Mensaje 12
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1 SAMUEL 16—2 SAMUEL 1
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Lectura bíblica: 1 S. 16; 1 S. 17
El capítulo 16 de 1 Samuel da inicio a la historia de David y lo presenta como una persona a quien Dios prepara para que sea un hombre según Su corazón. Los capítulos dieciséis y diecisiete muestran cómo David fue escogido, instruido, ungido, puesto a prueba y aprobado por Dios.
El capítulo quince concluye con una situación lamentable, pues Dios abandona a Saúl, rechazándole como rey de Israel. En el primer versículo del capítulo dieciséis, Dios envía a Samuel a encontrase con un joven de aproximadamente quince años. Esto demuestra que mientras Saúl abusaba del reinado que Dios le había dado, Dios conocía toda la situación y hacía algo maravilloso para preparar la persona correcta. Dios fue en secreto a David, el bisnieto de Booz y de Rut (Rut 4:21-22).
Dios transfirió el reinado a Saúl con el propósito de edificar Su reino. Saúl estaba allí como representante de Dios gobernando sobre Su pueblo. Sin embargo, Saúl era un rey que vivía para sí mismo usurpando y abusando de los dones que Dios le había dado, o sea, el reino, el pueblo y el reinado, y usándolos para establecer su propia monarquía. Con todo y eso, mientras Saúl hacía estas cosas abiertamente, Dios preparaba secretamente a David, el más joven de los hijos de Isaí. David era el octavo hijo, y en la Biblia el número ocho representa resurrección. En el sentido bíblico, David estaba en resurrección; por tanto, él era la persona a quien Dios podía usar.
Dios preparó a David para que fuese un hombre según Su corazón; de otro modo esto no habría sido posible. Podemos decir que Dios creó a David para que fuera tal hombre. Pero para ello David tenía que pasar por el proceso que comprende el ser escogido, instruido, ungido, puesto a prueba y aprobado. Es maravilloso ser escogidos, pero para ser adiestrados se debe pasar por sufrimientos. Ser ungidos también es algo muy bueno, pero después de ser ungidos, debemos ser puestos a prueba. En 2 Samuel 5:4 dice que David tenía treinta años cuando empezó a reinar. Después de ser ungido por Samuel a la edad aproximada de quince años, David fue puesto a prueba durante quince años. El fue particularmente perseguido y acosado por Saúl. Al final, David pasó la prueba y fue aceptado por Dios.
David fue escogido por Dios (1 S. 16:1-10). “Dijo Jehová a Samuel: ¿Hasta cuándo llorarás a Saúl, habiéndolo yo desechado para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite, y ven, te enviaré a Isaí de Belén, porque de sus hijos me he provisto de rey” (v. 1). Siete hijos de Isaí pasaron delante de Samuel, pero Jehová no escogió a ninguno de ellos. Da la impresión de que la familia de David lo menospreciaba; sin embargo, Dios había determinado usarlo, pues él era el escogido. De entre todos los hijos de Israel, Dios seleccionó a David.
Dios enseñó a David a ser humilde mediante las circunstancias de su vida. En primer lugar, Dios causó que David fuese el hijo menor, el último, para hacerle humilde. Además, a él se le asignó ir al campo a cuidar las ovejas, ya que ninguno de sus siete hermanos quería ese trabajo, pues aspiraban a algo mejor.
En 1 Samuel 16:12-23 se describe cómo se ungió a David.
Puesto que David era el elegido de Dios, Samuel, el representante de Dios, vino a ungirle intencionalmente (v. 13a).
El ungimiento de David por parte de Samuel fue confirmado por el Espíritu de Jehová, que desde ese día vino sobre él (v. 13b). El objetivo del derramamiento del Espíritu no era que David recibiera la vida para ser salvo, sino que recibiera el poder para desempeñar sus actividades.
En los versículos 14-23, vemos que la unción de David también fue confirmada por el lado negativo.
El versículo 14 dice que el Espíritu de Jehová se había apartado de Saúl y que un espíritu malo de parte de Jehová lo atormentaba. Esto confirma nuevamente que Dios había escogido a otra persona. Desde ese momento en adelante, Saúl perdió la paz y empezó a tener celos de David. Cuanto más veía las cualidades de David, más se daba cuenta de que el reino no pasaría a su hijo Jonatán sino a David. Por ello, Saúl intentó matar a David en muchas ocasiones. Por una parte, le atormentaba un espíritu malo, y por otra, se turbaba por lo que veía en David. Saúl se daba cuenta de que el reino no sería una monarquía en la que Jonatán reinaría por sucesión, sino que el reino pasaría a David.
Cuando los criados de Saúl vieron que un espíritu malo de parte de Jehová lo atormentaba, le aconsejaron que buscara a alguien que tocara el arpa cuando el espíritu malo le sobrecogiera. Saúl acepta, y David viene a estar bajo su servicio. David toca el arpa, da alivio a Saúl (v. 23) y llega a ser el paje de armas de Saúl (v. 21c). Saúl le ama mucho.
Bajo la soberanía de Dios, David fue escogido para servir a Saúl. Dios reunió a estos dos hombres para que viviesen y laborasen juntos. Sin embargo, cuanto más estrecha se volvía esta relación, más Saúl odiaba a David; ellos llegaron a ser una prueba el uno para el otro. Ambos fueron probados a lo sumo por el simple hecho de estar juntos. Saúl fue manifestado como una persona que se oponía a la voluntad de Dios, y David, como un hombre según el corazón de Dios. Esto sucedió por la soberanía de Dios.
