Mensaje 21
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2 SAMUEL 2—24
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Lectura bíblica: 2 S. 4; 2 S. 5
En este mensaje seguiremos examinando el hecho de que la tribu de Judá proclama rey a David, y, en particular, lo referente a la guerra entre la casa de Saúl y la de David (2:1—4:12). Además, veremos cómo David es proclamado rey también por las otras tribus (5:1-5), y cómo Dios lo establece por rey y exalta su reino por el bien de Israel, el pueblo de Dios (vs. 6-25).
Abner fue quien hizo a Is-boset rey de Israel (2:8-9). Cuando Is-boset oyó que habían matado a Abner en Hebrón, se amedrentó y todo Israel se atemorizó (4:1).
Jonatán, hijo de Saúl, tuvo un hijo que se llamaba Mefi-boset. Cuando la nodriza del niño recibió la noticia de que Saúl y Jonatán habían muerto en la batalla contra los filisteos, ella tomó a Mefi-boset con ella, y al huir apresuradamente, el niño se le cayó y quedó lisiado (v. 4).
Los dos hijos de Rimón el beerotita asesinaron a Is-boset, y llevaron su cabeza a David en Hebrón buscando agradarlo (vs. 2-3, 5-8). Y le dijeron: “Jehová ha vengado hoy a mi señor el rey, de Saúl y de su linaje” (v. 8b).
Lejos de agradarse de la acción de los dos asesinos, David reaccionó negativamente y los sentenció a muerte (vs. 9-12). Primero, David les comentó lo que había sucedido a los que le anunciaron la muerte de Saúl pensando que le traían buenas noticias, y luego ordenó a sus siervos que los mataran.
En 5:1-5 se revela que David ganó el corazón del pueblo y que fue proclamado como rey por las demás tribus.
David fue proclamado rey por las demás tribus en Hebrón (vs. 1-3), las cuales vinieron a él y le dijeron: “Henos aquí, hueso tuyo y carne tuya somos. Y aun antes de ahora, cuando Saúl reinaba sobre nosotros, eras tú quien sacabas a Israel a la guerra, y lo volvías a traer. Además Jehová te ha dicho: Tú apacentarás a mi pueblo Israel, y tú serás príncipe sobre Israel” (vs. 1b-2). Cuando todos los ancianos de Israel vinieron al rey David en Hebrón, él hizo pacto con ellos delante de Jehová, y ellos lo ungieron por rey sobre Israel (v. 3).
Los versículos 4-5 revelan que David empezó a reinar a la edad de treinta y siete años.
David reinó durante cuarenta años. En Hebrón, reinó sobre Judá durante siete años y seis meses, y en Jerusalén, reinó sobre Israel y Judá durante treinta y tres años (vs. 4b-5).
Dios estableció a David como rey y exaltó su reino por amor de Su pueblo Israel (vs. 6-25). Esto muestra que fue Dios quien estableció el reino de David. En cambio Saúl siempre se exaltó a sí mismo y trató de establecer su propia monarquía, aunque sin ningún resultado. Esto nos enseña que si hacemos algo para nosotros mismos, Dios no nos exaltará; pero si vivimos para el reino y para el pueblo de Dios, El nos exaltará por causa de ellos. Así que debemos evitar toda clase de exaltación propia, de lo contrario sufriremos y seremos humillados (Mt. 23:12). Saúl trató de exaltarse a sí mismo, y como resultado de ello, en un solo día murieron él y tres de sus hijos. En ese mismo día, mientras Dios humillaba a Saúl, exaltaba a David (1 S. 30—31).
La historia de David, y particularmente lo que se relata de 1 Samuel 18:1 a 2 Samuel 5:25, revela que nuestro Dios es soberano. Aparentemente Dios no habla y está escondido, pero en realidad El está en todas partes y con cada uno. Por ejemplo, yo creo que fue Dios quien incitó a los príncipes filisteos a quejarse de David, propiciando así que Aquis despidiese a David (1 S. 29:1-11). Esto libró a David del dilema de tener que luchar junto con los filisteos contra Israel. Así vemos que Dios actuaba secretamente y propiciaba todas las cosas para llevar a cabo Su economía. Todas las cosas, todas las personas y todas las circunstancias estaban en las manos del Dios en quien David confiaba. David no hizo nada, sino que fue Dios quien actuó de manera secreta, humillando a Saúl, y exaltando a David. Después de la muerte de Saúl, aunque hubo larga guerra entre la casa de Saúl y la casa de David, David se fortalecía, y la casa de Saúl se debilitaba (2 S. 3:1). En los libros de 1 y 2 Samuel vemos que Dios actuaba continuamente y en todos los aspectos para bien de Sí mismo, de Su reino, de Su pueblo y para llevar a cabo Su economía. Sin que nadie lo vea ni se dé cuenta, Dios se ocupa de todas las cosas conforme a Su voluntad para llevar a cabo Su economía (Ef. 1:11).
