Mensaje 9
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Lectura bíblica: 1 P. 1:10-12
En 1:10 y 11 Pedro dice: “Acerca de esta salvación los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron, escudriñando qué tiempo y qué clase de época indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual testificaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos”. En el mensaje anterior señalamos que en el versículo 11 Pedro se refiere no solamente a qué tiempo sino también a qué clase de época sería aquella en la cual Cristo sufriría y sería glorificado. Es relativamente fácil entender la expresión “cuál época”, pero es difícil entender lo que Pedro quiere decir con la expresión “qué clase de época”.
Génesis 3:15 dice: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”. Según este versículo, la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente, y la serpiente heriría el calcañar de la simiente de la mujer. Esto significa que Cristo heriría la cabeza de Satanás, y Satanás heriría el calcañar de Cristo. Herir la cabeza equivale a dar muerte, mientras que herir el calcañar significa causar daño. El hecho de que la serpiente hiriera el calcañar de Cristo hace alusión a los sufrimientos de Cristo. Cristo sufrió cuando vino a destruir a Satanás en la cruz. Si estudiamos Génesis 3:15 detenidamente, veremos que este versículo habla de los sufrimientos de Cristo. Lo que se describe en Génesis 3:15 es exactamente lo que Cristo hizo a Satanás, y lo que Satanás hizo a Cristo.
Isaías 53 nos habla de la clase de época en la que Cristo padeció. Si escudriñamos Isaías 53 veremos que este capítulo revela la clase de época en la que se efectuó la crucifixión de Cristo. Este capítulo habla claramente de la muerte de Cristo en un lenguaje sencillo, tal como lo hace el Nuevo Testamento. Pero es probable que ninguno de nosotros haya escudriñado este capítulo con el fin de descubrir la clase de época en la que Cristo murió.
El primer versículo de Isaías 53 dice: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?”. Este versículo indica que Cristo vino a sufrir en una época en la que imperaba la incredulidad, una época en la que el pueblo de Dios no creía en Él. El profeta pregunta: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio?”. El profeta anunció, predicó, proclamó, pero ninguno le escuchó. Esto significa que cuando Cristo vino, el pueblo de Dios estaba lleno de incredulidad. Ésa era la clase de época en la que Cristo vino. Cristo no vino en una época en la que el pueblo de Dios estaba lleno de fe y en la que todos creían firmemente en Dios. Al contrario, Él vino en una época en la que el pueblo de Dios no creía en Él. Los profetas sabían esto. Ellos sabían en qué clase de época vendría Cristo.
En Isaías 6 el profeta nos da a entender que el pueblo de Dios no estaba dispuesto a escuchar la palabra de Dios: “Y dijo: Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis. Haz insensible el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad” (Is. 6:9-10). El Señor Jesús citó estas palabras en Mateo 13, y Pablo también las citó en Hechos 28. El hecho de que tanto el Señor Jesús como Pablo hubieran citado estas palabras indica que la época en la que Cristo vino a sufrir para efectuar la redención fue una época de incredulidad.
Asimismo, según Daniel 9, vemos que fue una época de cautiverio. Si leemos acerca de las setenta semanas y estudiamos su contexto, comprenderemos que las setenta semanas fueron una época de cautiverio. Esto también nos describe la clase de época en la que Cristo vendría. Sería un tiempo de cautiverio. Cristo efectivamente vino en una época así. Daniel 9:26 dice: “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías”. Esto se refiere a la crucifixión de Cristo, la cual sucedió en una época de cautiverio. Tanto Isaías 53 como Daniel 9 nos hablan de la época en la que Cristo vendría para sufrir por nosotros.
