones que sufrimos nosotros ser los padecimientos de Cristo? Si no fuéramos cristianos, ciertamente no sufriríamos la clase de persecución que se describe en los versículos 12 y 13. Tales persecuciones se deben al hecho de que somos cristianos, hombres de Cristo. Debido a que creemos en Cristo, debido a que le amamos, le vivimos y somos Su testimonio al testificar de Él en esta era, el mundo se levanta en contra de nosotros. Esta era está bajo la influencia del maligno; es por eso que los incrédulos persiguen a los que creen en Cristo y testifican de Él. A los ojos de Dios, esta clase de sufrimiento es equivalente a los padecimientos de Cristo. Por ejemplo, es posible que cierto hermano tuviera la oportunidad de ser muy rico antes de ser salvo, y que por creer en Cristo, por amarle y seguirle, su negocio sufra pérdidas, y a causa de ello pierde esa oportunidad para enriquecerse. Digamos que incluso quedara sumido en la pobreza. Esta clase de pobreza sería equivalente a los padecimientos de Cristo. Aquellos padecimientos que sufrimos por amor de Cristo, Dios los cuenta como padecimientos de Cristo.
Cristo llevó una vida de sufrimientos, una vida muy sufrida. Ahora nosotros somos Sus compañeros que llevan la misma clase de vida. Según el libro de Hebreos, no sólo somos partícipes de Cristo, sino también compañeros Suyos (He. 3:14). Nosotros cooperamos con Él al llevar una vida de sufrimientos, y le seguimos por la senda de los sufrimientos. Esto significa que lo que Cristo sufrió, lo sufrimos nosotros también. Por esta razón, cuando sufrimos por Cristo de este modo, Dios cuenta nuestros sufrimientos como padecimientos de Cristo.
No debemos desalentarnos por el hecho de que como cristianos tengamos que padecer. Estos sufrimientos son positivos y muy valiosos. ¡Qué privilegio tan grande es experimentar los padecimientos de Cristo! Pablo incluso llegó a decir que completaba en su carne lo que faltaba de las aflicciones de Cristo por Su Cuerpo, la iglesia (Col. 1:24). En Filipenses 3:10 él también habla de la comunión en los padecimientos de Cristo. Hoy nosotros debemos ser cristianos, seguidores de Cristo, que experimentan los padecimientos de Cristo. No sólo debemos participar de las riquezas de Cristo, sino también de Sus padecimientos. Si adoptamos esta manera de pensar, nos sentiremos consolados cuando suframos por Cristo. Incluso aceptaremos con agrado esta clase de sufrimientos. Sí, es probable que nos toque afrontar el fuego de tribulación; no obstante, éstos son los padecimientos de Cristo de los cuales tenemos el privilegio de participar.
En el versículo 13 Pedro dice que mientras participamos de los padecimientos de Cristo, debemos gozarnos para que también en la revelación de Su gloria podamos gozarnos con gran alegría. En este versículo Pedro habla de gozarse con gran alegría. Según mi entendimiento, esto significa no sólo estar feliz interiormente, sino dar gritos de júbilo. A la vez uno tal vez alce las manos y salte de gozo. Esto es lo que significa exultar y gozarse con gran alegría. Cuando sea revelada la gloria del Señor, exultaremos. Yo creo sin duda alguna que gritaremos, nos regocijaremos, y quizás hasta saltaremos de gozo. Nos sentiremos sumamente emocionados y extasiados de gozo. Hoy tal vez nos gocemos, pero cuando el Señor sea revelado, nos gozaremos con gran alegría.
