Mensaje 3
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Lectura bíblica: 1 P. 1:3-4
En los escritos de Pedro a menudo encontramos palabras que tienen un significado muy rico y muy amplio. Por ejemplo, consideremos la manera en que Pedro usa la palabra “rociados” en 1:2. En este versículo Pedro habla de “ser rociados con la sangre de Jesucristo”. Al escribir estas palabras, Pedro parecía decir: “Vosotros, creyentes judíos de la dispersión, conocéis muy bien la sangre rociada de ovejas y machos cabríos que se describe en el Antiguo Testamento. No obstante, debéis comprender que la aspersión de la sangre de animales es un tipo de la aspersión de la sangre de Jesucristo. La antigua aspersión, la aspersión de la sangre de animales, meramente hacía al pueblo de Dios partícipe de la bendición del Antiguo Testamento. Pero la nueva aspersión, el ser rociados con la sangre de Jesucristo, nos lleva a disfrutar plenamente el nuevo pacto de Dios”. Con este ejemplo vemos que en las epístolas de Pedro una sola palabra puede comunicarnos muchas cosas.
En 1:3 Pedro añade: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según Su grande misericordia nos ha regenerado para una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos”. Debemos prestar atención al artículo definido usado antes de la palabra “Dios”. En este versículo Pedro no simplemente habla de Dios, sino de “el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Los judíos incrédulos conocían algo de Dios. El Dios de ellos era el Creador del universo. No obstante, ellos rehusaban creer que su Dios fuera también el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Aquí vemos una diferencia notable. Por supuesto, no sería acertado decir que el Dios en que creen los judíos es diferente del Dios en que creen los cristianos. Pero sí cabe resaltar que existe una gran diferencia entre la manera en que los judíos y los cristianos conciben a Dios y le perciben. Según el concepto de los judíos, Dios es el Creador del universo, pero no el Dios y Padre de Jesucristo. Sin embargo, para nosotros, Él es tanto el Creador del universo como el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo (Jn. 20:17). Es por ello que en 1:3 Pedro usa el artículo definido antes de la palabra “Dios”.
En 1:3 Pedro declara que el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, según Su grande misericordia, nos ha regenerado para una esperanza viva. Aquí vemos una vez más que Pedro usa un adjetivo: él no simplemente habla de la misericordia de Dios, sino de Su grande misericordia. Aunque Pablo también habla de la misericordia de Dios, él no usa el adjetivo “grande” para describirla.
En 1:3 vemos que el Padre no sólo nos escogió, sino que también nos regeneró. En 1:1-3 vemos cuatro acciones que siguen una secuencia: escoger, santificar, redimir y regenerar. En la eternidad pasada, Dios nos escogió, nos eligió. Luego, Su Espíritu vino a nosotros para apartarnos. Después, fuimos rociados con la sangre de Jesucristo, la aplicación de Su redención. En el momento en que fuimos rociados externamente por la sangre, fuimos también regenerados interiormente por el Espíritu santificador. Por consiguiente, es después de que Dios nos escogió, el Espíritu nos santificó y Cristo nos redimió, que fuimos regenerados.
La regeneración, al igual que la redención y la justificación, es un aspecto de la plena salvación de Dios. La redención y la justificación resuelven el problema que tenemos con Dios y nos reconcilian con Él, mientras que la regeneración nos vivifica con la vida de Dios, llevándonos a una relación de vida, una unión orgánica, con Dios. Por consiguiente, la regeneración da por resultado una esperanza viva. Tal regeneración es efectuada mediante la resurrección de Cristo de entre los muertos. Cuando Cristo resucitó, nosotros, Sus creyentes, estábamos incluidos en Él. Por lo tanto, nosotros también fuimos resucitados juntamente con Él (Ef. 2:6). En Su resurrección, Él nos impartió la vida divina y nos hizo iguales a Él en vida y en naturaleza. Éste es el factor básico de nuestra regeneración.
Ser regenerado equivale a recibir otra vida, la vida divina, además de la vida humana. Todos nosotros recibimos la vida humana de nuestros padres. Pero gracias a la elección de Dios, a la santificación del Espíritu y a la redención de Cristo, fuimos engendrados, regenerados por Dios. Como resultado, experimentamos un segundo nacimiento. Mediante la regeneración, Dios el Padre nos imparte la vida divina. Por consiguiente, nuestro primer nacimiento fue el nacimiento de nuestra vida humana, y el segundo, el nacimiento de la vida divina. Todos nosotros hemos nacido de la vida divina. Esto es lo que significa ser regenerado.