Si bien Pedro era un pescador, vemos que también él era un excelente escritor. Él pasó mucho tiempo estudiando el Antiguo Testamento, descubrió lo que los profetas habían indagado, y tuvo la confianza de decir que mientras los profetas escudriñaban estas cosas, el Espíritu de Cristo estaba en ellos. Como señalamos en el mensaje anterior, el Espíritu de Cristo fue producido dispensacionalmente, es decir, el Espíritu de Cristo fue producido en una época o dispensación específica, mediante la muerte y resurrección de Cristo, y que dicha muerte y resurrección vinieron a formar parte de su constitución intrínseca. Sin embargo, la función que cumple este Espíritu es eterna, ya que Él es el Espíritu eterno (He. 9:14). En cuanto a la formación del Espíritu de Cristo, el tiempo es un factor importante; pero en cuanto a la función que cumple el Espíritu de Cristo, el tiempo no es un factor condicionante. En la obra de producir la creación, el Espíritu de Dios era el más indicado y no se requería otro Espíritu, pero para llevar a cabo la plena salvación de Dios y para aplicar esta salvación al hombre, es indispensable el Espíritu de Cristo. Así, pues, mientras los profetas del Antiguo Testamento indagaban en qué clase de época vendría Cristo a sufrir, el Espíritu de Cristo estaba operando en ellos. Esto significa que el Espíritu del Dios Triuno —el Espíritu vivificante y todo-inclusivo de Cristo— estaba operando en ellos. En cuanto la función que cumple, no hay ninguna diferencia entre la obra que el Espíritu realizó en los profetas y la que realizó en los apóstoles; en ambos casos, operó el mismo Espíritu y cumplió la misma función.
Las epístolas de 1 y 2 Pedro fueron dirigidas a creyentes judíos. Los judíos conocían a Dios, y confiaban en la aspersión de la sangre de animales. Sin embargo, aunque conocían a Dios, no le conocían como el Padre de Cristo. Además, ellos sabían quién era el Espíritu de Dios y el Espíritu de Jehová, pero desconocían al Espíritu de Cristo. En 1 Pedro 1:2 Pedro usa a propósito la expresión “ser rociados con la sangre de Jesucristo” para mostrar que esta aspersión es diferente de la aspersión del Antiguo Testamento, que se hacía con la sangre de animales. Además, en 1:3 él habla del “Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” para distinguir al Dios de los cristianos del Dios de los judíos. Ahora, vemos que él también usó la expresión “el Espíritu de Cristo” en lugar de hablar del Espíritu de Dios, para mostrar otra diferencia. Pedro procuraba convencer a los creyentes judíos de que no había diferencia alguna entre los profetas del Antiguo Testamento y los cristianos del Nuevo Testamento. El Espíritu de Cristo que estaba en los cristianos del Nuevo Testamento había operado también en los profetas del Antiguo Testamento.
Como regla general, en los tiempos del Antiguo Testamento el Espíritu reposaba sobre los santos, pero no estaba en ellos. Sin embargo aquí, basándonos en el principio de que la función que cumple el Espíritu de Cristo es eterna, encontramos una excepción, pues se nos dice que el Espíritu de Cristo estaba operando en los profetas del Antiguo Testamento. Pedro nos dice que el Espíritu de Cristo que estaba en los profetas, les indicó en qué clase de época sufriría Cristo. Es una vergüenza que tantos creyentes neotestamentarios no tengan claro este hecho. Es posible que sólo hasta ahora ustedes hayan entendido lo que Pedro quiso decir cuando habló de la clase de época en la que Cristo sufriría.