En el versículo 14 Pedro añade: “Si sois vituperados en el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el Espíritu de gloria, que es el de Dios, reposa sobre vosotros”. La frase “en el nombre de Cristo” equivale a decir “en la persona de Cristo” o “en Cristo mismo”, puesto que el nombre denota a la persona. Los creyentes están en Cristo (1 Co. 1:30) y son uno con Él (6:17), puesto que creyeron en Cristo (Jn. 3:15) y fueron bautizados en Su nombre (Hch. 19:5), es decir, en Él mismo (Gá. 3:27). Cuando ellos son vituperados en el nombre de Cristo, son vituperados juntamente con Él, y así participan de Sus padecimientos, en la comunión de Sus padecimientos (Fil. 3:10).
La razón por la cual las persecuciones que sufrimos equivalen a los padecimientos de Cristo es que sufrimos en el nombre de Cristo. Según lo dicho por Pedro en el versículo 14, somos bienaventurados cuando somos vituperados en el nombre de Cristo. No debemos pensar que ser vituperados en el nombre de Cristo es una maldición; al contrario, es una bendición. En cambio, bien podría ser una maldición que la gente nos apreciara sobremanera. Al respecto, nuestros conceptos deben cambiar.
Hoy en día los opositores esparcen rumores acerca de nosotros y nos acusan de enseñar herejías. Puedo testificar que soy un cristiano fundamentalista y que amo mucho la Palabra santa. Yo no enseño otra cosa que no sea la Biblia y Jesucristo. Con todo, se me acusa de enseñar herejías. En cierto sentido, acepto gustosamente esta clase de vituperios, pues éstos en realidad son una bendición y no una maldición.
Pedro nos dice en el versículo 14 que si somos vituperados en el nombre de Cristo, el Espíritu de gloria, que es el de Dios, reposa sobre nosotros. Literalmente, el griego dice “el Espíritu de gloria y el de Dios”. El Espíritu de gloria es el Espíritu de Dios. Cristo fue glorificado en Su resurrección mediante el Espíritu de gloria (Ro. 8:11). Este mismo Espíritu de gloria, por ser el Espíritu del propio Dios, reposa sobre los creyentes que sufren persecución, con miras a la glorificación del Cristo resucitado y exaltado, quien ahora está en la gloria.
En esta epístola Pedro menciona cuatro veces el Espíritu de Dios. En 1:2 él habla de la santificación del Espíritu; en 1:11, dice que el Espíritu de Cristo estaba en los profetas del Antiguo Testamento; y en 1:12, habla del Espíritu Santo que fue enviado del cielo. Aquí, en 4:14, Pedro dice que el Espíritu de gloria reposa sobre los creyentes que sufren persecución. Según lo que Pedro dice en esta epístola, el Espíritu de Cristo está en nosotros, y el Espíritu de gloria reposa sobre nosotros. El Espíritu de Cristo está en nosotros para revelarnos todo lo que Cristo es a fin de que lo disfrutemos, y el Espíritu de gloria reposa sobre nosotros para glorificar a Dios. Un aspecto de este maravilloso Espíritu es que el Espíritu está en nosotros para revelarnos a Cristo, y otro aspecto del mismo Espíritu consiste en que Él es también el Espíritu de gloria que reposa sobre nosotros.
Cuanto más padezcamos y seamos perseguidos, más gloria habrá sobre nosotros. Esto es verdaderamente una bendición. Puedo testificar que cuanto más he sido perseguido y calumniado, más he sido fortalecido. La persecución y el vituperio no me deprimen, sino que, más bien, me animan. Así que, debemos regocijarnos cuando seamos vituperados en el nombre de Cristo, porque el Espíritu de gloria reposa sobre nosotros.
El versículo 15 dice: “Así que, ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón o malhechor, o por entremeterse en lo ajeno”. Literalmente, la frase “entremeterse en lo ajeno” significa ser un supervisor de lo ajeno. Denota a alguien que causa problemas interfiriendo en los asuntos de otros. Si en la vida de iglesia no nos conducimos cuidadosamente, podríamos interferir, entrometernos, en los asuntos de los demás. Esparcir chismes acerca de los santos es interferir en lo ajeno. Si padecemos por hacer cosas como éstas, tal clase de padecimiento no significa nada. Chismear forma parte de la vana manera de vivir.
