Mensaje 4
Lectura bíblica: 1 P. 1:2-4
En 1 Pedro 1:2 leemos: “Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo”. Este versículo contiene asuntos que son profundos tanto en doctrina como en experiencia. Uno de estos asuntos es la santificación del Espíritu, y otro es la obediencia y la aspersión de la sangre de Jesucristo [gr.]. En este versículo, [según el griego,] tanto la obediencia como la aspersión modifican la frase “la sangre de Jesucristo”. De ahí que, la obediencia está relacionada con la sangre y la aspersión también está relacionada con la sangre. No es fácil entender cómo la obediencia pueda tener algo que ver con la sangre. Asimismo, tampoco es fácil entender certeramente lo que significa la aspersión de la sangre.
Recientemente he invertido mucho tiempo estudiando de nuevo los escritos de Pedro. En años pasados no me percaté del hecho de que Pedro, siendo un pescador galileo y un evangelista, como lo indica el libro de Hechos, logró profundizar en la doctrina y en la experiencia. Las epístolas de Pedro se componen de doctrinas que pueden ser confirmadas por la experiencia. Los escritos de Pedro se centran mayormente en la experiencia; no obstante, la experiencia se basa en las doctrinas.
Humanamente, Pedro no recibió una educación muy alta. Él era mucho menos instruido que Pablo. Sin embargo, el vocabulario que él usó en sus escritos indica que era una persona que demostraba gran profundidad tanto en el campo de la doctrina como en el de la experiencia.
Pablo en sus epístolas nos da a entender claramente que la santificación del Espíritu posee dos aspectos. El primer aspecto es la santificación en cuanto a nuestra posición, y el segundo es la santificación de nuestro modo de ser. No obstante, él no afirma que la santificación del Espíritu respecto a nuestra posición y nuestro modo de ser, se lleva a cabo en dos períodos, diciendo que el primer período tiene lugar antes de ser justificados y regenerados, y el segundo período viene después de esto. Pedro, en cambio, sí hace referencia a los dos períodos relacionados con la santificación del Espíritu.
Según la comprensión que hoy tienen los cristianos acerca de la santificación del Espíritu, primero Dios el Padre nos eligió, luego Cristo nos redimió y después el Espíritu nos santifica con respecto a nuestra posición y a nuestra manera de ser. Éste fue el entendimiento que tuve de la santificación por muchos años. Los mensajes que di anteriormente acerca de la santificación, precisamente resaltaban que después de que el Padre nos elige y el Hijo nos redime, el Espíritu viene para santificarnos. Sin embargo, en 1:2 Pedro afirma que la santificación ocurre después de la elección del Padre y antes de la redención de Cristo. Según este versículo, la santificación del Espíritu tiene como fin que nosotros obedezcamos y seamos rociados con la sangre de Cristo. Sin lugar a dudas, esto nos muestra que la santificación del Espíritu precede a la redención de Cristo. Después de haber orado este versículo y haberlo estudiado, fui alumbrado y pude entender que no solamente la redención de Cristo necesita ser aplicada a nosotros por el Espíritu, sino también la elección del Padre. Sin la aplicación del Espíritu Santo, ¿cómo podría la elección de Dios tener algo que ver con nosotros de manera práctica y concreta? La elección de Dios llega a ser una realidad para nosotros únicamente mediante la aplicación del Espíritu. Pedro se está refiriendo a esta aplicación cuando habla de la santificación del Espíritu.
Dios nos eligió en la eternidad pasada. Pero, ¿cómo se aplica a nosotros esta elección? Para ello necesitamos la aplicación del Espíritu. Todos podemos testificar de esto por experiencia. Nosotros nos hallábamos vagando en la tierra, quizás igual que aquellos que jamás piensan en Dios. Pero un día, el “viento” del Espíritu “sopló” sobre nosotros y nos llevó a un lugar donde oímos la predicación del evangelio. Mientras escuchamos la predicación del evangelio, nos fue infundida la fe, y, de esta manera, nos fue aplicada la elección de Dios. Lo siguiente que nos fue aplicado fue la redención de Cristo. En este sentido, la santificación del Espíritu precedió a nuestra experiencia de la redención de Cristo.
