Mensaje 7
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Lectura bíblica: 1 R. 9; 1 R. 10; 1 R. 11
Los creyentes somos las personas más importantes del universo, ya que Dios mora en nosotros y se está forjando en nuestro ser para hacernos Dios en vida y naturaleza, mas no como objeto de adoración. Romanos 5:17 revela que reinamos en la vida que hemos recibimos. Si queremos ser vencedores, debemos reinar en vida, de lo contrario, perderemos el disfrute de Cristo y seremos disciplinados por el Señor en la era venidera. Todos hemos de madurar tarde o temprano; si maduramos ahora, reinaremos en vida en esta era y seremos los correyes de Cristo en la era venidera, en la cual gobernaremos sobre las naciones. Debemos tener presente esto mientras consideramos lo que se revela en 1 Reyes 9—11 con respecto al reinado de Salomón.
En 1 Reyes 9—10 vemos la cumbre de la gloria que alcanzó Salomón entre las naciones.
Jehová aceptó la oración de Salomón y le prometió establecer su trono para siempre (9:1-9). Por tanto, vemos que fue Dios quien hizo prosperar a Salomón.
La alianza de Salomón con Hiram se estableció sobre sus presentes mutuos (vs. 10-14). Esto fue un gran fortalecimiento y ayuda para Salomón por el lado humano, además del respaldo que recibió por el lado divino.
Salomón edificó más ciudades reclutando a los cananeos, a quienes sometió a trabajos forzados, e hizo de los hijos de Israel hombres de guerra, criados, príncipes, capitanes, y comandantes de sus carros y gente de a caballo (vs. 15-24).
Tres veces al año, Salomón ofrecía holocaustos y sacrificios de paz sobre el altar que le había edificado a Jehová, y quemaba incienso con las ofrendas sobre el altar de oro, el cual estaba delante de Jehová; así concluye la edificación del templo (v. 25).
En el templo habían dos altares: el altar de bronce, que estaba en el patio exterior, y el altar de oro, el cual se hallaba dentro del templo. El altar de bronce servía para sacrificar ofrendas, mientras que el altar de oro se usaba para quemar incienso. El olor grato del incienso quemado en el altar de oro o altar del incienso, representa al Cristo por medio del cual somos aceptos ante Dios. El incienso se quemaba con base en las ofrendas sacrificadas sobre el altar de bronce. En el altar de bronce Cristo efectuó la redención, mientras que en el altar del incienso, Dios nos acepta basado en lo que Cristo realizó en el altar de bronce.
Salomón también construyó una flota de naves, con la ayuda de Hiram; su objetivo era traer el mejor oro, el de Ofir (vs. 26-28).
La reina de Saba vino con el fin de honrar a Salomón y escuchar sus palabras de sabiduría (10:1-10, 13).
La flota de Hiram trajo oro de Ofir y mucha madera de sándalo y piedras preciosas para que Salomón adornara el templo de Dios y su propio palacio, y para que se hiciera instrumentos de música (vs. 11-12).
Salomón se enriqueció con el tributo que aportaron los principales de la tierra y con las tarifas impuestas a los mercaderes y comerciantes. Con ello hizo, como decoración, escudos de oro, grandes y pequeños, y un gran trono de marfil cubierto de oro purísimo para exhibir su esplendor y exaltación, y los puso en la casa del bosque del Líbano (un palacio lujoso). También hizo que la plata fuera tan abundante como las piedras; sobrepasando de este modo a todos los reyes de la tierra, no sólo en sabiduría sino también en riquezas (vs. 14-25, 27).
Salomón, con todas sus riquezas, se hizo de un ejército de 1,400 carros y 12,000 jinetes, cuyos caballos fueron traídos de Egipto (vs. 26, 28-29).
Aparentemente el mundo entero era de Salomón, pero su gloria era semejante a la luna llena que está a punto de menguar. Como veremos, la tragedia del pueblo de Israel (cap. 11) se debió a que Salomón se entregó a la concupiscencia y al culto de ídolos.