En 1:3 Pedro nos dice que fuimos regenerados para una esperanza viva. La palabra griega traducida “para” significa “hacia”, “hasta” o “con miras a”. Dios nos regeneró con miras a una esperanza viva. La esperanza que tenemos hoy durante nuestro peregrinaje es una esperanza para el futuro; no es una esperanza de cosas objetivas, sino una esperanza de vida, la vida eterna, la cual incluye las innumerables bendiciones divinas. Ésta es la esperanza que debemos poner completamente en la gracia venidera (1:13).
En el versículo 3 Pedro no nos habla simplemente de una esperanza, sino de una esperanza viva. No es fácil explicar lo que es una esperanza viva. Algunos tal vez digan que esto se refiere a una esperanza que está viva y no muerta. Sí, es correcto decir que la esperanza que tenemos es una esperanza que está viva y no está muerta. No obstante, si logramos interpretar esta expresión conforme a nuestra experiencia, nos daremos cuenta de que implica mucho más que eso. Por experiencia sabemos que el Espíritu vivificante un día entró en nosotros para vivificarnos. Anteriormente estábamos muertos, y todo lo relacionado a nosotros, en particular, cualquier expectativa futura que teníamos, estaba también muerta. Pero cuando el Espíritu vivificante nos vivificó, se produjo en nosotros una esperanza viva, esto es, la esperanza de que todo lo relacionado con nosotros será vivificado.
Inmediatamente después de que fuimos rociados con la sangre de Cristo, el Espíritu vivificante entró en nosotros para vivificarnos. El verbo “vivificar” es la forma verbal de la palabra “vida”. Anteriormente estábamos muertos y sin ninguna esperanza, pero fuimos vivificados mediante el Espíritu vivificante para una esperanza viva. Ahora tenemos la esperanza de que cada parte de nuestro ser será vivificada. Éste es el significado de una esperanza viva. Tener una esperanza viva es ser vivificados.
La regeneración por parte de Dios el Padre redunda en la esperanza de que cada parte de nuestro ser y todo lo referente a nosotros será vivificado, avivado. Todo lo relacionado con una persona que no es salva está muerto. Pero en el caso de alguien que ha sido regenerado por Dios con la vida divina, existe la esperanza de que todo será vivificado.
En el Evangelio de Juan, el apóstol Juan nos habla de nacer de nuevo. Pablo no utiliza la palabra “regenerado” ni la expresión “nacer de nuevo”; no obstante, en 1 Corintios 4 dice algo que alude a la regeneración: les dice a los creyentes que él los engendró por medio del evangelio. Esto está relacionado con la regeneración. Así que, Pedro es el único que nos dice claramente cómo fuimos regenerados y cuál es el resultado de haber sido regenerados. Nosotros fuimos regenerados para una esperanza viva por medio de la palabra de Dios, la cual vive y permanece para siempre.
Fue por medio de la regeneración que Dios nos vivificó. En Adán, todos estamos muertos. Cuando nacimos de nuestros padres, nacimos muertos. Además, todos los incrédulos están muriendo con cada día que pasa. Todos ellos van camino a la tumba. Su destino final es la tumba y la muerte. Por consiguiente, en Adán, todo hombre nace muerto y nace para morir. Según la Biblia, el evangelio no es predicado meramente a pecadores, sino a pecadores que están muertos en Adán. Por las palabras de Pedro en 1:3 sabemos que la resurrección de Cristo fue el instrumento o el medio por el cual Dios nos regeneró. Fue mediante la resurrección de Cristo que Dios nos vivificó. En Adán todos morimos, pero en Cristo todos fuimos vivificados.
¿Sabía que usted nació hace seis mil años, cuando Adán fue creado? Si Adán no hubiera sido creado, usted no habría nacido. Debido a que nacimos en Adán, todos tenemos la misma edad, es decir, somos personas de seis mil años de edad. Además, todos morimos en Adán. Sin embargo, hace unos dos mil años, cuando Cristo resucitó, fuimos vivificados o regenerados. Según el Nuevo Testamento, cuando Cristo resucitó, nosotros fuimos resucitados juntamente con Él (Ef. 2:5-6). ¡Aleluya porque aunque nacimos en Adán, renacimos juntamente con Cristo en Su resurrección!