En 2 Tesalonicenses 2:13 Pablo dice: “Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación en santificación por el Espíritu y en la fe en la verdad”. En lo que se refiere al tema de la santificación, este versículo es todo-inclusivo. Pablo dice aquí que la salvación de Dios se lleva a cabo en santificación del Espíritu. Esto quiere decir que el papel que desempeñan el Padre y el Hijo en la salvación, están en la esfera de la santificación del Espíritu. Por consiguiente, aparte de la santificación del Espíritu, sería imposible aplicar lo que el Padre y el Hijo han hecho por nosotros. Lo que el Padre y el Hijo han hecho por nosotros nos es aplicado por el Espíritu. Pablo llama a esta aplicación: la santificación del Espíritu. La salvación del Dios Triuno, por tanto, se lleva a cabo en la santificación del Espíritu.
Ahora llegamos al tema de la obediencia y la aspersión de la sangre. La obediencia de la sangre y la aspersión de la sangre son asuntos relacionados con los judíos, con el Antiguo Testamento y con las dispensaciones. El uso de estos términos en 1:2 implica e indica que en los escritos de Pedro, la dispensación había pasado del Antiguo Testamento al Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, Dios dio a Moisés una serie de mandamientos relacionados con la ley y con la sangre de animales, la cual era un tipo de la sangre que Cristo derramó por nuestra redención. Por lo tanto, todos los judíos, en conformidad con la economía de Dios del Antiguo Testamento, creían en la ley y en la aspersión de la sangre de los animales que se usaban para los sacrificios. En particular, el día de expiación, los israelitas ponían su confianza en dicha sangre. En otras palabras, ellos obedecían a la ley y a la sangre. La ley y la sangre eran los elementos básicos de su religión. Los componentes principales del judaísmo son la ley y la sangre expiatoria.
Con la venida de Cristo, empezó la economía del Nuevo Testamento. El Señor Jesús vino para reemplazar la ley, y Su sangre dio cumplimiento al tipo de la sangre de animales y la reemplazó. Los componentes de la economía del Nuevo Testamento son, por tanto, la persona de Cristo y Su sangre. Ésta es la razón por la cual el Señor envió a los apóstoles a proclamar que la dispensación de la ley había terminado y que necesitábamos creer en Cristo. Ellos también debían declarar que ya no era necesaria la aspersión de la sangre de animales, y que la sangre que ahora prevalecía era la sangre de Jesucristo. Ahora nosotros debemos obedecer a la fe en Cristo y también obedecer a la sangre de Jesús.
En 1 Pedro 1:2 se nos da a entender que ha habido un cambio de dispensación. La vieja dispensación tenía la sangre de los animales, mientras que la nueva dispensación cuenta con la sangre de Jesucristo. Por lo tanto, debemos obedecer a esta sangre. En el versículo 2 Pedro parecía decir: “Anteriormente vosotros aceptabais la sangre de los animales y la obedecíais. Ahora, Dios os manda que aceptéis la sangre de Cristo”. A esto se refiere Pedro cuando nos habla de la obediencia de la sangre.
Pedro nos habla de la obediencia de la sangre, mientras que Pablo nos habla de la obediencia de la fe. En Romanos 1:5 él dice: “Y por quien hemos recibido la gracia y el apostolado, para la obediencia de la fe entre todos los gentiles por causa de Su nombre”. Luego, en el último capítulo del mismo libro, él habla nuevamente de la obediencia de la fe: “Pero manifestado ahora, y que mediante los escritos proféticos, según el mandato del eterno Dios, se ha dado a conocer a todos los gentiles para la obediencia de la fe” (Ro. 16:26).
Pedro sabía bien que era solamente la obra del Espíritu Santo la que lograba que los judíos, quienes anteriormente habían puesto su fe en la sangre de animales, pusieran ahora su fe en la sangre de Cristo. Era así como ellos habían recibido la sangre de Cristo y la habían obedecido. A esto Pedro se refiere cuando nos habla de la obediencia de la sangre.
