Mensaje 11
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Lectura bíblica: 1 S. 15
El capítulo 15 de 1 Samuel relata la desobediencia de Saúl al derrotar a los amalecitas. Saúl venció al enemigo, pero desobedeció por completo a Dios. Esta experiencia dejó al descubierto de forma total al verdadero Saúl, al cual abandonaron más tarde Dios y Samuel. Este capítulo contiene una lección importante para nosotros hoy.
En tipología, los amalecitas representan la carne, el hombre caído (Ex. 17:8-16; Gn. 6:3a; Ro. 3:20a). En la revelación divina bíblica no se halla ninguna indicación de que Dios haya creado la carne. El creó al hombre, pero éste cayó y se convirtió en carne. Génesis 6:3 indica que cuando el hombre se hizo carne, Dios ya no pudo hacer nada con él. En Romanos 3:20a dice: “Ya que por las obras de la ley ninguna carne será justificada delante de El”. La expresión ninguna carne significa ningún hombre carnal. Toda la humanidad se ha convertido en carne. En cuanto a nosotros, los creyentes de Cristo, ya somos salvos sin embargo, muchos de nosotros todavía vivimos en la carne.
En el universo, el verdadero enemigo de Dios no es Satanás, sino nosotros mismos. Mientras permanezcamos en la condición carnal, seremos enemigos de Dios (Ro. 8:7). Satanás puede oponerse a Dios porque nuestra carne está totalmente unida a él. Todos los problemas por los que se pasa en la vida de iglesia, provienen de la carne. La carne es el mayor problema que Dios enfrenta.
En nuestra vida cotidiana siempre estamos en el espíritu, o en la carne. Si ejercitamos nuestro espíritu, la visión es clara y creemos que la iglesia, los ancianos y el recobro son maravillosos, pero si permanecemos en la carne, la visión se nubla, de tal manera que los ancianos nos molestan, y es posible que hasta queramos irnos del recobro. Cada vez que nos demos cuenta de que estamos en la carne, la cual es el enemigo de Dios y la fuente de los problemas en la vida de iglesia, debemos orar y pedirle al Señor que nos perdone.
En 1 Samuel 15:2, Jehová declara: “Yo castigaré lo que hizo Amalec a Israel al oponérsele en el camino cuando subía de Egipto”. En la guerra con Amalec que se describe en Exodo 17:8-16, Moisés está en la cumbre del collado con la vara de Dios en su mano, y Josué sale al combate con hombres escogidos a derrotar a Amalec. Mientras Josué luchaba, Moisés oraba. Después de la victoria de Josué sobre Amalec, Dios declara que tendría “guerra con Amalec de generación en generación” (v. 16). Esto muestra la importancia que Dios le dio a la provocación de los amalecitas. Durante la época de 1 Samuel 15:2, Dios declara que castigaría a los amalecitas por lo que hicieron a Israel.
Saúl, después de ser ungido como líder del pueblo de Dios, derrotó a los amonitas y a los filisteos. Posteriormente, cuando los amalecitas se levantaron para impedir que se estableciera el reino de Dios, Dios le manda a Saúl que los destruya, diciéndole: “Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos” (v. 3). Al pedirle que destruyera a los amalecitas, quienes representan la carne, el enemigo principal de Dios, Dios en Su sabiduría puso a Saúl en un aprieto a fin de probarlo.
Los versículos 4-9 describen el ataque de Saúl contra los amalecitas. Saúl convocó al pueblo y le pasó revista: 200,000 hombres a pie y 10,000 hombres de Judá (v. 4). Saúl vino entonces a la ciudad de Amalec y puso emboscada en el valle (v. 5). Antes de herir a los amalecitas, Saúl pide a los ceneos que se alejen para preservarles la vida pues habían mostrado misericordia a todos los hijos de Israel cuando ellos subieron de Egipto (v. 6). Entonces Saúl derrota a los amalecitas y toma vivo a Agag, su rey (vs. 7-8a). Saúl mató a filo de espada a todo el pueblo amalecita, pero perdonó “a Agag, y a lo mejor de las ovejas y del ganado mayor, de los animales engordados, de los carneros y de todo lo bueno, y no lo quisieron destruir; mas todo lo que era vil y despreciable destruyeron” (vs. 8b-9). Saúl vio esto como una oportunidad para hacerse rico. El quería edificar su propia monarquía dentro del reino de Dios.
Los versículos 10-31 narran la desobediencia de Saúl.
Jehová le dijo a Samuel que se arrepentía de haber puesto por rey a Saúl, porque éste no había cumplido Sus palabras. Samuel se apesadumbró y clamó a Jehová toda aquella noche (vs. 10-11).
En los versículos 12-31 vemos que Samuel enfrenta a Saúl.
Samuel madruga para ir a encontrar a Saúl por la mañana, pues se había enterado de que éste había ido a Carmel y había erigido un monumento para sí mismo (v. 12). Saúl no edificó este monumento en beneficio del reino de Dios, sino para que se hiciera memoria de él a causa de su victoria, la cual lo había enriquecido a él y su monarquía. Esto indica claramente que la intención de Saúl era edificar su propia monarquía.
