Mensaje 2
Lectura bíblica: 1 R. 1:1-53; 2:1-11
En este mensaje hablaremos de la vejez y muerte de David.
David no sólo envejeció, sino que se debilitó. Una cosa es debilitarse y otra es envejecer, lo cual es un proceso común. La vida de David tuvo un buen comienzo, como el sol resplandeciente, y su vida y su carrera llegaron a ser como el sol que brilla al mediodía. Sin embargo, su concupiscencia arruinó su carrera y su vida se oscureció como el ocaso por la tarde. En la vejez de David no hubo nada glorioso, excelente ni espléndido.
David nombró a Salomón sucesor del trono (1:5-53). Sin embargo, no olvidemos que él era fruto de la concupiscencia de David. Este había asesinado a Urías, un líder gentil de su ejército, y había tomado a su mujer, de la cual nació Salomón. Mientras David designaba a Salomón como sucesor, no creo que se sintió glorioso. El hecho de que David designara a Salomón como rey evidenciaba claramente el perdón de Dios y Su gracia ilimitada; no obstante, él debe de haberse sentido avergonzado de ello.
Joab, el capitán del ejército de David, quien participó en el asesinato de Urías, quizás nunca olvidó la mala impresión que le causó David a causa de su pecado. Tal vez debido a ello se unió a la rebelión de Adonías. Así vemos que no debemos tomar el pecado a la ligera, pues el pecado lo estropea todo. La concupiscencia de David arruinó considerablemente su nombre, su posición e incluso su final. Este fue el ocaso de la vida de David.
La lujuria de David se convirtió en una semilla que dio como fruto que el pueblo santo sufriera la pérdida trágica de la buena tierra y que fuera capturado. Los efectos de dicha tragedia siguen vigentes hasta el día de hoy. Esto debe servirles de advertencia a los jóvenes. No debemos relacionarnos con el sexo opuesto con ligereza. Como hermanos y hermanas que llevamos una vida corporativa, es imposible evitar relacionarnos entre nosotros, pero siempre debemos guardar la distancia con el sexo opuesto. El pecado de David comenzó con una simple mirada. Una simple mirada lo llevó a sufrir una terrible caída, la cual tuvo un resultado trágico.
Adonías, hijo de Haguit y hermano mayor de Salomón, aunque de diferente madre (2:22), intentó usurpar el trono de David (1:5-10). Sus esfuerzos fueron un acto de rebelión.
En los versículos 11-31 leemos que David declara solemnemente, en medio de la rebelión de Adonías, que su hijo Salomón sería el sucesor a su trono. Dado el origen de Salomón, no debe haberle sido fácil hacer esta declaración.
David pronunció su declaración solemne con respecto a Salomón, con la ayuda de la sabia propuesta del profeta Natán (vs. 11-14, 22-27). Joab se unió a la rebelión de Adonías contra David, pero Natán fortaleció a David.
David declaró oficialmente que Salomón sería el sucesor de su trono, por la petición íntima de Betsabé (vs. 15-21, 28-31).
Los versículos 32-40 revelan que Salomón ascendió al trono de su padre como sucesor legal.
David ordenó que Salomón le sucediera al trono (vs. 32-37). En cuanto a Salomón, David declaró: “Y allí lo ungirán el sacerdote Sadoc y el profeta Natán como rey sobre Israel, y tocaréis trompeta, diciendo: ¡Viva el rey Salomón! Después iréis vosotros detrás de él, y vendrá y se sentará en mi trono, y él reinará por mí; porque a él he escogido para que sea príncipe sobre Israel y sobre Judá” (vs. 34-35).
El mandato de David en cuanto a la sucesión de Salomón fue llevado a cabo por el sacerdote Sadoc, el profeta Natán y por Benaía, capitán del ejército (vs. 38-40).
Los versículos 41-53 relatan la rendición de Adonías.
Los versículos 41-52 revelan la sumisión de Adonías y el ruego que hizo a Salomón. Cuando Adonías oyó que David había hecho rey a Salomón, se asió de los cuernos del altar, y dijo: “Júreme hoy el rey Salomón que no matará a espada a su siervo” (v. 51).
Salomón aceptó la plegaria de Adonías y lo perdona (v. 53).
En 2:1-9 David dio el mandato final a su hijo Salomón, sucesor al trono.
David mandó a Salomón que se esforzara y fuera hombre (v. 2).
David también le pidió que anduviera en los caminos de Jehová y observara Sus mandamientos según constaba en la ley de Moisés, para que prosperara y estableciera su trono (vs. 3-4). Sin embargo, como veremos después, Salomón se entregó a la lujuria aun más que David, y como resultado de ello, no prosperó; antes bien, sufrió y perdió diez tribus de su reino.
Finalmente, en los versículos 5-9, David pidió a Salomón que matara a Joab, quien ayudó a Adonías en su intento por usurpar el trono (1:7), y a Simei, quien maldijo a David cuando éste escapaba de Absalón (2 S. 16:5-13), y que recompensara a los hijos de Barzilai, quien ayudó a David a escapar de Absalón (2 S. 17:27-29). Estas preocupaciones de David indican que mientras él estaba sobre su lecho de muerte, no tenía paz ni consuelo en su corazón. La ejecución de estas personas fue el fruto de su pecado. Dios lo perdonó, pero el justo juicio de Dios no lo dejaba.
En 1 Reyes 2:10-11 se habla de la muerte de David. El fue sepultado en la ciudad de David (v. 10), después de reinar sobre Israel durante cuarenta años: siete años reinó en Hebrón sobre Judá, y treinta y tres años en Jerusalén sobre todo el pueblo de Israel (v. 11).
Con todo lo que David hizo por Israel, el pueblo debía haberle recordado en el momento de su muerte. Sin embargo, contrariamente a lo que podríamos esperar, la Biblia no indica que el pueblo haya expresado su aprecio por él. El relato del fin de la vida de David permanece sombrío. Esto indica que la concupiscencia de David arruinó su espléndida vida. Además, los pecados que cometió Salomón y los treinta y ocho reyes que lo precedieron, pueden atribuirse a la lujuria de David. Su entrega al placer carnal provocó que sus descendientes perdieran la buena tierra que Dios les había dado y que el pueblo escogido de Dios se degradara.
Pese a que la vida de David tuvo un final triste, la soberanía de Dios se impuso a la sutileza de Satanás, y Dios hizo volver del cautiverio a Su pueblo, a fin de preservar catorce generaciones de la genealogía de Cristo. El regreso del cautiverio propició que Israel recuperara la buena tierra, y Dios, en Su Trinidad, pudo realizar Su deseo de entrar en el hombre y establecer Su reino espiritual.