En 1:2 Pedro también habla de la aspersión de la sangre. El Antiguo Testamento fue establecido por medio de la aspersión de la sangre de animales (Éx. 24:8). En cuanto a esto, Hebreos 9:18-20 dice: “Por eso ni aun el primer pacto se inauguró sin sangre. Porque habiendo anunciado Moisés todos los mandamientos según la ley a todo el pueblo, tomó la sangre de los becerros y de los machos cabríos, con agua, lana escarlata e hisopo, y roció el mismo libro del pacto y también a todo el pueblo, diciendo: ‘Ésta es la sangre del pacto que Dios os ha mandado’”. Además, según el libro de Hebreos, la sangre de Cristo, con la cual somos rociados, fue llevada a los cielos para purificar las cosas que están en los cielos. Hebreos 9:12 dice: “Y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por Su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, obteniendo así eterna redención”. En Hebreos 9:23 vemos que la sangre de Cristo purificó las cosas celestiales: “Fue, pues, necesario que las figuras de las cosas celestiales fuesen purificadas así; pero las cosas celestiales mismas, con mejores sacrificios que éstos”. Menciono esto para señalar que la expresión “la aspersión de la sangre” es un término dispensacional, una práctica del Antiguo Testamento a la cual se refirió Pedro y también Pablo. Lo que dice Pedro en 1 Pedro 1:2 nos da a entender que la dispensación de la aspersión de la sangre animal ya pasó. Ésa fue la dispensación del Antiguo Testamento. Hoy nos encontramos en la dispensación de la aspersión de la sangre de una persona viva, Jesucristo, el Hijo de Dios. Por lo tanto, lo que dice Pedro en cuanto a la aspersión de la sangre en 1:2 nos da a entender que ha habido un cambio de dispensación, de la dispensación de la sangre de animales a la de la sangre de una persona viva.
En 1:3 y 4 Pedro dice además: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según Su grande misericordia nos ha regenerado para una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros”. Por muchos años quise entender las palabras “una esperanza viva”. Tampoco lograba entender cómo esta esperanza viva pudiera ser la herencia, pues, según la gramática, la palabra “herencia” del versículo 4 está en aposición a la expresión “la esperanza viva” del versículo 3. Esto indica que la esperanza viva es la herencia y que la herencia es la esperanza viva.
Una esperanza viva es una esperanza de vida. En particular, es una esperanza de vida eterna. La vida es lo que da origen a la esperanza. Por ejemplo, un niño tiene una vida humana, y debido a esta vida, sus padres están llenos de esperanza de que él crecerá. En el momento de nacer, pese a que el niño sólo pesa unas cuantas libras, su madre tiene la esperanza de que él crecerá hasta ser un hombre maduro. Su esperanza es la esperanza que se basa en la vida.
No podríamos tener la misma esperanza con respecto a algo que no tenga vida. Por ejemplo, con relación a una silla, no podríamos tener ninguna esperanza. Nadie miraría una silla y diría: “Esta silla es pequeña y fea, pero estoy lleno de esperanza de que un día esta silla será más grande y más hermosa”. Esta clase de esperanza sería totalmente vana. Sin embargo, no es vano que los padres tengan la esperanza de que su niño crecerá. Con este ejemplo vemos que la esperanza depende de la vida. Así, pues, la esperanza viva es una esperanza de vida.
Otro ejemplo que nos puede ayudar a entender lo que Pedro quiere decir cuando habla de una esperanza viva, es decir, de una esperanza de vida, es el ejemplo de la semilla de clavel. Si usted sembrara una semilla de clavel en su patio, la sembraría con esperanza. Es decir, usted tendría la esperanza de que la semilla tarde o temprano brotaría, y que, después de algún tiempo, ésta llegaría a ser una planta de clavel con sus brotes. Esto ejemplifica lo que es la esperanza de vida.
Un muerto, en cambio, no tiene ninguna esperanza. No obstante, si se le pudiera impartir vida a una persona que ha muerto, habría esperanza de que cada miembro de su cuerpo físico sería vivificado. Este mismo principio se aplica a nuestra regeneración. Antes de que fuésemos regenerados, estábamos muertos y sin esperanza. Pero la vida eterna que fue sembrada dentro de nosotros está llena de esperanza, llena de esperanza de vida.