En el versículo 16 Pedro añade: “Pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por llevar este nombre”. En los versículos 14 y 16 se mencionan dos nombres. El primer nombre es Cristo, y el segundo es cristiano. Si padecemos por causa de estos dos nombres, eso será glorioso. Esta clase de padecimiento es una gloria para Dios. Glorifica a Dios porque cuando padecemos en el nombre de Cristo y como cristianos, el Espíritu de Dios, que es el Espíritu de gloria, reposa sobre nosotros. Cuando padecemos por Cristo, la gloria reposa sobre nosotros, y tal gloria es en efecto el propio Espíritu de gloria.
La palabra griega traducida “cristiano” es cristianós, la cual se deriva del latín. El sufijo ianós, que denota ser partidario de alguien, se usaba con respecto a los esclavos que pertenecían a las grandes familias del Imperio Romano. A los que adoraban al emperador, el césar o káisar, se les llamaba kaisarianos, que significa partidario del káisar o persona que pertenece al káisar. Cuando las personas creyeron en Cristo y vinieron a ser seguidores Suyos, algunos en el imperio consideraron que Cristo era un rival de su káisar. Entonces, en Antioquía (Hch. 11:26) empezaron a usar, a modo de vituperio, el sobrenombre cristianoi (cristianos), que significa partidarios de Cristo, para referirse a Sus seguidores. Por consiguiente, en este versículo dice: “Como cristiano, no se avergüence”, es decir, si algún creyente sufre a manos de sus perseguidores que desdeñosamente le llaman cristiano, no debe avergonzarse sino glorificar a Dios por llevar ese nombre.
Hoy en día el término cristiano debiera tener una connotación positiva, es decir, un hombre de Cristo, alguien que es uno con Cristo, alguien que no solamente le pertenece a Él, sino que posee Su vida y Su naturaleza en una unión orgánica con Él, y que vive por Él y además lo vive a Él en su vida diaria. Si sufrimos por ser esta clase de persona, no debemos sentirnos avergonzados, sino que debemos tener la valentía de magnificar a Cristo en nuestra confesión mediante nuestro modo de vivir santo y excelente, para glorificar, expresar, a Dios en este nombre. Glorificar a Dios es expresarlo en gloria.
En el versículo 17 Pedro dice: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?”. Este libro nos presenta el gobierno de Dios, especialmente en la manera en que Dios disciplina a Su pueblo escogido. Dios usa los padecimientos que ellos sufren mientras pasan por el fuego de la persecución como el medio para juzgarlos a fin de disciplinarlos, purificarlos y separarlos de los incrédulos, y a fin de que no sufran el mismo destino que éstos. Por eso, el juicio disciplinario comienza por Su propia casa.
Como hemos señalado, el hecho de que Pedro use la palabra “juicio” del versículo 17 indica que las persecuciones y los sufrimientos son una especie de juicio. El propósito de este juicio, sin embargo, no es condenarnos a que suframos la perdición eterna, sino disciplinarnos, es decir, someternos a una disciplina dispensacional que purifique nuestra vida. Este juicio es un fuego de tribulación, un horno ardiente, que nos purifica de toda escoria. Nosotros somos como el oro, pero aún tenemos cierta cantidad de escoria de la cual debemos ser purificados. Ninguna enseñanza o comunión puede efectuar esta purificación. Para ello es necesario el juicio disciplinario del horno ardiente.
