Mensaje 6
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Lectura bíblica: 1 R. 7:1-12; 8:1-66
En este mensaje continuaremos hablando de la construcción del templo de Dios y de los palacios del rey, ambos realizados por Salomón.
Salomón construyó sus palacios conjuntamente con la morada de Dios (7:1-12).
Salomón construyó sus palacios con materiales idénticos a los del templo, lo cual indica que sus palacios tenían el mismo nivel que la morada de Dios. La morada de Dios era donde Su pueblo le adoraría, mientras que los palacios de Salomón eran donde éste ejercería Su gobierno sobre el pueblo. El gobierno de Salomón representaba la administración gubernamental que Dios ejercía sobre Su pueblo.
El hecho de que los palacios de Salomón fueron construidos conjuntamente con la morada de Dios indica que el gobierno que Dios ejerce sobre Su pueblo debe ir a la par de la adoración que Su pueblo le rinde.
En tipología, los palacios del rey y el templo de Dios estaban separados, mientras que en la realidad del Nuevo Testamento, éstos son una sola entidad. Por una parte, los creyentes neotestamentarios somos los sacerdotes de Dios que le sirven y le adoran; y por otra, somos los reyes que reinan por Dios.
El capítulo ocho narra la dedicación del templo.
Los versículos 1-11 muestran que el tabernáculo y el templo llegan a ser una sola entidad.
El tabernáculo era un prototipo portátil del templo y era transportado por el desierto.
El templo fue la consumación de la morada de Dios en tipología, construido en el monte de Sión, la cima del monte de Moriah.
La gloria de Jehová llenó el templo (cfr. Ex. 40:34) y trajo a la tierra al Dios que estaba en los cielos, uniendo así la tierra y los cielos. Esta debe ser nuestra experiencia hoy.
En Génesis 28 Jacob tuvo un sueño y llamó al lugar donde lo tuvo, Bet-el, que significa “la casa de Dios”. Allí el cielo bajó a la tierra y la tierra se unió con el cielo mediante la escalera que Jacob vio en su sueño. Esta escalera tipificaba al Cristo que, como Hijo del Hombre, mantendría el cielo abierto a la tierra y uniría la tierra al cielo (Jn. 1:51). Hoy el Dios celestial baja a la tierra y, el Cristo que mora en nosotros, une la tierra a Dios.
La bendición y la proclamación que expresó Salomón estaban relacionadas con el hecho de que Dios habitaría en la oscuridad y con la promesa que Dios hizo a David de que su hijo le edificaría casa (1 R. 8:12-21).
Los versículos 22-53 narran la oración de Salomón. Mi carga es que veamos el significado intrínseco de esta oración, para lo cual requerimos sabiduría y revelación espirituales.
En su oración, Salomón pide a Dios que fijara Su atención sobre la casa que él le construyó (vs. 22-29).
Salomón suplicó a Dios que escuchara desde Su morada celestial las oraciones que Su pueblo le ofrecía en torno a la morada terrestre que Salomón le había preparado. En esto vemos que Dios tiene dos moradas: una en los cielos y la otra en la tierra, aunque en realidad ambas son una sola, ya que son dos extremos de la misma morada; un extremo está en los cielos, y el otro en la tierra. Hoy los creyentes somos un pueblo particular, un pueblo que está en los cielos y al mismo tiempo en la tierra.
Salomón suplicó a Dios que escuchara atentamente las oraciones del pueblo, las cuales mencionan siete condiciones. Primero, Salomón pidió a Dios que oyera a Su pueblo y juzgara rectamente, condenando al impío y justificando al justo (vs. 31-32). Esto indica que Dios ejerce Su autoridad sobre Su pueblo conforme a Su justicia, es decir, que El condena a los impíos y justifica a los justos.
Salomón pidió a Dios que cuando Su pueblo sufriese derrotas, El escuchase sus súplicas desde los cielos y los regresase volver a la tierra que El dio a sus padres (vs. 33-34).
Salomón también pidió a Dios que en la sequía, El perdonara el pecado de Su pueblo y enviara lluvia sobre la tierra que El les había dado por herencia (vs. 35-36).
Además, Salomón pidió que en tiempos de hambre y pestilencia, Dios perdonara y diera a cada hombre conforme a sus caminos (vs. 37-40).
En cuanto al extranjero gentil que buscara a Dios, Salomón pidió a Dios que El hiciera conforme a todo aquello por lo cual el extranjero hubiese clamado (vs. 41-43).
En los versículos 44-45, Salomón pidió a Dios que si el pueblo saliese en batalla, Dios escuchara su oración y les hiciera justicia. El hecho de que Dios hace justicia a Su pueblo significa que El ejecuta la justicia respecto a la situación de ellos.
Salomón incluso oró acerca del futuro cautiverio en que caería el pueblo de Dios (vs. 46-53). Pidió a Dios que si el pueblo era llevado cautivo, Jehová escuchara su oración y defendiera su causa cuando se volvieran a El con todo su corazón y con toda su alma, y cuando orasen a El mirando hacia la tierra que El dio a sus padres, o sea hacia la ciudad que El escogió, y hacia la casa que Salomón edificó para Su nombre, a fin de que fueran separados de todos los pueblos de la tierra para ser la herencia de Dios.
En la última de las siete condiciones que se pide que Dios escuchara las oraciones de Sus elegidos, sobresalen tres cosas (v. 48): la tierra santa, que representa a Cristo como porción asignada por Dios a los creyentes (Col. 1:12); la ciudad santa, que representa el reino de Dios en Cristo; y el templo santo, que representa la casa de Dios, la iglesia, sobre la tierra. Estos tres elementos: la tierra santa, la ciudad santa y el templo santo son lo más crucial en la economía de Dios. Durante el cautiverio babilónico, Daniel pidió por la tierra santa, la ciudad santa y el templo santo tres veces al día, abriendo su ventana hacia Jerusalén (Dn. 6:10). Esto indica que Dios escucha nuestras oraciones siempre y cuando se centren en Cristo, el reino de Dios y la casa de Dios como la meta de Su economía eterna.