La esperanza de vida es el disfrute que se tiene de la vida eterna. Este disfrute no está solamente reservado para el futuro, puesto que hoy mismo podemos experimentar esta vida. No obstante, cuando yo era joven, me enseñaron que la esperanza viva de 1:4 se haría realidad únicamente en el futuro. Me enseñaron que algún día en el futuro, tendría una mansión en el cielo. Me explicaron que ésta era la maravillosa esperanza que tienen los creyentes. Aunque tal esperanza parece ser buena, tiene que ver con algo que se encuentra muy lejano en el futuro, de lo cual no podemos participar hoy.
Desde que empecé a conocer la vida eterna, empecé también a disfrutar de la esperanza viva. Disfrutar de esta esperanza viva equivale a disfrutar de la vida eterna. Esta vida eterna es la que hace posible que experimentemos un cambio. Además, el disfrute que tenemos de la vida eterna es el cumplimiento de la esperanza de vida. Por supuesto, el pleno disfrute de la vida eterna lo tendremos en el futuro. No obstante, hoy podemos disfrutar de un anticipo. Finalmente, en el futuro, nuestro disfrute será completo. En cualquier caso, tanto el anticipo como el pleno disfrute de la vida eterna, son el cumplimiento de la esperanza de esta vida. Por consiguiente, esta esperanza es de hecho el disfrute que tenemos de la vida eterna.
Ahora debemos preguntarnos cómo esta esperanza viva puede ser también nuestra herencia. Un niño cuando nace recibe la vida humana, y a partir de ese momento empieza a disfrutar de muchas cosas. Todo aquello de lo cual disfrute, se cuenta como herencia. Todo ser humano recibe por herencia muchas cosas relacionadas con la vida humana. El nacimiento le da el derecho a tal herencia.
De joven me explicaron que la herencia descrita en 1:4 sólo la podríamos disfrutar en el futuro. Me enseñaron que para experimentar esta herencia, tendríamos que esperar hasta el regreso del Señor Jesús. Sin embargo, con el tiempo descubrí que la salvación mencionada en 1:5, la plena salvación, estaba preparada para ser manifestada en el tiempo postrero; en ningún momento se nos decía que teníamos que esperar hasta el futuro para disfrutar de nuestra herencia. Pedro no nos dice que la herencia estará reservada en los cielos hasta la manifestación del Señor Jesús; más bien, simplemente nos dice que la herencia está reservada en los cielos para nosotros. Los cielos pueden ser comparados a un banco, en el cual tenemos un depósito: la herencia. Hoy podemos retirar fondos de este depósito celestial; no tenemos que esperar al futuro. En cualquier momento podemos girar un “cheque” para retirar fondos de nuestra cuenta celestial.
La vida eterna es nuestro deleite y también nuestra herencia. Todas las riquezas del ser de Dios están incluidas en Su vida. Estas riquezas se han convertido en nuestra herencia, la cual está en el banco celestial. Por consiguiente, experimentar diariamente la vida eterna equivale a experimentar y disfrutar la herencia que nos está reservada en los cielos. Esto significa que la esperanza viva y la herencia son una misma cosa.
En 1:4 Pedro usa tres adjetivos para describir nuestra herencia. Él dice que esta herencia es incorruptible, incontaminada e inmarcesible. Sin duda alguna, esta descripción alude a la Trinidad. La palabra “incorruptible” se refiere a la naturaleza de esta herencia, lo cual denota la naturaleza de Dios, representada por el oro; “incontaminada” describe la condición de la herencia, lo cual tiene que ver con el Espíritu santificador; y la palabra “inmarcesible” se refiere a la expresión de dicha herencia, es decir, esta herencia tiene una gloria que no se desvanece. En el capítulo cinco Pedro nos habla de la corona inmarcesible de gloria. La expresión perdurable, a la cual alude la palabra “inmarcesible”, es el Hijo, quien es la expresión de la gloria del Padre. Por consiguiente, estos versículos nos presentan la naturaleza incorruptible del Padre, el poder santificador del Espíritu que conserva la herencia en una condición incontaminada y hace que se mantenga santa, limpia y pura, y, por último, nos presentan al Hijo como la expresión de la gloria inmarcesible. Así, pues, esta descripción de nuestra herencia es también una descripción del Dios Triuno.