En 2 Samuel 5:6-25 se hallan evidencias del hecho de que Dios estableció a David y exaltó su reino. Una de ellas la encontramos en los versículos 6-8, donde Dios establece a David dándole victoria sobre los jebuseos.
El hecho de que Dios había establecido a David se ve también en que se edificó Sión como fortaleza suya, así como también Jerusalén (v. 9). Además, “David iba adelantando y engrandeciéndose, y Jehová Dios de los ejércitos estaba con él” (v. 10). Esto indica que David tenía la presencia de Dios. Al servir al Señor, debemos asegurarnos de que la presencia de Dios está con nosotros. Si seguimos fielmente al Señor y llevamos a cabo Su economía, ciertamente tendremos Su presencia. Si no tenemos la sensación de que el Señor está con nosotros, debemos tener cuidado y reconsiderar nuestro proceder. En el caso de Saúl, lo primero que le aconteció fue que él perdió la presencia de Dios (1 S. 16:14). Eso debió haberle ayudado a rectificar su proceder, pero no lo hizo. En el recobro del Señor, siempre que realicemos algo debemos hacer caso de la sensación que produce en nosotros la presencia del Señor.
Hiram, rey de Tiro, le envió a David materiales y obreros para que le edificaran un palacio (2 S. 5:11-12). Esto es una fuerte evidencia de que era Dios quien había establecido a David por rey sobre Israel. Tener esta certeza es importante y necesario para laborar para el Señor. Es menester obtener estas dos cosas: la presencia de Dios y la confirmación por medio de nuestras circunstancias.
Los versículos 13-16 revelan que en Jerusalén le nacieron más hijos a David, incluyendo a Salomón.
Finalmente, el hecho de que Dios estableció a David se ve en las victorias continuas que éste tuvo sobre los filisteos (vs. 17-25). Cuando David consultó a Jehová para saber si debía ir contra los filisteos, Jehová le respondió que fuera, porque ciertamente entregaría a los filisteos en su mano (v. 19). David hirió a los filisteos y declaró: “Quebrantó Jehová a mis enemigos delante de mí, como corriente impetuosa” (v. 20). David hizo lo que Jehová le ordenó e hirió a los filisteos desde Geba hasta Gezer.
Los enemigos más acérrimos de Israel eran los amalecitas y los filisteos. Aun antes de entrar en la buena tierra, Israel fue estorbado por los amalecitas. En Exodo 17, los hijos de Israel guerrearon contra los amalecitas de una manera particular bajo el mando de Moisés y Josué. En tipología, estos dos líderes representan a Cristo en dos aspectos: Josué representa al Espíritu que mora en nosotros, y Moisés, al Cristo que en los cielos ora por nosotros. El Cristo pneumático, quien es el Espíritu vivificante y la realidad de Cristo en resurrección, vive y labora dentro de nosotros, mientras que el Cristo ascendido intercede por nosotros. Los amalecitas representan nuestra carne, el enemigo más persistente. Nunca debemos pensar que podemos subyugar la carne. El único que puede lograrlo es el Cristo que está en nosotros como Espíritu, y en los cielos, como nuestro Intercesor.
El otro enemigo de Israel era los filisteos, los cuales eran vecinos muy cercanos de Israel, a tal grado que en ocasiones llegaron a mezclarse con ellos. David, quien mató a Goliat y derrotó a los filisteos, incluso se hizo amigo de Aquis, un rey filisteo. En tipología, los filisteos representan a los cristianos mundanos.
Los filisteos estaban muy cerca del pueblo de Dios. Sin embargo, ellos eran mundanos y manejaban las cosas de Dios de una manera mundana. Piense por un momento cómo devolvieron el arca de Dios. Según lo que Dios había estipulado, el arca no debía transportarse por otro medio que no fuera los sacerdotes; sin embargo, los filisteos la llevaron sobre una carreta. El arca, que representa a Dios mismo, nunca debió ser transportada de esta manera. El uso de una carreta y dos vacas para devolver el arca a Israel constituye un método mundano. Los filisteos sabían algo acerca de las cosas divinas, pues ofrecieron una ofrenda por las transgresiones para aplacar la ira de Dios, pero lo hicieron de manera mundana. Hoy hay dos cosas que nos disturban: la carne por dentro y el cristianismo mundano por fuera.
Dios soberanamente dispuso todo lo que atañía a David para cumplir un solo propósito: edificar Su reino en Sus elegidos por medio de la persona apropiada. En aquel momento era David, pero ahora debe ser el pueblo que está en el recobro del Señor. En cada época, Dios tiene un objetivo específico que cumplir, y en esta era, en el siglo veinte, lo que El quiere realizar es recuperar todo lo que perdió el cristianismo mundano actual.