Mensaje 16
Lectura bíblica: 2 R. 11; 2 R. 12
En 2 Reyes 11—12 se narran los reinados de Atalía y Joás sobre Judá.
Atalía, madre de Ocozías y esposa de Joram, de la casa de Acab (8:25-27), destruyó toda la descendencia real (11:1).
Josaba, hija del rey Joram y hermana de Ocozías, escondió a Joás hijo de Ocozías en la casa de Jehová durante seis años, mientras Atalía, su abuela, reinaba sobre el país (vs. 2-3).
En el séptimo año, el sumo sacerdote Joiada planeó sabiamente ungir a Joás, y el pueblo lo reconoció como rey con alegría, batiendo las manos y declarando: “¡Viva el rey!” (vs. 4-12).
Atalía reaccionó a la entronización de Joás rasgando su ropa y clamando: “¡Traición! Traición!” (vs. 13-14). Luego, en conformidad con las instrucciones del sumo sacerdote Joiada, ella fue muerta fuera de la casa de Dios (vs. 15-16).
En 11:17—12:21 se narra el reinado de Joás sobre Judá.
Joiada, el sumo sacerdote, hizo pacto entre Jehová y el rey y el pueblo, lo cual consistía en que ellos serían el pueblo de Jehová. Además, también hizo otro pacto entre el rey y el pueblo. Entonces todos fueron a la casa de Baal y la derribaron, despedazando por entero los altares de Baal y sus imágenes, y matando al sacerdote de Baal (11:17-18).
A la edad de siete años, Joás fue entronizado por el pueblo con regocijo (vs. 19-21). Desde su niñez lo ayudó mucho el sumo sacerdote.
Joás empezó a reinar sobre Judá en el séptimo año de Jehú, y reinó por cuarenta años en Jerusalén (12:1).
Joás hizo lo recto a los ojos de Jehová todo el tiempo que le instruyó el sumo sacerdote Joiada. A pesar de esto, no se quitaron los lugares altos, y el pueblo aún sacrificaba y quemaba incienso en ellos (vs. 2-3).
Joás reparó la casa de Dios con las ofrendas del pueblo, bajo la administración de los sacerdotes y de los siervos del rey, aquellos que eran fieles; sin embargo, el dinero de las ofrendas por las transgresiones y el de las ofrendas por los pecados era para los sacerdotes (vs. 4-16).
Hazael rey de Siria subió a Jerusalén para sitiarla, y Joás rey de Judá le envió todas las cosas sagradas que sus padres habían dedicado y las que él dedicó, y todo el oro hallado en las tesorerías de la casa de Jehová y en la casa del rey, logrando que Hazael se fuera de Jerusalén (vs. 17-18).
Joás fue un rey bueno, pero sus siervos lo asesinaron, y fue sepultado con sus padres en la ciudad de David y le sucedió su hijo Amasías (vs. 19-21).
Al leer la historia de los reyes y meditar sobre lo que ellos representan según la tipología, lo que sobresale es la división. La división proviene de la ambición de la gente, es decir, del deseo de ser superior a los demás, de ser la cabeza, el príncipe y el rey del pueblo.
El Nuevo Testamento subraya mucho la unidad del Cuerpo de Cristo. En los evangelios vemos que los seguidores del Señor Jesús lo amaban a lo sumo, al grado de dejar su país, su casa y sus familiares para seguirle. Pero durante ese tiempo, la cuestión más apremiante, según ellos, era quién sería el mayor. Incluso durante el viaje final a Jerusalén, cuando el Señor Jesús sintió la urgencia de hablarles una vez más de Su crucifixión, ellos discutieron sobre quién era el mayor (Mt. 20:20-28; cfr. Lc. 22:24). La madre de los hijos de Zebedeo, Jacobo y Juan, vino al Señor con sus hijos y le pidió que éstos se sentaran en Su reino, el uno a Su derecha y el otro a Su izquierda (Mt. 20:20-21).