La expresión que usa Pedro, “qué clase de época”, tiene muchas implicaciones. Les indicaba a los creyentes judíos que la clase de época en la que Cristo vino había sido una época de incredulidad. Ésta también es la clase de época en la que vivimos hoy. En la época de Pedro no muchos judíos creyeron en el Señor Jesús. Aun más, los que creyeron fueron perseguidos. Los judíos que permanecieron en su incredulidad hablaron de forma desafiante a los judíos que habían creído, diciendo: “¡Miren, cuán reducido es el número de los creen en Jesús! ¿Por qué son ustedes tan insensatos como para creer en un nazareno que fue puesto en una cruz?”. Sin duda alguna, la clase de época en la que Cristo vino fue una época de incredulidad. Hoy en día sucede lo mismo. No debemos esperar que muchos judíos crean en el Señor Jesús. La época en la que tiene lugar la venida de Cristo es una época de incredulidad, lo cual significa que la incredulidad es característica de la época en la que Cristo viene. Isaías preguntó: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio?”. Pedro ciertamente observó esta incredulidad en los de su época. Pedro anunció, pero muy pocos judíos respondieron. Ésa fue la clase de época. En la actualidad muchos cristianos están a la espera de que ocurra un gran avivamiento. Sin embargo, esto está en contra del principio según el cual la época en que ocurre la venida de Cristo se caracteriza por la incredulidad.
Aunque la redacción de Pedro tal vez no sea muy refinada, él ciertamente fue un gigante en cuanto a las experiencias espirituales que tuvo. Es probable que él no hubiera llegado a tener un conocimiento cabal del idioma griego; no obstante, sí tenía conocimiento de las experiencias espirituales. Al usar su limitado conocimiento del idioma griego, Pedro hizo cuanto pudo por expresar en palabras los distintos aspectos de su experiencia. En particular, abarcó muchos temas en 1:11. Yo quisiera seguir el ejemplo de Pedro respecto a cómo se interesó por las experiencias espirituales y por las riquezas de Cristo, por encima del idioma.
En el versículo 11 Pedro dice que los profetas testificaron de antemano “los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos”. Cristo primero sufrió y luego entró en la gloria (Lc. 24:26). Nosotros debemos seguirlo en los mismos pasos (1 P. 4:13; Ro. 8:17). Los sufrimientos de Cristo, tal como les fue revelado a los profetas y tal como ellos profetizaron en Salmos 22:1, 6-8, 12-18; Isaías 53:2-10a, 12b; Daniel 9:26; y Zacarías 12:10 y 13:6-7, tienen como fin realizar la obra redentora de Dios, la cual, por un lado, ha solucionado todos los problemas que existen entre el hombre y Dios y ha puesto fin a la antigua creación, y, por otro lado, ha liberado la vida eterna de Dios para el cumplimiento de Su propósito eterno.
Las glorias de Cristo tienen como fin Su glorificación, acerca de la cual Él rogó al Padre antes de ser crucificado (Jn. 17:1), y la cual es necesaria para el cumplimiento de la economía neotestamentaria de Dios, a fin de que Su propósito eterno sea llevado a cabo. Los sufrimientos y la glorificación de Cristo con las glorias que se ven en los diferentes pasos —los factores de la plena redención y salvación de Dios— al ser aplicados a nosotros y experimentados por nosotros, equivalen a la salvación mencionada en 1 Pedro 1:5, 9-10. Los profetas del Antiguo Testamento inquirieron y diligentemente indagaron al respecto, el Espíritu de Cristo lo reveló a ellos, los apóstoles lo predicaron en el Nuevo Testamento por el Espíritu Santo, y los ángeles anhelan mirarlo (v. 12).
La frase “de Cristo” significa literalmente “para Cristo”. Los sufrimientos que Cristo soportó fueron sufrimientos que Dios le había asignado (Is. 53:10); por tanto, son Suyos, le pertenecen.
Las glorias se dan en diferentes pasos: la gloria en Su resurrección (Lc. 24:26; Hch. 3:13), la gloria en Su ascensión (Hch. 2:33; He. 2:9), la gloria en Su segunda venida (Ap. 18:1; Mt. 25:31), y la gloria en Su reinado (2 Ti. 2:12; Ap. 20:4, 6), como se revela en Salmos 16:8-10; 22:21-22; 118:22-24; 110:1, 4; 118:26; Zacarías 14:4-5; Daniel 7:13-14; y Salmos 24:7-10; 72:8-11.