En 11:1-8 se narra la caída de Salomón.
La caída de Salomón se debió a que él se entregó a las concupiscencias y tuvo muchas mujeres, las cuales eran extranjeras: tuvo 700 esposas, que eran las princesas de los reyes de las naciones, y 300 concubinas; además de la hija de Faraón (vs. 1-3). En esto, Salomón actuó con insensatez.
La caída de Salomón también se debió a que él abandonó a Dios, quien se le apareció dos veces (v. 9), y adoró a los ídolos gentiles, siendo seducido por las mujeres extranjeras que él amó (vs. 4-8).
Como resultado de la caída de Salomón, Dios intervino, lo castigó y lo disciplinó.
Dios se enojó con Salomón y determinó quitarle el reinado y entregárselo a un siervo suyo (vs. 9-13). Sin embargo, por amor a David, Dios no lo hizo en los días de Salomón, sino en los días de su hijo (vs. 12, 34). Además, también por amor a David y a Jerusalén, la cuidad que Dios había escogido, Dios dejó una tribu para el hijo de Salomón (vs. 13, 32-33, 35-36).
En los versículos 14-40 vemos las acciones que Dios tomó para disciplinar a Salomón. En primer lugar, Dios levantó a Hadad edomita para que atacara a Salomón (vs. 14-22); también levantó a Rezón, rey de Siria, por adversario contra Salomón (vs. 23-25); además, levantó a Jeroboam, siervo de Salomón, para que se sublevara contra él (vs. 26-40).
Salomón falleció sombríamente después de reinar cuarenta años sobre Israel (vs. 41-43). Su gloria se marchitó como la flor de la hierba (Mt. 6:29; 1 P. 1:24), y su espléndida carrera se volvió “vanidad de vanidades”, como él mismo predicó (Ec. 1:2). Sin embargo, lo que Dios hizo por medio de él como tipo de Cristo, permanece para siempre. Por consiguiente, debemos discernir entre lo que fue Salomón en su vida personal y lo que fue como tipo de Cristo.
Bajo la luz de la vida espiritual, podemos ver que Salomón fue un hombre sabio, mas no espiritual; un hombre muy capaz, pero carente de vida; su sabiduría fue un don, no una medida de vida. Los logros que obtuvo dejan en claro que su capacidad provenía del don de sabiduría que Dios le dio, pero no era la manifestación de la madurez en vida.
En el recobro del Señor, ante todo debemos darle importancia a la vida. Pero hasta cierto punto y en cierto sentido, requerimos capacidad. Sin embargo, nuestra capacidad en la iglesia debe ser producto de la madurez en vida. La simple capacidad sin la vida es como una serpiente que envenena a la iglesia. Pero la vida es como una paloma, que la suministra de vida. En lugar de ser los Salomones de hoy, debemos ser “palomas” que han alcanzado cierta medida de vida.
Salomón, basado en el don que Dios le otorgó, disfrutó al máximo de la buena tierra otorgada por Dios. No obstante, debido a su escasa madurez en la vida del espíritu y por causa de su entrega a los deseos sexuales, fue privado de disfrutar la buena tierra en la economía de Dios. David su padre, un hombre conforme al corazón de Dios, fracasó en el horrendo pecado de los deseos sexuales. El fracaso de Salomón, al caer en la tentación de Satanás, fue mucho mayor que el de su padre, mucho más allá de lo imaginable. Esto hizo que él y sus descendientes perdieran más del noventa por ciento del reino, y que el pueblo elegido de Dios pasara por divisiones y confusión durante muchas generaciones, además de perder la tierra que Dios les había otorgado, y finalmente fueran llevados cautivos a tierras lejanas, en las cuales abundaba la idolatría. Hasta el día de hoy la nación de Israel sigue sufriendo por causa del fracaso de Salomón. ¡Esto debe servirnos de advertencia y amonestación! Debemos ser cuidadosos, pues aun la mínima entrega a los placeres carnales puede dañar la iglesia y anular los aspectos espléndidos de la vida de iglesia.