La prueba que David pasaba en su relación con Saúl era una crucifixión continua para él. Es posible que ésta sea también nuestra experiencia en la vida de iglesia y en nuestra vida matrimonial. Los santos en la vida de iglesia, especialmente los ancianos, pueden convertirse en una prueba, una cruz, para nosotros. Asimismo, en la vida matrimonial, puede ser que nuestro cónyuge sea una cruz para nosotros. Puesto que no debe haber ni divorcio ni separación, la única opción que nos queda en nuestra vida matrimonial es ir a la cruz y permanecer allí hasta que ella elimine nuestra carne y cualquier ambición que haya en nosotros.
En el capítulo diecisiete, David fue puesto a prueba y aprobado por confiar en Dios y por derrotar a Goliat.
Los ejércitos de los filisteos y los hombres de Israel se pusieron en orden de batalla (vs. 1-3). Esta batalla fue una prueba tanto para Saúl como para David.
Un paladín llamado Goliat, cuya estatura era de seis codos y un palmo, salió del campamento de los filisteos y desafió a los ejércitos de Israel (vs. 4-11, 16).
Goliat osadamente se jacta de su fuerza y poder (vs. 8-10). En su arrogancia, él declaró: “Hoy yo he desafiado al campamento de Israel; dadme un hombre que pelee conmigo” (v. 10).
Cuando Saúl y todo Israel oyeron las palabras de Goliat, se turbaron y tuvieron gran miedo (v. 11).
El desafío de Goliat duró cuarenta días, mañana y tarde (v. 16).
Los versículos 12-54 describen detalladamente cómo David derrotó a Goliat.
En los versículos 12-15, leemos acerca de la posición y el oficio de David. Sus tres hermanos mayores se habían unido a Saúl para ir a la guerra. David, el menor de los ocho hijos de Isaí, servía a Saúl y pastoreaba las ovejas de su padre.
El padre de David lo envió al campamento con alimentos para que fortaleciera a sus hermanos, los saludara y a la vez obtuviera noticias de ellos (vs. 17-22).
David oyó el desafío de Goliat y se enteró de que al hombre que matara a Goliat, Saúl lo enriquecería, le daría a su hija por esposa y eximiría de tributos a la casa de su padre (vs. 23-27). Para David, Goliat desafiaba a los escuadrones del Dios viviente (v. 26b), y matarlo era quitar el oprobio de Israel (v. 26a).
Los versículos 28-30 describen cómo el hermano mayor de David se burla de él diciendo que debió haberse quedado en el desierto cuidando de las ovejas, y lo acusa de tener un corazón soberbio y maligno, mostrando así el enojo y menosprecio que sentía contra él. A esto David responde que su venida tenía un motivo (v. 29). El sabía que Dios lo había enviado allí para derrotar al hombre que los estaba desafiando.
David obtuvo el consentimiento de Saúl para pelear contra Goliat (vs. 31-39). Al principio, Saúl lo desalentó diciéndole que él era un muchacho y que Goliat era un hombre de guerra desde su juventud (v. 33). Sin embargo, David tenía la seguridad de que Jehová entregaría a Goliat en sus manos, pues El lo había librado de las garras del león y del oso cuando pastoreaba las ovejas de su padre. Sus experiencias como pastor le habían enseñado a confiar en el Señor, por ello le dice a Saúl: “Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo” (v. 37a). “Y dijo Saúl a David: Ve, y Jehová esté contigo” (v. 37b). Saúl le pone su armadura a David, y éste, después de probársela, la rechaza (vs. 38-39).
David salió a pelear contra Goliat (vs. 40-48). El tomó su cayado, escogió cinco piedras lisas del arroyo, y tomó su honda en su mano (v. 40). Cuando Goliat lo vio, le desdeñó por ser un muchacho, y le asemejó a uno que con palos trata de alejar a un perro. Goliat también maldijo a David por sus dioses y dijo que daría la carne de David a las aves del cielo y a las bestias del campo (vs. 41-44). A lo cual David responde: “Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra; y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel. Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza; porque de Jehová es la batalla, y él os entregará en nuestras manos” (vs. 45-47).
David lanza una piedra a la frente de Goliat, y lo mata decapitándolo con su propia espada. El derrota a los filisteos (vs. 49-54), quienes huyen, y los hombres de Israel y de Judá los persiguen, los matan y saquean su campamento (vs. 51b-53). David lleva la cabeza de Goliat a Jerusalén, pero pone las armas de éste en su tienda (v. 54).
La victoria de David sobre Goliat y los filisteos fue una clara confirmación de que Dios lo había escogido y ungido.
Saúl se enteró de que David, quien tenía la cabeza de Goliat en su mano, era hijo de Isaí de Belén (vs. 55-58).
Lo que aconteció a David en los capítulos dieciséis y diecisiete estaba en total conformidad con la soberanía de Dios. Todos debemos comprender que, como personas que buscan más de Cristo, cada aspecto de nuestro entorno está absolutamente bajo la mano soberana de Dios. Al final, todos los que desafían la vida de iglesia serán derrotados. Así que, debemos confiar en el Señor y tener paz.