El concepto de una disciplina dispensacional no sólo se halla en los escritos de Pedro, sino también en las epístolas de Pablo. Pablo trata este asunto en 1 Corintios 11:27-32. En los versículos del 27 al 29 Pablo dice: “De manera que cualquiera que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Pero pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe, sin discernir el cuerpo, juicio come y bebe para sí”. Comer el pan y beber la copa del Señor indignamente es no valorar el significado del pan y de la copa del Señor, los cuales representan Su cuerpo quebrantado por nosotros y Su sangre derramada por nuestros pecados por medio de Su muerte efectuada por nuestra redención. Ser culpable del cuerpo y la sangre del Señor significa traer juicio sobre sí. En el versículo 29 Pablo usa la palabra “juicio” al decir que el que no discierne el cuerpo, come y bebe juicio para sí. Comer el pan o beber la copa del Señor indignamente nos acarrea juicio. Este juicio no es la condenación eterna, sino una disciplina temporal de parte del Señor.
Pablo continúa hablándonos acerca de esta disciplina temporal en 1 Corintios 11:30-32. En el versículo 30 dice: “Por lo cual hay muchos debilitados y enfermos entre vosotros, y muchos duermen”. Éste es el castigo, el juicio temporal del Señor, sobre los que participan indignamente de Su cuerpo. El Señor primeramente los disciplinó de modo que se debilitaran físicamente. Luego, puesto que no quisieron arrepentirse de su ofensa, recibieron más disciplina y se enfermaron. Ya que todavía no habían querido arrepentirse, el Señor los juzgó con la muerte. Morir de esta manera equivale a quedar postrado en el desierto, como dice en 1 Corintios 10:5. Este versículo muestra claramente lo que queremos decir cuando hablamos de la disciplina dispensacional de Dios.
En los versículos 31 y 32 Pablo añade lo siguiente: “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; mas cuando el Señor nos juzga, nos disciplina para que no seamos condenados con el mundo”. Esto indica que si nos juzgamos a nosotros mismos, no seremos juzgados. El juicio al que se refiere el versículo 32 no es para perdición eterna. En este versículo, ser juzgados por el Señor indica que cuando nosotros, los creyentes, los que amamos al Señor Jesús, somos juzgados por el Señor, lo somos para que no seamos condenados con el mundo. Ser juzgados por el Señor es una experiencia temporal, mientras que ser condenados con el mundo tiene consecuencias eternas. La condenación del mundo redunda en la perdición eterna; pero el juicio que sufrimos hoy es para darnos una disciplina dispensacional, no es para perdición eterna.
No debemos ignorar lo que la Biblia dice acerca del juicio de Dios. Hoy en día, son muchos los cristianos que no saben nada acerca de la disciplina dispensacional que Dios administra. Es posible que ellos al leer acerca del juicio, digan: “Oh, nosotros ya fuimos redimidos por el Señor, y jamás seremos juzgados. Es una herejía que alguien enseñe que un cristiano pueda ser juzgado por Dios”. Como hemos visto, esto no es una enseñanza herética ni es la enseñanza personal de nadie, sino que es lo que la Palabra santa enseña. Este asunto de la disciplina dispensacional de Dios fue algo que tanto Pedro como Pablo enseñaron. Por consiguiente, debemos creer y aceptar esta enseñanza que se halla en la Palabra pura de Dios.
Según la Biblia, Dios, en Su gobierno, ejerce Su administración universal valiéndose de diversas clases de juicios. No debemos pensar que hoy en día Dios no juzga al mundo. El juicio de Dios puede verse en todas partes. Cada nación está bajo Su juicio. Según lo escrito en Mateo 25, cuando el Señor venga, todos los que estén vivos serán juzgados. Al final del milenio, todos los incrédulos que hayan muerto serán juzgados por el Señor en el trono blanco. Así, pues, vemos que habrá un juicio tanto para vivos como para muertos.
Entre estos dos juicios, habrá un período de mil años, llamado el milenio. Inmediatamente antes del milenio, tendrá lugar el juicio de todos los gentiles que estén vivos. Durante ese tiempo, el Señor reunirá delante de Su trono de gloria a todos los gentiles que estén vivos y los juzgará. Muchos de ellos serán juzgados en calidad de “cabritos” y serán enviados al lago de fuego. En lugar de pasar por el Hades, serán enviados directamente al lago de fuego. Todo su ser —cuerpo, alma y espíritu— será echado al lago de fuego. Después del milenio, el Señor Jesús juzgará en el trono blanco a los incrédulos que hayan muerto. En aquel tiempo juzgará también a los demonios. Entonces tanto los incrédulos como los demonios serán echados al lago de fuego. Éste será el juicio para perdición eterna.