No es común que aparezca la palabra gloria en plural. ¿Conocen ustedes otros pasajes que hablen de “las glorias”? Por lo general, los sustantivos abstractos no se usan en plural, y es más común encontrar sustantivos concretos en forma plural. Esto quiere decir que, aunque la palabra “gloria” es un sustantivo abstracto, ésta no era abstracta para Pedro, sino, más bien, algo muy concreto.
Según el entendimiento de Pedro, Cristo tiene muchas glorias, una gloria tras otra. Él tiene una gloria en la resurrección, otra gloria en la ascensión y otras glorias en Su entronización, señorío, realeza y reinado. Él tiene una gloria en Su humanidad y otra gloria en Su divinidad.
Cristo no tiene solamente una clase de gloria, sino muchas glorias. Los profetas indagaron en cuanto a estas glorias. Ellos supieron en qué tiempo Cristo vendría a sufrir y en qué tiempo entraría en todas Sus glorias.
En el versículo 12 Pedro añade: “A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para vosotros, ministraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles”. La expresión “las cosas” se refiere a los sufrimientos de Cristo y a Sus glorias. Los profetas del Antiguo Testamento ministraron los sufrimientos y las glorias de Cristo a los creyentes del Nuevo Testamento.
Estas cosas nos fueron anunciadas a nosotros por los que nos predicaron el evangelio. Los que predicaron el evangelio fueron los apóstoles del Nuevo Testamento. Los profetas indagaron y profetizaron, mientras que los apóstoles predicaron. La predicación de los apóstoles constituye la aplicación práctica que el Espíritu hace de la salvación de Dios en el Nuevo Testamento. Tanto el profetizar por parte de los profetas como la predicación por parte de los apóstoles constituyen la aplicación del Espíritu. Esto significa que el Espíritu aplica la plena salvación de Dios por medio de dos instrumentos: el profetizar de los profetas y la predicación de los apóstoles.
En mi ministerio, lo que hago es predicar; y tengo la certeza de que por medio de esta predicación el Espíritu aplica a ustedes la plena salvación de Dios. De hecho, mi meta no es adiestrar a nadie; más bien, simplemente predico a Cristo, la muerte de Cristo y las diferentes glorias de Cristo. Cada prédica es una aplicación del Espíritu. Los que asisten a las reuniones del ministerio experimentan la aplicación del Espíritu de Cristo. Mi mayor gozo es ver que los santos reciban a Cristo mediante la aplicación del Espíritu. En especial, me siento muy contento al ver la segunda generación que está creciendo en la vida de iglesia. Mi corazón salta de gozo cuando veo que están recibiendo la aplicación de la salvación de Dios a través de este ministerio y por el Espíritu.
Les animo a todos a que salgan y prediquen a Cristo. Los apóstoles no son los únicos que pueden predicar. Mientras ustedes prediquen a Cristo, estarán incluidos entre los que predican el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo.
Pedro termina el versículo 12 con estas palabras: “Cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles”. La palabra griega traducida “mirar” describe a alguien que se inclina y extiende la cerviz para ver algo maravilloso. Eso muestra cuán interesados están los ángeles en observar lo que se relaciona con Cristo en la obra salvadora de Dios. Ellos anunciaron y celebraron el nacimiento del Salvador (Lc. 2:8-14); se regocijan cuando los pecadores se arrepienten y reciben la salvación (15:10); y se alegran de servir a los herederos de la salvación (He. 1:14; Hch. 12:15; Mt. 18:10).
Después que Pedro habló acerca de los profetas del Antiguo Testamento y de los predicadores del Nuevo Testamento, de repente menciona a los ángeles. Mientras los ángeles están sirviéndonos, ellos se inclinan para ver lo que está ocurriendo. Así, pues, vemos que en la misma oración donde se habla de la plena salvación de Dios, se menciona a los profetas, a los predicadores y a los ángeles. Esto es característico de los escritos de Pedro.