Ahora, quisiera citar unas palabras de Dean Alford: “La resurrección de Cristo, la cual nos trae la vida y el don del Espíritu vivificante, es lo que hace posible que el nuevo nacimiento llegue a ser una esperanza viva”. Este concepto es muy profundo. La resurrección de Cristo hace posible que nuestra regeneración llegue a ser una esperanza viva. Cuando fuimos regenerados, el Cristo resucitado entró en nosotros. Él no sólo es una persona viva, sino también una persona resucitada. Ahora Él es la vida que está en nosotros, que hace posible el nuevo nacimiento y que cada aspecto de nuestro ser sea vivificado. Por consiguiente, la regeneración da por resultado una esperanza viva.
En 1 Pedro 1:4 leemos: “Para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros”. Al final del versículo 3 hay una coma, y no un punto. Luego, el versículo 4 comienza con la palabra “para”. Esto indica que la frase “para una herencia” del versículo 4, está en aposición a la frase “para una esperanza viva” del versículo 3. Esto significa que la esperanza viva es la herencia, y que la herencia es la esperanza viva. La esperanza viva, que proviene de la regeneración, es la esperanza de una bendición venidera, mientras que la herencia denota el cumplimiento de nuestra esperanza en la era venidera y en la eternidad.
La herencia del versículo 4 comprende la salvación venidera de nuestras almas (véase los versículos 5 y 9), la gracia que recibiremos cuando el Señor sea manifestado (v. 13), la gloria que ha de ser revelada (5:1), la corona inmarcesible de gloria (v. 4) y la gloria eterna (v. 10). Todos estos aspectos de nuestra herencia eterna están relacionados con la vida divina, la cual recibimos por medio de la regeneración y experimentamos y disfrutamos en todo el transcurso de nuestra vida cristiana. “Esta herencia es la posesión plena de lo que fue prometido a Abraham y a todos los creyentes (Gn. 12:3 véase Gálatas 3:6 y los versículos subsiguientes), una herencia muy superior a la que recibieron los hijos de Israel cuando tomaron posesión de Canaán; de hecho, es tan superior como lo es la filiación de los regenerados —quienes por medio de la fe, ya han recibido la promesa del Espíritu como las arras de su herencia— con respecto a la filiación de Israel (compárese Gá. 3:18, 29; 1 Co. 6:9; Ef. 5:5; He. 9:15” [Wiesinger, citado por Alford])
Ahora debemos plantearnos una importante pregunta: ¿Podemos disfrutar esta herencia hoy o únicamente nos está reservada para el futuro? Cuando yo era joven, se me enseñó que la herencia de este versículo se refería a la bendición eterna, a la bendición de la eternidad, la cual disfrutaremos en el cielo. También se me enseñó que esta herencia no la disfrutaremos hoy sino en el futuro, después de que muramos y vayamos a nuestra “mansión celestial”. Muchos cristianos han recibido esta clase de enseñanza. Otros quizá piensen que en 1:4 Pedro está hablando de una herencia perdurable, en contraste con la herencia temporal de cosas físicas. Esta clase de entendimiento es absolutamente natural, ya que carece de toda luz y revelación.
Aunque es cierto que este versículo habla de una herencia reservada en los cielos para nosotros, en ningún momento dice que ésta sea para el futuro. Sin embargo, cuando leemos este versículo, es posible que nuestra mente natural entienda que esto se está refiriendo a un evento futuro, cuando en efecto no está diciendo nada acerca del futuro. A menudo, cuando leemos la Biblia, le agregamos cosas; añadimos a la revelación de Dios conforme a algún elemento de nuestra mentalidad natural. ¡Esto es algo muy serio! No debemos pensar que la herencia mencionada en 1:4 es sólo para el futuro. Esta herencia nos ha sido dada para que podamos disfrutarla hoy, mañana y por la eternidad. Desde el día en que fuimos regenerados, esta herencia ha sido nuestra porción.
Una herencia es una posesión legítima y legal. No obstante, dicha herencia no es fruto de nuestra propia energía, habilidad u esfuerzo, sino algo que otra persona nos da de manera legítima. No es necesario trabajar para recibir una herencia; simplemente se recibe. El día en que fuimos regenerados, se nos dio el derecho a participar de una herencia. Esta herencia incluye todas las bendiciones relacionadas con la vida eterna.