Nosotros, los que hemos sido salvos, no tendremos parte alguna en el juicio que conduce a la perdición eterna. No debemos tener miedo de ese juicio. En lo que se refiere al juicio para perdición eterna, Dios ya pasó de nosotros, en Cristo, nuestro Cordero Pascual. Sin embargo, no debemos pensar que puesto que Dios ya pasó de nosotros con respecto a este juicio, no tendremos más problemas y que no sufriremos el juicio de la disciplina dispensacional de Dios.
Nuestra situación como creyentes en Cristo es semejante a la de los hijos de Israel. Ellos experimentaron la Pascua, y fueron redimidos por el cordero pascual. Después que salieron de Egipto y cruzaron el mar Rojo, ellos disfrutaron del agua viva que brotó de la roca hendida y del maná celestial. Asimismo ellos presenciaron los milagros que Dios hizo en favor de ellos. Con todo, de entre más de dos millones de personas que salieron de Egipto, solamente dos, Josué y Caleb, lograron escapar del juicio de Dios, el juicio que conducía a la muerte. Todos los demás, incluyendo a Moisés, Aarón y María, murieron bajo el juicio de Dios. Esto no significa que ellos estuvieran bajo la maldición de Dios, sino, que experimentaron el juicio de la disciplina dispensacional de Dios. Como hemos señalado, esta clase de juicio no es para perdición eterna, sino que está totalmente relacionado con la disciplina dispensacional que Dios impone. Moisés, por supuesto, fue salvo. Dios quiso preservar su cuerpo para que él pudiera aparecer en el monte de la transfiguración junto con el Señor. Pero debido a que Moisés cometió un error, Dios le asignó un juicio disciplinario específico.
Debido a que hoy en día son muchos los cristianos que están velados por las enseñanzas tradicionales, le insto a usted a que regrese a la Palabra pura y clara de Dios, la cual quita los velos e ilumina. Según la Palabra de Dios, sabemos que Dios ejerce Su gobierno mediante diversas clases de juicios. Estos juicios incluyen tanto el juicio que conduce a la perdición eterna como el juicio que nos trae una disciplina dispensacional.
Este juicio de Dios que nos trae una disciplina dispensacional difiere totalmente del concepto católico acerca del purgatorio. Hace muchos años, se me acusó falsamente de enseñar la doctrina del purgatorio. La enseñanza del purgatorio es falsa y herética. Pero enseñar acerca del juicio disciplinario, de una disciplina dispensacional, es totalmente conforme a las Escrituras. Esta enseñanza no tiene nada que ver con el purgatorio, y de ninguna manera es herética.
Es preciso que conozcamos la verdad en cuanto al juicio de Dios y que tengamos un temor santo infundido por Dios. Como lo indica Pablo en 1 Corintios 11, debemos tener cuidado de cómo participamos de la mesa del Señor. Es una gran bendición participar de la mesa del Señor. Sin embargo, debemos participar del pan y de la copa con discernimiento. Si somos descuidados al respecto, comeremos y beberemos juicio para nosotros mismos. Este juicio podría incluir el hecho de sufrir debilidad, enfermedad e incluso la muerte. La debilidad es una señal de advertencia, y la enfermedad es una advertencia más. Si hacemos caso omiso de estas advertencias, podríamos experimentar el juicio que conduce a la muerte. Este juicio es la disciplina de Dios, una disciplina que es nada menos que un juicio dispensacional sobre los creyentes que andan mal en ciertos asuntos. Ésta es una de las enseñanzas básicas de los apóstoles, la cual fue enseñada tanto por Pedro como por Pablo.