Los versículos 13-23 relatan la conversación que Samuel y Saúl sostuvieron. Cuándo Saúl declaró que él había cumplido la palabra de Jehová, Samuel preguntó: “¿Pues qué balido de ovejas y bramido de vacas es este que yo oigo con mis oídos?” (vs. 13-14). Saúl explicó que los habían traído de Amalec, porque el pueblo había perdonado lo mejor de las ovejas y de las vacas para sacrificarlas a Jehová, pero que lo demás lo habían destruido . Entonces Samuel dijo a Saúl que le permitiera declararle lo que Jehová le había dicho esa noche: “Aunque eras pequeño en tus propios ojos, ¿no has sido hecho jefe de las tribus de Israel, y Jehová te ha ungido por rey sobre Israel? Y Jehová te envió en misión y dijo: Ve, destruye a los pecadores de Amalec, y hazles guerra hasta que los acabes. ¿Por qué, pues, no has oído la voz de Jehová, sino que vuelto al botín has hecho lo malo ante los ojos de Jehová?” (vs. 17-19). Y Saúl respondió que él había obedecido la voz de Jehová, pero que el pueblo tomó del botín ovejas y vacas para ofrecer sacrificios a Jehová (vs. 20-21).
En los versículos 22 y 23, Samuel amonesta severamente a Saúl diciendo: “¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación”. Samuel parecía decir: “Saúl, tú afirmas que has guardado lo mejor de las ovejas y vacas para sacrificarlas a Jehová, mi Dios, pero Dios prefiere que tú obedezcas Su palabra. El te pidió que destruyeras por completo a los amalecitas y todas sus posesiones, y en lugar de obedecer, has guardado ovejas y vacas para ti. Y no solo eso, esta mañana erigiste un monumento para ti, no para Dios. Es mejor la obediencia que los sacrificios, y prestar atención a lo que Dios dice, que la grosura de los carneros. Saúl, tú te has rebelado contra Dios, y la rebelión es semejante al pecado de adivinación y al de hechicería. Lo que hiciste es tan maligno como contactar un espíritu inmundo con el propósito de llevar a cabo la intención de ese espíritu, no la de Dios. Dios es tu Cabeza, pero tú no te sometiste a El, sino que actuaste imprudentemente, a tu manera y según tu voluntad. Por consiguiente, tu reinado ha terminado. Puesto que desechaste la palabra de Jehová, El te ha desechado como rey”. Así se puso de manifiesto la rebeldía de Saúl y su enemistad contra Dios.
Saúl confesó su pecado a Samuel, y su excusa por haber quebrantado el mandamiento de Jehová y las palabras de Samuel, fue que había temido al pueblo y que por ello había consentido a la voz de ellos (v. 24).
Saúl pidió a Samuel que lo perdonara y que volviera con él; mas Samuel no accede, pues Saúl había desestimado la palabra de Jehová y por tanto Jehová había desechado su reinado (vs. 25-26).
Cuando Samuel se volvió para irse, Saúl se asió de la punta de su manto y lo rasgó. Por lo tanto, Samuel le dice a Saúl que ese día Jehová había rasgado de él el reino de Israel y que lo había dado a un prójimo suyo, mejor que él, el cual era David. Samuel añadió: “Además, el que es la Gloria de Israel no mentirá, ni se arrepentirá, porque no es hombre para que se arrepienta” (vs. 27-29).
Saúl dijo a Samuel: “Yo he pecado; pero te ruego que me honres delante de los ancianos de mi pueblo y delante de Israel, y vuelvas conmigo para que adore a Jehová tu Dios” (v. 30). “Y volvió Samuel tras Saúl, y adoró Saúl a Jehová” (v. 31).
Samuel pide que le traigan a Agag, rey de los amalecitas. Agag vino a él alegremente, diciendo: “Ciertamente ya pasó la amargura de la muerte” (v. 32). Samuel le dijo a Agag: “Como tu espada dejó a las mujeres sin hijos, así tu madre será sin hijo entre las mujeres”. Y Samuel cortó en pedazos a Agag delante de Jehová en Gilgal (v. 33).
El capítulo quince concluye con la separación de Samuel y Saúl (vs. 34-35). Samuel se fue a Ramá, y Saúl subió a su casa en Gabaa. Nunca después vio Samuel a Saúl en toda su vida; y Samuel lloraba a Saúl, porque Jehová se había arrepentido de haberlo puesto por rey sobre Israel.
La crónica acerca de la desobediencia de Saúl debe ser una advertencia para nosotros de no hacer nada en el reino de Dios por nuestra carne. Debemos temer a Dios y recordar que somos carne, y a la vez, tener presente que el Hijo de Dios ya crucificó la carne, y que vino a nosotros para regenerar nuestro espíritu. Ahora El vive en nuestro espíritu, y actúa en nosotros para conducirnos al camino de la vida a fin de edificar Su organismo, el cual es Su Cuerpo. Este es el reino eterno de Dios, que tendrá su consumación en la venidera Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva. Esta debe ser nuestra meta. No intentemos establecer nuestra propia monarquía en el reino de Dios. Debemos aprender la lección que nos enseña este segmento del Antiguo Testamento.
Agradecemos al Señor de que por Su misericordia ha abierto los secretos intrínsecos de Su Palabra y nos ha mostrado grandes lecciones. Debemos aprender la lección de la cruz y crucificar nuestra carne con sus pasiones y concupiscencias, dejándola en la cruz siempre y en cada circunstancia (Gá. 5:24). Además, debemos ejercitar fielmente nuestro espíritu para seguir al Señor, quien es el Espíritu vivificante y consumado que mora en nuestro espíritu y que es uno con nosotros. De esta manera se edificará el reino de Dios, el cual es la iglesia como Cuerpo intrínseco de Cristo.