Nuestro primer nacimiento nos otorgó una herencia. Cuando nacimos de nuestros padres, recibimos como herencia lo que Dios creó. Puesto que la creación es la herencia que hemos recibido por nacimiento, podemos disfrutar del aire, del sol y de la lluvia. El dinero que pagamos por los alimentos en realidad sólo cubre lo que cuesta producirlos, pero el alimento en sí nos es dado por Dios el Creador. Si no hubiese sol, lluvia ni aire, ¿quién podría producir el alimento? Así, pues, el alimento es un don de Dios. Por medio de nuestro primer nacimiento, heredamos la tierra, el sol, el aire, la atmósfera, la lluvia y el viento. Todos estos aspectos de nuestra herencia terrenal son necesarios para poder mantenernos vivos. Sin tal herencia, ninguno de nosotros podría vivir.
Aplicando el mismo principio, por medio de nuestro segundo nacimiento, es decir, por medio de la regeneración, hemos nacido para una nueva herencia. Esta herencia no se encuentra en la tierra, sino que, más bien, está reservada en los cielos. No obstante, aunque la nueva herencia está reservada para nosotros en los cielos, podemos disfrutarla ahora en la tierra. Podemos dar como ejemplo la manera en que aplicamos la electricidad. Aunque la electricidad está almacenada en la central eléctrica muy lejos de aquí, podemos aplicarla y disfrutarla diariamente en nuestros hogares. La electricidad es transmitida desde la central eléctrica a nuestros hogares para que disfrutemos de ella. De igual manera, nuestra herencia celestial, divina y espiritual está reservada en los cielos; no obstante, es transmitida continuamente a nuestro espíritu para nuestro disfrute. ¿No disfruta usted de las riquezas de la vida divina?
Somos de aquellos que han renacido y, como tales, podemos experimentar diariamente una transmisión divina. Cuando invocamos al Señor Jesús, podemos sentir que algo en nuestro interior está conectando a los cielos. Antes de ser regenerados, jamás tuvimos esta clase de sensación. Esta transmisión es la forma en que aplicamos y disfrutamos la herencia que está reservada en los cielos para nosotros.
La intensidad de la corriente eléctrica se mide en amperios. Cuanto mayor sea el amperaje, más intensa será la corriente. Podemos aplicar el mismo principio a nuestra experiencia de la transmisión divina. Cuando yo fui salvo, el amperaje de la transmisión que recibí fue muy bajo. Pero a través de los años, este amperaje celestial ha ido incrementado, de manera que ahora, especialmente cuando ministro, el amperaje de la transmisión es tan intenso que no soy capaz de medirlo.
Es crucial que veamos que la herencia mencionada en 1:4 está disponible para que nosotros la disfrutemos hoy, y que no es solamente algo que disfrutaremos en el futuro. Una vez que un hombre nace en la tierra, adquiere el derecho de disfrutar la herencia terrenal. Conforme al mismo principio, una vez que una persona nace de Dios y recibe Su Espíritu, esa persona nace para una esperanza viva, la cual a su vez es la herencia que nos trae todas las bendiciones espirituales y celestiales relacionadas con la vida eterna. Día a día debemos tomar posesión de esta herencia y disfrutarla. Esta herencia es legal, propia y legítima, ya que Cristo murió para comprárnosla. Él pagó el precio de Su preciosa sangre, y nosotros hemos sido rociados con ella. Por lo tanto, cada día podemos disfrutar las riquezas de la vida divina. A diario podemos participar de esta herencia que es nuestra hoy y por la eternidad.
En el versículo 4 Pedro usa tres palabras para describir nuestra herencia: incorruptible, incontaminada e inmarcesible. “Incorruptible” alude a la sustancia, la cual es indestructible y no se corrompe; “incontaminada” denota su pureza y el hecho de que está exenta de toda mancha; “inmarcesible” se refiere a su belleza y gloria, como al hecho de que no se marchita. En contraste con cualquier herencia terrenal, nuestra herencia celestial es incorruptible, porque no es material. Todo lo que es material o físico se corrompe; pero nuestra herencia, la cual está reservada en los cielos, es divina y espiritual, y completamente incorruptible. Además, esta herencia no puede ser contaminada; nada puede hacerla impura. Por último, es inmarcesible; su belleza y gloria jamás se marchitan. Éstas son, pues, las excelentes cualidades de nuestra herencia eterna, una herencia en vida.