Mensaje 18
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1 SAMUEL 16—2 SAMUEL 1
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Lectura bíblica: 1 S. 31:1-13; 2 S. 1:1-27
En este mensaje veremos cómo muere Saúl (1 S. 31) y cómo reacciona David (2 S. 1).
Lo primero que debemos ver en cuanto al fin de Saúl es que él perdió la presencia de Dios (1 S. 16:14). Hoy valoramos y disfrutamos la presencia de Dios, la cual es simplemente el Espíritu. El Espíritu es la resurrección de Cristo, y la resurrección de Cristo es Cristo mismo (Jn. 11:25). Cristo es la corporificación del Dios Triuno procesado y consumado, y el Espíritu es la realidad de Dios y de la resurrección de Cristo. Si tenemos al Espíritu, estamos en resurrección. Si tenemos la resurrección, tenemos a Cristo, y si tenemos a Cristo, tenemos la corporificación de Dios. Es lamentable que muchos cristianos contemporáneos pasan por alto al Espíritu. Ellos tienen al Espíritu en su teología, pero no lo aprecian como el Dios consumado.
A estas alturas, quisiera dirigirles unas palabras sobre las etapas del proceso que Dios pasó. Dios en la eternidad pasada era solamente Dios, divino y triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Conforme a Su deseo, El hizo una economía, según la cual creó los cielos y la tierra y al hombre como centro. Con todo, El seguía siendo únicamente divino. Sin embargo, el deseo de Dios era unirse al hombre. Así que se hizo hombre mediante la encarnación y participó de sangre y carne (He. 2:14). En la eternidad pasada, El era únicamente divino, pero al encarnarse, se hizo un Dios-hombre llamado Jesucristo. A través del proceso de encarnación, entró en la humanidad y El, quien era divino, se hizo uno con la humanidad. De esta manera llegó a ser el Dios-hombre, quien es tanto divino como humano, el Dios completo y el hombre perfecto.
El era el Dios todopoderoso, eterno y completo, y como tal vivió entre los hombres durante treinta y tres años y medio. Luego, como el Dios eterno, quien es la vida eterna, entró en la muerte y se paseó por el Hades durante tres días, y habiéndose levantado del Hades, salió de la muerte y entró en la resurrección. Por medio de la encarnación, El introdujo a Dios en el hombre, y en resurrección, introdujo al hombre en Dios. Por medio de la encarnación, introdujo lo divino en lo humano, y en resurrección, introdujo lo humano en lo divino. Después de resucitar, entró en el cielo, y hoy está en los cielos sentado en el trono como hombre (Hch. 7:56; He. 1:3b; Ef. 1:20).
El ahora es el Dios consumado, quien pasó por las etapas de encarnación, vivir humano, la muerte, la resurrección y la ascensión. En ascensión, Dios, el Dios Triuno consumado, sigue siendo el Dios completo mezclado con el hombre perfecto, o sea, el Dios-hombre. Este entendimiento constituye la conclusión a la cual hemos llegado después de haber estudiado la Biblia por más de siete décadas.
El es el Dios consumado, y como tal El es el Espíritu, nuestra vida, nuestro Redentor, nuestro Salvador, nuestro Amo, nuestro Señor, nuestro Padre y nuestro Dios. El lo es todo para nosotros. El se hizo hombre para que nosotros los hombres lleguemos a ser Dios en vida y naturaleza (mas sin ser objetos de adoración). El se hizo uno con nosotros, y nos hizo uno con El. El experimentó la vida humana, y nosotros viajamos con El. El fue a la cruz, y nosotros fuimos crucificados juntamente con El. El resucitó, y nosotros resucitamos con El. El está en los cielos, y nosotros estamos allí con El. Ahora el Dios Triuno consumado, quien es el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), mora en nuestro espíritu (6:17; Ro. 8:11). Por tanto, estos dos espíritus son esenciales si queremos experimentar la presencia de Dios.
Saúl perdió la presencia de Dios y como resultado de ello se hizo presente la muerte a diestra y a siniestra. Saúl y sus hijos pasaron por una muerte colectiva. Examinemos ahora el fin de Saúl según consta en 1 Samuel 31.
En la época del capítulo treinta y uno, los filisteos pelearon contra Israel (v. 1a).
Los hombres de Israel huyeron delante de los filisteos y cayeron muertos en el monte de Gilboa (v. 1b).
Los Filisteos siguieron a Saúl y a sus hijos y mataron a sus tres hijos, incluyendo a Jonatán (v. 2).
La batalla arreció contra Saúl, y él fue alcanzado por los flecheros. Saúl pidió a su escudero que sacara su espada y lo traspasara con ella, pero el escudero no quiso. Entonces Saúl tomó su espada y se echó sobre ella (vs. 3-4).
El escudero de Saúl también se echó sobre su espada y murió con él (v. 5). Por consiguiente, en aquel día murió Saúl, sus tres hijos y su escudero (v. 6). Esta muerte colectiva fue el justo juicio de Dios sobre el que se había rebelado contra El, lo había usurpado y se había convertido en Su enemigo. Saúl había establecido su propia monarquía y había abusado a lo sumo de todas las cosas divinas que se le habían dado.
Los hombres de Israel que eran del otro lado del valle y del otro lado del Jordán dejaron las ciudades y huyeron; y los filisteos vinieron y habitaron en ellas (v. 7).
Al siguiente día, los filisteos vinieron a despojar a los muertos y hallando a Saúl y a sus tres hijos tendidos en el monte de Gilboa, le cortaron la cabeza a Saúl, lo despojaron de sus armas y las enviaron por toda la tierra de los filisteos, para que llevaran las buenas nuevas al templo de sus ídolos y al pueblo. Y pusieron las armas de Saúl en el templo de Astarot y colgaron su cuerpo en el muro de Bet-sán (vs. 8-10). ¡Qué fin más horrendo!
Los habitantes de Jabes de Galaad oyeron lo que los filisteos le habían hecho a Saúl, y todos los hombres valientes anduvieron toda aquella noche y quitaron el cuerpo de Saúl y los cuerpos de sus hijos del muro de Bet-sán, los quemaron y los sepultaron en Jabes. Luego ayunaron siete días (vs. 11-13).
En 2 Samuel 1 vemos cómo reacciona David cuando se entera de la muerte de Saúl.
Al tercer día de la muerte de Saúl, un joven amalecita informó a David de la muerte de Saúl y le dijo, para quedar bien con él, que había visto a Saúl apoyarse sobre su lanza y que Saúl le había pedido que lo matara, lo cual había hecho (vs. 1-10).
David no se agradó de lo que oyó de parte del joven amalecita, y lo sentenció a muerte por haber matado al ungido de Jehová (vs. 11-16). David nunca tuvo a Saúl por enemigo, sino como el ungido de Dios. Así miraba David a Saúl.
David se entristeció profundamente por la muerte de Saúl, y endechó a Saúl y a Jonatán su hijo, y ordenó que se enseñara esta endecha, el canto del arco, a los hijos de Judá (vs. 17-27).
El relato del trágico fin de Saúl constituye una seria advertencia a todos los que sirven en el reino de Dios. Les advierte que no deben llevar a cabo una obra separada dentro del reino de Dios ni abusar de nada que esté relacionado con el reino. En el recobro del Señor debemos estar con temor y temblor, y laborar siempre en pro del reino de Dios y no llevar a cabo nuestra propia obra.