En Su última noche en la tierra, el Señor Jesús habló mucho a Sus discípulos acerca de las profundidades de la revelación divina en cuanto a la economía de Dios (Juan 14—16). Después ofreció una oración final al Padre en Juan 17, en la cual pidió repetidas veces al Padre que guardara a los creyentes en la unidad del Dios Triuno. El Señor ofreció esta oración por ellos basándose en la vida del Dios Triuno, en el nombre del Padre, en las verdades acerca de la economía de Dios y en la gloria (vs. 11, 17, 21-23). A partir de aquel momento, los discípulos se convirtieron en fieles seguidores del Señor. Después de la resurrección y ascensión del Señor, permanecieron juntos en Jerusalén y oraron unánimes durante diez días (Hch. 1:14). Cuando el Señor se derramó sobre ellos como Espíritu en el día de Pentecostés, se inició la vida de iglesia. Sin embargo, poco después, la división comenzó a infiltrarse gradualmente.
Quisiera pedirles que consideren, según el Nuevo Testamento, cuál fue la primera división que invadió la iglesia. Yo diría que fue cuando Bernabé dejó a Pablo. Después de que Saulo, llamado después Pablo, fue salvo directamente por el Señor y bautizado por Ananías, Bernabé lo introdujo a la comunión del Cuerpo. Los creyentes de Jerusalén le tenían miedo porque él había perseguido y devastado a la iglesia, pero Bernabé fue valiente y lo trajo a Jerusalén recomendándolo con los apóstoles a fin de que fuera introducido en la comunión del Cuerpo (Hch. 9:26-28). Posteriormente, Pablo y Bernabé, quienes tenían una relación muy estrecha, figuraron entre los profetas y maestros de Antioquía (13:1), y más tarde, fueron enviados por el Espíritu Santo para la obra a que El los había llamado (v. 2). Cuando empezaron a viajar juntos, el nombre de Bernabé se mencionaba primero (v. 7); sin embargo, en Pafos se presentó una situación qué requería un orador más fuerte, y fue Pablo quien habló (vs. 8-12). Esto muestra que a pesar de que Bernabé había tomado la delantera, él no era tan apto como Pablo, quien ahora tomaba la iniciativa para hablar. A partir de aquella ocasión, la revelación divina siempre mencionaba el nombre de Pablo antes que el de Bernabé. Por algún tiempo, Pablo y Bernabé laboraron juntos. Pero después, cuando Pablo propuso a Bernabé que visitaran las iglesias que habían establecido, Bernabé propuso e insistió en llevar en el viaje a su primo Marcos. A Pablo no le pareció bien, porque Marcos, no pudiendo soportar las dificultades del viaje, había abandonado el primer viaje que emprendieron. Debido a este desacuerdo, Bernabé dejó a Pablo (15:36-39). Después de esto, no vemos que se hayan unido nuevamente; esto fue una división.
Cuando servimos al Señor en el Cuerpo de Cristo, nuestro corazón debe ser sencillo y puro. En el corazón de Bernabé había algo que no era tan sencillo ni puro, quizás un poco de ambición. Esto provocó la división.
La división llegó a ser un problema para los apóstoles, quienes intentaban mantener la unidad del Cuerpo de Cristo. En Corinto también se levantó una división (1 Co. 1:10-12), y Pablo le escribió a la iglesia al respecto. Cuando escribió a la iglesia de Efeso, le declaró que la virtud primordial en la conducta de los creyentes era guardar la unidad del Espíritu, a saber, la unidad del Cuerpo (Ef. 4:1-3).
La historia de la iglesia muestra que siempre han existido divisiones a lo largo de los siglos. Durante los últimos setenta años, también entre nosotros se han suscitado algunas divisiones. Según mi observación, toda división proviene de la ambición. Debo decirles, como advertencia, que en los últimos setenta años en el recobro del Señor, ninguna persona facciosa se ha arrepentido jamás. Este es un asunto muy grave.
No debemos leer los libros de historia del Antiguo Testamento simplemente conforme a la letra, sino teniendo una visión completa de la economía de Dios. Si la tenemos, descubriremos que los tipos contenidos en dichos libros muestran que la división trae confusión, asesinatos y usurpación. En la actualidad, el mundo cristiano en su totalidad está lleno de división, confusión, usurpación y asesinatos espirituales. Incluso entre nosotros puede haber usurpación con respecto al cuerpo de ancianos. Esta maldad, que proviene del Hades, todavía existe en el recobro del Señor. Debemos tener cuidado y no causar ninguna división, porque la división es muy dañina, y el que la provoca es el primero que paga las consecuencias.