La tierra santa, la ciudad santa y el templo santo son tipos de Cristo. Cristo mismo es nuestra buena tierra, nuestra ciudad, nuestro reino, el templo y la morada de Dios. Nuestras oraciones deben ser dirigidas hacia la tierra santa, la ciudad santa y el templo santo. Esto significa que lo que oramos debe enfocarse en los intereses de Dios, es decir, en Cristo y en la iglesia, los cuales constituyen los intereses de Dios sobre la tierra.
El significado espiritual de los intereses de Dios es Cristo mismo. Esto indica que no importa cuál sea el objeto de nuestra oración, el fin de la misma debe ser Cristo, en quien Dios se interesa. Debemos orar por los santos, pero no centrar nuestras oraciones en ellos. Por una parte, oramos por ellos, pero lo hacemos por causa de los intereses de Dios. Si nuestra oración se centra en la persona por la que oramos, esto provocará el ataque del enemigo. Esta debe ser nuestra estrategia en la guerra espiritual.
Debemos recordar que la oración involucra tres partidos: nosotros, Dios y Satanás. En ocasiones, cuando oramos por cierta persona, Satanás viene y la ataca, y la situación de ella empeora. Esto se debe a que tomamos a tal persona como el centro de nuestros intereses y no la economía de Dios. No importa por quién oremos, siempre debemos centrar nuestra oración en el Cristo de Dios, que es lo que a Dios le interesa en Su economía.
La oración correcta consiste en orar a Dios en el nombre del Señor Jesús (Jn. 16:24), centrándonos en lo que a Dios le interesa, en Su economía. Con la expresión “en el nombre del Señor Jesús”, no me refiero a cierta forma tradicional de oración. Orar en el nombre de Jesús es orar por los intereses de Dios sobre la tierra, a saber, Cristo, quien es la porción que Dios nos dio, el reino y la morada de Dios. Todas nuestras oraciones deben girar en torno a los intereses de Dios y deben contribuir al cumplimiento de Su economía.
Salomón bendice al pueblo declarándoles que Dios no los desampararía ni los abandonaría, sino que defendería su causa según la necesidad que se presentara, y que el pueblo tuviera un corazón perfecto para con Jehová, para andar en Sus estatutos y guardar Sus mandamientos, cada cosa en su tiempo (1 R. 8:54-61).
En el versículo 59, Salomón declaró: “Y estas mis palabras con que he orado delante de Jehová, estén cerca de Jehová nuestro Dios de día y de noche, para que él proteja la causa de su siervo y de su pueblo Israel, cada cosa en su tiempo”. A lo largo de los siglos, Dios ha defendido la causa de Su pueblo Israel, ejerciendo Su justicia sobre ellos. Cuando incurrían en falta contra El, El los castigaba y disciplinaba por medio de los poderes gentiles, incluyendo a los imperios babilónico, pérsico, griego y romano. No obstante, cuando estas naciones se sobrepasaban, Dios defendía la causa de Israel, castigando a aquéllos que los maltrataban.
Detrás de la esfera física se halla la esfera espiritual, en la cual Dios gobierna el universo, ejerciendo Su justicia continuamente sobre Su pueblo, como lo requiere cada situación. Dios hace esto por Sus elegidos, tanto por Israel como por los creyentes de Cristo. Cuando Sus elegidos cometen errores y lo ofenden, El los disciplina usando a las personas como medios de castigo. Pero al mismo tiempo, El defiende la causa de Sus elegidos, ejecutando Su justicia sobre los que los persiguen. Por ejemplo, cuando Hitler mató sin causa a millones de judíos, Dios intervino y ejerció Su justicia sobre él, defendiendo así a Israel.
Después de que Salomón bendijo al pueblo, juntos ofrecieron una gran cantidad de sacrificios a Dios: holocaustos, ofrendas de harina y ofrendas de paz (vs. 62-64). El holocausto se ofrece para deleitar a Dios; la ofrenda de harina para Su satisfacción; y la ofrenda de paz para que Dios y Su pueblo sea uno y gocen en paz.
Salomón y el pueblo festejaron durante siete días y siete días más, catorce días en total. Después, él despidió al pueblo, y éste lo bendijo como rey y regresó a sus moradas alegres y gozosos de corazón, por todos los beneficios que Jehová había hecho a David y a su pueblo Israel (vs. 65-66).
Salomón representa a Cristo mismo (Mt. 12:42), quien habla las palabras de sabiduría de Dios (13:35) y edifica la iglesia, el templo de Dios (16:18; 1 Co. 3:16; Ef. 2:21-22). El templo representa a Cristo (Mt. 12:6) y la iglesia, los cuales son el edificio de Dios en el universo. Estos dos: Cristo y Su Cuerpo, la iglesia, son el centro, la realidad y la meta de la economía eterna de Dios.
Puesto que Salomón y el templo que él edificó desempeñaron un papel muy crucial en la historia de Israel y ya que abarcan tan grande lapso de tiempo en dicha historia, es hecho patente que, en la tipología del Antiguo Testamento, la historia de Israel gira en torno al cumplimiento de la economía eterna de Dios. Si al estudiar dicha historia nos desligamos de la economía de Dios, nuestro estudio será vano. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, Cristo y la iglesia son la centralidad y la universalidad de la economía de Dios. Es crucial que entendamos que los libros de historia se escribieron desde la perspectiva de la economía eterna de Dios, de la cual Cristo y la iglesia son el centro.